Cerca de una hora más tarde, Nicole deja de llorar y se mete a la tina, su celular suena muchas veces, pero nadie importante tendría por qué llamarla, por lo que lo más probable es que sea su jefe... su ex jefe, Cristóbal, y no quiere contestar.
Luego de relajarse con el baño, intenta quitar las marcas de congestión de su rostro que parece una frutilla madura después del ataque de llanto. Lo disimula bastante bien con el maquillaje, aunque quien la conozca, sabrá que su rostro no está maquillado, está casi “estucado”, ni un pintor de brocha gorda hubiera hecho un trabajo mejor en su cara, se dice mirando su cara en el espejo. Sonríe ante sus pensamientos, intenta encontrar el lado amable, no le gusta llorar, pero a veces, el hacernos los fuertes nos pasa la cuenta tarde o temprano, y ahora es el turno de Nicole, que siente la liberación que viene después del llanto, pero a la vez, siente esa opresión en el pecho de saber que puede encontrarse con Cristóbal. Y no quiere.
Pero, ya qué más da. Sabe que él no la va a violar...
Sacude la cabeza con violencia, no le gusta esa palabra, no le gusta...
Sale apresurada del departamento y camino a la oficina, apretada en el metrotren, no tiene ni tiempo ni espacio a pensar. Y eso le parece bien. Así es mejor.
―Hola, René, ¿cómo estás? ―saluda al hombre que está sentado ante un pequeño escritorio.
―Bien, Nicole, ¿y tú? Supe lo que pasó. ¿De verdad vas a renunciar?
René es un hombre de unos cuarentaypocos, jefe del área de Recursos Humanos y el reemplazante de Nicole cuando ella sale de vacaciones o debe viajar por razones de trabajo.
―Sí, renuncio, René, no puedo seguir trabajando aquí ―responde lacónica.
―¿Tuviste problemas con el jefe?
―Sí ―corta molesta.
―Él quiere que vayas a su oficina ―le informa el hombre con una cuota de timidez y molestia.
―Yo no quiero verlo.
―¿Por qué no vas? Tal vez te dé otra oportunidad.
―No quiero otra oportunidad, René, lo que quiero es irme de aquí.
―Te va a costar mucho encontrar otro trabajo, además creo que llegará un nuevo jefe, ya no tendrías que tratar con Cristóbal.
―Pero ahora no quiero hablar con él.
René parece preocupado, ansioso, se refriega las manos, nervioso.
―¿Qué pasa, René? ―pregunta Nicole al verlo así.
―Nicole, es que si no vas el jefe me despide.
―¿Él te dijo eso?
―Bueno, no así exactamente, pero…
―Te amenazó.
―No lo digas así, que suena horrible.
―Así es como es.
―Pues...
―Está bien, voy a ir ―accede la joven, no quiere que otros tengan problemas por su culpa.
Nicole toma aire para relajarse. Por lo menos está segura que él no la abusaría. Eso había dicho la noche anterior.
―No tienes que hacerlo si no quieres ―reconoce el jefe, resignado.
―Lo haré, quiero saber qué es lo que tiene que decirme ―replica con decisión.
René la mira, esa muchacha podría ser su hija y si es cierto lo que se dice, que ella lo había acusado de acoso, él no querría que lo volviera a ver; en cambio, si los chismes que corrían, de que era al revés, que ella se le entregó en bandeja y él no aceptó, mucho menos querría que se fuera a humillar frente a un hombre así. El problema es que ella no era su hija, por lo que no puede decirle qué hacer, además, Cristóbal Medero fue muy claro, Nicole debía ir a su oficina o le pesaría. Si no fuera por la familia que tenía detrás, hubiese dejado el empleo para no exponer a Nicole, pero no podía, con dos hijas y a sus cuarenta y cuatro años, no tiene muchas opciones.
La joven da la vuelta con decisión y sube por las escaleras los cinco pisos que separan ambas oficinas. Ruth está como siempre, inmóvil e impecable en su lugar y antes de que pueda hablar, incluso antes de llegar al escritorio de ella, ya Nicole había sido anunciada con Cristóbal.
―Te está esperando. ―Es el cortante saludo que recibe de la secretaria de Cristóbal. Ruth es amiga de Claudia y seguramente ya le había ido con el chisme, a su manera, por supuesto.
Nicole entra sin golpear, una vez más, se siente empequeñecida por la enorme oficina, esta vez Cristóbal la espera con una enorme sonrisa, como si nada hubiese pasado entre los dos.
―Nicole, linda, viniste. ―Él se levanta de su asiento de forma galante y va a su encuentro.
―Usted me mandó llamar ―responde cortante, poniendo sus manos frente a ella para evitar cualquier acercamiento de parte de él que queda parado a unos pasos de ella.
―Sí, quería aclarar lo sucedido entre ambos ayer.
―Usted dirá…
―Pero, siéntate, por favor.
Ella duda un momento.
―Prefiero quedarme de pie ―contesta al fin.
―Por favor, es un acto de cortesía ―le informa volviendo a su asiento.
Nicole se sienta justo después que él volviera a hacerlo.
―Dígame ―insiste ella.
―No quiero que te vayas así, Nicole, no renuncies, no quiero que te quedes sin trabajo, sé que lo necesitas y no lo puedes dejar por una idiotez mía.
―No puedo seguir aquí ―espeta con molestia en sus ojos.
―Juro que no volveré a molestarte.
Ella lo mira incrédula.
―¿Y cómo podré estar segura?
―Te doy mi palabra.
―No sé… ―Duda ella.
Él se levanta y rodea el escritorio, ella se levanta con celeridad al ver este ademán de él y camina hacia atrás en dirección a la puerta, sin dejar de mirarlo con ojos de conejo asustado. Él hace un gesto de dolor y baja la cabeza, abatido.
―No te lastimaré, Nicole, nunca lo he hecho, es sólo que...
La puerta se abre de golpe y entra un hombre que se queda mirando la escena con cara de pocos amigos.
―¿Qué pasa aquí?
―Nada, Bernardo ―contesta Cristóbal con naturalidad, volviendo a su asiento.
―¿Quién es usted? ―le pregunta a Nicole mirándola de pies a cabeza.
―Nicole Zuñiga, soy… era... ―corrige, pero se queda muda.
―Ella es la Gerente de Recursos Humanos ―contesta Cristóbal por ella.
―Mi nombre es Bernardo Egaña, asistente y mano derecha del nuevo dueño de las empresas Medero ―informa él al ver que ella no habla.
―¿Nuevo dueño? ―pregunta Nicole incrédula, mirando a Cristóbal.
―Socio ―aclara Cristóbal ―. De todas formas, la joven ya se iba.
―¿Hay algún problema en su departamento?
―Si el que yo esté renunciando en este momento es un problema, entonces sí.
―¿Renuncia? ¿Por qué?
―Problemas... personales ―contesta mirando a un alicaído Cristóbal.
―¿Quién queda en su lugar?
Nicole y Cristóbal se miran, todo ha sido tan rápido que no han tenido tiempo ni siquiera para pensar en ello.
―Estaba convenciendo a Nicole para que se quedara, es una excelente profesional ―acota Cristóbal―. No hay reemplazante para ella.
―¿Y la convenció? ―interroga a la joven mirándola fijamente.
―No ―responde altiva.
―¿Hay alguna forma de hacerlo?
―Bueno, si hay un nuevo dueño, tal vez podría quedarme en mi puesto, el problema es que hoy no puedo quedarme, tengo un compromiso.
―Pero este es su trabajo, no puede irse ―refuta Bernardo.
―Lo sé, pero yo venía a renunciar y me comprometí para más tarde ―explica con firmeza.
―¿Y si estuviera trabajando?
―Pero no lo estoy, si no hubiera sucedido lo de ayer ―recalca lo último mirando a Cristóbal―, seguiría trabajando, pero después de lo ocurrido, renuncié e hice planes, no puedo quedarme.
―No sé si nos sirva alguien que no tiene compromiso con su trabajo, aquí se necesita entrega y responsabilidad ―apostilla el otro.
―Entonces me voy, no voy a faltar a mi compromiso, ya empeñé mi palabra y no quiero fallar ―advierte ella.
―Bernardo, ella es muy eficiente y responsable, ayer ocurrió un hecho muy lamentable para ella, por lo cual renunció de forma inmediata y yo la entiendo…. ―interviene Cristóbal.
―¿Y qué puede haber sido eso tan “lamentable” si se puede saber?`
Este hombre es muy odioso, piensa Nicole, es duro e inflexible, parece que no tuviera sentimientos. Y la mira de una forma extraña, como si se burlara de ella.
―Acoso s****l… Fui casi abusada ―explica con firmeza, Cristóbal la mira sorprendido―. Si usted quiere que me quede, asegurándome “ambos” que no volverá a ocurrir un evento similar, el lunes no tengo ningún problema en seguir con mi trabajo, pero hoy no, hoy no puedo ni quiero, no me siento preparada para quedarme después de lo de ayer y lo de “anoche” cuando ese hombre llegó hasta mi propia casa, acechándome.
Bernardo mira a su colega que, culpable, observa a Nicole.
―Supongo que se tomaron cartas en el asunto, Cristóbal. ―Éste asiente con la cabeza levemente―. Lamento mucho el modo de tratarla con tan poco tino de mi parte y como hoy es viernes, tómese el día libre, así tendrá todo el fin de semana para calmarse y olvidarse un poco de esta desagradable situación ―comenta con un tono de voz mucho más calmado y suave―. Pero siga trabajando, por favor, será un período de transición y como tal, no son buenos más cambios que los necesarios en una etapa así y si Cristóbal aboga por usted, por algo será.
―Está bien, don Bernardo, gracias y no se preocupe, el lunes retomaré mi trabajo, como siempre.
―Soy yo el agradecido, Nicole, y si vuelve a tener un problema similar no dude en avisarnos, aquí no permitiremos abusos de ningún tipo, mucho menos los de ese tipo a las mujeres.
―Eso espero ―responde cortante mirando a Cristóbal.
Bernardo mira a su par con gesto confuso.
―Bien, bien, nos vemos el lunes ―se despide Bernardo saliendo de la gran oficina―. Hablamos más tarde, Cristóbal, arregla todo con ella para que descanse y se quede con nosotros, haz lo que sea necesario.
―Eso estaba haciendo cuando llegaste ―replica el otro.
Cristóbal mira a Nicole con gesto culpable.
―Siento mucho lo que pasó, Nicole. ―Se levanta y se detiene a unos pasos, alejado de ella.
―Un “lo siento” no cambia nada ―afirma ella, altiva.
―¿Podrás perdonarme alguna vez? ―Da un paso hacia ella al mismo tiempo que ella retrocede uno también―. No me temas, por favor.
―Después que me ofreció golpes, me arrinconó, ayer fue hasta mi departamento… ¿Cómo quiere que no le tenga miedo?
―Anoche no fui por ti ―intenta explicar―. Nicole, yo sé que me comporté como un idiota…
―Como un sicópata ―corrige ella sin dejar de sentir recelo.
―Lo sé y lo lamento.
―Me… me tengo que ir ―dice la joven volteándose y caminando hacia la puerta.
―Nicole…, por favor.
Ella se queda quieta unos segundos de espaldas a él, dándose el ánimo necesario para encararlo, y calmar su respiración. Se vuelve y lo mira con una actitud desafiante que no llega a sus ojos, en ellos solo se refleja el terror. A Cristóbal no le gusta ver eso en los ojos de ninguna mujer, no, lo suyo se basa en la confianza, no en el terror, un poco, tal vez, lo suficiente para que la adrenalina haga lo suyo, pero es un miedo controlado, no el que ve en los ojos de su empleada en estos momentos y se da cuenta de que cometió un error difícil de reparar. No debió ser tan franco, ahora sabe que debe usar otro método si quiere llevarla a la cama como es su deseo. Ninguna mujer se le ha escapado nunca y no será esta la primera vez.
―¿Por qué ahora este cambio? Hasta ayer no le importaba nada, me acosó al límite, me intimidó, atormentándome sin preocuparse de mí, me… ―Los ojos de Nicole se humedecen, tiene miedo, lleva demasiado tiempo soportando los acosos de ese hombre que le recordaban su horrible vida anterior y aunque en los últimos días su actitud intimidante había sido mayor, lo que hacía antes no era menor.
―No estoy acostumbrado a que me rechacen ―explica justificándose―. Cuando tú rechazabas mis insinuaciones “normales”, creí que te hacías la difícil buscando que yo me aferrara más a ti, pero luego escuché algunos rumores de tus compañeros, averigüe un poco y…
―¿Qué decían? ―interroga Nicole sorprendida, ella no conversa con nadie de la oficina más de lo necesario para su trabajo.
―Que te hacías la difícil conmigo cuando tú… no discriminabas con quien te acostabas y…
―¿¡Quién dijo eso?!
―Eso no importa, no vale la pena, Nicole.
―¿Qué más le contaron?
―Que te gustaba los hombres que te…
―¿¡Que qué!? ―Nicole está impaciente y atónita.
―Nicole, cuando te veía... tu actitud silenciosa, de bajo perfil...
―¿Puede hablar más claro?
―También te vi con esos libros… ―Cristóbal no se atreve a decir nada, se da cuenta que la chica está casi al punto del colapso por lo que acaba de enterarse.
Nicole comprende entonces. Claudia le había pedido que pidiera unos libros en la biblioteca, los que están de moda, pero ¡ni siquiera eran para ella!
―¿Pensó que yo era…? ¿Creyó que…? ―La rabia puede más con ella y lágrimas de verdadera frustración salen de sus ojos―. ¿Se imaginó que por tener un simple libro yo era casi una…?
―No creí que fueras nada, solo pensé que te gustaría.
―¡No! ―contesta ella con firmeza―. ¡Ni siquiera los he leído!
―Lo siento, Nicole, de verdad. ―La sinceridad de las palabras de Cristóbal no se reflejaban en su mirada que parecía más bien molesta y confundida.
―Yo quiero saber quién fue que le dijo que yo era una…
―Ya te dije que no vale la pena. No llores, por favor.
Cristóbal no se acerca a ella, no quiere asustarla más, su estrategia debe ser otra de ahora en adelante, tendría que ser el hombre comprensivo, el amigo, el pañuelo de lágrimas. Para él no será problema, conoce bastante de mujeres como para saber tratar a cada una de ellas y lograr de ellas lo que él quisiera. Fuese lo que fuese.
―¿Por qué ayer estaba con Claudia? ¿Por qué la llevó al departamento?
―¿Estabas allí? ―preguntó fingiendo estar sorprendido.
―¡Contésteme!
―Fuimos a tomar unas copas por acá cerca, no estábamos solos, fuimos varios de aquí de la oficina, pero tu amiguita tomó más de la cuenta, no estaba en capacidad de manejar y me ofrecí a llevarla, eso es todo. O era yo o era Erick y supongo que tú ya lo conoces, a él no se le escapa ninguna mujer, no le importa nada y con Claudia en esas condiciones, era presa fácil. Si estabas allí, te habrás dado cuenta del estado en el que llegó.
Nicole se encoge de hombros para contestar que no tiene idea, no aceptaría ante él que ella estaba allí.
―Yo no estaba, pero hoy estaba muy enojada. ¿Le dijo algo de mí?
―Nada que valga la pena.
La joven asiente con la cabeza.
―Me tengo que ir ―murmura secándose las lágrimas con la mano.
Cristóbal saca su pañuelo y se lo extiende, ella lo mira extrañada, él vuelve a estirar el pañuelo.
―Tómalo, por favor.
―Gracias.
Se seca las lágrimas con cuidado de no correrse el maquillaje y cuando termina, no sabe si devolverlo o no. Él tiende su mano y suavemente se lo quita.
―¿Nos vemos el lunes? ―pregunta con ternura.
―Sí ―contesta ella en un susurro.
Nicole lo mira unos segundos y luego da la vuelta nuevamente para salir.
―Escoge mejor a tus amigos, Nicole ―advierte él justo antes de que ella salga―, quienes se dicen tus amigos, no lo son en absoluto.
―Ya me di cuenta ―admite ella cruzando la puerta.
―¡Nicole! ―la llama con celeridad antes que cierre la puerta.
Ella ya no sabe a qué está jugando. Se detiene y se vuelve con cautela, lo mira y en su mano tiene la llave de su automóvil.
―Se las pedí a Claudia anoche, ella quería ir manejando, estaba esperándote para entregártelas a ti, no se las quise dar a ella ―le explica con naturalidad―. Tu auto está donde siempre.
―¿Cómo sabía que era mi auto y no el de ella? ―pregunta ella sorprendida.
―Me lo dijo anoche… ―Al parecer quiere seguir hablando pero se calla, tal vez Claudia comentó algo y no se lo quiere decir.
―Gracias ―reconoce ella con una media sonrisa.
Ambos caminan a encontrarse el uno con el otro y ella toma las llaves de mano de su jefe, que roza los dedos femeninos sin dejar de mirarla.
―Cuídate, ¿sí?
―Sí ―musita ella, gira sobre sus talones y sale de la oficina cerrando la puerta.
Cristóbal observa la puerta cerrada y sonríe, muy pronto Nicole Zúñiga será suya y ella no se dará ni cuenta cómo habrá llegado a sus brazos. Una mujer como esa no se le va a escapar.