Capítulo XXI

2872 Words
Camille Me limito a observar a las dos personas que se encuentran sentadas frente a mí. Ambos mantienen las manos posadas encima de sus rodillas, se miran entre ellos durante unos cuantos segundos que se me hacen eternos, para después enlazar sus miradas conmigo y soltar un suspiro. Mi corazón empieza a latir con fuerza al darme cuenta de que todo lo que he estado temiendo durante todo este tiempo se ha hecho realidad. De nada ha servido todo lo que hecho para no tener problemas que lo involucren a él. Ha sido inútil irme porque vuelvo a estar en el mismo abismo de siempre. Y no puedo deshacerme del sentimiento de decepción que me asalta. Siento que todo va mal. Mi vida se me escapa de las manos y no tengo ningún control sobre ello. Odio sentirme tan vulnerable. No puedo soportarlo. Me prometí no dejar que esto me afectara más. Pero no puedo negar que sus acciones siguen desordenando mis emociones. Él sigue desordenando mis emociones y eso es algo para lo que no estoy preparada. La sensación de pánico en mi interior empeora con cada minuto qué pasa y me deja sin ninguna salida. No puedo mantener la calma, ni siquiera puedo respirar, no cuando estoy confirmando que mis sospechas son ciertas. Él tenía razón, siempre la tuvo y lo odio tanto. Está destruyendo mi vida de nuevo y esta vez siento que estoy atada de pies y manos. No hace falta que me digan lo que pasó, sé muy bien lo que quieren decirme, aunque no se atrevan a hacerlo. Llevan unos treinta minutos buscando las palabras adecuadas, pero aparentemente no las encuentran, quizá sólo buscan excusas o simplemente les cuesta admitir que han perdido por ir contra la persona equivocada cuando no tenían ninguna posibilidad de ganar desde un principio. Sin embargo, necesito que hablen, quiero que me digan lo que sé desde que hice una visita a cierta persona que no tiene ninguna relevancia en mi vida. O eso creía hasta este momento porque tener a estos dos hombres, cuya presencia en mi casa sólo me confirma que una vez más, estoy en manos de alguien que no quiero estar. Otra vez vuelvo a estar atada a una persona que tiene el potencial de arruinarme y dejarme hecha pedazos. Mis manos tiemblan de ansiedad al ver que no se inmutan. Sólo me reparan de arriba abajo, con ese aire acusatorio reposando en la atmósfera. No puedo aguantar más en silencio, así que decido ser la primera en hablar: —¿Qué es lo que ha pasado? —tenso la mandíbula y es Aarón quien carraspea la garganta antes de tomar mi mano, deteniendo el temblor que la embarga. Se levanta del sofá y toma asiento a mi lado. Lo suficiente cerca como para que pueda aspirar su cálido aroma que no merma mi frustración. No digo nada al respecto, solo espero la respuesta que me romperá el corazón y de nuevo pondrá mi mundo de cabeza. —El juez ha dictaminado que... —¡No le digas! —interrumpe mi padre, su penetrante voz retumbando en la sala de estar—. Este es nuestro problema, no tiene por qué involucrarse. Le lanzo una mirada de advertencia para que no diga otra palabra. Mi padre agacha la mirada con un atisbo de vergüenza brillando en sus ojos y suelta una maldición en voz baja. Aarón resopla con cierto nerviosismo, su mano sigue sosteniendo la mía con fuerza, y vuelve a retomar la conversación. —Como te decía, el juez ha dictaminado que hay suficientes pruebas en contra de nosotros para seguir adelante con la denuncia que puso Alexander —me da un ligero apretón de mano, sé que le cuesta decirme esto porque está claro que el panorama no está a su favor—. Ha ganado, el juez ha emitido una citación en contra de tu padre y en contra mía para una audiencia privada. Todavía podemos apelar la decisión pero no servirá de mucho, Camille. No con el poder que él tiene. Asiento con la cabeza lentamente, tratando de asimilar la situación que no pinta nada bien para ellos. El tono de voz desanimado que usa no me permite albergar ninguna esperanza. Todo se siente perdido y por alguna razón esto no me sorprende en absoluto. Una parte de mí sabía que Alexander se saldría con la suya. Sólo quise hacerme creer que en realidad podría contra él. Fue muy ingenuo de mi parte pensar de esa forma. Me muerdo el labio con fuerza, queriendo evitar que el grito de frustración estalle de mis labios porque precisamente eso es lo que quiero hacer, quiero gritar, llorar, destruir todo lo que me rodea. Y no puedo. No puedo mostrar ningún signo de debilidad, al menos no delante de ellos. ¡Joder! —¿Entonces qué sucederá ahora? —Camille, no sabemos... —interviene Aarón, queriendo minimizar la gravedad de la situación. —¡No quiero más mentiras! —me apresuro a decir—. Necesito que seas sincero conmigo. Su mandíbula se tensa al igual que sus músculos sobre su camisa de algodón. No me retracto de lo que he dicho. Estoy harta de las personas que se sienten con el derecho de mentir. Esta vez no estoy dispuesta a aceptarlo. —Lo último que quiero es preocuparte. —Eso lo hubieran pensado antes —suelto en tono venenoso. No quiero herirlos, pero no puedo evitar decir lo que siento. —Mi amor... —Si llega a ganar nos enfrentamos a dos o cinco años de prisión si el juez no establece una fianza —interrumpe mi padre con un tono glacial. Aunque me alegro de que me haya dicho la verdad esta vez, me gustaría que no lo hubiera hecho. Una ráfaga de dolor me atraviesa el pecho y tengo que tragarme las lágrimas que pugnan por salir de mis ojos. Hago todo lo posible por ocultar mi enfado y suelto un largo suspiro de cansancio, intentando no desviar mis pensamientos hacia cierta persona que no se merece absolutamente nada de mí. —No todo está perdido —sé que solo me estoy haciendo ilusiones porque las expresiones de sus rostros no son nada alentadoras. —El juez sellará la audiencia y no habrá vuelta atrás, podríamos ir presos —Aarón aprieta el puño de su mano libre, pero puedo ver el atisbo de miedo que brilla en sus hermosos ojos azules. Se me encoge el corazón con sólo pensar que le pueda pasar algo. No me gusta verlo así, me aterra pensar que su futuro está en manos de alguien a quien no le importa nada más que él mismo y que hace las cosas por su propio beneficio. Sin embargo, hay una duda que roe mi ser y precisamente por eso no puedo evitar que la pregunta salga de mis labios: —¿Era una mentira? —Los dos me miran sin comprender a qué se debe mi pregunta, pero mi mirada sólo se centra en esos ojos verdes idénticos a los míos—. ¿Todo lo que has dicho era mentira? Quizás no me expliqué bien la primera vez y debo aclarar lo que realmente quiero decir, pero las palabras se me quedan enroscadas en la punta de la lengua cuando mi padre decide hablar. —¿De qué hablas, Camille? —me repara con intensidad y sé perfectamente que él sabe a qué me refiero. Hasta puedo jurar que está buscando una salida para no tener que darme la cara. Respiro profundamente y conecto nuestras miradas. Su rostro se vuelve excesivamente expresivo y puedo ver el ápice de miedo en sus ojos, pero ni siquiera eso me impide sacar todo lo que tengo atascado en la garganta por su culpa. —De la verdadera razón por la cual has decidido hacer esto —susurro en voz baja, la realización de todo hace que mi corazón se sienta vacío. Cada pieza encaja. Él tenía razón y yo no le creí. No quería creerle porque eso significaba desconfiar de mi padre. Sólo necesitaba más razones para odiarlo. Para culparle de todo lo malo que ha pasado en mi vida. —No sé a qué te refieres —se pone nervioso. —Las rumores que empezaste en contra de Alexander, las cosas que dijiste sobre él, pese a que tú eras el único responsable de desbaratar tú fortuna —hago una pausa para tomar un respiro y no lo dejo hablar—. Él nunca te robó tus acciones, él las compró, anónimamente, pero lo hizo. ¡Fuiste tú el que malgastó su dinero en apuestas y aún así lo difamaste! Te encargaste de manchar su reputación frente a la prensa, sabiendo el tipo de hombre que es y toda la influencia que tiene en Seattle —la vergüenza que siento hacia él empaña mis palabras al momento de hablar y aunque parte de mí todavía sigue deseando que todo lo que dije sea mentira, sé que no lo es cuando mi padre aparta la mirada dándome la razón. Ahogo un chillido de frustración, lo contengo dentro de mi garganta, me niego rotundamente a dejarle saber que me afecta lo que ha hecho. —¡Contesta! —exijo, dolida—. ¡Quiero la verdad! Aarón aprieta mi mano con fuerza y me da una mirada de advertencia, pidiéndome que no levante la voz, pero no quiero calmarme. Sólo necesito que mi padre acepte sus errores por primera vez en su vida. —¡Él no es ninguna blanca paloma! —hace el intento de defenderse. Le lanzo una mirada cargada de desdén. La furia fluyendo por todo mi cuerpo. —¡Tú tampoco lo eres! —lo encaro—. Sigues sin aceptar que tienes la culpa de lo que está pasando. Alexander no es el único culpable de cómo has acabado después de la muerte de mi madre. Él no es responsable de todos tus problemas como quieres hacerme creer y si sólo buscas venganza déjame decirte que has arrastrado a Aarón a este lío. Has arruinado tu vida y la mía de nuevo. El destello de dolor que brilla en sus ojos hace que me arrepienta al instante de haber sido tan dura. —¡No te atrevas a mencionarla! —arremete con coraje, su rostro contrayéndose en rencor. Lo miro decepcionada. —¡Es mi madre, no puedes prohibírmelo! —No puedo creer que sigas defendiendo a ese desgraciado después de todo lo que ha sucedido —suelta con una amargura que jamás había presenciado—, Alexander no ha hecho más que fracturar nuestra familia. Jamás debí haber permitido ese matrimonio. Él ha sido nuestra ruina. Sus palabras me hacen parpadear varias veces, sorprendida de sus acusaciones. Porque aunque me cueste aceptarlo, él tiene razón. Alexander ha sido mi ruina. Aarón se tensa al lado mío con la mención de mi ex esposo y puedo deducir por dónde va esto. —¡No lo estoy defendiendo! Sólo quiero que por primera vez aceptes tus culpas —mi voz flaquea—. Necesito que te des cuenta de que si estás aquí es por las decisiones que has tomado. Si quieres encontrar un culpable de tu desgracia deberías mirarte al espejo. Mis palabras le hieren más de lo que pensé que lo harían. Puede que haya ido demasiado lejos esta vez. Hay una parte de mí que siente la necesidad de disculparse por haberle faltado al respeto, pero no puedo. Y ni siquiera me da tiempo de objetar algo a mi favor, se levanta del sillón y se gira hacia la puerta, no sin antes mirarme con desdén y soltar un bufido que puede interpretarse como su forma de decirme que está decepcionado conmigo. Yo también lo estoy. —Fue un error haber venido aquí, sigues siendo la misma egoísta que no puede pensar en nada más que en sí misma. Una vez más me demuestras que tenía razón al no decirte lo de tu madre —las lágrimas me llenan los ojos—. No merecías saberlo —suelta con rencor. Mi corazón se oprime dentro de mi pecho. Lo miro dolida, esperando que se retracte de lo que acaba de decir pero no sucede. Atraviesa la puerta y sale de la casa sin mostrar ningún ápice de arrepentimiento. Sus palabras han sido un golpe bajo que me hacen sollozar al instante. Otra vez revivo el dolor y la herida que todavía sangra dentro de mi corazón. Mi respiración se entrecorta, mis manos comienzan a temblar y lucho por llevar oxígeno a mis pulmones, pero todo es demasiado y no puedo evitar llevarme la mano al pecho mientras las lágrimas se siguen agolpando en mis ojos. Intento esconder mis emociones pero es en balde. No puedo. Así que hago lo contrario y dejo salir todo, porque sé que necesito vaciar mis entrañas antes de afrontar lo que se avecina. Mis sollozos se hacen cada vez más fuertes y es Aarón quien me toma en sus brazos dándome esa sensación de paz que tanto anhelo de la persona que se acaba de ir. Estruja mi cuerpo contra su pecho mientras acaricia mi cabello con suavidad, dejando un beso sobre mi cabeza y susurrando cosas que no puedo entender. Y tampoco me molesto en hacerlo, sólo me permito derrumbarme junto a él, porque sé que no me dejará sola. Permito que me abrace y me arrope bajo su calor, llenando mi corazón de esa sensación reconfortante que me hace amarlo aún más. No obstante, mi pecho vuelve a agitarse cuando las palabras de mi padre regresan a mí de golpe. "Nos enfrentamos a dos o cinco años de prisión". Ahogo otro sollozo y pongo las manos en su pecho para separarme de él y mirarle fijamente a los ojos. Quiero encontrar un ancla para no ahogarme. —Estaremos bien —me limpia las lágrimas con la yema de su pulgar—. No permitiré que te alejen de mí, ¿lo entiendes? —¿Y si no podemos con esto? —inquiero en un susurro débil—. ¿Qué pasa si esto es más fuerte que nosotros? Su sonrisa se desvanece e intenta disimularlo, pero me percato del momento exacto en que su expresión vacila. No está seguro. —Saldremos de esto, Camille. —Me besa la sien—. Todo estará bien. Confía en mí. Asiento con la cabeza. Pese a que no tenga las agallas de decirlo que ya no confío en él. No puedo dejar que él resuelva esto porque tengo el presentimiento de que lo empeorará todo. —No dejaré que nada malo te suceda —le hago una promesa que sé muy bien que puedo cumplir—. Haré lo que sea para evitar que vayas a la cárcel, no dejaré que eso ocurra. Una sonrisa reticente aparece en sus labios y aún con el dolor brillando en sus ojos azules, acorta nuestra distancia y deposita otro beso en mi frente, esta vez permanece más tiempo de lo habitual. —Soy yo el que debería velar por tu bien —se sincera—, déjame que me encargue de esto. Te prometo arreglar las cosas. Ladeo la cabeza, indecisa. —Puedo ayudarte. Sólo déjame hacerlo. —Sé que puedes, pero no quiero que te involucres en esto —acaricia mi mejilla con suavidad—, no te voy a arrastrar conmigo. —Aarón... —mi voz se asemeja a una súplica. —Este es mi problema, yo podré resolverlo. —¿Y si no es así? —insisto. —No pasará nada, Camille. No quiero que te preocupes más por mí, ¿de acuerdo? —Acuna mi rostro con ambas manos y niego, conteniendo las lágrimas—. Confía en mí, mi amor. Te prometo que estaremos bien. Somos más fuertes que esto. Miente. Él lo sabe tanto como yo. Me besa la frente una última vez antes de apoderarse de mis labios con ese atisbo de desesperación que me quita las ganas de seguir protestando. Correspondo abiertamente aunque mi cabeza está lejos de aquí. Lo beso con frustración, impotencia, ansiedad, intentando retener en mi cuerpo esa sensación de serenidad que sólo él me provoca. Tengo miedo de dejar de sentir esto, tengo miedo de que el tiempo no sea suficiente, tengo miedo de separarme de él, tengo miedo de que mi mundo se vuelva n***o de nuevo, tengo miedo de volver a sentirme sola. —Todo estará bien. —Dice sin dejar de besarme—. Nada podrá separarnos. Y con eso me confirma que me está mintiendo, porque sus labios no son más que una simple despedida y aunque se niega a admitirlo, él también lo siente. Pero no sabe que haré todo lo posible para que no le pase nada, no me importa si tengo que vender mi alma al mismísimo demonio. No permitiré que nada malo les suceda. Ellos van primero y jamás podré perdonarme si Alexander llega a hacerles daño. Me separo de él a duras penas, dedicándole una cálida sonrisa y sabiendo perfectamente lo que tengo que hacer para retrasar lo que está a punto de suceder.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD