14. Las sospechas del Gran Duque

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Al regresar al palacio, Isabella y Alaisa tomaron nuevamente una postura seria y respetuosa, luego de la cena todo fue mucho más fácil, ya que ahora Isabella podía permanecer en su habitación escribiendo como siempre, imaginando su pedida de mano y su futura boda, aunque continuaba temerosa por la noche de bodas por lo que era mejor no pensar en ello y sólo en lo demás. Comenzaba a dudar si sería capaz de entregarse a Enrique, lo amaba, pero sabía que no era lo suficiente como para sentirse segura al dar ese enorme paso y pedía a sus padres que iluminaran su camino. Por otro lado, Alondra estaba deseosa de dormir con Vladimir, pero al estar su padre en el palacio, sabía que debía comportarse como una señorita decente. — Sebastián, está será su habitación y la de al lado será la de Alondra, espero les sean muy cómodas — mencionó el rey — Te agradezco Vladimir, pero debo cambiar la habitación con mi hija, ella no puede estar tan cerca de ti, espero que me entiendas y no me lo tomes a mal — expresó el duque al ver que la habitación de Alondra estaba pegada a la del rey — Pierde cuidado y será como ustedes deseen — expresó Vladimir — Excelente, ya es hora de dormir, mañana será un día muy largo y con muchas emociones — Hasta mañana, entonces — dijo Vladimir con calma — Descansa, querido, nos veremos en el almuerzo — expresó Alondra Luego de que todos se fueran a dormir, Miguelina asistió a la habitación del gran duque para entregarle la llave de la habitación de su hija. — Su majestad, el rey Vladimir II, desea que usted tenga esta lleva durante el tiempo que ustedes permanezcan aquí, como símbolo del amor y respeto hacia su hija y su distinguida familia — Me siento realmente honrado — expresó el duque sorprendido y orgulloso de su futuro yerno — Si no desea alguna otra cosa, me retiro para que pueda descansar — Adelante Sebastián sentía que la virtud de su hija estaba a salvo, tantos años pensando que ella siempre actuaba tan libertina y con tan mala fama por parte del rey, que casi podía jurar que su hija no llegaría virgen al matrimonio, y ahora con esta pequeña acción por parte del rey, estaba convencido que todo lo que había pensado era erróneo y había decidido nunca volver a permitir que las habladurías le nublaran el criterio propio. Alondra, por su parte, estaba desesperada por salir de su habitación y escabullirse hasta la cama del rey, pero sabía que con ésto, su padre dejaría de molestarla con sus reprimendas y sermones, así que no tuvo otra opción más que sólo dormir. El rey ahora era libre de espiar a Isabella y al resto de sus empleadas sin que Alondra o el gran duque le estuvieran pisando los talones, como siempre su astucia le daba la libertad que tanto amaba. Aunque le fascinaba admirar la belleza de Isabella, ahora sentía que existía una barrera gigante contra la que no podía luchar, el verla tan feliz en su habitación, soñando con el día de su boda, le causaba un ligero dolor, ese dolor que no podía describir al saber que ella nunca sería suya. Así que no tenía más opción que la de refugiarse en los brazos de alguna otra mujer para desquitar el fuego que llevaba en su interior, Esperanza, como siempre, lo recibía en su habitación con los brazos abiertos, pero esta vez, debían evitar cualquier ruido para no levantar sospechas entre sus visitantes. Al terminar, el rey regresó a su habitación fingiendo resolver problemas del reino con unos documentos en mano, así, si al duque se le ocurría observarlo cuando pasara hacia su habitación, se quedaría convencido de que sólo había estado trabajando. Al día siguiente, los preparativos de la fiesta traían a todos los empleados del palacio en apuros desde muy temprano, que si los arreglos florales, que las cortinas, que las mesas... Miguelina había organizado varias fiestas anteriormente, así que sabía muy bien cómo resolver inconvenientes. Isabella se había levantado un poco más temprano que lo acostumbrado para tratar de aliviar la carga de trabajo de sus amigas, comenzó a limpiar y luego a cocinar el desayuno, ese delicioso aroma a café que tanto le gustaba preparar, despertó al gran duque, quien no dudó en bajar a probar. — Isabella, buenos días — Buenos días, gran duque, ¿logró descansar? — Vaya que sí, pero al parecer tú no — No diga eso, yo duermo muy bien — ¿Cómo es que una chica de tu edad no duerme hasta medio día? Si mi hija lograra levantarse a esas horas sería una locura o ella estaría de pésimo humor — Desde niña, suelo despertarme con el primer rayo de sol, así que es muy normal para mí — Quisiera probar ese delicioso café que me atrajo con su aroma — Por supuesto, en seguida se lo llevo al comedor — No es necesario ir tan lejos — replicó el duque mientras tomaba asiento en la pequeña mesa de la cocina Él parecía ser un hombre bueno ante los ojos de Isabella, no entendía cómo es que el rey se había visto obligado a protegerla, aunque quizá lo hacía más por su novia que por él. — ¿Gran duque, le molesta si me siento para acompañarlo? — Para mí sería un placer, pero por favor, llámame por mi nombre, el título no me define como persona — Tiene razón, pero debe ser importante mantener ese rango ante los demás — La verdad no tanto, siempre me temen sin conocerme, ser el duque oscuro tiene sus desventajas, no puedo confiar en nadie, pero tú me inspiras mucha confianza. Isabella y Sebastián tuvieron una conversación por un largo rato, hasta que Miguelina se vio obligada a interrumpir para preparar el almuerzo — Iré a prepararme para el almuerzo, Isabella, ha sido una maravillosa mañana — Lo mismo digo, don Sebastián Sebastián no era tonto y tenía sospechas de que el rey había mentido respecto a Isabella, así que se había quedado cerca para tratar de escuchar la conversación que tendrían esas dos mujeres.
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