Capítulo XXII

2533 Words
Camille Han pasado varias horas desde que Aarón tuvo que marcharse de la casa porque necesitaba resolver unos pendientes, dejándome sola con la compañía de mis pensamientos que no ayudan en absoluto. Todavía tiene que hablar con Amelia sobre lo que pasará en los próximos días. Creo que ella ya lo sabe y me imagino que Stefan también se habrá enterado por Alexander. Por otro lado, no sólo lo ocurrido con Aarón me tiene de mal humor, sino también las críticas que recibí por mi galería de arte. Sabía que no tardaría en escuchar las opiniones acerca de mis obras. Claro que tengo entendido que todo el mundo tiene preferencias y opiniones diferentes y por lo tanto esto no me llega como una sorpresa. No todo han sido felicitaciones y sonrisas, hay gente a la que no le ha gustado nada mi trabajo. Y aunque sabía muy bien que esto iba a ocurrir, no esperaba que las críticas fueran tan duras esta vez. Sin embargo, he podido soportarlo, pero la única crítica que todavía me continúa molestando y en la que no puedo dejar de pensar desde que la leí es la que describe mis obras como; "sin emoción" y afirma explícitamente que le falta pasión y algo más que no pueden explicar... Todavía estoy averiguando a qué se refería ese artista. Y aunque no debería tomarme las críticas a pecho, sino utilizarlas para mejorar en el futuro, no puedo hacerlo cuando ni siquiera sé a qué se refieren. Los problemas se me acumulan una vez más. Todo es un completo desastre. Sumándole el terrible hecho de que no le he dicho a nadie que fui a ver a Alexander hace un par de días. No me he atrevido a decírselo ni siquiera a Sam. Claro que quiero hacerlo, quiero quitarme este sentimiento de culpa y traición de encima, porque sé que en cuanto Aarón se entere me lo echará en cara. Se enfadará conmigo y no entenderá mis razones. No puedo hacerlo. No cuando ni siquiera puedo admitirme a mí misma la verdadera razón por la que fui a verlo. Por el momento no estoy lista para compartir eso con él. Ni con nadie. Necesito soluciones, necesito encontrar una salida para tanto desastre que emana mi vida. Dejo escapar un resoplido y sin tener las mínimas ganas de hacerlo, me levanto de la comodidad de mi cama y me dirijo escaleras abajo para preparar algo de cenar. No he probado bocado desde que se fue Aarón y he estado ignorando los gruñidos de mi estómago por la pereza que me tenía envuelta en mis sábanas. Avanzo unos cuantos pasos antes de dar una vuelta en el pasillo que conecta a la cocina. Estoy a punto de atravesar el umbral pero me detengo en seco cuando el timbre de la puerta me perfora los oídos. La tensión me invade de repente. Saber que no esperamos visitas me hace debatir si debo abrir o no. Sin embargo, mi curiosidad es demasiado grande, así que no me doy tiempo para evaluar a fondo lo que podría salir mal y simplemente esfuerzo mis pies para moverse en esa dirección. No puedo ver quien es la persona que está llamando a la puerta y eso me pone nerviosa. Respiro profundamente y sin más vacilaciones abro la puerta para encontrarme con la persona que menos esperaba. La confusión me avasalla de golpe y hago un intento de carraspear la garganta para aclararme la voz y formular una respuesta. —Pensé que no te volvería a ver —parpadeo varias veces, apenas puedo disimular mi sorpresa—. ¡Dios, estás aquí! —Finalmente reacciono adecuadamente y, sin saber por qué lo hago, extiendo mis brazos, inclinándome hacia ella para poder envolverla en un abrazo. Ella se queda atónita ante mi abrupto movimiento, ya que no es normal que le muestre tanto afecto cuando apenas la conozco, no debería estar tomándome ciertos atrevimientos con ella, pero por alguna extraña razón me siento segura a su lado. Nos separamos al cabo de unos segundos y ella me mira directamente a los ojos, luego retrocede dos pasos y empieza a llorar. Me quedo perpleja, pestañeo desentendida y hago el amago de hablar para preguntarle qué sucede. No sé qué le pasa. —Perdí el billete de avión que me dejaste en casa y tardé demasiado en decidirme —empieza a balbucear y quiero decirle que ya no tiene importancia porque ya está aquí pero no me deja hablar—. No sabía si debía venir o no, no creí que estuvieras diciéndolo en serio. Pero no lo pensé dos veces y con el dinero que dejaste en el sobre compré otro y aquí estoy... Se queda sin aliento por hablar demasiado rápido, que es inevitable que una sonrisa no invada mis labios y sin dudarlo la vuelvo a envolver en mis brazos nuevamente, llenándome de ese aroma fresco que ahora desprende. —Está bien, Luz. No pasa nada —le aseguro—. Me hace muy feliz que estés aquí, no estoy mintiendo. Todo lo que te dije cuando estábamos en Francia es verdad —le limpio las lágrimas que ruedan por sus mejillas. Su rostro es muy hermoso como para estar manchado por las lágrimas que solo me recuerdan la parte agridulce de mi vida. Ella me sonríe con timidez y mi corazón se oprime dentro de mi pecho. —Gracias, muchas gracias... —solloza, limpiándose la nariz roja con la palma de su mano. Niego con la cabeza y esbozo una sonrisa antes de volver a abrir la puerta de la casa. —No tienes nada que agradecer, además, llegaste en el momento indicado —la halo de la mano para introducirnos en la casa—. Estaba a punto de hacer la cena y créeme que todavía sigo recordando lo bien que cocinas. Dejamos su pequeño bolso desgastado en la sala de estar para después adentrarnos en la cocina y sacar unos ingredientes del refrigerador que compraron Sam y Daniel. Luz me mira con intensidad, casi con miedo, como si no supiera qué hacer. Se siente fuera de lugar y lo entiendo completamente. Me acerco a ella y le doy un apretón de mano, queriendo reconfortarla. —¿Estás segura de que puedo quedarme? —pregunta en un susurro débil. —Luz, no hay ningún problema —sonrío—. Puedes quedarte con nosotros el tiempo que consideres necesario. Estaremos felices de tenerte aquí. Sus labios comienzan a temblar, puedo deducir que quiere protestar. Pero no lo hace, se queda callada y entiendo que por el momento la he convencido. —Vamos, sé que a Ellie le encantará una cena preparada por ti —hago el intento de animarla, la mención de Ellie parece tener el efecto que necesito, ya que se acerca al fregadero, enciende el grifo del agua y se inclina para lavarse las manos. Una hora más tarde donde estuvimos cocinando y preparando todo para poder cenar juntas, nos encontramos las cuatro sentadas en la mesa degustando de una pasta y pollo a la parmesana preparados por Luz y por mí. Más por ella para ser sinceros. —Esto sabe delicioso —halaga Sam pinchando otro pedazo de pollo con su tenedor y Luz se sonroja al instante, ladeando la cabeza. Ellie por su parte juega con la comida de su plato y sólo se dedica a mirar a Luz fijamente, detallando cada uno de sus movimientos. Sonrío entretenida y me dedico a comer, aunque mis ganas de comer se han quedado en el olvido. —Camille también ayudó a preparar la cena —Luz se quita el mérito, haciéndome poner los ojos en blanco. Claro que ayudé a preparar la cena, pero la verdadera sazón la tiene Luz, tiene experiencia cocinando y su forma tan única de cocinar me recuerda a... El solo pensamiento hace que me atragante con la comido y acabo tosiendo mientras intento que el oxígeno llegue a mis pulmones. Luz que se encuentra sentada a lado mío me da unas palmaditas en la espalda y Sam se levanta rápidamente de la mesa para servirme un vaso de agua. Ellie se pone nerviosa e inquieta por la situación aunque no es nada grave, pero es demasiado pequeña para entender que estas cosas ocurren. —Creo que ya estoy mejor —digo cuando consigo hablar sin sentir que me ahogo, tomo un sorbo de agua y lo bebo lentamente para evitar otro incidente. —¿No te vas a morir, mami? —inquiere Ellie a la vez que se levanta de su asiento y se sube a mi regazo. Le sonrío en respuesta, dándole una negativa mientras la ayudo a ponerse cómoda sobre mí. Una vez que se acomoda comienzo a acariciarle las hebras rubias de cabello. —No es así, cariño, sólo ha sido un pequeño incidente. Nos puede pasar a todos —la tranquilizo pero sus ojos siguen mirándome con cierta preocupación—. Es como la vez que tú escupiste los trozos de brócoli, ¿lo recuerdas? —pregunto, recordando aquel suceso. Su ceño se frunce al escuchar mi respuesta. —Eso no fue un in...cidante, mami. —se estresa al no poder pronunciar bien la palabra—. No me gustaron —continúa y hace una cara de asco. Sam estalla en carcajadas mientras Luz trata de ocultar su sonrisa. Ruedo los ojos en ambas direcciones y no puedo evitar unirme a las risas que se crean alrededor de la mesa ante la inocencia de Ellie. Todo se vuelve un mar de carcajadas. Las preocupaciones en mis hombros se desvanecen por unos segundos y me permito disfrutar del momento con ellas. Hacemos un par de bromas más durante la cena y puedo ver como la inseguridad que sentía Luz acerca de mis palabras se queda en el olvido. Parece estar más segura con nosotras. Sin embargo, nuestra risa merma y todas nos giramos en dirección de la salida cuando oímos la puerta principal abriéndose. No me preocupo porque sé quienes tienen una copia de la llave de entrada. No pasa mucho cuando Daniel atraviesa la cocina con un hermoso y enorme ramo de rosas rojas en las manos. Le inspecciono de arriba abajo y arqueo una ceja, ya que no me esperaba su visita pero tampoco me desagrada. Sus ojos encuentran los míos y me sonríe con ternura, le devuelvo el gesto, invitándolo con la mirada a tomar uno de los asientos de la mesa. —¿Me has traído rosas? —pregunto confundida y con una mezcla de entusiasmo que no puedo ocultar—, este gesto es muy considerado de tu parte —me burlo, haciendo que ponga los ojos en blanco al detectar el tono sarcástico que utilizo. Niega con la cabeza mientras se acerca a nosotros. Sam le sonríe al igual que Ellie mientras que Luz se limita a hacerle un gesto de boca cerrada. Puedo sentir su incomodidad irradiando en la atmósfera pero sé que se debe a que no conoce a Daniel, pero pronto lo hará. —Siento romperte el corazón, pero no son de mi parte —aclara con una sonrisa tirante—. Al parecer, tienes un admirador secreto. Me encontré al repartidor en la puerta y antes de que llamara le pedí que me las diera —explica brevemente, pero eso no ayuda a aliviar mi confusión. Y a juzgar por el silencio que se ha creado a nuestro alrededor no soy la única. Sam inspecciona el ramo de rosas con una sonrisa coqueta que no puede ocultar. Ellie se revuelve en mi regazo, intentando arrancar el ramo de rosas de las manos de Daniel. —¿Crees que son de Aarón? —La pregunta de Sam me toma desprevenida. Niego al instante. Un nudo formándose en mi garganta. —Aarón nunca me da rosas. Tal vez las enviaron para ti y no para mí —intento desviar la tensión lejos de mí. Aunque es verdad, mi novio jamás me ha dado rosas, sino que otro tipo de flores. —¿Entonces de quién son? —siento la mirada penetrante de mi amiga. Mis nervios incrementan. —No lo sé —soy sincera—. ¿Dice quién las firma? —está vez me dirijo a Daniel. Daniel hace una mueca de aburrimiento mientras busca algo entre las rosas. Su cejas se fruncen y mete la mano para sacar lo que parece ser una pequeña tarjeta roja que llama mi atención al instante. Toda la atención en la mesa está puesta en él y sé que no es bueno cuando levanta la mirada y centra sus ojos sólo en los míos. —Bueno, ¿qué dice? —insiste Sam, mirándonos a los dos con cara de sospecha. Daniel me mira solamente a mí, casi pidiéndome permiso y yo me limito a asentir con la cabeza. Se aclara la garganta con un carraspeo y comienza a leer lo que está escrito: "Las cartas ya están sobre la mesa. Somos inevitables, preciosa. No hay ninguna forma de escapar de mí, pero como muestra de mi misericordia te dejaré la elección a ti..., ¿vienes o voy?" La sangre abandona mi rostro a la vez que mi cuerpo se paraliza por completo. Me obligo a mantener la calma, a actuar sin levantar sospechas, pero un torbellino de emociones se apodera de hasta la última partícula que me conforma, haciendo que mi respiración se acelere con demasía. —Definitivamente no son para mí —Los labios de Sam se curvan en una sonrisa maliciosa. No puedo objetar nada, me siento mareada y apenas puedo responder. Mi corazón ya sabe la respuesta, pero aún así pregunto, temiendo las siguientes palabras que saldrán de Daniel. —¿Quién las firma...? —El aire se comprime a mi alrededor y cierro mis ojos, esperando una respuesta que no necesito. La sé. —Las firma: "Demonio". Saber con exactitud quién es la persona que firma esa tarjeta no detiene el cosquilleo que crece dentro de mi cuerpo, disparando mis pulsaciones de manera enloquecedora y desencadenando esas sensaciones que deberían estar muertas pero que por alguna razón están haciendo vibrar mi cuerpo. El calor sube a mis mejillas. Siento mi cara arder. Es por él. Mi corazón empieza a martillear dentro de mi pecho como un maldito lunático. Necesito aire, siento que me asfixio dentro de la casa. Las paredes se cierran a mi alrededor y no ayuda que Daniel me entregue el ramo de rosas. No quiero sostenerlas, mucho menos tocarlas pero inevitablemente las yemas de mis dedos comienzan a acariciar los suaves pétalos, llenando mi cuerpo de una corriente eléctrica que envía espasmos a través de cada partícula que me conforma. Hay una esencia particular impregnada en las rosas y tengo que cerrar los ojos con fuerza cuando penetra mis fosas nasales porque me resulta familiar. Extremadamente familiar. Es su colonia. Esta era su intención. Sabe cómo sacarme de mis casillas. Lo odio, joder. Alexander está detrás de todo esto y tenía razón al advertirme. Ha vuelto para quedarse en mi vida y no hay nada que pueda hacer al respecto. Pero eso está por verse.
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