Capítulo XLI

4204 Words
Camille Dos horas más tarde me encuentro sentada en el enorme comedor junto a Aarón, que conversa amenamente con el señor Stefan sobre asuntos que no me conciernen y que están lejos de importarme. Amelia de vez en cuando interviene y hace algún comentario para hacer más llevadero el ambiente. En cambio, yo sólo me dedico a revolver la comida de mi plato, sin siquiera decir palabra alguna, sintiendo una opresión sofocante en el pecho, ya que no puedo dejar de darle vueltas a lo que hice. La manera en que permití que Alexander me tocara y se apoderara de mí, sabiendo que Aarón me estaba esperando. Dios. Me siento demasiado culpable. El hecho de no tener nada puesto debajo del vestido y que llevo sintiendo los muslos pegajosos desde hace tiempo, no ayuda a disminuir ese sentimiento de culpabilidad que se intensifica al ver los ojos de Aarón. Aunque me tranquiliza saber que Alexander se marchó o eso es lo que supuse después de dejarlo en el jardín. Porque nunca entró a la mansión. Stefan no mencionó que vendría tampoco. Y pese a que me alegra no tener que lidiar con su presencia, también debo admitir que no me siento cómoda en este lugar. —¿Camille, te encuentras bien? —la amena voz de Amelia me hace levantar la mirada de mi plato; cuando me encuentro con su mirada, le hago un gesto de confusión—, estás muy pálida, querida, ¿estás segura que no necesitas algo? Niego con la cabeza rápidamente, incómoda de que ahora Stefan y Aarón hayan detenido su conversación para centrarse en mí por el comentario que ha hecho Amelia. —¿Mi amor? —espeta mi novio, o más bien, mi ex novio. Su mano se posa en mi pierna y doy un respingo asustada, que lo hace tensarse. Trago en seco evitando hacer contacto visual con ellos. —Estoy bien, sólo tengo un dolor de cabeza —miento para intentar desviar la atención lejos de mi—. Ya se me pasará, no se preocupen por mi —digo, forzando una sonrisa. El señor Stefan me dedica una mirada significativa que no sé descifrar. Aprieto los labios sin saber que más hacer. Él se limita a apoyar ambos codos sobre la mesa, mientras su cuerpo adquiere una postura rígida. Sus ojos tan parecidos a los de su único hijo me escrutan con detenimiento. —Será mejor que demos por terminada esta cena y Aarón te acompañe a casa —sugiere Stefan con una sonrisa gentil—. Creo que te vendrá muy bien descansar. Mis mejillas empiezan a calentarse. Sacudo la cabeza en desacuerdo. —No, no lo veo necesario, ya me siento mejor —digo para evitar ser descortés con ellos. —Concuerdo con Stefan, Camille —interviene Aarón mientras me observa preocupado—, será mejor que te lleve a tu casa para que puedas descansar —Intento expresarle mi negativa con la mirada, pero él me roza suavemente la mejilla y deja escapar un suspiro—. Mi madre tiene razón, no te ves nada bien. ¿Quieres que te lleve a un hospital? Se me escapa un sonido de exasperación. —¡No! Claro que no, estoy bien —me alejo de su tacto, recordando las palabras de cierta persona que no quiero recordar, pero que aún así logra colarse en mis pensamientos. —Camille... —insiste. Reparo a las personas que se encuentran en la mesa y a juzgar por la manera en que me observan, sé que ya no tiene ningún caso que me niegue, es obvio que el ambiente se ha arruinado. Amelia es la que parece estar más molesta por ello, sin dejar de lado el hecho de que hace un rato, me llevó a la sala de estar de la mansión con la excusa de que necesitaba enseñarme algo. Lo hizo porque quería hablar conmigo sobre su hijo. Y aunque al principio me molestó demasiado que me engañara de tal manera, comprendí el motivo de su preocupación dada la situación actual. —¿Tú de verdad lo quieres? —me hizo esa pregunta justo cuando llegamos a la sala de estar. No se mostraba amable ni tranquilo, supuse que necesitaba una respuesta de parte mía. Me tensé de pies a cabeza. Y no porque no supiera la respuesta, sino porque no me gustaba el tono que empleaba y, desde luego, no me gustaba que interfiriera en mi relación. —Amelia, lo quiero —le dije la verdad—, quiero mucho a Aarón. Ella sonrió apretando los labios. Sus ojos azules eran fríos y distantes, no quedaba nada de aquel destello suave y cálido que desprendían cuando estaba junto a Stefan. —Pero no lo amas —decretó con rectitud. La miré confusa. —Claro que si —espeté, enojada. Quizá a la defensiva. Sin embargo, no tardó mucho cuando el recuerdo de lo que había hecho con Alexander en el jardín, me dio un golpe de cruda moral. Era una completa hipócrita. Me sentía como tal. ¿Con qué cara le estaba diciendo a Amelia que quería a su hijo cuando hace apenas unas horas eso no me importó en absoluto? Estaba tan confundida sobre mis sentimientos. Mi corazón empezaba a entrometerse en la situación. Lo que hice antes empeoró las cosas. Mi cabeza era un completo desastre. Y aunque sabía que quería a Aaron, demasiado, empecé a preguntarme si ese amor era suficiente para conseguir que Alexander se alejara de mí para siempre. —Pero no lo amas como amaste a Alexander —soltó de repente; reconocí el matiz de angustia en su respuesta—, o como me imagino que sigues amándolo. Apreté la mandíbula ante sus suposiciones. —Él es mi pasado. Ya hace más de tres años que nos divorciamos —resumí con indiferencia—. La verdad no entiendo que tiene que ver en todo esto. Amelia me dirigió una mirada de desdén. Sus ojos azules ahora poseían un brillo indiferente. Sabía a ciencia cierta que no le agradaba y si algún día lo hice, ese sentimiento se había desvanecido en el momento en que me hice novia de su único hijo. Yo no era la chica que se imaginaba para su hijo. A sus ojos no me lo merecía. Además, el hecho de que fuera ella quien organizó mi boda cuando me casé con otro hombre lo empeoró mucho más. Honestamente, no podía culparla por no quererme cerca de él. —Pero sigues teniendo contacto directo con él, ¿o me equivoco? Ahora eres su empleada y pasas todo el tiempo a su lado, ¿en serio crees que a mi hijo eso lo hace feliz? Saber que la mujer que él ama con todo su corazón está a todas horas con su ex pareja —puso en evidencia con un tono intransigente—, estás muy lejos de ser la mujer que necesita, más cuando no estás enamorada de él. No hace falta que me lo niegues, yo lo sé. Sabía que me merecía que arremetiera contra mí, pero eso no evitó que una oleada de furia me sacudiera, no obstante, me obligué a inspirar hondo para controlar las inmensas ganas de gritarle lo que en realidad pensaba. —Con todo respeto, Amelia, lo que suceda en nuestra relación no es asunto tuyo —esclarecí dispuesta a darle fin a su disputa. La sonrisa fingida de sus labios vaciló. —La felicidad de mi hijo es asunto mío —increpó con rencor. Tomé un respiro largo. —Mi intención no es hacerle daño, de eso puedes estar segura. Sacudió la cabeza. Juraría que vi un atisbo de comprensión en sus ojos. —Aunque no sea tu intención hacerle daño, es normal que ocurra ahora que está contigo —su voz salió seria, rozaba lo maternal—. Es imposible que mi hijo no acabe lastimado cuando está en el camino de un hombre despiadado como Alexander. Puede que no entienda las razones detrás de su divorcio, pero si tú estás trabajando para él después de tantos años, no es una coincidencia. Y tú no eres ninguna estúpida, Camille, así que creo que lo sabes bien y yo no puedo quedarme sentada viendo cómo le hacen daño a mi hijo. Dejé que sus palabras calaran hondo en mí. No había pensado en ello. No de ese modo. Se equivocaba al decir que le haría daño a Aaron, pero también tenía razón en algo, nada era casualidad con Alexander. Debería haberlo sabido. —Estas equivocada, Amelia. Su rostro se suavizó pero mantuvo los labios apretados. —Créeme, desearía estarlo, Camille —negué enseguida—, lo haría todo más fácil, pero conociendo a Alexander, no creo que mis palabras estén muy alejadas de la realidad. —Estas mezclando las cosas —me frustré. —Dime que no lo amas y que todo esto sin ideas mías entonces —exigió, tomando un paso adelante. Contuve el aliento. La miré desconcertada ante tal atrevimiento de su parte. Estaba harta de que todo el mundo cuestionara mis sentimientos a cada rato. Me ponía furiosa. ¿Quién le había dado ese derecho? —No pienso discutir esto contigo —me limité a decir. Ella comprendió que ya no diría nada más. Respiré hondo, le dediqué una última mirada y me di media vuelta con el propósito de regresar al comedor junto con los demás, que deberían estar empezando a preguntarse la razón tras nuestra demora. —Espera, querida —su voz me detuvo, más sin embargo, no me volví a verla—, te sugiero que seas sincera contigo misma antes de que acabes hiriendo a personas inocentes. Hazte ese favor a ti y a mi hijo —ella prosiguió; su tono era frío e incluso amenazante. —¿Una última cosa que quieras agregar? —le pregunté con cierta ironía. —Sí, quiero que te alejes de mi hijo lo antes posible, y eso no es una sugerencia, Camille —advirtió con un tono que me estremeció. Me limité a hacerle un gesto con la cabeza y apresuré mis pasos hasta llegar al comedor, donde se encontraba los demás a nuestra espera. En ese instante quise llorar para desahogarme del dolor que empezaba a allanar mi corazón y sólo poder escapar de todo el desastre que me deparaba el destino. Era más que obvio que haber ido había sido un completo error, pero tan poco podía marcharme cuando Aarón se veía contento de tenerme ahí. Stefan se mantenía al margen de la situación, no intervenía y tampoco me había hecho ningún comentario al respecto, pero me resultó imposible ignorar la incomodidad que vislumbré en su rostro en cuanto se percató de que Amelia estaba tensa. El amor que sentía por Amelia no era algo que podía ocultar. Era muy evidente en la forma en que la miraba, con un profundo cariño y respeto. También lo noté en la forma en que se levantó de la mesa para extenderle una silla y se aseguró de que estuviera cómoda. No había ninguna duda. La amaba de verdad. Y por un momento me pregunté si había amado a su primera esposa como lo hacía con ella. —Camille... —la voz de Aarón me trae de vuelta a la realidad. Meneo la cabeza, intentando disipar mis pensamientos acerca de Amelia. Cuando por fin consigo enfocarme en Aarón, él se encuentra mirándome expectante. —No es necesario que me lleves, traje mi auto —hago el intento de sonreír—, puedo irme sola. Mi respuesta no es de su agrado. —No digas incoherencias, te llevaré yo —se impone y su tono no deja lugar para protestas. La mirada que me dirige Amelia prácticamente me aniquila. Sonrío incómoda. —Te prometo que estoy bien, puedo manejar sin ningún problema. —No seas terca, hija, creo que lo mejor será que Aarón te acompañe a casa —interviene el señor Stefan y, aunque su voz se mantiene cálida, tampoco da cabida a las réplicas. Y está vez ni Amelia ni yo nos atrevemos a contradecirle. Me limito a asentir mientras suelto un suspiro de resignación. —Muchas gracias por la cena, todo estuvo exquisito —digo al tiempo que me levanto de la silla junto a Aarón, que enseguida me toma de la mano, como si estuviera intentando sostenerme. —Gracias por honrarnos con tú presencia, ha sido una velada encantadora —dice él con una enorme sonrisa que dista mucho de ser deshonesta; sus rasgos suaves y firmes—, siempre eres bienvenida en esta casa, Camille. Espero que pronto te sientas mejor. Una sensación cálida me sacude. Le sonrío en respuesta. —Nos vemos luego, señor Stefan —es lo único que digo. Hay un brillo en sus ojos verdes. No puedo precisarlo y tampoco le tomo mucha importancia. Él se limita a sacudir la cabeza. —Sólo Stefan —me corrige. Me ruborizo ante su corrección. Le doy un simple asentimiento. —No olvides pensar en lo que te dije hace un rato, querida, espero que te recuperes pronto —Amelia interrumpe nuestra conversación, fingiendo una amabilidad que sé muy bien no siente. Me esfuerzo para conservar la sonrisa intacta en mis labios. —Así lo haré. Aarón regresa a ver a su madre con una expresión desconcertada y entonces se enfoca en mí, esperando una respuesta que no le voy a dar. —Vámonos ya —dice al percatarse de que ya no diré nada. Tomo mi bolso de la silla y emprendo mi camino fuera del lugar junto a Aarón, que sostiene mi mano con firmeza. Siento un nudo enorme en la garganta y no encuentro la manera de decirle que no deseo estar con él en este momento. No después de lo que ha sucedido. Tras llegar al estacionamiento donde se encuentra mi auto, Aarón me pide las llaves y se las entrego sin más. Él acaricia el dorso de mi mano y acuna mi rostro. La expresión en su rostro es cálida pero ni eso me trae calma. —¿Te sientes mejor? —inquiere despacio. Asiento con una opresión en el pecho. La moral me está cobrando factura por todo lo que he hecho. —Si, sólo quiero ir a casa. —Yo me encargaré de llevarte y también me quedaré a cuidarte si hace falta —me sonríe con dulzura y entonces se inclina lo suficiente con la intención de darme un beso. Aunque la sola idea de que me bese después de lo que ha pasado con Alexander me produce un desazón, permanezco congelada, quieta, esperando el suave roce de sus labios que nunca llega porque, básicamente, alguien me aparta con fuerza de él. Y sé exactamente quién es ese alguien. Reconozco su toque electrizante. De alguna manera mi noche acaba de empeorar todavía más. Alexander es muy hábil. Bruto e impertinente también. De un sólo movimiento, logra colocarme detrás de su enorme figura, para poner una distancia entre Aarón y yo. Él parpadea mientras intenta procesar lo que está pasando. Cuando visualiza a la persona que está delante de él y la cuál es la responsable de habernos interrumpido, su rostro se endurece. —¡¿Qué diablos crees que estás haciendo?! —grita, sumamente furioso. Su cuerpo se pone rígido y sé que está intentando tranquilizarse, pero el hecho de mi ex esposo nos haya interrumpido lo está sacando de sus casillas. No comprende su actitud y sinceramente yo estoy lejos de hacerlo. —Te advertí claramente que te alejaras de ella —increpa en un gruñido ronco y bajo que hasta a mí hace estremecer. Apenas puedo entender todo lo que está sucediendo. Ni siquiera sé de dónde diablos ha salido Alexander. —¡Es mi jodida novia! —inquiere, perdiendo cualquier ápice de calma. Alexander suelta una risa seca llena de sarcasmo. —Ya no lo es —dice con arrogancia—. Olvídate de ella y por tu bien deja de buscarla de una maldita vez. La tensión crece alrededor de nosotros con cada palabra que dicen y sé que esto se va a salir de control en cualquier momento. —¡Es que juro que te voy a matar, joder! —Aarón se acerca peligrosamente a Alexander, él ni siquiera sé inmuta y yo sé que tiene todas las intenciones de golpearlo. No voy a dejar que eso ocurra, y no porque me importe mi ex esposo, sino porque sé que mi novio tiene todas las de perder. —¡Quieren ambos parar de derrochar su maldita testosterona! —grito lo suficientemente fuerte para que los dos puedan oírme. Detienen su pelea de miradas y concentran toda su atención en mí—. Estoy tan cansada de esto. De ustedes dos que no saben comportarse como dos personas civilizadas y en cambio, parecen animales. No quiero que se peleen por mí como si fuera un trozo de carne o una propiedad que pertenece a alguien —expreso mientras los miro con reprimenda. Aarón suelta un suspiro mientras Alexander me mira con atención. Casi analizando mis palabras. —Te dije muy bien lo que pasaría si dejabas que este imbécil te tocara otra vez —mi ex esposo menciona con toda la intención de crear más problemas y la cara de Aarón se pone roja de furia. Oh, dios. Esto se está poniendo peor. Y sé que Alexander no se echará atrás. Pero yo tampoco lo haré. —¡¿La has amenazado, maldito idiota?! —el rubio grita mientras intenta abalanzarse sobre él para golpearlo, pero con una mirada le advierto que ni lo intente. —¡Qué diablos te importa! —vocifera el pelinegro, ahora furioso porque se siente amenazado. —¡Déjanos en paz de una buena vez! Ella ya me eligió a mí y no a ti maldito egoísta de mierda. Camille me ama. Siento un nudo en la garganta al escuchar la manera en que Aarón confía en mí. Le fallé. —¡Eso es lo que tú quieres creer, iluso! Pongo los ojos en blanco, sintiéndome irritada de sobremanera, observando la escena que se desarrolla ante mí. Ya no pienso quedarme aquí ni un segundo más. No puedo. —Aarón devuélveme mis llaves —le digo para que se centre en mí en vez de en Alexander. Él se queda quieto cuando procesa lo que acabo de decir mientras me mira dolido. —Dale lo que te ha pedido —le espeta Alexander en un tono amenazante. Enseguida le dirijo una mirada de advertencia para que no intervenga. —Tú cállate que no estoy hablando contigo —suelto ya enfadada. Aarón vacila unos segundos pero me devuelve las llaves y yo le regalo una sonrisa triste, porque a pesar de estar en desacuerdo con mi decisión, no se niega. —¿Te vas con él? —Pregunta entonces sonando decepcionado. —Sí, se va conmigo —responde enseguida Alexander por mí. Vuelvo a poner los ojos en blanco antes de aniquilarlo con la mirada. —No, me voy sola —espeto con firmeza—, no quiero que ninguno de los dos esté conmigo ahora mismo. Aarón me mira indignado. Y esos ojos verdes que me hacen perder el aliento cada que los miro brillan con furia. Sé que está enojado conmigo, pero eso no me puede importar menos. —Eso no va a pasar —ya se había tardado en hablar. —Te llevo a casa —dice rápidamente Aarón al darse cuenta de que Alexander no va a echarse atrás. Inspiro profundamente. A estas alturas ambos me están molestando y acabando con mi jodida paciencia. —No necesito un perro guardián para que esté conmigo las veinticuatro horas del día —hago referencia a ellos por la forma en que están actuando; mis ojos fijos en esa mirada azulada—, y tú Aaron, no sé por qué diablos actúas así cuando fuiste tú el que me pidió tiempo, no fui yo la que lo dejó, así que ahora no tienes derecho a hacer esta escena de celos —le dejo muy en claro lo que pienso al respecto; él mira hacia otro lado, avergonzado. Observo la manera en que mi ex-esposo me regresa ver. —Creo que ya la escuchaste, tú eres el que no debería estar aquí —menciona Alexander con recelo mientras esboza una sonrisa victoriosa al creer que ha ganado la partida—. Sales sobrando. Rápidamente me giro para centrar toda mi atención en él. La furia y la irritación me inundan ante su jodido descaro. Esta muy loco si piensa que me iré con él. —¡Y tú quita esa sonrisa porque tampoco me voy a ir contigo! ¿Quién demonios te crees que eres para inmiscuirte en mi vida y opinar de esta manera como si fueras mi dueño? Te dije claramente que te alejaras de mí y lo dije en serio. Ni siquiera sé por qué sigues aquí. ¿De verdad tengo que recordarte la razón por la que nos divorciamos? Apuesto que no. Por eso no tienes derecho a estar aquí —vocifero con la garganta ardiéndome, me siento rebasada por todas las emociones que vuelven a resurgir al tenerlo cerca. Esa sonrisa se borra al instante. Los dos ahora me miran avergonzados y casi asustados. Suelto un resoplido. —Ya me quiero ir, ahora quítense de mi camino —les digo con indiferencia. Ninguno se mueve y la irritación vuelve a invadirme ante su insistencia—. Esta vez hablo en serio, no quiero verlos a ninguno de los dos. ¡Largo! —inquiero, perdiendo cualquier ápice de paciencia. Vacilantes, ambos se hacen a un lado para que pueda llegar a mi auto. Cuando entro en el auto y enciendo el motor para irme de ese lugar antes de que hagan algo para detenerme, las veo observarme a través del cristal. La expresión de Aarón es de pura tristeza, pero la de Alexander, me produce pánico; su mirada es completamente decidida y también hay una sonrisa de orgullo en sus labios. Sé que no me hará caso. Él nunca lo hace. Le odio. Y también odio no poder alejarme de él. Luego de llegar a casa sana y salva, decido dirigirme a mi dormitorio para poder descansar cuando me doy cuenta de que todo el mundo ya está durmiendo. Debería habérmelo esperado. Es muy tarde para que estén despiertos. Sin más dilación, me quito la ropa sucia e invierto los siguientes quince minutos dándome una larga ducha para lavar todos los besos de Alexander en mi piel, las caricias lujuriosas, todo él de mi cuerpo, pero no puedo, él está grabado a mí como un tatuaje que nunca desaparece. Se me escapa un suspiro de resignación mientras me envuelvo el cuerpo con una toalla y salgo de la ducha con la sensación de que mi vida está a punto de empeorar, si es que no lo ha hecho ya. Cuando llego a la cama, veo la pantalla del móvil encendida con un mensaje. Es muy tarde para recibir mensajes, pero aún así lo cojo para ver de quién se trata y vuelvo a sentir el aire atascado en mis pulmones. "Espero verla mañana en mi oficina a primera hora, señorita Brown. Le dejo muy claro que esto no es ninguna sugerencia. Que pase una excelente noche, sé que yo lo haré ahora que tengo su delicioso sabor en mi boca" Aprieto los muslos con la oleada de calor que se concentra en mi entrepierna, al recordar la manera en que su lengua me dio placer. Cuando me percato de que otra vez estoy fantaseando con ello, un gemido de exasperación sale de mis labios. Odio a este maldito arrogante. Odio no poder odiarlo. Furiosa, entro rápidamente en su chat y le respondo. "¡Vete al infierno y quédate ahí para siempre!" No tarda en contestar. Mi corazón vuelve a latir con fuerza. "Veo que estamos de excelente humor. Buenas noches a ti también, preciosa" Mi humor empeora con su respuesta sarcástica. Puedo imaginármelo sonriendo con satisfacción. "Espero que tengas sueños espantosos y no puedas dormir" si, lo sé, una respuesta muy madura de mi parte, nótese el sarcasmo. La pantalla no tarda en iluminarse con otro mensaje suyo. "El único sueño que tendré es contigo meciendo tus caderas, gimiendo mi nombre, pidiendo más mientras tengo mi lengua y mis dedos dentro de ti" Releo su mensaje con los ojos más abiertos de lo habitual ante su descaro. Mi cuerpo reacciona a sus palabras. Tengo que respirar hondo. Más de una vez. "¡¡¡Te odio, Alexander!!!" Su respuesta llega casi enseguida. "Ambos sabemos que eso no es cierto" Un chillido brota de mi garganta y aviento el móvil a la cama, optando por no seguir su maldito juego. Ya fue suficiente. Necesito ponerle un alto a esto antes de que llegue más lejos. No puedo permitirme margen de error. No se me puede olvidar mis prioridades ni todo lo que me hizo en el pasado. Tengo que ser más fuerte. Porque ahora no solo mi futuro está en juego.
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