Escondido en un rincón, Sebastián escuchaba atento.
— Niña Isabella, usted también debería ir a prepararse para el almuerzo — intervino Miguelina recordando que debía actuar como la señorita de sociedad que el rey pretendía que fuera
— Tienes razón, Miguelina, aunque me encantaría qyudarte con el almuerzo
— Ya me ayudarás con otra cosa, niña
— Bien, yo iré a prepararme, pero tienes que prometerme que mientras vas a almorzar también, al igual que Esperanza y Alaisa, siempre terminan almorzando a la hora de la comida y ya les dije que eso no está bien, cualquiera podría decir que en esta casa las explotamos
— Ya, ya, anda sube a prepararte o no podremos almorzar tranquilas.
Realmente estaba impresionado por la manera en que Isabella se comportaba siempre tan propia y respetuosa con la servidumbre, ahora estaba convencido de que esa joven sí era como la hermana de Vladimir, pero bastante peculiar en su manera de actuar.
Al avanzar hacia su recámara, Isabella se percató que el duque pudo escuchar todo lo que dijo, pero en lugar de mostrarse preocupada por ello, decidió ignorar todo y seguir siendo como sólo ella podía ser.
— ¡Sebastián! ¿Está usted bien?
— Oh, sí Isabella, sólo me maree un poco, pero ya se me pasó
Ella sabía que él mentía, pero no pensaba descubrirlo
— ¿Gusta que le ayude a llegar a su habitación?
— Si serías tan amable, aunque no quiero causar molestias
— De ninguna manera, para mí siempre es un placer ayudar a otros
— Te agradezco
— No tarde en bajar, ese mareo pudo haber sido señal de que necesita almorzar pronto
— Te aseguro que no demoraré
— Entonces me quedo tranquila. Lo veo en un rato
En su habitación, Isabella recordaba las acciones del duque, advirtiéndose a sí misma, que debía ser más cautelosa en su actuar mientras él esté en el palacio, comenzaba a entender mejor al rey y hasta estaba pensando en disculparse con él en cuanto tuviera una oportunidad.
Luego de un momento, Isabella estuvo lista para bajar, todos estaban apunto de comenzar a almorzar cuando ella llegó hasta el comedor disculpándose por la demora, lucía hermosa con un vestido en color rosa que el difunto rey le había obsequiado tiempo atrás y le hacía resaltar su tono de piel blanco, el rey Vladimir II se sentía tan atraído hacia ella que prefería guardar silencio para evitar cometer alguna estupidez frente a todos.
Alondra estaba celosa de Isabella y aprovechaba cualquier oportunidad para molestarla, incluso llegó a tirarle la bebida encima sólo para conseguir que se cambiara, pero Isabella no tenía prisa por retirarse de la mesa y solamente se mostró de manera educada y compasiva como siempre.
— No es nada, Alondra, no te preocupes, sólo es tela y pronto secará
— Oh, querida, me siento tan apenada, no sé qué me pasó
— Debes estar muy nerviosa por la fiesta de disfraces, así que te comprendo
— Bastante, con tanta gente desconocida
— No pasa nada
Alondra no sabía cómo hacer para seguir molestando sin ser ella quien quedase como la villana del momento, así que se armó de paciencia y decidió esperar, además, su padre la miraba como si la acusara de algo y no pretendía hacerlo enojar.
— Vladimir, ¿hay algo en lo que te podamos ayudar respecto a la fiesta? — preguntó Sebastián para romper el incómodo silencio en el que estaban después del suceso
— La verdad no sé si haya algo, si me permites, puedo preguntarle a Miguelina
— Si me disculpan, yo puedo ayudar con esa duda — injirió Isabella
— Por favor — sugirió el rey
— Miguelina se preguntaba si deseaban que su mesa quedara justo en el centro del salón, aunque yo considero que estarían mejor ubicados en otro sitio
— ¿Cuál sitio sugieres, Isabella? — preguntó Sebastián
— Hay uno que me pareció muy exclusivo, con vista hacia todo el salón y sin perder la distinción
— Creo que ese suena muy bien, confiaré en tí
— Perfecto, yo me encargo. Señorita Alondra, — dijo mirándola — usted será el centro de atención, espero que eso no le incomode
— Pierde cuidado, querida, ya estoy acostumbrada — responde cortésmente
Mientras Miguelina se encargaba de la coordinar el evento, Enrique había llegado con todo lo que el rey le había solicitado para la cena, Isabella aprovechaba para ayudarlo y así poder compartir más tiempo con él.
— Creo que no deberías hacer eso, linda — sugirió Enrique
— Yo quiero estar aquí contigo, ayudarte es mi pretexto
— Lo que pasa es que tu vestido ya se ensució
— No te preocupes, este no es el que usaré para la fiesta
— Me siento aliviado de escuchar eso
— ¿Y tus hermanas? Deben estar muy emocionadas por la fiesta
— Bastante, desde ayer sólo hablan de maquillajes, vestidos, zapatos y príncipes, se les puso en la cabeza que podrían encontrar a alguien para bailar
— Yo no les quitaría la ilusión de tajo
— De hecho, mamá piensa que es mejor que ellas lo descubran por sí solas
— ¡Isabella! ¿Pero qué haces aquí? — interrumpió Miguelina — ¡Deberías estar preparándote ya para la fiesta!
— Todavía faltan unas horas
— Pero las mujeres siempre tardamos mucho en arreglarmos y hoy, tú debes esmerarte
— Está bien, Miguelina, voy enseguida, primero Enrique debe darme algo — dijo ella estirando la mano hacia él y mirándolo fijamente
— ¿Cómo sabías que no se me olvidó tu flor? — dijo él colocando la flor en su mano
— Te conozco, — responde Isabella percibiendo el aroma de la flor — te veré más tarde, galán
— Contaré los minutos
Isabella subió a su habitación para alistarse. El rey le había hecho llegar un hermoso vestido en color rosa, él adoraba cómo ese color le hacía resaltar su belleza. Además, el vestido llevaba consigo un antifaz y unas alas como de hada. Ella se emocionó tanto al ver ese regalo inesperado, agradeció al cielo por la atención del rey hacia ella y se metió a bañar.