Capítulo 3, parte 2

2142 Words
 Nicole mira el ascensor, pero se decide a ir por las escaleras, bastantes emociones ha tenido esta mañana para encima irse en ascensor. Baja pensando en las palabras de Cristóbal. ¿Sería verdad todo lo que dijo? No le contó nada de lo que habló Claudia de ella, sin embargo, sí de lo demás y no quiso dar nombres. ¿Sería para resguardarse a sí mismo o para no provocar más dolor? ¿Y si en realidad no era tan malo como lo había visto hasta ahora? Ya está cansada, resopla y todavía le faltan siete pisos para llegar abajo, veintiséis pisos no son fáciles de bajar. En el cuarto piso, se detiene de golpe y se pega en la frente con su mano. Había olvidado unas carpetas que debe poner a resguardo hasta el lunes si va a seguir trabajando allí. Mira el caracol de la enorme escalera que tendrá que subir de nuevo hasta el piso veintiuno, donde está su oficina y no se siente con las energías suficientes, por lo que sale de allí directo a los ascensores. Cuando se abre la puerta, se sube sin mirar, solo adentro se da cuenta que el mismo hombre al que chocó el día anterior estaba allí. Da un respingo y se pega a la pared opuesta de donde se encuentra él. ―¿Qué le pasa conmigo? Ayer me trató como si yo fuera su peor enemigo y hoy como si fuera un asesino en serie ―pregunta el hombre malhumorado por la actitud de Nicole―. ¿Qué? ¿Acaso me vio en “Los más buscados”? ¡Conteste! ―exclama al ver que la chica no contesta ―Yo… ―Nicole mira al hombre, es alto, un poco más alto que Cristóbal, ojos claros pero no puede descifrar el color, atractivo y en ese momento él la mira con verdadero desprecio. ―Lo siento ―se disculpa ella verdaderamente. ―¿Un “lo siento” lo soluciona todo para usted?  No, ella sabe que no, él no tiene la culpa de sus problemas. El ascensor se detiene bruscamente. Ya es difícil para ella estar en un ascensor unos minutos hasta llegar a su piso, pero quedarse encerrada en uno, es una sensación mucho peor. ―No ―jadea pegándose más a la pared del ascensor. ―¿Qué le pasa? ―consulta el hombre de mal modo. ―Se detuvo… ―balbucea ella aterrada. ―¿Y? ―Esto es una pesadilla... ―No sea ridícula ―se molesta él. Ella mira los botones, pero no logra captar nada, está tan asustada que no logra procesar sus pensamientos. Su respiración se torna agitada, el hombre se acerca temiendo que la mujer tenga un ataque de pánico, pero ella, en vez de ver al hombre que la acompaña en el ascensor, ve a alguien más acercándose amenazante y el pánico la domina por completo y, sin poder controlarse, comienza a gritar y a dar de manotazos para evitar que se acerque. ―¡Cálmese! ―El hombre no sabe qué hacer y no se le ocurre nada mejor que tomar las manos de Nicole e inmovilizarla contra la pared, para evitar que se haga daño a sí misma o se lo haga a él. Nicole lo mira, el terror reflejado en sus ojos lo descoloca, mientras ella se arrepiente en el alma el haberse devuelto. Su respiración es agitada y el corazón que se le pega a la garganta late con fuerza. ―No, por favor ―suplica apenas, ya no se siente con fuerzas para luchar. ―No la quiero lastimar, solo quiero que se calme. Habla con tanta suavidad que Nicole se queda quieta, mirándolo. ―No me gusta esto ―confiesa en voz baja. Él, sin soltarla del todo, presiona el botón para pedir ayuda. La alarma suena, haciendo que ella se estremezca y cierre los ojos. Él la observa detenidamente, es una chica bonita; sin ser escultural como las mujeres a las que él suele frecuentar, tiene algo especial. Mueve su cabeza. Se autoconvence que la vulnerabilidad de la mujer en ese momento, le hace despertar en él un instinto de protección, nada más, no le atrae y jamás se acercaría a ella con otra intención. No le gustan para nada las mujeres histéricas. El ascensor vuelve a andar, faltan dos pisos para llegar a su destino, pero esos segundos se le hacen eternos. ―¿Más tranquila? ―No ―contesta sinceramente con la cabeza baja. Solo cuando el ascensor se detiene y abre sus puertas, él la suelta, ella lo mira brevemente, totalmente avergonzada, y sale avanzando rápidamente a su oficina, sin mirar atrás por lo que no se percata que él viene en pos de ella. Al entrar ve sentada allí, en su escritorio, a Claudia, su amiga, con aire suficiente, parece la dueña de la empresa. ―¿Y tú? ―pregunta Nicole sorprendida de verla en ese lugar. ―Ocuparé tu puesto, ya que renunciaste ―explica ella fríamente. ―¿¡Qué?! ―Cristóbal me acaba de ofrecer tu puesto ―dice dedicándole una cínica y odiosa sonrisa. ―¡Mientes! ―grita Nicole fuera de control. ―Pregúntale… Ah, no, me olvidé que ya no hablas con él después de... ―se burla abiertamente de ella. ―Acabo de hablar con él y el lunes vuelvo a tomar mi lugar, hoy tengo el día libre ―cuenta Nicole a modo de explicación. ―Qué ingenua, amiga, Cristóbal no te dio el día libre, te dio el resto de los días libres, si te arrepientes de haber renunciado, entonces será él mismo quien te despida. Me pidió a mí que me hiciera cargo. Es más, ¿sabes que me dijo? Que estaba cansado de tus acosos. ―No es verdad, Claudia, sal de aquí. ―Es verdad, ya no trabajas aquí, por si no lo sabías. ―Eres tú la que no sabes nada, ¡sal de aquí! ―Esta oficina ahora es mía, Nicole, la que se tiene que ir eres tú, ¡fuera! ―ordena en un chillido. Toma una de las carpetas que hay encima del escritorio, precisamente la que nadie debe ver, con asuntos confidenciales de la empresa y la abre presumiendo de trabajar. Nicole, al borde de la conmoción, toma el teléfono de su escritorio y marca el anexo de su jefe. ―Don Cristóbal, habla Nicole… No, no, todavía no, vine a ver unos documentos a mi oficina, luego me voy… Lo que pasa es que Claudia, mi “amiga”, dice que mi puesto es de ella, que usted… ―Claudia arrebata de las manos de Nicole el teléfono y lo cuelga con furia. ―¿Por qué hiciste eso? ―reclama Nicole enojada por la actitud de su otrora amiga y compañera de departamento. ―¡Eres una estúpida! ―gruñe Claudia saliendo de la oficina. Nicole apoya sus dos manos en el escritorio respirando fuerte en un vano intento de calmarse, lo cual es muy difícil después de todas las cosas vividas en apenas dos días. Se siente al borde de un colapso nervioso. Siente que a cada momento su vida se va más en picada, no puede pensar claro y siente que en cualquier instante se va a desmayar, pero ella no es una debilucha y se obliga a enderezarse, toma aire para sobreponerse, ha salido adelante de cosas peores en su vida y esto no la va a derribar ni a hacer retroceder. ―¿Algún problema? ―pregunta una voz de un hombre a su espalda. Ella baja la cabeza, derrotada, rodea el escritorio y se deja caer en el sillón sin mirar al hombre que la siguió desde el ascensor. ―¿Por qué no se va? ―suplica, se cubre la cara con ambas manos, no quiere ver a nadie y mucho menos a ese hombre con el cual, de las dos veces que lo ha visto, las dos ha hecho algo estúpido. Y no quiere seguir humillándose ante él. ―Porque quiero saber qué es lo que está pasando ―contesta el hombre sin emoción. ―No pasa nada. ―Se encoge de hombros sin querer mirarlo.  ―¿Segura? No fue eso lo que yo vi. ―El hombre no parece tener ningún deseo de irse sin una respuesta. ―Mire, usted no es nadie aquí. ―Él hace una mueca irónica―. Si pasa o no pasa algo en esta oficina a usted sería al último al que se lo diría, así que, por favor, váyase, le agradezco lo que hizo en el ascensor, pero ya no tiene nada que hacer en este lugar. Nicole toma la carpeta de su bandeja, sus manos tiemblan levemente y la guarda en un cajón con llave de su escritorio. Se levanta y mira al hombre que se mantiene implacable en la puerta, no está dispuesto a irse sin saber lo que ocurre. ―No pasa nada, de verdad. ―Su delgada voz parece un ruego―. Permiso. Él no se mueve ni un solo milímetro, cerrando el paso de Nicole que camina unos pasos hacia el hombre, espera que al ver su decisión para salir, se mueva, pero no es así. Le sigue cerrando el paso. ―Quiero salir ―ruega mirando justo al frente, sus ojos quedan justo en la V de su saco, mirando a su corbata color esmeralda. ―¿Qué es lo que está pasando aquí? ―pregunta una vez más, agacha la cabeza y  busca su mirada. ―Nada, ya se lo dije ―le responde alzando un poco la cabeza para encontrarse con esos ojos que parece que quieren mirar más allá, a su interior, a su mente. El teléfono suena en ese momento, cortando la tensión que hay entre los dos. Ella se da la vuelta y camina hasta su escritorio. Toma el auricular para contestar. ―¿Sí? ―pregunta la joven, sabe bien quién la llama. ―¿Qué está pasando, Nicole? ―Cristóbal al otro lado de la línea. ―No, no pasa nada ahora. ―contesta cada vez más cansada. ―¿Por qué me llamaste? ¿Qué ocurre con Claudia? ―Nada, es que... cuando llegué aquí me dijo que usted le había ofrecido mi puesto, como yo había renunciado... ―Sabes que eso no es verdad. ―Yo se lo dije, pero como no quiso hacerme caso, lo llamé a usted. ―¿Sigue ahí? ―No, se fue, ella me quitó el teléfono y colgó, se enojó mucho porque lo llamé. ―Pero ya te dejó tranquila. ―Sí, sí. ―Cualquier problema me lo informas de inmediato, no permitiré que esa niña te moleste. ―Gracias ―atina a responder la joven. ―¿Te vas pronto? ―pregunta Cristóbal con voz sedosa. ―Sí, vine a ver una carpeta que debía poner a resguardo, pero ya me voy. ―Cuídate, Nicole, nos vemos el lunes y descansa, no se te oye muy bien ―se despide con voz tierna. ―Sí, gracias. Suspira cuando corta, sabe que las cosas no están bien para ella. Y ahora debe enfrentarse con ese desconocido. Se da la vuelta lento, es demasiado humillante tener que verle la cara a ese hombre después de las escenitas que ha hecho en su presencia. Nicole mira hacia la puerta, él ya no está y se siente aliviada, por lo menos ya no la seguirá hostigando. Se sienta, sus piernas parecen estar hechas de lana, le tiemblan. Lo bueno de todo es que sabe que sigue con trabajo y espera que Cristóbal no vuelva a acosarla, por lo menos no como lo había hecho los últimos días. Se intenta poner en pie, pero cae de nuevo en la silla y se queda allí un momento. No será capaz de caminar, mucho menos de manejar, así es que decide esperar un momento para calmarse. Cuando puede levantarse, lo hace, toma sus cosas, siente que no tiene fuerzas ni siquiera para sujetar su cartera. Se detiene en el pasillo, reflexiona en su mente si bajar por las escaleras o por el ascensor. Ve los pro y los contra. Las escaleras son más seguras para ella, aunque ahora, con sus piernas que le flaquean y la tensión nerviosa que la domina que la hace temblar, no sabe si será capaz de bajar los veintiún pisos; por otro lado, está el ascensor, pero no quiere pasar otra vergüenza como la de hace unos minutos atrás, mucho menos quiere quedarse encerrada sola, y si ya había fallado, podía volver a hacerlo. Al final, se decide por las escaleras, prefería cansarse que vivir otra humillación como la de hacía un rato.  
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