20. El sueño

1019 Words
Era mediodía cuando el médico regresó, Isabella dormía aún, no expresó temor, aunque le preocupaba que ella no hubiese despertado ya y al revisarla se quedó más tranquilo al ver que las heridas iban bien, el sueño profundo quizá, era lo mejor por el momento, así ella no tendría que verse con esos moretones y heridas en su piel. Luego, aclaró al rey y a Miguelina que ella debería despertar pronto o la llevaría con él al hospital para un examen más detallado, eso preocupó a Vladimir, pues no quería separarse de ella ni exponerla más a las habladurías que ya rondaban por todo el reino revelando la desgracia de Isabella. Luego de que el médico se fuera, el rey permaneció muy al pendiente, Miguelina tenía órdenes de informarle sobre cualquier cambio que notara y él lograba permanecer en su postura fría, como de costumbre, frente a los demás. En esa época los hospitales no eran la mejor opción ya que no tenían estándares de higine ni el equipo necesario para que el personal tratara adecuadamente a los enfermos, no había herramientas tecnológicas que orientaran a un diagnóstico exacto ni siquiera a mejorarlo, sólo eran dolorosas y exahustivas pruebas experimentales. Había mandado llamar a Enrique para informarle lo que el médico había dicho, pues, al ser su prometido, le concernía saber que podría ser trasladada al hospital, pero él nunca apareció y decidió salir a buscarlo personalmente bajo un disfraz de súbdito. Miguelina sabía dónde podía encontrarlo y le dió indicaciones precisas, pero al llegar al lugar, los vecinos le dijeron que la casa había sido abandonada hace pocas horas luego de saber sobre la deshonra de la que había su prometida hasta ese momento, la gente hablaba todo lo que podía criticando y acusando injustamente a Isabella y él debía permanecer en su papel de súbdito para evitar más escándalo, aunque él quisiera revelar su identidad frente a todos y mandarles a cortar la lengua como castigo. Esas palabras hacían eco en la cabeza del rey, quien no podía comprender cómo ese imbécil había consentido abandonar a la mujer que tanto decía amar en ese momento en el que ella más lo necesitaba, pero entendía que él nunca la había merecido en realidad y todas sus ideas sobre él iban siendo acertadas, según su comportamiento, no le enorgullecía y por primera vez deseaba haberse equivocado al respecto de la relación de Isabella con ese hombre, pero todo era más que obvio con el actuar de Enrique. Cuando regresó al palacio, con gran indignación le contó a Miguelina sobre lo sucedido, ella se mostraba angustiada y triste por lo que Isabella deberá sufrir cuando su sueño terminara. Ambos podían imaginar el gran dolor de esa chica. Más tarde, Miguelina cuidaba de Isabella cuando notó que su temperatura aumentaba de nuevo, colocó los trapitos en su frente y pies y corrió a dar aviso al rey. — A-yu-daa, — deliraba Isabella — noo, - no - me - las - ti... mes Vladimir pudo escuchar las palabras de Isabella sintiendo que su corazón se partía en dos y dejando caer un par de lágrimas. Nuevamente, lo que Isabella le había dicho sobre su sueño de amor le retumbaba en la cabeza, en susurro, él seguía maldiciendo a todos los que había escuchado decir esas estupideces sobre ella y él mismo se maldecía en silencio por ocasionar la desgracia. Logrando controlar sus pensamientos sobre sí mismo y sobre los demás, Vladimir tomó la mano la Isabella, mientras Miguelina continuana brindándole los cuidados que necesitaba para bajar la fiebre, Vladimir le ofrecía su calor para disminuir el frío que hacía temblar su cuerpo y su protección para que olvidara sus malos recuerdos, sus delirios continuaron por otro rato. — Su majestad debería irse a descansar — No, Miguelina, quiero quedarme — Pero Vladimir, ni siquiera has querido probar alimento y yo no necesito cuidar de otro enfermo — Dile a alguien que me traiga la cena hasta aquí porque no pienso alejarme de Isabella — Bien, yo misma te traeré algo Vladimir intentaba permanecer a su lado caprichosamente, hasta que uno de sus súbditos se dirigió a él, quedándose junto a la puerta de la habitación de Isabella, el rey lo recibió impacientemente. — Disculpe que lo moleste, su majestad, pero es importante — ¿Encontraron al malnacido ese? — Lamento decepcionarlo, su majestad, pero no — respondió agachando la cabeza — ¿Entonces, porqué me interrumpes? — cuestionó molesto — En la búsqueda, encontré esta medalla, creo que le pertenece a la señorita Isabella Él miró la medalla y pudo recordar que Isabella siempre la traía consigo, incluso cuando la espiaba, podía ver que ella le tenía un gran aprecio a ese objeto. La tomó con su mano y agradeció al súbdito por devolverla, luego volvió a entrar para cuidar de ella. Luego de ingerir rápidamente los alimentos que Miguelina le había llevado minutos antes, él se colocó al lado de Isabella para abrazarla, pues estaba funcionando eso de darle su calor y quería curarla por completo. Él podía tocar su mano con cariño y por primera vez en su vida descubría estar perdidamente enamorado, miraba sus labios y anhelaba besarlos, su respiración estaba agitada pero él se sentía muy bien de estar tan cerca de ella, podría mirarla fijamente por horas, oler su cabello y memorizar su bello rostro, podía quedarse allí junto a ella por toda la vida de ser posible y no sentir la presencia del mundo alrededor, sólo ellos dos, pero ella dormía y sabía que su fantasía pronto podría terminar, sin importar cuánto le gustaba estar allí junto a ella, lo que más deseaba era que ella despertara y lo corriera de su habitación por invadir su privacidad, extrañaba las peleas y la manera en que ella lo recibía cada mañana, ese exquisito café que sólo ella preparaba mientras deleitaba a todo el palacio con su dulce voz... Y así podría permanecer enlistándose a sí mismo las múltiples razones por las que la prefería despierta, si tan sólo no se hubiera quedado dormido a su lado.
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