Camille
La racionalidad nunca ha sido una de mis virtudes, tiendo hacer cosas cuestionables de las que después me arrepiento. Conmigo nunca se ha aplicado esa frase de "piensa dos veces antes de actuar". Yo siempre suelo hacer lo contrario, que es básicamente actuar y después detenerme a pensar en mis acciones, reflexionando de ellas y dándome cuenta que otra vez he vuelto a meter la pata.
Esta vez no es la excepción.
Y es que por más que intente no culparme a mí misma de todo lo malo que hago, estar postrada enfrente de su mansión solo me incrimina como la autora de mis malas decisiones. Soy yo la que sigue actuando por mero impulso, teniendo esta actitud destructiva y en parte inmadura que me hace hacer cosas impulsivas en donde soy la única perjudicada.
Pero en mi defensa, si es que así se le puede llamar, haber recibido un ramo de rosas de su parte no ayudó a mi cerebro a procesar toda la situación y por esa sencilla razón terminé aquí.
Afuera de uno de los lugares que me duele mucho regresar.
Dispuesta a reclamarle por meterse en mi vida cuando desde hace tiempo que ya no es partícipe de mi historia por decisión propia.
Me siento encerrada en un laberinto donde no encuentro la salida. Es demasiado confuso porque nuestros caminos se separaron hace tres años y por lo menos, yo, no estoy interesada en volver a unirlos de nuevo.
Ambos decidimos ir en direcciones opuestas, más bien, él lo quiso así, pero eso no quita el hecho de que se está tomando demasiados atrevimientos que en vez de parecerme entretenidos o causarme algún atisbo de satisfacción, solo me ponen de mal humor y me hacen querer estrangularlo con mis propias manos.
Y no, no me estoy mintiendo a mi misma.
A veces llega un momento en la vida en el que sólo quieres sentirte en paz, sólo anhelas la tranquilidad de un día soleado y la suave brisa golpeando tu piel. Simplemente no te interesa lidiar con el drama de los demás, solo quieres encogerte hasta hacerte diminuta y que los problemas no tengan los dedos suficientemente largos como para poder alcanzarte.
Pero con Alexander todo es diferente, siempre ha sido así, él me provoca esa sensación de estar bajo el ojo del huracán. Debí saber que regresar a este lugar no sería fácil. Él siempre ha insistido en volver mi vida un completo y jodido caos.
Yo quiero tranquilidad, él es sinónimo de una tormenta arrolladora.
Yo deseo estabilidad, él es la sensación de estar en la cuerda floja.
Yo ansío la luz, él es la oscuridad personificada.
Una oscuridad de la cual ya salí hace tres años.
Y por lo que resta de vida, prefiero mantenerme así, lo suficientemente alejada de él, aunque mis acciones digan lo contrario. Mi cerebro está en el lugar correcto. De eso puedo estar cien por ciento segura. Me voy a mantener firme, esta vez no fallaré, no cuando ya sé cómo termina la historia cuando dejo que el corazón tome el mando.
Por esta vez, no voy a permitirlo.
Tomo una gran bocanada de aire y lleno mis pulmones de este mismo, buscando un soporte para que pueda mantener mi enfoque en las cosas que necesito discutir con cierta persona. Me alejo de mi coche tras cerrarlo y me encamino hacia la casilla de vigilancia donde me recibe el jefe de seguridad de Alexander.
Puedo asegurar que ya sabe quién soy, puesto que su trabajo es estar al pendiente de las cámaras de vigilancia qué hay alrededor de la propiedad y asegurarse que ningún extraño traspase sin su consentimiento.
Me conoce y la amable sonrisa que me dedica me hace saber que se acuerda muy bien de mí.
—¡Señora, Rosselló! —me saluda, contento—. Un gusto volver a verla, ha pasado demasiado tiempo.
Paso saliva y tuerzo los labios en un gesto de desaprobación, desconcertada por el atrevimiento de llamarme de esa forma, puede tratarse de una simple equivocación pero por igual, me hace sentir incómoda.
—Sólo Brown —me veo en la necesidad de corregirlo, él parece darse cuenta de su error y asiente con las mejillas encendidas por la vergüenza—. Igual es un gusto volver a verte después de tanto tiempo. Pero podrías avisarle al señor Rosselló que necesito verlo —le pido y un sentimiento de frialdad me invade después de nombrarlo de esa manera.
Por primera vez en muchos años, me doy cuenta de que la grieta entre él y yo es demasiado profunda para que algún día pueda cicatrizar.
Independientemente de lo qué pasó hace tres años, hubo unos meses, —antes de mi cumpleaños y de la maldita confesión— en los que me gustaba creer que éramos amigos. Cuando lo conocí intenté ser eso, o más.
Pero ahora somos completamente extraños, las formalidades han regresado, y por alguna razón siento que la línea divisoria se ha vuelto todavía más grande.
—No será necesario, el señor Rosselló la ha estado esperando —increpa el jefe de seguridad con una sonrisa de suspicacia que me hace desconfiar.
Rápidamente niego.
—Creo que se está equivocando, no le avisé de mi visita —paso saliva, sintiéndome más nerviosa de lo habitual.
Él mantiene una expresión sabia y a la vez divertida.
—No hacía falta que lo hiciera, señorita Brown —me llama como le pedí y una sensación de vacío comienza a asaltarme—. Tengo el presentimiento de que el señor Alexander sabía que usted vendría.
Mi corazón empieza a latir con fuerza contra mi caja torácica y siento mi respiración entrecortada.
—Lo dudo —susurro no muy segura de mí misma, queriendo detener el ritmo alocado de mis pulsaciones—, pero de todas formas, ¿podría avisarle?
Me sonríe en forma de respuesta y comienza a hablar por el micrófono que tiene en la oreja. Me limito a observar sus movimientos, nerviosa de todo lo que puede pasar y preguntándome si en realidad he hecho lo correcto porque estoy cansada de equivocarme y salir herida.
Salgo de mi trance cuando me cede la entrada y me indica por dónde ir cómo es su costumbre, aunque quiero decirle que no es necesario que lo haga, al menos no conmigo. Conozco cada rincón de esta mansión y ni siquiera el pasar de los años me ha hecho olvidar.
No me ha hecho olvidar tantas cosas, que empiezo a cuestionar si el tiempo realmente funciona para arrancar a una persona que se ha impregnado en tu piel. Una persona que está incrustada a los mismos huesos que te conforman.
Con un suspiro alejo mis pensamientos y me adentro en la hermosa mansión, que tiene la estructura de un palacio con diversos pinos decorando la entrada. Me detengo en la entrada para tocar el timbre, pero sé que no es necesario hacerlo, ya que el jefe de seguridad ha anunciado mi llegada, así que me limito a esperar unos segundos más.
Cuando menos me lo espero, la puerta se abre y mis ojos se llenan de lágrimas sin que pueda evitarlo.
—¡Camille! —su voz es un detonante que se activa al escucharla después de tanto tiempo. Mis ojos comienzan a escocer a la vez que la sensación de inestabilidad se agrava dentro de mi pecho.
Se lanza a mis brazos sin dudarlo y me es imposible mantenerme firme, así que termino envolviéndola en un fuerte abrazo. No tenía idea cuánto la había echado de menos hasta este preciso instante.
Clara solloza de manera entrecortada y me aprisiona contra su cuerpo robusto. Cobijándome bajo su calor y permitiendo que me desahogue junto a ella, dejando salir todo lo que se me acumula en el pecho al volver a estar aquí.
—Clara, está bien... —la tranquilizo, o al menos eso intento.
Se aleja de mí, limpiándose las lágrimas y tratando de aguantar los sollozos. No puede y yo tampoco.
—Regresaste, pensé que no te volvería a ver después de tanto tiempo —se sincera, su voz quebrándose por el llanto—, te he echado de menos, me alegro mucho de verte de nuevo, cariño.
Un nudo comienza a formarse en mi garganta y siento que no puedo respirar.
—Yo también te he echado mucho de menos, no sabes cuantas ganas tenía de volver a verte y abrazarte —apenas puedo hablar sin sentir que me rompo por dentro—, perdón por no mantenerme en contacto contigo..., pero no podía.
No es necesario que me explique, ella sabe la razón por la que no pude hacerlo. Ella representaba un constante recordatorio de él y no podía tenerla en mi vida si quería dejarlo ir para siempre.
—No tienes nada de qué disculparte cuando hiciste lo que era mejor para ti —asiento con la cabeza, mis ojos llenos de lágrimas—. Sé que dolió pero hiciste lo correcto, no te sientas mal por ello.
La observo con cariño y le sonrío en medio del llanto, sintiendo como mi pecho se oprime cada vez más con los recuerdos que se apilan en mi mente. Porque el solo hecho de volver a ver a la nana de Alexander es suficiente para hacerme flaquear.
Estoy intentando separar mis emociones de la situación y eso no es posible. El cariño que siento por Clara no me permite actuar de una manera fría y calculadora como lo vengo planeando desde hace dos días.
—Gracias... —le digo en un débil susurro—, gracias por todo.
Ella me mira con comprensión.
—No tienes nada que agradecer, Camille, estoy feliz de tenerte de vuelta y eso es lo único que importa, ¿lo entiendes? —no me deja responder cuando toma mi mano y hala de mí para acercarme a ella—. Adelante, cariño, estás en tú casa —musita y se hace a un lado, dándome entrada a otro de los lugares a los que juré no volver, pero a los que irónicamente me estoy tragando mis palabras al poner un pie aquí.
Cada paso que doy es insoportable, porque este lugar está lleno de recuerdos que no quiero revivir. Toda esta mansión está llena de todo lo que pasé tres años tratando de drenar de mi sistema, duele como un demonio volver aquí. Siento que me están quitando la piel, dejándola vulnerable y expuesta.
Contengo las lágrimas que buscan salir y me limito a mirar las paredes pintadas de un color azul apagado.
Mi mirada sigue recorriendo los pasillos con cierta intensidad, buscando una escapatoria o tal vez una señal que me haga huir y no regresar nunca. Sin embargo, después de unos minutos, decido alejar esos pensamientos negativos hasta que mis ojos se detienen en un punto en especial y por un instante todo a mi alrededor se desvanece, ya que lo que veo es suficiente para acelerar mi corazón y dejarme sin función cerebral.
La colección completa de mis fotografías que fueron expuestas en la galería de arte, que poseen un alto valor sentimental por el momento de mi vida en que las tomé, están colgadas en las paredes a lo largo del pasillo haciendo un contraste perfecto con la decoración.
Quiero gritar por la impotencia que me llena el cuerpo, porque esto se siente como un golpe bajo que vuelve a romper mi corazón en pedazos, curiosamente como lo hizo hace tres años en este mismo lugar cuando me pidió el divorcio.
Las paredes se cierran a mi alrededor y me obligo a respirar porque siento que mis pulmones van a colapsar en cualquier momento.
Me vuelvo hacia Clara abruptamente, viéndola decepcionada y con indignación Quiero una jodida explicación, necesito una respuesta, ya que empiezo a creer que todo esto es una maldita jugarreta de su parte.
—¿Qué es esto? —replico rabiosa, haciendo referencia a las fotografías—. ¡¿Qué clase de broma es esto?!
Ella aparta la mirada, mostrándose apenada, y me trago las palabrotas que buscan saltar de mi boca, porque ella no se las merece.
—Será mejor que te lo explique él —susurra avergonzada y aprieto la mandíbula—. Está esperándote en su despacho, tú sabes el camino, cariño —dice y empieza a alejarse, perdiéndose por el pasillo opuesto de donde están las fotografías.
Me quema verlas en este lugar, odio que estén colgadas en su pared, me llena de rabia saber que algo mío le pertenece a él. Pero más me enfurece el hecho de que debí saberlo desde un principio, o tan siquiera sospecharlo cuando Claudia me dijo que había un comprador anónimo, que compró todas y pagó más de lo que estás valían.
Sintiéndome llena de emociones contradictorias, avanzo por el pasillo lleno de mis fotografías, que conozco como la palma de mi mano, temiendo lo que estoy a punto de presenciar al otro lado de la puerta. Sé que él me está esperando y eso me pone nerviosa, no me gusta sentirme en sus manos, como si él tuviera la certeza de que siempre voy a venir corriendo detrás de él para exigirle explicaciones.
Pero, en pocas palabras, es lo que he estado haciendo, metiéndome en asuntos que no me compete en absoluto. Y por alguna razón, tengo la extraña sensación de que él espera esta reacción de mi, es como si supiera exactamente de qué hilo jalar para hacerme enojar y que así venga a buscarlo para reclamarle.
Tal vez solo son ideas mías, me estoy creando todos estos escenarios en mi cabeza porque mi cerebro exige que él sea el villano de mi historia, se niega a verlo de otra manera y necesito creer que todo esto es un vil plan, porque solo así me voy a terminar convenciendo de que no vale la pena gastar un pensamiento en él. De que no vale la pena que mi corazón siga emocionándose de esta manera.
Mi mente advierte que aún estoy a tiempo de huir y no hacer algo de lo qué tal vez en un futuro me arrepienta, sin embargo, hago lo contrario y respiro profundamente repitiéndome que voy a estar bien, sacudo esos pensamientos negativos y me acerco a abrir la puerta de su despacho, suavemente.
Una ola de nervios acompañando mis movimientos.
Entro en el amplio despacho, reparando el interior con nerviosismo hasta que mis ojos se detienen en él, la tensión envolviéndome. Lo encuentro sentado detrás de su escritorio con una sonrisa de oreja a oreja pintada en los labios y con las manos juntas en un ademán arrogante.
Su sonrisa consigue dejarme sin aire porque es una guantada en la boca del estómago que logra acelerarme las pulsaciones.
El impulso de golpear su rostro me hormiguea en las manos, pero afortunadamente puedo deshacerme de ese pensamiento a tiempo. Me repara de arriba abajo y por primera vez en mi vida me arrepiento del atuendo que llevo puesto, ya que el vestido deja mis piernas al aire libre y su intensa mirada me hace sentir desnuda.
Carraspeo con fuerza para que desvíe la mirada, pero está demasiado enfocado en mí y ni escucharme es suficiente distracción para apartar su iris oscuro de mí.
—Alexander... —advierto en voz baja—, mis ojos están aquí arriba —no puedo evitar ser sarcástica con él, porque es la única forma de evitar los sentimientos no deseados que me niego a aceptar que siguen vivos.
Su mirada se ilumina con notoriedad a causa de mi comentario y la expresión plasmada en su rostro provoca un torbellino de ansiedad o frustración, que no logro entender por completo.
O tal vez sí lo entiendo muy bien, pero me niego rotundamente a permitirme sentir algo más que no sea odio o rencor.
—Tan simpática como siempre —el matiz de burla que oculta la aspereza de su voz me hace estremecer—, pero llegas un día y veintidós horas tarde —dice, desviando la mirada al caro reloj que porta en su muñeca.
Frunzo el ceño, liada.
—¿De qué hablas?
Él sonríe, pero sonríe de verdad, de manera tranquila, entrecerrando los ojos y sin ningúna prisa en el movimiento de sus labios, haciendo revolotear aquellos animalitos que deberían estar extintos.
—Has llegado tarde, preciosa —espeta nuevamente, inclinándose un poco hacia delante y apoyando los codos sobre el escritorio de roble.
Mi cuerpo se tensa por el revuelo que evoca su acción. No puedo entender el enigma que hay detrás de esta sensación que me avasalla sin piedad, desestabilizando cada partícula que me conforma, ya que cada movimiento que hace me pone en alerta.
—No empieces con tus juegos mentales porque no estoy interesada en escucharlos —lo corto antes de que empiece a meterse en mi cabeza.
Él suelta una carcajada luciendo realmente entretenido conmigo. Mi rostro se desarma por la confusión que me aborda, no entiendo qué diablos le sucede, tanto que empiezo a cuestionarme su estabilidad mental.
No obstante, también le miro incrédula porque ahora mismo se ha reído mucho más que en todo el año que estuvimos casados y tengo que admitir que oírle reír sin inmutarse y verlo feliz no es algo para lo que esté preparada.
—Si eso deseas, así será —musita moviendo los labios de manera sospechosa—. Dime a qué se debe tu agradable visita, Camille.
Que me llame por mi nombre me toma desprevenida y no me apresuro a enmascarar la sensación de ansiedad que se instala en mi pecho, y que estoy segura puede leer en mi rostro.
Porque me niego rotundamente a aceptar que no me gusta que me llame así, por mi nombre, ya que eso sería una completa estupidez.
Debe alegrarme de que haya entrado en razón y no haga uso de más motes, sin embargo, una pequeña parte de mí, la que todavía no ha entrado en sus cabales del todo, siente una desolación que ya no sé cómo ocultar.
¡Joder!
—Tú sabes porqué estoy aquí.
—No, no lo sé —sus ojos verdes brillan desafiantes—, ilumíname, por favor.
—Déjate de rodeos y hablemos claro —pido, cansada de la situación en que nos ha puesto.
La sonrisa se borra de sus labios, sin embargo, no desconecta nuestras miradas. Mantiene sus ojos fijos en los míos, creando una revolución dentro de mi pecho, que ya no tengo el valor ni la fuerza para detener así que por un momento, por un solo y pequeño instante, me permito sentir todo aquello a lo que he cerrado mi corazón.
—¿Qué quieres que diga? —pregunta.
Me cruzo de brazos, cabreada con él y conmigo misma, por no poder detener los nervios que me atacan al estar aquí, en su despacho y a solas.
Él parece estar esperando mi respuesta, así que finalmente, suelto un resoplido y lo miro con cierto aire melancólico.
—Necesito que me digas que es lo que quieres de mí, no quiero más juegos de tu parte —empiezo—, sólo necesito que seas sincero conmigo por primera vez en tu vida —pido, sintiendo una nota de vulnerabilidad vibrar en mi voz.
Él también la percibe y odio que sea así.
Una emoción conflictiva atraviesa sus ojos, vislumbrando algo que no puedo explicarme.
Me ojea por última vez antes de volver a hablar.
—Quiero que trabajes para mí —admite finalmente, su voz adquiere una nota dura y áspera—. Eso es lo que quiero para detenerme.
Sus palabras me descolocan, haciendo que pierda el pequeño soporte que he juntado desde que puse un pie en esta mansión. No me molesto en disfrazar la confusión o la desilusión que me invade ya que necesito que él aclare la tonelada de dudas que cruzan por mi cabeza en estos momentos.
Alexander se da cuenta de mi confusión y entonces prosigue: —Te estoy ofreciendo un puesto en mi empresa. Necesito que te encargues de mi próxima campaña publicitaria... —quiero burlarme o llorar, no se cual de las dos, aún no me decido, pero es que no sé a qué diablos está jugando.
—¡Basta, no quiero seguir escuchándote! —un brillo de orgullo atraviesa sus ojos al ver que efectivamente, obtuvo una reacción de mí—. ¿Acaso estás demente? ¿Qué diablos te hace pensar que trabajaré para ti? —cuestiono, realmente cabreada.
Su rostro se endurece y por eso no logro prepararme para el impacto de las siguientes palabras que salen de su boca.
—Trabajarás para mí porqué de ti dependerá el futuro de tu padre y de ese idiota que insistes en llamar novio —escupe irritado y con un aire de arrogancia que me abofetea en la cara, haciéndome retroceder tres años a cuando era un contrato el que nos unía, y que él utilizaba para hacerme sentir atada.
Una oleada de decepción me golpea, y sacudo aquella sensación que ya no debe existir, la tomo en mis manos y la vuelvo a enterrar en lo profundo de mi corazón, porque no se me debe olvidar la clase de persona con quien estoy lidiando.
—¿De qué hablas? —tengo miedo de su respuesta, pero necesito que mis oídos escuchen la verdad.
La expresión gélida y cruel que ha adoptado no abandona su rostro, haciéndome sentir idiota por centésima vez, ya que una parte de mi ansiaba otra respuesta de él.
—Si trabajas para mí, James y Aarón no irán presos —no hay ninguna falla en su voz y es una jodida guantada que me saca el aire—. Tú puedes salvarlos. La solución está en tus manos.
Todo cobra sentido después de que digiero lo que acaba de decir, cada acción, cada palabra, cada encuentro...
La realización me hace cerrar los ojos con fuerza, desilusionada, me siento desgarrada por dentro. Y saber que él planeó todo esto para volver a manejarme a su antojo me hace odiarlo, me hace aborrecerlo como persona, porque no entiendo que gana haciendo esto.
Me trago las lágrimas que buscan salir mientras le sostengo la mirada porque me niego a mostrarle que ha vuelto a herirme. Él ya no tiene el poder de hacerlo.
—No trabajaré para ti —me contengo para no desmoronarme—. No volverás a jugar conmigo.
Mi respuesta no le agrada, pero estoy lejos de querer complacer sus estúpidos caprichos. Mantengo mi posición firme, no aparto la mirada para que sepa que estoy hablando en serio, no trabajaré para él.
Un gruñido brota de su garganta y aprieta la mandíbula, ignoro cualquier reacción y me concentro en mantener mis sentimientos bajo control.
Se levanta de la silla y por instinto retrocedo de mi lugar, dando tres pasos hacia atrás.
El rodea el escritorio y se queda a una distancia que me pone los pelos de punta, ya que debido a su gran tamaño solo necesita dar un paso para estar a milímetros de mí. Quiero gritarle que se aleje de mí, pero si lo hago sólo le estaré dejando saber que me afecta su cercanía cuando ya no es así.
Mis ojos están pegados en él, y en su camisa blanca, desabotonada del pecho, dándome una excelente vista a su suave piel con esa tinta que... No entiendo como tiene ese magnetismo que desprende de mí para mantenerme hipnotizada aquí, porque no encuentro las fuerzas para salir de este despacho.
—Si no aceptas trabajar para mí, tendré que tomar medidas extremas y sé que tú no quieres eso, preciosa —amenaza sutilmente—. Harás cualquier cosa para salvarlos.
Mis puños se aprietan por la rabia que me corroe el cuerpo.
—No me llames así —siseo entre dientes—, y no trabajaría contigo aunque esa fuera mi única salvación. No te quiero cerca y eso es algo que no pienso negociar.
Una sonrisa pretenciosa se dibuja en sus estúpidos labios.
Enarca ambas cejas en un gesto de diversión, después mete las dos manos en los bolsillos de sus vaqueros negros y con su mirada me incita a hacer algo.
Paso saliva, alterada por el eminente hormigueo que comienza a instalarse dentro de mi estómago, mientras me pregunto mentalmente que está mal conmigo, porque no entiendo porque estoy experimentando estas emociones insanas.
Prohibidas.
—¿Tan terrible te resulta la idea de trabajar conmigo? —cuestiona ofendido y quiero agarrar su cabeza para azotarla contra la pared hasta que reaccione y se de cuenta del disparate que me está proponiendo.
—¡Me estás jodiendo, Alexander! —increpo, mordiéndome el interior de las mejillas.
—Yo diría que es todo lo contrario. Estoy siendo bastante generoso, Camille, porque esto no es nada comparado con lo que realmente puedo hacer y lo sabes.
Jamás le voy a admitir que efectivamente está en lo correcto.
—¡Por primera vez en tu vida sé razonable! Tú sabes que yo no tengo la culpa y te estás desquitando conmigo —ni siquiera sé lo que estoy tratando de lograr.
—Lo siento mucho, preciosa. Así son los negocios, yo no hago las reglas —se burla.
—Esto es una completa estupidez y viniendo de ti no entiendo porqué todavía me sorprende, siempre has sido una persona tan ruin que busca destruir todo a su paso —busco herirlo con mis palabras, queriendo que sienta el mismo fuego que me está quemando el corazón, dejándolo inservible.
Lo consigo, su rostro se desarma por la lluvia de emociones que repercuten en sus ojos, pero es sólo el dolor lo que resalta en sus orbes verdes, y no sé cómo deshacerme del sentimiento de arrepentimiento que me sacude.
No tengo porqué sentirme culpable cuando es él, el único responsable de todo lo que está pasando.
—Sigo esperando tu respuesta —replica, usando un tono distante e irritado.
Pongo los ojos en blanco, fastidiada. Está ignorando lo que dije y no lo soporto. No soporto sentirme fuera de control.
—¡No trabajaré para ti! —siseo, sintiendo mi cuerpo temblar por la rabia.
—Lo siento si pensaste que te estaba dando una elección —su voz es un profundo gruñido—, porqué no es así, Camille. De esto depende el bienestar de ellos.
La frustración me invade y estoy segura de que no llegaremos a ningún acuerdo.
—¡Eres un jodido miserable! ¡Te estás aprovechando de la situación para poder obtener un beneficio de mi parte! —le grito, él me regala una expresión gélida que por poco me congela.
—Nunca he pretendido ser un buen hombre, Camille —afirma con seguridad—, no sé por qué todavía te sorprende.
Me muerdo el labio inferior con fuerza porque todo lo que dice es verdad. Y quizá por eso estoy tan decepcionada y enfurecida, creía que había cambiado, que tal vez se había redimido. Dios, que pensamiento tan iluso.
Dispuesta a no dejarme vencer por él, me aclaro la voz y le respondo:
—En eso tienes razón, incluso si pretendieras ser un buen hombre, no serías capaz de hacerlo porque destruir la vida de las demás personas y romperles el corazón está en tu naturaleza.
Una vena brota en su frente y me lanza una mirada de advertencia, ya que deduzco que su paciencia se está acabando, pero me importa un bledo. Él es el causante de todo esto.
Al ver que se queda callado una oleada de frustración emerge dentro de mi cuerpo, haciendo que pierda la capacidad para pronunciar alguna palabra.
Dejo escapar un bufido de decepción y con la poca fuerza que reside en mí, lo miro por última vez, detallando en mi memoria esa mirada fría y distante que durante los últimos tres años ha sido la protagonista de mis pesadillas.
No le doy ninguna explicación cuando me giro hacia la puerta dispuesta a marcharme de ese lugar y nunca más volver.