Wilson se había acostumbrado a vivir en soledad, tan pronto como empezó a adquirir poder y mando en las empresas, se trasladó de la casa de sus padres a un lujoso apartamento en la zona más exclusiva de la ciudad. No quería estar siendo controlado y su padre era el mejor para eso, el hombre no le perdía el rastro ni a él ni a sus hermanos menores, sin embargo logró salirse con la suya y mantener su vida privada, alejada del control de su padre.
Aunque llamarle vida privada a vivir solo noche y día, no era algo adecuado. Se había cerrado a todas las relaciones posibles, tanto con mujeres, como con amigos. Ya que tiempo después se enteró que su círculo social y todos aquellos que él consideraba sus amigos, tenían perfectamente claro las intenciones de Lorena y nunca se lo dijeron, pero no siendo esto suficiente, también sabían de los pasos de la muchacha y las intenciones de quedarse en una relación más sería con aquel empresario extranjero.
—¿Qué hacen aquí? —abrió con fastidio la puerta a sus hermanos.
—Tienes que salir y hacer algo diferente a permanecer encerrado.
—¿Me lo dicen ustedes? —les pregunto con soberbia en los ojos a sus hermanos— Ana, tu no sales de tu habitación en la fraternidad y estas metida en tus libros. Y tu Stephen, eres como una máquina del deporte, no haces nada más excepto nadar.
Los jóvenes se quedaron callados y se encaminaron al gran sofá del lugar.
—Bueno, si lo pones en esos términos, Wilson. Somos el trio millonario más aburrido del puto país —dijo Ana, tan honesta como siempre solía ser.
—Es verdad, somos unos aburridos.
Lo que parecía ser normal, no lo era, los tres lo sabía, no era sano que ninguno tuviese una vida, así que fue Wilson el que empezó a frecuentar lugares un poco más exoticos, nunca toco a nadie, nunca tuvo relaciones con nadie y siempre llegaba con un antifaz puesto, lo suficientemente grande como para no ser descubierto.
The Red, era el nombre del club privado al que Wilson comenzó a asistir como espectador y del que nunca fue partícipe, muchos de sus bajos instintos eran complacidos con solo ver. Y aunque podía parecer extraño, el rubio no tenía inclinación alguna por tocar o estar con alguna mujer, pues sentía que todas eran poco dignas.
Si, lo que un día fue un sentimiento de admiración por el género femenino, en su presente no era más que desprecio y necesidad por usar una linda anatomía para complacerse.
—¿Hoy con quién te vas?
—La morena de la barra.
—Ella no está disponible —un gruñido brotó de la garganta de Wilson.
—¿Por qué se me niega?
—Porque ella solo sirve tragos.
—Ofrécele dinero. tanto como quiera.
—Creeme viejo amigo, le han ofrecido dinero, joyas, autos de lujo y siempre dice que no.
Wilson arrugó su ceño, no podía creerlo, en realidad no creía esa versión, así que personalmente se acercó a la barra, quería corroborar la versión del dueño del lugar.
—Dicen que no tienes precio —la miro a través del antifaz y la chica pudo ver poder y dominación en esos ojos.
— Es porque así es.
—No lo creo.
—No es mi problema —ella continuaba haciendo lo suyo, como si el seductor hombre no estuviese frente a sus narices e invadiendo su olfato con una fragancia masculina y que nunca antes había sentido.
—Tengo quinientos mil dólares en efectivo en mi auto, podemos hacerlo allí mismo si deseas…
—Me han ofrecido más que eso niño y no, no lo deseo. Estoy trabajando.
Wilson fue movido por una pareja que se besaba exageradamente, la ropa de la mujer iba cayendo a sus pies con poca delicadeza y era tomada casi sobre la barra y enfrente de la castaña. Algo se encendió en la mirada de Wilson aquella noche, deseaba volver a verla, nunca nadie le había dicho que no.
—¿Cómo te llamas?
—Tengo prohibido dar mi nombre.
—Para mi no existe lo prohibido.
—Me alegro por usted joven, si no es molestia, debo seguir trabajando.
—Lo importante es el poder y yo lo tengo, de alguna forma voy a saber tu nombre.
—Bueno, pues es un desperdicio que un hombre con poder lo use, para algo tan básico como saber el nombre de una mujer que solo vino hoy a trabajar a este lugar por una emergencia económica —la chica continuó repartiendo cócteles y botellas de costoso licor—. Niño rico, lo importante no es el poder, lo importante es lo que se hace con el poder, eso va a demostrar si usted es un buen hombre o es solo un vulgar.
Wilson no podía creer la calma con la que esas palabras salieron de la carnosa pero pequeña boca de la muchacha, que seguía sirviendo y no se detenía en su labor, era como una máquina, algo le había quedado en su mente, era la primera vez que la veía, así que no estaba mintiendo sobre su labor únicamente por esa noche, tampoco la había visto antes y por eso se fijó en ella.
Esa noche intento tener sexo con dos mujeres, ambas con una anatomía casi perfecta, parecían más bien esculpidas por un gran escultor. Sin embargo no pudo sacar a la mujer de su cabeza. No sabía si eran sus labios, su actitud o simplemente ese no rotundo que le dio desde un principio.
Las semanas pasaron y su asistencia a The Red fue cada vez más frecuente, esperaba verla, esperaba poder convencerla, quería poseerla, quería hacer tantas cosas con esa boca, pero ella nunca volvió por aquel lugar. Quiso persuadir al dueño de conseguir información de la chica, con donativos y tal vez algo más parecido a una amenaza.
Pero fue imposible, porque básicamente el hombre tampoco tenía idea de dónde había salido la chica, su mejor Bartender ese día había caído enferma y ella llegó a reemplazarla, hizo un trabajo limpio y se fue cobrando lo justo y con las manos llenas de propinas, con la intención de no necesitar volver nunca más.
Así que justo cuando Wilson creyó que todo sería interesante para él, la monotonía regresó a su vida más rápido que nunca. Viajes aburridos y reuniones constantes, eran su rutina sin falta.
Su padre insistió una y otra vez en su deber de buscar una mujer idónea para que lo acompañara en el camino a la gloria, pero el joven estaba reacio a las peticiones de su progenitor.
—No me interesa, tienes que parar con esto.
—Es tu deber.
—No, mi deber es dar el mejor manejo a las empresas y eso hago, no tengo porque casarme con alguien que apenas si conozco y mucho menos engendrar hijos que no deseo.
—¿Cómo piensas heredar nuestros negocios?
—Tienes dos hijos más, también pueden concebir.
—Ninguno es apto, tú no lo entenderías.
—Y tampoco me interesa que sigas haciendo de casamentero. No vas a lograr nada.
—Un año Wilson, tienes un año para encontrar esposa y tener hijos, de lo contrario te quedas sin nada y de paso tus hermanos y tu madre.
Cada viernes era obligatorio para él y sus hermanos presentarse en casa para una cena familiar, era una verdadera tortura dichas reuniones, pero debía soportarlas pues hacía parte de su contrato, porque si, a pesar de ser hijo del dueño de todo, Wilson debía firmar un contrato y cumplirlo.
Y era en esas reuniones, de cada viernes, que su padre hacía la invitación formal a alguna joven de sociedad, sin tener contemplaciones siquiera de la edad, para que su hijo se animara a encontrar lo que él consideraba “el amor”.