EL DESTINO DE CAMILA

6. COLAPSO.

—¡Tienes que venir pronto! ¡La fiebre no cede!

—Caro ¿Qué pasó? Esta mañana Migue, estaba perfecto.

—Cami, no lo sé, estábamos jugando y el pequeño colapso.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo que colapsó?

La mujer estaba nerviosa, sus manos cargaban carpetas llenas de papeles para la importante junta que su jefa sostendría en momentos con los altos directivos del lugar. Colgó la llamada y se quedó mirando los papeles, sus ojos se llenaron de lágrimas y no se dio cuenta que era observada.

—¿Qué sucede con tu hijo?

—Ana —Camila limpió sus lágrimas con rapidez e intentó esconder su preocupación—. Lamento que haya tenido que escuchar eso. Todo está listo para la reunión.

—¿Qué sucede con tu hijo? —Camila sabía perfectamente que aquella rubia odiaba repetir sus preguntas o órdenes.

—Colapso, no tengo idea de como o porque, simplemente se enfermo. Tiene fiebre.

—Ve por tu hijo, el jefe nos tiene a todos un servicio de salud es excelente calidad, sabes a que clinica ir, no conozco a su hermano, pero dicen que es de los mejores del país, buscalo a él, creo que se llama Martín.

—Ana, ¿pero la junta?

—Camila, eres más que eficiente y buena en tu trabajo, estoy segura que las carpetas están listas.

—Si, es verdad.

—Vete.

Camila no podía creer lo que le decía su jefa, que siempre se mostraba tan fría y concentrada en su trabajo, tenía un lado humano que nunca antes le había visto.

Salir corriendo no es suficiente para describir como Camila salió de aquellas oficinas, para llegar al encuentro con su hijo, en medio de su carrera chocó contra un joven, más alto que ella.

—Lo siento tanto —dijo mientras se reponía y recogía su bolso que había caído al piso.

No se molestó en buscar el rostro de aquel personaje de pecho duro, tampoco busco sus ojos, de lo contrario es probable que se hubiese perdido en ellos desde ese momento.

La sensación que sintió aquel hombre fue extraña, como si aquellos ojos los hubiese visto antes, pero no recordaba el lugar.

—Wilson ¿Qué haces aquí?

—Vine a recogerte, es viernes la cena de nuestro padre.

—No podré ir hoy, tengo una reunión muy importante entre manos.

—¿Y tu asistente super estrella? De esa que tanto hablas.

—Tuvo una emergencia, su hijo, algo le sucede.

—Y como tu eres una santa la dejaste ir, sin ningún problema.

—No soy una santa, Wilson. Solo soy un ser humano que entiende que otro ser humano tuvo una calamidad.

—¿De verdad eres hija de nuestro padre? no lo comprendo.

—No todos estamos cortados por la misma tijera, Wilson. Y tu que vas a liderar las empresas prontamente, deberás tenerlo muy en cuenta. Aprende de mi.

—Eso hago todos los días, pero no soy muy bueno.

Sus ojos se centraron en las carpetas sobre el escritorio de su elegante hermana, revisó una a una las hojas allí contenidas y quedó asombrado.

—Eres buena.

—No los hice yo, los hizo mi asistente, esa chica me sorprende.

—¿Por qué?

—Podría decir que es un talento mal aprovechado por el mundo, tiene más talento que tu y todos tus cartones de universidades prestigiosas.

Mientras se sostenía aquella conversación, Camila entraba con su hijo en brazos a la sala de Urgencias de aquel hospital que indicaba cubria su seguro medico, al principio se sintió intimidada por el lujo, pero cuando anunció que buscaba a Martín el hermano de Cristóbal LaPonte, Su jefe superior, la atención fue igual a la que le brindaban a los adinerados personajes que se presentaban en aquel lugar.

—¿Qué tiene doctor?

—Estamos haciendo los exámenes, es probable que sea una infección viral, este campeón ya casi cumple un año y esto es normal en los niños tan pequeños que asisten al jardín.

—Entiendo. ¿Usted es el doctor Martín?

—No, soy un colega de él, el doctor Martín está…digamos que perdido, nuevamente.

La noche fue acompañada de un par de tazas de café y algunas llamadas de su amiga Carolina, que estaba bastante preocupada por el pequeño Miguel. Camila sabía que sería una de muchas noches en aquel lugar, el médico se lo había dicho, era lo normal en niños pequeños. Pero lo único que resonaba en su cabeza era que no podía darse el lujo de perder un empleo como el que tenía.