Nicole llega a su departamento cansada, agotada más bien, por todo lo vivido en el día. Come un sándwich, toma un vaso de leche. Esa noche se encierra en su cuarto, le echa llave, aunque nunca lo hace. Esta vez no quiere ser molestada, menos por Claudia que, al saber la razón por la que ella renunciaba se burló frente a ella sin ningún miramiento. Si supiera cómo es su jefe...
Eso la molesta, ¿por qué piensan que porque el tipo es sumamente atractivo no es capaz de acosar a una mujer? Como todas andan enamoradas de él, no conciben que ella no. A pesar que Claudia conoce parte de su historia y sabe que por lo mismo odia a los tipos altaneros y arrogantes, no creyó lo que había sucedido, al contrario, pensó que había sido ella quien había querido ligarse al hombre. Cristóbal puede ser muchas cosas que conquistarían a cualquier mujer, pero su excesiva confianza en sí mismo y su exhibicionismo de poder a ella le incomoda, le fastidia que alguien se crea dios y que todos tengan que rendirle pleitesía como esclavos de sus deseos. De todos sus deseos.
Rememora en su mente todo lo sucedido; su voz, su mirada, sus manos... Incluso ese abrazo protector y casi tierno. No, él no es tierno en lo absoluto, no puede dejarse engañar por esas actitudes cínicas. Un hombre violento siempre será violento. Eso lo había aprendido muy bien. Sobre todo un tipo con ansias de poder y dominio, como Cristóbal.
Pensando en esto, pone su celular en silencio, no quiere recibir llamadas, no quiere hablar con nadie.
Recuerda a Lucas, el niño que conoció en la plaza, es exquisito, vivaz y alegre, además de muy inteligente con el que tiene una cita mañana, la única cita que se permitiría tener con un hombre. Y a esa no faltaría. Ese niño es especial, todavía puede sentir en su pecho el latido diferente, ya no volvió a palpitar como antes, algo cambió en su interior y sabe que nada volverá a ser igual. Lo único que espera es que él llegue a esa cita al día siguiente, si no, todo eso tan hermoso que siente, quedará en nada. Como tantas cosas en su vida.
Se acuesta e intenta dormir, pero no puede. Se da mil vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Parece que éste se esfumó; de tan cansada emocionalmente, no es capaz de descansar. Miles de escenas pasan por su cabeza sin ser capaz de detenerse en ninguna. Cristóbal. Lucas. El hombre del ascensor. Claudia y las otras. Su fracasado matrimonio. Su fallido embarazo. Su padre que tanta falta le hace. Su familia a quien no ve desde hace años. Su soledad.
Su maldita soledad.
Cerca de las doce de la noche, llega Claudia, pero no viene sola, trae un acompañante. Esas son las ocasiones en las que se arrepiente de compartir departamento, no es la primera vez que trae hombres al departamento y no es que sea muy silenciosa ni muy discreta, lo que hace bastante engorrosos estos encuentros. Pero hoy se arrepiente mucho más todavía, la pareja casual de su amiga esta vez es, ni más ni menos, que Cristóbal Medero.
¡Maldición! Nicole comienza a temblar en su cama, no quiere que ese hombre se le acerque ni medio metro.
―Este es el cuarto de mi amiga Nicole ―oye decir a la chica, al parecer le está dando un tour por el departamento a su acompañante.
Nicole se enfurece y se atemoriza a la vez cuando el pomo de la puerta se mueve, uno de ellos quiere abrir la puerta y agradece haber puesto cerradura.
“¿Cómo se le ocurre traer a este hombre al departamento?”, piensa ahora más enfadada que asustada.
―No debe estar ―comenta Claudia.
―¿Y siempre deja con llave? ―pregunta el hombre un tanto sorprendido.
―Sí, es una fanática. ―Por la voz, Nicole se da cuenta que su amiga trae varias copas encima.
―¿Fanática? ―Ahora se muestra más interesado.
―Sí, del aseo, del orden, de lo suyo… Está loca.
―No deberías hablar así de ella si es tu amiga ―la reprende Cristóbal condescendiente.
―Mira que la defiendes, en cambio ella te acusa.
―¿Me acusa? ―pregunta con ironía.
Nicole cruza los dedos, si su amiga le cuenta que sabe lo del acoso, él la mata, eso es seguro.
―Hoy renunció, ¿no lo sabías?
―Sí, me enteré ―contesta con sequedad, en un tono un poco alto para estar conversando a la poca distancia que deben estar y Nicole se da cuenta que él sabe que ella está ahí. O que por lo menos lo sospecha.
―¿Y sabes por qué? ―insiste la joven, sin prestar atención al cambio de humor de su jefe.
―No y no me interesa.
―Lástima, tenía un chisme muy bueno. ―Ríe como una desquiciada.
―Será mejor que me vaya, ya estás segura en tu casa.
«¿Cristóbal preocupado por una empleada?», se pregunta Nicole. «No, lo más probable es que lo hizo para saber dónde vivía yo», se contesta irritada.
―¿Por qué no te quedas conmigo y me acosas como a mi amiga? ―invita Claudia al hombre sin ningún pudor.
Hay un tenso silencio que hasta Nicole puede sentirlo.
Cristóbal mira a su empleada de pies a cabeza, tasándola. Es baja, bastante más que Nicole, debe medir alrededor del metro cincuenta y ocho, rubia, ojos verde claro, piel blanca, labios delgados y unas pocas pecas en su nariz que la hacen ver muy adorable, delgada, para nada voluptuosa, parece una niña. Y debe tener unos... ¿veinte dos años? Sí, una niña todavía. Una niña a la que podría enseñar y manejar a su antojo, además, se le está ofreciendo en bandeja, ¿no? Bien podría pasar muy buenos momentos con ella y luego dejarla...
―Vamos, ¿qué me dices? ―Claudia pone sus pequeñas manos en el torso masculino, pero no provoca nada en él. No es a ella a la que él quiere.
―No sabes lo que pides ―contesta él retirando las manos de su joven empleada.
―Vamos, si ella me contó que la acosabas, aunque yo sé que fue ella la que se lanzó a tus brazos, ¿verdad? Está loquita por ti. ―Se vuelve a reír nerviosa.
―¿Ella te dijo eso? ―pregunta totalmente interesado una vez más.
―¿Que está loquita por ti? Todo el mundo lo sabe, en todo caso, todas estamos loquitas por ti.
―No hables lo que no sabes, pequeña Claudia, y no pidas lo que no quieres.
―Oye, vamos, ¿a que no te gusto aunque sea un poquito? ―pregunta con fingida coquetería.
Cristóbal guarda silencio, no hay respuesta. Da la vuelta para marcharse, pero ella lo toma del brazo para detenerlo.
―No querrás que me quede, pequeña, eso te lo aseguro.
―Eso es lo que quiero ―asegura Claudia confiada.
―¿Y si llega tu amiga?
―Ella dice que tú la acosas, sería una buena forma de demostrarle que no es así, asegura que tú no le importas, entonces no le molestara que estemos juntos.
―¿De verdad quieres estar conmigo? ―inquiere con una sonrisa demoledora.
―Sí ―responde tragando saliva, siente la punzada de deseo ante esa mirada intensa y esa maravillosa sonrisa.
―¿Tan segura estás?
―Demasiado, eres la fantasía s****l de todas las chicas.
―No de tu amiga.
―Ella es una mojigata, no es una niñita como para que se comporte así con los hombres, pero se cree virgen.
Un leve sonido proveniente del otro lado de la puerta, hace reaccionar al hombre que se excita al saber que Nicole se encuentra en la habitación y se la imagina tal como la desea.
―Tal vez le haya sucedido algo que la hace reaccionar así ―indica un poco más alto seguro que ella le escuchará.
―Mentiras, a ella le gusta llamar la atención y le gusta que los demás sientan lástima por ella.
―Claudia, creo que si Nicole supiera lo que hablas a sus espaldas dejaría de ser tu amiga, yo dejaría de serlo.
―¿Abusaste de ella?
―No, por supuesto que no, yo no hago eso, puedo ser un poco retorcido, pero no hago nada que una mujer no quiera, mucho menos abusarla.
Un suspiro del otro lado.
―A mí no tendrías que rogarme mucho ―coquetea Claudia acariciando el perfecto rostro del hombre.
Él, en un rápido movimiento, la pega contra la puerta del cuarto de Nicole, haciéndola estremecer, se pone muy cerca de ella, con sus labios casi rozándose, la chica no se asusta, al contrario, se enciende tanto como él lo está, lo puede notar por el bulto en sus pantalones.
Ella contornea las caderas, rozándose en él.
―No sabes lo que estás pidiendo, niña, no sabes quién soy ni cómo me gustan las cosas.
―Esto me gusta ―asegura ardiendo en deseo, si quisiera tomarla en ese momento, no se lo impediría.
―Esto es nada comparado a lo que puedo hacer ―susurra en su oído, el aliento en su nuca hace que Claudia se encoja de deseo, él se aparta bruscamente de ella.
―Cristóbal... ―musita ella, descolocada.
―Claudia, te voy a ser sincero, a mí me gusta tu amiga y mientras estoy con una, no miro a las demás, si te traje es porque estabas con varias copas de más, no estabas en condiciones para conducir y como amiga de Nicole, me sentí en la obligación de cuidarte, nada más, no me siento atraído por ti, eres bella y muy deseable, pero en este momento tengo ojos solo para ella. Mañana las pasaré a buscar a las ocho y media, como no tienen auto, no quiero que vayan en Transantiago o en metro. Avísale.
―Siempre es lo mismo ―refunfuña Claudia haciendo un infantil puchero.
―¿A qué te refieres? ―pregunta él extrañado.
―Siempre buscan a la más difícil…, a la más tonta.
―Nicole no es tonta ―refuta con rapidez.
―Entonces buenas noches, gracias por traerme― espeta molesta.
―De nada, recuerda que mañana vengo a las ocho y media, avísale a Nicole.
―Si la veo le digo.
―Claudia, no te comportes como niña, esas actitudes son muy desagradables para cualquier hombre, además, estás borracha, no puedo aprovecharme de ti, mañana te arrepentirías.
―Estoy segura que no me arrepentiría, es lo único que quiero.
Cristóbal la mira, le llega apenas hasta el pecho, poco más abajo del hombro, ella lo mira con los ojos muy abiertos, los tragos de más le están pasando la cuenta y se nota un leve tambaleo que no puede ocultar. No puede aprovecharse de ella en esas condiciones. Cierra los ojos. Desea, necesita, tener sexo justo en ese momento, pero no con ella, sería un error que no podría perdonarse y Nicole tampoco lo haría. Y estaba allí, en el departamento, encerrada en su dormitorio. Acostada sobre la cama. En ropa interior. Con una camisola. ¿Qué tipo de ropa interior usaría Nicole? ¿Sexy? ¿Romántica? ¿Cómoda? Ya quisiera él verla así, con poca ropa, esperándolo, deseándolo. Sentir sus dulces labios en su pecho, vientre y aún más abajo. Sus manos recorriendo su cuerpo... Le parece sentir las manos de Nicole recorriendo su pecho, sólo cuando siente que esas manos desabrochan su camisa y unos cálidos labios se deslizan por su torso desnudo, los abre y descubre a Claudia besándolo con lujuria. No la desea a ella, no obstante, le serviría para saciar sus antojos, pero no puede, no tanto por moral, que no es mucha la que tiene, bien podría aprovecharse, dejarla dormida y hacer de cuenta que esto jamás pasó, pero está casi seguro que Nicole está en ese cuarto y no va a perder la oportunidad de estar con ella por dejarse llevar por sus anhelos, no, bien puede ir en busca de cualquiera de las mujeres con las que cuenta para este tipo de situaciones.
Aparta las manos de Claudia de su pecho y las sostiene entre las suyas con firmeza, la mira con intensidad, desea desahogarse, pero no con ella.
―Ya te lo dije, Claudia, no me interesas como mujer, no te quiero a ti, no quiero tenerte como mujer, no te deseo en mi cama, ¿puedes entender eso? A mí únicamente me importa tu amiga. Y cuando estoy con una mujer ―levantó un poco la voz―, sólo estoy con ella, con nadie más, mucho menos su amiga, eso no se hace, tu deberías saberlo muy bien, es cosas de principios.
―Nicole no es mi amiga ―replica la joven―, compartimos departamento por un asunto de dinero, pero nada más, yo no soy su amiga ni me interesa serlo.
―Creo que no es la misma opinión que tiene ella de ti.
―Me da lo mismo lo que ella opine, además, ¿de dónde sabes tú la opinión que ella tiene de mí? ¿Acaso te ha hablado de mí?
―No, pero lo puedo intuir, de otro modo, no te hubiese dejado su automóvil para que lo trajeras tú, nadie le presta su auto a otro por nada.
―¡No sabes nada!
―No, no lo sé.
Cristóbal gira sobre sus talones y se dirige a la puerta para marcharse. Claudia se queda unos segundos sin atinar a nada, pero luego corre hasta él y casi empuja a Cristóbal fuera de su departamento, cierra la puerta de un portazo airada por su rechazo y sus lecciones de moral.
Nicole no quiere salir del cuarto, ahora sabe cuál es la opinión que tiene su amiga y este no es el mejor momento para encararla. Jamás se habría imaginado que Claudia se sintiera así con respecto a ella.
Nicole siente los pasos de Claudia volver de la puerta después de dejar a Cristóbal, ambas habitaciones están frente a frente, separadas solo por un pasillo y supuso que Claudia iría a su propio cuarto, pero en vez de eso, le da una golpe a la puerta de su habitación de forma violenta, una patada o algo así debió ser. Nicole no se mueve. Espera. Ruega que su amiga no quiera romper la puerta y entrar por la fuerza. Este día ha sido demasiado agitado. Y, por lo visto, Claudia no trajo su auto, quizá dónde lo dejó. Ahora debía pensar qué hacer para recuperarlo después de esta nochecita...
Solo cuando escucha a Claudia cerrar la puerta de su cuarto con fiereza, Nicole vuelve a respirar. Medita en la opinión que tiene su amiga acerca de ella. Se debe ir de allí lo más pronto posible, no va a vivir con alguien a quien no le importe su integridad y que tenga una opinión tan baja de ella. Le duele mucho, conoce a Claudia hace ya tres años, desde que llegó a trabajar en las empresas de Cristóbal Medero y saber ahora lo que en realidad piensa de ella, es un golpe directo a su corazón. Ya sabía, desde antes, que no debía confiar en nadie, pero Claudia... ¿Por qué?
Sin dejar de pensar en todo lo sucedido deja caer el par de lágrimas que no se había atrevido a soltar antes. Recordó todo lo vivido aquel día, recordó a Cristóbal. Por lo menos no era de los que abusaban mujeres, pero... ¡era tan acosador! No puede seguir allí, lo sabe, pero también está segura que no será fácil para ella encontrar un nuevo trabajo y si se tiene que ir de ese departamento, necesitará dinero para hacerlo. Dinero que no tiene. Tampoco puede volver a su trabajo, hacer eso, sería rogar a Cristóbal y él lo tomaría como una clara invitación a sus pretensiones y no permitiría eso.
Por sanidad mental, su cerebro recrea la imagen de Lucas, aquel niño de bella mirada, limpia y pura. Un niño maravilloso que le había pedido ser su madre. Sonríe triste. ¿Cómo sería su vida si su hijo hubiese nacido? ¿Si hubiese tenido la oportunidad de conocer el mundo? No. Él no podía nacer en el mundo en el que estaba metida. No. No con ese padre. Su amor la cegó a todo y consideraba romántica aquella relación, tan llena de detalles y sobreprotección, que en realidad era todo menos eso. Era una relación enfermiza, una relación fatal, en la que terminó pagando las consecuencias ese niño no nacido, que ni siquiera alcanzó a ver la luz, ni siquiera lo pudo sentir en su vientre. Maldito su ex esposo. ¡Malditos todos los hombres! Ninguno merece ni una sola lágrima. Ninguno merece nada.
Nicole se duerme sin saber en qué momento, solo ahora que abre los ojos se da cuenta que se quedó dormida encima de la cama sin taparse. Y está pagando las consecuencias, está congelada, pero eso no es lo que la despierta. Claudia está en la cocina preparando desayuno, al parecer sigue enojada y todo se le cae, lo golpea o simplemente lo lanza, la música la tiene a todo volumen y da fuertes pasos por todo el departamento. Nicole no tiene que ser adivina para saber el motivo del enojo de su amiga: Cristóbal Medero la había rechazado y su amiga lo siente como si fuera lo peor que pudiera haberle ocurrido. Ojalá Cristóbal la rechazara a ella como rechazó a su amiga. Pero no, a ella tiene que acosarla, molestarla.
Un fuerte golpe de vidrios quebrados se siente fuera del cuarto, aun así, no quiere salir, espera que Claudia se vaya pronto a trabajar.
Cuando suena el citófono del conserje, respira un poco más tranquila, supone que Cristóbal viene a buscarla y que con eso se calmará. Cuando la puerta se abre, la chillona voz de su amiga le indica que no es quien ella espera.
―¿¡Cómo que su jefe no pudo venir?! Él dijo que vendría él ―grita Claudia fuera en la puerta.
―Lo siento, señorita, el señor Medero tenía una reunión impostergable a las ocho de la mañana, me hizo el encargo de venir a buscarlas.
―Será a mí, mi amiga no está, se quedó fuera anoche, quién sabe con cuál de todos los hombres que suele frecuentar. Eso hágaselo saber a su jefe, ¿me oyó?
La puerta se cierra con fuerza, como al parecer ya se está acostumbrando Claudia a cerrarlas. Nicole respira un poco más tranquila, de todos modos espera unos minutos, por si acaso se devolviera a algo. Cerca de veinte minutos después, sale de la habitación y ve el desorden que dejó su amiga. Toma en sus manos la fotografía de su padre que había dejado sobre la mesita el día anterior y que ahora está en el suelo.
―¿Por qué te tuviste que ir, papá? ―le habla a la fotografía―. No sabes cuánto te necesito. Fuiste el único que me creyó y ahora ya no estás... ―Deja escapar un par de lágrimas―. Sería todo mucho más fácil contigo aquí. Te necesito, papá, te necesito tanto...
Se deja caer en el suelo y ya no retiene el llanto que lleva guardado más de tres años.