El rey estaba esperando una respuesta, se mostraba forme y confiado, aunque por primera vez se sentía intimidado por la mirada de Isabella y pensaba que ella lo culparía de todo lo ocurrido y con justa razón, pero para su buena o mala suerte, ella no podía recordar todos los acontecimientos de esa noche ni siquera el rostro de su atacante, pese de ser lo que más deseaba ella para poder exigir justicia a su rey.
— No, no pude recordar el rostro de ese hombre — respondió con coraje
— ¿Y alguna otra cosa que hayas logrado recordar? — cuestionó él intrigado
— Lo intento, pero aún no lo consigo, sólo un dolor de cabeza — respondió con desesperación
— No te presiones, Isabella, sé que algún día lo recordarás todo y te juro por mi vida que se hará justicia — aseguró el rey
— Deseaba tanto escuchar esas palabras y sé bien que usted cumplirá su palabra — expresó ella con sus lágrimas cubriéndole las mejillas
— ¡Te lo juro! — Él la tomó de la mano y luego del juramento se retiró
El rey estaba más tranquilo de saber que ella no lo culpaba aún por lo sucedido, pero sabía que en cualquier momento lo haría y debería enfrentarse a las consecuencias de sus terribles impulsos, para ser sinceros, él no estaba preparado para escuchar sus reclamos ni mucho menos para sentir el desprecio y el rencor de Isabella, ¿cómo podría prepararse para ello amándola tanto como la amaba? Tenía tanto miedo de perderla, ¿pero cómo se puede perder lo que nunca se ha tenido? Eso es algo que la mente debería hacerle entender al corazón, sobre todo al corazón de nuestro enamorado rey, quien se torturaba pensando en que debería dejarla ir para que pudiera encontrar la felicidad en otro lugar, lejos de él aunque con ello él debiera arrancarse el corazón para siempre.
Isabella se sentía agradecida con el rey por tanto apoyo y preocupación, su corazón latía por él y más fuerte cada vez que se encontraba cerca de él. Cada día y cada noche disfrutaba de soñarse feliz con su amor secreto, aunque creía que jamás alguien como él podría fijarse en una simple sirvienta como ella, y no sólo él, ningún hombre que conociera su desgracia y eso estaba bien, podía vivir con ello, pues el sólo imaginarse que algún hombre podría tocarla de nuevo le causaba terror y gran ansiedad, así que se conformaba con sólo soñar despierta.
Cada noche, Isabella sufría con la misma pesadilla y estaba tan agotada, pues luego de ello no podía dormir el resto de la noche, aunque lo intentaba. Miguelina le había comprado unas hierbas para preparar un té que le ayudara a dormir toda la noche, pero aún no le había funcionado y siempre era el mismo tormento. El rostro de su atacante continuana siendo una interrogante y eso le atemorizaba, pues sabía que allá afuera había un hombre que le había hecho mucho daño y temía que lo hiciera de nuevo, es por eso que, aunque extrañara tanto salir del palacio, prefería quedarse en el encierro aunque Vladimir intentara persuadirla para hacerla salir de nuevo.
— No, gracias, su majestad, pero prefiero quedarme aquí
— Si me acompañas, prometo permanecer a tu lado a cada instante y protegerte de todo
— Le agradezco el ofrecimiento, su majestad, pero de verdad no quiero salir de aquí
El rey nunca podría perdonarse, aún si Isabella lograra ser la misma de antes, pues el daño ya estaba hecho y el agresor seguía disfrutando de la libertad sin importarle todos los estragos que había ocasionado en la joven.
Isabella no podía luchar contra su gran temor, el contacto físico le costaba demasiado y para todos en el palacio era más que obvio que ella lo evitaba, nadie pretendía presionarla y ni siquiera un abrazo de consuelo le servía, pues ella se negaba a recibirlos, pero se daba cuenta de que el único que había logrado consolarla era el rey Vladimir.
Vladimir había recibido ya cartas de Alondra, quien contaba que si madre sí estaba muriendo y verla agonizar lentamente era un dolor desgastante que no podía mitigar, razón por la cual, la boda no podrían realizarse conforme a lo planeado, Josué y Miguelina, aunque no le deseaban el mal a nadie, estaban contentos de tener más tiempo para perseguir su objetivo.
— Mi niña, — le decía Miguelina a Isabella — sé que tienes miedo al contacto físico, pero...
— No, Miguelina, no tengo miedo, no sé de dónde sacas eso — interrumpía Isabella intentando disimular
— Mírate, mi niña, ni siquiera me dejas tocar tu mano
— Es sólo que... quería cambiar de posición
— No, mi niña, tú no has estado bien desde que tienes esas pesadillas
— No digas esas cosas, Miguelina, claro que yo estoy muy bien
Vladimir, como siempre, espiaba a Isabella logrando escuchar la conversación para sólo sentirse más afligido.
— Así nunca lograrás superar nada
— ¡Yo no tengo nada que superar! ¡Ya deja de decir incoherencias! — respondió Isabella mostrando su nerviosismo
— Sólo quiero ayudarte, pero si no me dejas no podré
— ¡Vete, Miguelina, vete! ¡No quiero ver a nadie! ¡Sólo quiero estar sola!
— ¿Sola? Sola es como te vas a quedar si sigues así, y tú, como Esperanza y Alaisa, tienes derecho a enamorarte y hacer tu vida
— ¡Cállate, Miguelina! ¡No sabes lo que dices! — poco a poco Isabella perdía el control
— Sí lo sé y aunque no quieras escucharlo, te lo voy a decir
— ¿Decirme qué? ¿Que tengo que encontrar un buen hombre y casarme? ¿Que tengo que formar una familia y ser feliz?
— Sí, mi niña, ¡sí! ¡Eso es lo que tienes que hacer!
— ¿Pero porqué tiene que ser así? ¿Porqué todo mundo espera que yo haga eso si no quiero?
— Porque tú no puedes ver qué estás cegada por el miedo
— ¡Eso es mentira!... Es sólo que no quiero casarme nunca — explicaba ella intentando volver a la calma, pero sin lograr convencer a Miguelina.