Cuando Nicole llega a su casa, se cambia la ropa y se coloca un buzo deportivo, ella irá esta tarde a jugar con Lucas a la plaza, quiere liberarse de tanta tensión y qué mejor que hacerlo jugando y corriendo con su pequeño niño.
Pero antes de partir a encontrarse con él, ordena el departamento que Claudia desordenó por la mañana y que no limpió enseguida por ir a la oficina antes que se hiciera tarde. Muchas cosas tiradas en el suelo daban muestras de la furia de su amiga aquella mañana. Jamás se imaginó que pudiera ser de esta forma. Cuando la conoció era una niña dulce y cariñosa, con un gran dolor dentro de cosas que nunca quiso hablar; con el paso del tiempo, cuando comenzó a tener más prestigio, más dinero… en realidad, Nicole no sabe muy bien cuándo las cosas empezaron a cambiar, Claudia se hizo orgullosa y altiva, se creía que todo el mundo le debía pleitesía, se volvió una engreída caprichosa y ahora todo debe hacerse de acuerdo con sus requerimientos, de otro modo... ¡Sálvese quien pueda! Y, aunque Nicole ya se está hartando de ella, no solamente ahora, claro que no, sino que, desde hacía mucho tiempo, no ha sido capaz de dejar el departamento e irse a otro lugar, no había querido dejarla sola con todos los gastos del departamento, que no son menores considerando el lugar en el que está ubicado y el tamaño que es. Pero ya la gota había rebalsado el vaso y esto no se quedaría así, debe irse sí o sí. Por lo menos sigue con trabajo, lo que le facilita bastante las cosas, puede cargar con el arriendo sola, sin tener que depender de nadie, es Claudia quien no puede hacerlo, con su sueldo de secretaria de Relaciones Públicas, no puede costear un departamento de la naturaleza en el que viven.
Únicamente cuando termina de ordenar aquel desastre, Nicole sale al encuentro de Lucas, mira su reloj, todavía tiene mucho tiempo, pero, aun así, no quiere llegar tarde, no quiere que el niño piense que ella no va a acudir. Quisiera que ese niño jamás tuviera una tristeza, si de ella dependiera, haría que él siempre fuera feliz. Lo tendría en una burbuja, aunque sabe que incluso si fuera su propio hijo no podría hacerlo, sus deseos son liberarlo de todo dolor.
Llega a la plaza a tiempo, el solo hecho de estar ahí, de saber que verá esos hermosos ojos y esa bella sonrisa, la hacen olvidar sus propios problemas. Sonríe, ¿cómo es posible que un niño que apenas conoce llene de ese modo su vida?
Lucas corre a encontrar a Nicole en cuanto la ve sentada esperándolo en el parque, dejando a su abuela atrás con una enorme sonrisa de alivio; a pesar de estar segura de que esa joven aparecería, siempre está ese pequeño gramo de duda.
―¡Viniste! ―grita el niño mientras se lanza a los brazos de su nueva amiga.
―Te dije que vendría ―contesta al momento de envolverlo fuerte en su regazo, necesita un abrazo fuerte y sincero en este momento y quién mejor que ese niño para dárselo.
―Mi papá no creía que vendrías.
―Claro que sí, él no me conoce, pero yo cumplo mis promesas, además... no podía dejar de verte.
―Mi papá dijo que el próximo sábado puedes venir a casa.
―¿Seguro? ―pregunta con miedo y mira a Eloísa que camina lentamente hacia ellos.
―Sí, de verdad, voy a llamar a mi mamita Eloísa para que te lo diga ella.
―No, no hace falta, cuando se vayan te voy a dar mi teléfono.
Este no es momento, Nicole no se siente bien, al apretar entre sus brazos a ese pequeño, una emoción la embarga y ahora está a punto de llorar, sin saber muy bien si de alegría, pena, dolor... Sólo sabe que, en cualquier momento, por cualquier motivo, estallará en llanto y necesita calmarse.
―Yo le digo a mi papi que te llame, ¿sí? ―ofrece el niño ajeno e inocente a lo que le ocurría a Nicole.
―Bueno ―contesta ésta sonriendo.
―Voy a jugar, ¿me miras?
―Te acompaño ―indica la joven, siguiendo al niño que, ni corto ni perezoso, toma de la mano a Nicole y la lleva hasta unos toboganes gigantes de tubos, le dice que se coloque a la salida de uno mientras él se sube y se lanza, apareciendo ante los ojos de su amiga con una gran sonrisa feliz. Sus ojitos brillan como nunca lo habían hecho.
Luego la lleva a otro tobogán y la vuelve a dejar allí para tirarse otra vez. Nicole saca su celular y cuando aparece el niño, le toma una fotografía. Ahora la lleva casi corriendo a los columpios y le pide que le empuje, mientras ella toma otra fotografía.
Así de juego en juego se les pasa la hora, Nicole se había olvidado de todos sus problemas y las rabias y miedos del día. Está feliz. Ese pequeño niño con su sola presencia la hace feliz.
―¿Vendrás mañana? ―le pregunta Lucas.
―Sí, ¿tú vienes también los fines de semana?
―¿Qué día es mañana?
―Sábado.
El niño se entristece y hace unos deliciosos pucheros.
―¿Qué pasa? ―pregunta ella sentándose en una banca y tomándolo en sus brazos.
―Yo no vengo los sábados ni los domingos, no voy al colegio y cuando está mi papá me lleva a otras partes.
―Bueno, pero nos podemos ver otro día.
―¿El lunes? ―Se le ilumina la mirada.
―No podré volver a venir ya en la semana, el lunes tengo que trabajar y saldré tarde.
El niño vuelve a hacer un puchero con sus ojos vidriosos y corre hacia su abuela. Nicole se siente culpable, pero no puede dejar de trabajar por él. Se levanta de la banca y va en busca de la abuela que, después de hablar con su nieto, camina también hacia ella.
―Hola, Nicole. ―La abuela de Lucas, muy elegante pero muy sencilla y agradable, saluda a la joven con dulzura.
―Buenas tardes, señora.
―Llámame Eloísa, mi nieto se ha encariñado mucho contigo en estos dos días.
Nicole mira al niño que está escondido detrás de su abuela, hace un gesto de frustración.
―Es un niño muy especial ―concede Nicole con tristeza por el sufrimiento del niño.
―Sí, lo sé y por lo mismo me sorprende mucho este repentino cariño hacia una desconocida, él no es así, al contrario, no es muy dado a las personas.
―Somos dos ―confiesa Nicole un poco tímida.
―Me dice mi nieto que ya no vendrás en la semana.
―Es cierto, lo que pasa es que ayer y hoy tuve libre en mi trabajo, pero el lunes tengo que volver y mi horario es hasta las seis, no alcanzaré a venir a verlo.
El niño se esconde más en las piernas de su abuela, llorando despacio.
―Claro, lo entiendo. El próximo sábado estás invitada a nuestra casa, ¿te lo dijo mi nieto?
―Sí, me lo mencionó y agradezco la invitación.
―¿Vendrás?
―Si no es molestia.
―Por supuesto que no, al contrario, Luquitas quería invitarte mañana, pero mi hijo quiere estar presente y mañana debe viajar al sur y no estará en casa. Aunque de todos modos podrías ir mañana y el próximo fin de semana, sé que mi nieto estará encantado y de ese modo no te extrañará tanto ―ofrece Eloísa.
―¿No será mucha molestia, señora Eloísa? Apenas sí me conocen.
―Por supuesto que no.
―¿Y si su hijo se enoja?
―No tiene por qué, déjamelo a mí. ―Le guiña un ojo cómplice.
―Es que como él quería que fuera el próximo fin de semana...
―Mi hijo es un cascarrabias al que no hay que hacerle caso.
Nicole sonríe sin saber qué decir, ella no conoce al papá de Lucas, por lo que no puede opinar.
―¿No quieres venir? ―pregunta el niño asomando la cabecita de detrás de su abuela.
Nicole se derrite ante la mirada triste del niño.
―Yo por mí encantada, pero no quiero que tengan problemas por mi culpa ―termina mirando a la abuela.
―No te preocupes. Mira, a nuestra casa no llega locomoción, te bajas en la Estación Los Dominicos y te mando a buscar, si quieres.
―Tengo auto, puedo llegar sola si les parece.
―Excelente, mira, anota mi dirección. ¿Tienes dónde escribir?
―Lo anoto en mi celular.
Mientras las mujeres intercambian sus datos, Lucas aprovecha para jugar otro rato, más feliz que nunca de saber que Nicole irá a su casa al día siguiente.
● ● ●
―Te dije que quería estar presente cuando viniera esa mujer ―increpa Esteban a su madre por la noche al enterarse de la invitación a Nicole.
―Pero, hijo, no te pongas así, se ve una chica bien.
―Se “ve”, mamá, pero ¿lo es? ¡No sabes nada de ella! ―Esteban echa fuego de ira por cada poro de la piel, pero su madre no se inmuta.
―Hoy hablé con ella, es una niña decente y educada, además de linda.
―Puede ser Angelina Jolie, pero no sabes nada de ella. ¿Qué tal si es una ladrona profesional o una asesina en serie?
―¡Ay, hijo, por favor! ¿Cómo se te ocurre decir eso? Además, si lo fuera, ¿qué diferencia habría si tú estás aquí o no?
―Yo les puedo defender.
―Para eso está Tomás, él está a cargo de nuestra seguridad, ¿o no?
―Eso no me basta.
Eloísa mira a su hijo, es cierto que jamás se habían encontrado en una situación así, pero él nunca antes reaccionó así con nadie. No entiende qué es lo que le ocurre.
Esteban da la espalda a su mamá, sabe que está siendo exagerado, pero no puede evitarlo, si pierde a alguno de los dos no sabría cómo seguir viviendo. Además, no quiere perder la cabeza por una mujer y eso es, precisamente, lo que su madre busca, ¿y si esa mujer sabe quién es Lucas y todo lo está haciendo para ganarse al niño y luego a él para conseguir su fortuna? Suena a plan retorcido, pero no puede evitar pensarlo así.
―Hijo, escúchame, yo la vi, hablé con ella, me dio su número de teléfono y de celular, ¿qué más quieres? Si la conocieras, te darías cuenta de que es una niña preciosa, sencilla y muy agradable ―aboga la mujer, desesperada.
―Está bien, mamá, pero le diré a Tomás que no se aparte de ustedes y en cuanto se vaya, me llamas para saber cómo les fue con su visita y cómo están ustedes, ¿me lo prometes?
―Claro que sí, te lo prometo. ―La mujer se acerca a su hijo y le acaricia la espalda, el hombre se voltea y la ciñe a sí mismo, aunque ella es mucho más baja que él, abrazarse a ella lo hace sentirse reconfortado y seguro.
―No quiero perderlos. ―En su voz se percibe el temor.
―Lo sé, hijo, pero te aseguro que ella es una buena muchacha y aprecia a Luquitas.
―Pero si apenas lo conoce.
―Eso no significa que no pueda quererlo.
Él se aparta de ella un poco para mirarla, tiene miedo de encontrarse una arpía que lastime otra vez a su hijo. Con Perla ya fue suficiente y no quiere otro tropezón, aunque lo que su mamá dice también es cierto.
―Lo sé, mamá, pero…
―Sé que desconfías, hijo, también sé tus razones, pero no puedes dudar de todo el mundo. Y ella me da confianza.
Esteban mantiene su mirada en los bellos ojos azules de su madre, ella nunca confió en su exmujer ni en la niñera que trabajó allí cuando Lucas era bebé después de que su esposa lo dejó. El dolor y la impotencia de esa época no son algo fácil de olvidar.
―Dale una oportunidad ―ruega la madre.
―No quiero que mi hijo sufra.
―Estoy segura de que Nicole es sincera, lo pude ver en sus ojos esta tarde, en sus palabras, en el brillo que aparece cada vez que mira al niño.
―Está bien, mamá, espero que no te equivoques.
Eloísa sabe muy bien lo que le ocurre a su hijo: después de que Perla lo dejó con Lucas de apenas dos meses, su vida fue en picada, no podía entender cómo esa mujer pudo dejarlos solos. Ella estaba lejos, en Europa con su padre, en cuanto se enteraron de todo, viajaron de vuelta, Esteban había conseguido una niñera, a Eloísa jamás le gustó, algo en su mirada le hacía desconfiar de ella, después de unos meses, Tomás, el jefe de seguridad de su hijo, dio aviso de lo que estaba sucediendo en la casa. La niñera golpeaba al niño. Y ni siquiera alcanzaba los seis meses. Esteban quedó devastado. Cuando, un par de años más tarde apareció Perla de nuevo, él creyó en sus palabras y en su arrepentimiento, pero no duró mucho la felicidad. Se fue tan solo seis meses después. Su hijo la había aburrido, el niño jamás la aceptó, lloraba si se le acercaba, no quería que lo tomara, era como si la odiara. Las niñeras tampoco funcionaban muy bien, hasta que llegó Evelyn. Se amaron de inmediato. Ahora, cada vez que existe la posibilidad de que entre una mujer a sus vidas su hijo se pone mal, se descontrola. Ella, Eloísa, lo entiende, pero él era joven y merecía una buena mujer, una que lo amara, que amara a su hijo y volver a armar su familia. Su hijo merece ser feliz.
● ● ●
Nicole llega a su casa y se tira a la cama apenas entra a su cuarto, está cansada, no tiene ánimo de nada, lo único que la alegra es recordar a Lucas jugando, corriendo, saltando y abrazándola feliz al saber que se encontrará con ella de nuevo. Ese abrazo de niño la hace olvidar todo.
Su mente la hace viajar en el tiempo y en el espacio. Piensa en su hermana y su sobrino. Rosario tiene un problema físico, no puede tener hijos y cuando aprobaron su solicitud para adoptar, los llevaron al Hogar para ver a los niños, allí conoció a Rodriguito, según las propias palabras de su hermana, ver al niño y enamorarse fue una sola cosa, de inmediato sintió que ese niño, era “su hijo” y así fue. Un amor especial los unió desde entonces. Hoy el pequeño tiene nueve años y es un sol, nadie diría que no es hijo natural de Rosario o que no es parte de su familia, a pesar de saber que es adoptado, para él, su única mamá es Rosario. No existe nadie más. Nicole, por su parte, siempre lo sintió como su sobrino, ahora los extraña, ellos viven en La Serena y no siempre se pueden ver. De hecho, no los ve hace más de tres años, desde que dejó esa ciudad para siempre.
Nuevamente su mente viaja a la plaza, a ese niño maravilloso que robó su corazón con esa pregunta inocente y ansiosa: “¿Quieres ser mi mamá?”. Ese abrazo que le regaló como si supiera que lo necesitaba. Sus juegos, su amor, su carita roja de tanto correr, sus ojitos brillantes… sus pucheros. Es aire fresco en medio del desierto en el que se está convirtiendo la vida de Nicole.
La puerta del departamento se abre de golpe, provocando un gran ruido. Claudia acaba de llegar. Nicole se alegra de haber cerrado su puerta con llave, al parecer, así tendría que usarla de ahora en adelante hasta encontrar otro lugar donde vivir e irse de allí. No la quiere ver, no después de la discusión de la tarde. Espera irse a fin de mes o antes y, aunque sabe que debe anunciarlo a su compañera, hoy no está de ánimo para hacerlo.
―¡Nicole, sé que estás ahí, necesitamos conversar! ―grita Claudia desde el pasillo.
Nicole no contesta de inmediato, toma aire y se relaja, una vez hecho esto, responde de la misma forma:
―¡No quiero hablar contigo, Claudia, no ahora por lo menos!
―¡Cobarde! ―vuelve a gritar.
Esta vez la joven no contesta. Su estómago tiene miles de terminaciones nerviosas que se tensan cada vez más. Algo así como las mariposas de los enamorados, pero estas son desagradables polillas.
―Mañana me voy de este departamento, ya conseguí una nueva casa ―le anuncia su amiga con desdén al otro lado de la puerta.
Nicole suelta un suspiro de alivio, si es verdad lo que acaba de oír, entonces no tendrá que irse ella, con su sueldo, puede pagar el arriendo sin problemas ella sola.
Respira todavía más tranquila cuando siente que su amiga se mete al cuarto dando un portazo, la dejará en paz. Ahora sí puede dormir un poco más tranquila.
Por la mañana, Nicole ve cómo su examiga saca todas sus cosas del departamento, no le dirige la palabra, Nicole toma su desayuno tranquilamente, sin hacer caso al escándalo que hace Claudia paseándose desde su cuarto a la sala para sacar su ropa y sus cosas y luego llevarlas al primer piso, donde, según ella, la espera su nuevo novio para trasladarla a su casa. Según puede apreciar por el tono de voz que usa Claudia para decirle aquello, espera que Nicole le pregunte acerca de este nuevo supuesto novio, pero ella no hace caso, no le importa nada, mucho menos saber quién es la nueva pareja casual de su amiga.
―¿No te interesa saber quién es mi nuevo novio? Ni siquiera te lo imaginas ―se burla abiertamente.
―¿Sabes qué, Claudia? No me interesa ni tu nuevo novio, ni dónde vas a ir a parar ni nada, después de lo que hiciste, no quiero saber nada.
―Claro, después de arruinar mi relación con Cristóbal, ¿verdad? Ahora ya estarás feliz.
―¿Relación?¿Tenías una relación con Cristóbal?
―No te lo dije porque sabía que me lo arruinarías, sabía que estabas enamorada de él, pero de nada sirvió.
―¿No será que él nunca quiso nada contigo?
―Mira, no teníamos nada aún, pero antenoche nos habíamos quedado de juntar, claro, te enteraste y lo dejaste mal, al final no pudo pasar nada, no quería ni siquiera pensar en que yo también lo acusara de acoso. ¡Pobre! Estaba tan mal con lo que le hiciste.
―Vamos, Claudia, no seas mentirosa, él nunca quiso nada contigo. Además, ni siquiera estaban solos.
―No, pero ya me había dicho que nos juntáramos y que después... Tú sabes. Eso era así ―toma aire para continuar―, hasta que saliste tú a colación. Nadie dijo nada de lo que mal hablaste de él, pero alguien le dijo que tú y yo éramos amigas, que vivíamos juntas, para que se apartara totalmente de mí.
―No totalmente ―rebate la otra―, te vino a dejar, ¿no?
―Pero no quiso nada conmigo para no quedar como un acosador.
Nicole no contesta, sigue tomando su desayuno en la mesita de la cocina, que hace las veces de comedor en el departamento.
Claudia sigue sacando las cosas del departamento, está furiosa y no lo disimula.
―Ya, me voy, espero que no me necesites ―se despide Claudia.
―No te preocupes, para amigas como tú, prefiero tener enemigas ―contesta sin emoción, aparente al menos, porque en su interior la tristeza la invade, ella confió en su amiga, la quiso, pero ahora se da cuenta que nunca había sido correspondida.
Claudia se va y Nicole aparta su taza de café con desgano. Ya no quiere comer, todo está mal, su vida va de mal en peor. No. Nicole se refriega la cara y piensa que no es así. Las cosas malas ya pasaron. Claudia acaba de salir de su vida y es lo mejor, Cristóbal prometió que la dejaría tranquila, todavía conserva su trabajo y lo mejor de todo, conoció a Lucas, el niño más maravilloso que puede existir en la tierra. De ahora en adelante, sólo vienen cosas buenas para ella. Su vida comenzará a subir como la espuma, saldrá poco a poco a flote para encontrar la felicidad o, por lo menos, la tranquilidad de espíritu que tanto necesita.