Capítulo XL

3749 Words
Camille —Deseo probarte, preciosa —lo escucho susurrar contra mi oído, después de unos segundos sumergidos en el silencio. Me tiembla la respiración. Estoy absorta en el momento. Sus labios tibios hacen contacto con mi piel fría cuando planta un suave beso sobre mí cuello haciéndome estremecer entera. Pero no comprendo lo que en realidad quiere decir hasta que deshace su agarre de mi cintura y, asegurándose de que haya encontrado un balance, me deposita de nuevo en el suelo. Trago en seco. Él procede a flexionar las rodillas para ponerse de cuclillas, de manera que su cabeza me roza el estómago. Se me escapa un jadeo en el momento en que comprendo sus intenciones. Los vellos de mi piel se erizan con la anticipación de lo que va a suceder y a lo que no me voy a negar. —Alexander, yo... Me sostiene la mirada. Sus ojos brillando lujuriosos. —¿Quieres decir alguna objeción? —sonríe cómplice. Siento mi corazón martilleando con fuerza antes de murmurar un tanto agitada: —No puedo más. Sin embargo, a pesar de sentirme desequilibrada, quiero que lo haga. Me doy cuenta que lo necesito más que a nada. Quiero todo lo que él quiere hacerme. No lo deseo, lo anhelo con todo mi cuerpo. —Sé que puedes soportarlo —asevera con voz lúgubre—, lo disfrutarás tanto como yo lo haré. Me aseguraré de ello. Mi pecho se agita con demasía. Cada rincón de mi cuerpo pide entregarse a él. Ceder. Sólo dejar de poner resistencia. —Lo sé —suelto el aire con media sonrisa—. Pero creo que aún no me he recuperado del todo—digo sintiendo un ligero temblor que invade mis piernas, gracias a haberme corrido dos veces hace apenas unos cuantos minutos. —Sólo será una probada —su tono sombrío me debilita—, no sabes cuanto lo necesito, Camille, muero por volver a tener tu sabor en mi boca una vez más. Contengo la respiración. Sus últimas palabras, que muy bien pueden ser una simple estrategia para lograr que acceda, son las que me convencen. Mi ritmo cardíaco se dispara por las nubes. Le miro fijamente con deseo, una abrumadora oleada de necesidad recorre mi cuerpo, que acaba de desatarse después de lo que hemos hecho. —¿Entonces a qué esperas, demonio? —Le dirijo una sonrisa con picardía. Me devuelve el gesto. Una sonrisa astuta plasmada en sus labios. Y cuando se da cuenta de que, a pesar de mi vacilación, no tengo ninguna intención de detenerlo, sus ojos empiezan a nublarse con esa oscuridad y ese profundo anhelo que me dejan sin aliento. —No pienso detenerme —su advertencia no hace más que intensificar mis ganas—, aunque ruegues por ello. No lo haré. Tengo la certeza de que no miente. Mi cuerpo tiembla de anticipación, cada fibra que me conforma se estremece al pensar en lo que está a punto de hacer. Sin más preámbulos por su parte, me acaricia las piernas mientras yo me tenso, sus dedos ásperos recorren mi suave piel desde los tobillos y ascienden de forma tortuosa mientras me levanta el vestido hasta la altura de la cintura, luego se inclina más hacia mí; un sonido profundo y grueso retumba en su pecho haciéndome arder de deseo. —¿Vas a pedirme que me detenga? —inquiere deteniendo el vaivén de sus caricias—. ¿Camille...? —No te lo pediré —sonrío entonces—, no creo que pueda hacerlo después de esto —le confieso, ansiosa. Con la mitad del cuerpo expuesta mientras la brisa de la noche golpea mi piel ahora desnuda. Se ríe, complacido de mi falta de resistencia. El sutil sonido varonil vibra en cada centímetro de mi cuerpo. —Bien. Porque no tengo planes de soltarte —la forma en que lo dice me produce un escalofrío—. Nunca más. No tengo tiempo de analizar lo que dice. De entender en lo que me estoy metiendo y que quizá ya no seré capaz de detener. Sus ásperas manos me sujetan con firmeza de las caderas, al tiempo en que libera gruñido de placer de sus labios en el momento exacto en que me desgarra las bragas de encaje que llevo puestas, haciéndome estremecer de sorpresa. Una sensación de nostalgia me aletea en el pecho. El tiempo retrocede en ese instante. Estoy inmóvil. Me duele el corazón cuando una oleada de recuerdos de todas las veces que él hizo lo mismo en el pasado vuelve a mí. Pierdo el aliento. La repentina rigidez de mi cuerpo lo advierte. Se da cuenta de mi súbito cambio. —¿Camille? —Su voz indecisa surge en el aire—. ¿Estás bien? Sacudo la cabeza bruscamente, perdida en el deseo que me avasalla y también en los sentimientos encontrados que se aglomeran en mi pecho. Porque no quiero detenerme a cuestionar lo que estamos haciendo. Si lo hago, me daré cuenta que probablemente estoy cometiendo otro error. —No te detengas —le suplico, esforzándome para que mi voz no falle—, no ahora, Alexander. Dijiste que deseabas probarme, hazlo. No tengo la mínima intención de impedírtelo. La expresión de su rostro se torna sombría. La lujuria relampaguea en esos ojos que sacuden mi mundo. Sé que nada lo va a parar y la certeza de aquello me satisface de sobremanera. Veo cómo guarda mis bragas, o más bien, lo que queda de ellas, en el bolsillo de sus vaqueros mientras vuelve a centrarse en mí con una mirada feroz que me produce escalofríos y, esta vez sin dudarlo siquiera, hunde su cara entre mis piernas y sé que es demasiado tarde para detener el lío en el que me he metido porque otra vez me encuentro sometida. Me estremezco. Un grito de sorpresa se escapa de mis labios. Mi cuerpo reacciona inmediatamente a él, incluso cuando aún no ha empezado. Sentir su aliento caliente contra mi carne desnuda me hace gemir mientras cierro los ojos y me dejo llevar por el deseo que se apodera de mí. Entiendo que se está tomando su tiempo porque ha pasado mucho tiempo desde la última vez que mantuvimos algún tipo de intimidad, pero yo estoy harta de tantos preámbulos, así que, impaciente, empiezo a mecer las caderas sobre él, instándole a que empiece a hacer algo. Y, percatándose de lo que le estoy pidiendo, no se queda atrás, no tiene piedad en absoluto cuando su hábil lengua encuentra mi clítoris y empieza a lamer y a chupar salvajemente ese cúmulo de nervios que me hace retorcerme, suplicándole que me dé más, absolutamente todo. Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos. Sus incontenibles y eróticos gruñidos resuenan a mi alrededor mientras sigue lamiéndome por todas partes como si fuera su comida favorita. Me lleva al límite, el placer es casi demasiado, pero no lo suficiente como para que lo detenga. Quiero más. Mis sentidos se agudizan con cada pincelada de placer. Pongo los ojos en blanco cuando una inmensa oleada de innegable excitación empieza a crecer mientras él desliza un dedo dentro de mí, sabiendo que eso es lo que necesito para acercarme al deseoso orgasmo. No se detiene ni para tomar un respiro. Y yo tampoco lo hago, incluso cuando mi mente me sigue diciendo que lo que estoy haciendo está mal. Al contrario, ignoro esa vocecita de la razón, y enrosco los dedos en su cabellera oscura para guiar sus movimientos mientras continúa lamiéndome como un hombre hambriento que no consigue saciarse. Lo siento tensarse y arqueo la espalda una vez más, al tiempo que desliza un segundo dedo que me llena por completo, mientras gime acompasado conmigo. Su áspera lengua sigue el recorrido por mis pliegues mojados y sin que lo vea venir, se abre paso dentro de mí para hacerle compañía a sus dedos que no dejan de moverse, me penetra con ímpetu, es insaciable, y no hago más que gemir anhelante de más. Las sensaciones se intensifican y la excitación me nubla la vista, porque incluso después de todo este tiempo sabe exactamente cómo conseguir que me deshaga por completo en su boca. Mi respiración se vuelve entrecortada, mis piernas tiemblan por los espasmos, soy incapaz de pensar mientras me siento flotar en miles de emociones que creía que no sería capaz de volver a sentir. Es como si nada más importara, porque lo deseo, de verdad. Quiero sentirle dentro de mí por una última vez, que hasta la sola idea de que me folle aquí, salvajemente, donde cualquiera que ponga un pie fuera de casa pueda encontrarnos, hace que me corra con fuerza sobre su lengua y sus dedos, gritando en voz alta el nombre de la persona que más odio y deseo. Es arrollador. Todo el placer es excesivo y me deja ansiando más de lo que ya me ha dado. Apenas puedo recuperar el aliento, la cordura, cuando su cabeza se asoma de entre mis piernas, que siguen en pie y no se han desplomado gracias a que me sujeta con el fuerte agarre en mis caderas. Una sonrisa se me escapa cuando lo veo acomodarme el vestido. Tiene labios húmedos y veo su barba brillando por mis residuos. —Sigues sabiendo tan dulce como lo recordaba —la oscura sonrisa que roza sus labios me estremece—, tan jodidamente deliciosa y mía, sólo mía, Camille —gruñe con posesión En ese preciso instante desciendo del éxtasis en que me encuentro. Mi excitación empieza a remitir. Me obligo a pasar saliva mientras parpadeo, todavía sin entender lo que quiere decir. Rápidamente se da cuenta de mi confusión, pero no se retracta de lo que ha dicho. —Alexander... —intento sacar el tema y dejarle claro que lo que acaba de pasar no cambia nada entre nosotros. Esto no borra lo demás. Sólo fui débil y me dejé llevar por la nostalgia, por la necesidad que sentía en la piel. Al notar mi cambio de actitud, se levanta rápidamente de la posición en la que está, después de asegurarse de que no voy a perder el equilibrio por mi cuenta. Su figura alta e imponente me pone nerviosa, más sin embargo, no me intimida. Le veo arreglarse la ropa de manera casual y relamerse descaradamente los labios antes de volver a verme a los ojos. Mi sexo sigue palpitando por las secuelas que deja el orgasmo y sólo puedo apretar los muslos con fuerza para serenarme. —No permitiré que me contradigas en esto —me repara con intensidad—. Grábate mis palabras, porque son una realidad. Lo aceptes o no. Sigues siendo mía y de nadie más. Lo miro desconcertada. Trago saliva con dificultad. Incapaz de pensar coherentemente cuando me mira con excesiva seguridad. Me limito a negar con la cabeza. —¿Acaso me estás jodiendo? —espeto incrédula—. ¿Desde cuando eres tan sentimental? El hecho de que nos hayamos liado no me convierte en algo tuyo. Él aprieta la mandíbula. —Deja de actuar como si lo que pasó no cambiara nada. —Esto no significa absolutamente nada —suelto sin más. Lo veo esbozar una sonrisa arrogante antes de hacer un gesto con la cabeza en señal de desaprobación. —Esto significa todo —increpa imponente. —Claro que no, incluso ya me estoy arrepintiendo de lo que hicimos. La expresión divertida que adquiere no vacila. —Lo sé. Pero eso no quita el hecho de que sigues deseándome tanto como yo a ti —afirma con absoluta seriedad—, incluso cuando no te gusta. Me deseas y eso es algo que no puedes cambiar. Pongo los ojos en blanco, irritada porque sé que es verdad. —Olvidaba que eres el hombre más arrogante que ha pisado esta tierra —el calor me sube a las mejillas. Se ríe pasándose una mano por las hebras negras. —Todas aman eso de mí —sé lo que intenta hacer con ese estúpido comentario. Mi sangre hierve con el pensamiento. Le aniquilo con la mirada al instante. —Pues fíjate que yo lo odio. Niega con la cabeza, sonriendo con picardía. —Eres una mentirosa, te encanta. Lo miro sumamente indignada. Mis mejillas ardiendo de vergüenza. Dios, ¿qué es lo que he hecho? ¿Por qué diablos me permití acceder a esto? —¿Sabes qué? No me importa lo que pienses —expreso de súbita, incluso sonando nerviosa—, ya no volveré a caer en tu maldigo juego, estoy cansada de tantos enredos contigo. Sólo dame mis bragas que necesito irme ahora y no pienso ir dentro sin ellas —le extiendo la mano, mi actitud seria. Él enarca una ceja, irónico. —Están inservibles, Camille —me recuerda, condescendiente. Aprieto los labios, pidiendo a quien sea que me escuche desde el cielo un poco de paciencia con este hombre que me desestabiliza como nadie más lo hace. —No me importa, dámelas, son mías —agito mi mano, exigiéndole que me las regrese. —Ya no, ahora me pertenecen a mí —no da su brazo a torcer. Mi paciencia se está agotando. Y estoy aún más irritada conmigo misma porque aunque sigo diciéndole que me arrepiento de lo que pasó, la verdad es que no es así. —Sé que tienes un extraño fetiche con la ropa interior, ¿pero acaso tengo que recordarte que literalmente eres uno de los hombres más ricos de esta ciudad y puedes comprarte toda la que quieras? Haz eso y ahora devuélveme la mía —increpo con frustración, sintiendo que estoy a nada de perder los estribos. La expresión que se adueña de su rostro no tiene precio. Termina soltando una fuerte carcajada que me hace hervir la sangre. —Puede que tengas razón, tengo un fetiche con eso —alcanza la mano que tengo en el aire y tira de mí para acercarme más a su cuerpo mientras se inclina para susurrar—: pero sólo me encanta arrancártelas a ti cuando estoy a punto de follarte. Así que, si quieres, puedo comprarte todas las que quieras porque no voy a dejar de hacerlo pronto. Solo pídemelo. El chillido de frustración que dejó salir muere en sus labios en el momento en que cierra su mano en torno a mi cuello para tomar posesión de mí boca como un animal salvaje, desesperado por más, y me besa de una manera que me arrebata el aliento. Las piernas me flaquean. El corazón se me sale del pecho. Correspondo porque así lo quiero y le dejo compartirme de mi sabor, que mezclado con el suyo me sabe a gloria. Al percatarse de mí falta de resistencia, sonríe en medio del beso y continúa apoderándose de mí como nunca nadie más lo había hecho. Gracias a la falta de oxígeno, me aparto de él porque así me lo permite. Tiene los labios hinchados y una enorme sonrisa de satisfacción pintada en su rostro. Lo miro sintiéndome furiosa de que pueda hacerme olvidar tan fácilmente. —¡Eres un completo idiota, Alexander Rosselló! —Sólo estoy siendo honesto —se encoge de hombros, divertido por la situación—, pero podrías seguir besándome de esa manera tan apasionada y quizá considere la posibilidad de devolvértelas. Me muerdo el interior de las mejillas mientras tomo un profundo respiro y opto por dejar de discutir. Necesito elegir mis peleas y conociéndolo, esta no la voy a ganar. —Ya no me importan, es más, quédatelas. Tengo mejores cosas que hacer que discutir con un hombre cabeza dura. Mi comentario le divierte. Una sonrisa tirante roza sus labios. Sacudo la cabeza cuando me percato de que estoy mirándole hipnotizada, entonces decido recoger mi bolso y mi chaqueta del suelo, y vuelvo a ponérmela. Me las apaño para arreglar mi cabello alborotado con las manos mientras me aliso el vestido, intentando lucir al menos presentable para la bendita cena. Alexander no aparta la vista de mí. Observa mis movimientos con atención. La parte superior de su cuerpo se mantiene rígida. —No importa cuanto trates de ocultarlo, él sabrá lo que hicimos —menciona de repente. Resoplo sin querer darle importancia a sus palabras. —Me aseguraré de que no lo haga —mi voz es tranquila comparada con su mirada que ahora destila furia. —¿Y cómo harás eso? ¿Qué le darás a cambio? —Suena sarcástico, contenido, me está montando una jodida escena de celos y no entiendo porqué. Pongo los ojos en blanco. —Tengo mis maneras de convencerlo —digo con total indiferencia. Sus facciones se endurecen al percatarse del doble sentido. —¿Qué maneras? —Ya no reconozco su voz bajo el ronco gruñido que brota de su garganta. Me estoy hundiendo aún más y debería dejar de provocarle, pero no puedo. Se lo merece. —Prefiero reservármelas —le digo mientras fijo mis ojos en los suyos. El color ya no está en ellos, ahora son negros. Desalmados. Mi cuerpo se pone rígido. —Camille, te sugiero que no juegues conmigo —espeta entre dientes. Sonrío haciéndome la inocente. —¿Quién dice que estoy jugando? Su mirada permanece endurecida. Respiro hondo, reuniendo de valor suficiente para mirar a la cara a Aarón después de lo que he hecho y, justo cuando estoy a punto de alejarme de aquel jardín, él decide volver a hablar y cambiarlo todo: —No quiero que te toque, Camille, ni un sólo centímetro de tu cuerpo —el desequilibrio en su voz me hace saber que es una advertencia que debo escuchar. No le tomo importancia. Una sonrisa sarcástica se dibuja en mis labios. —¿O qué? —Pretendo provocarle—. Vamos, dime, ¿qué piensas hacer al respecto? Él también sonríe. No hay nada cálido en ese gesto. —Tendrás que llevarlo a un hospital y rezar por su bienestar cuando acabe con él —me amenaza sin ningún atisbo de gentileza. Su voz sombría y cruda. La posesividad brilla en sus ojos ahora oscuros. —¿Quién te crees que eres para estar celoso de mí? —le espeto, frustrada por sus cambios de actitud. Suelta un jadeo exasperado y me mira indignado. —Maldición, hace apenas unos minutos acabó de tener mi lengua dentro de ti. No finjas que no significa nada —increpa en voz alta. Su tono desesperado. Sacudo la cabeza. —Es que no estoy fingiendo —digo con desdén—, ¿cómo quieres que te lo diga para que me entiendas? No significó nada. Sólo tenía ganas y ahora ya me sacié. Presencio el dolor en su rostro justo cuando termino de hablar. Mis palabras son las causantes de ello. Y me siento culpable. Mi corazón se está quebrando de nuevo. Pero siendo cruel es la única manera de parar esta locura. No pienso volver a caer. —No te creo. Me encojo de hombros para restarle importancia. —Ese es tu problema. —Mientes muy mal —acusa. —Y al parecer tú eres un maestro en ello —le digo con un deje de ironía. —Deja de fingir que no me deseas como yo lo hago. No me lo voy a creer por mucho que insistas en mentir —vuelve a acortar nuestra distancia de dos zancadas. Le miro desafiante. —¿Y eso que más da? Que mi cuerpo te desee no cambia el hecho de que ya no te quiero en mi vida —me sincero—. Afróntalo de una vez, Alexander. Tú eres mi jodido pasado. Y Aarón, él es mi presente y mi futuro también —le digo con firmeza, con la intención de romper esa arrogancia y confianza que me hace sentir vulnerable. Rápidamente me doy cuenta de mi error cuando veo la mirada mortal en su rostro. Furia. Y no hacia mí. Se me hiela la sangre. —Atrévete a tocarle siquiera y sabrás de todo lo que soy capaz de hacer cuando alguien me desafía —me advierte con determinación, está al límite. Trago en seco, sin saber lo que he hecho. —No soy tuya, Alexander —le digo, indignada. Una oleada de furia me sacude mientras le miro fijamente. ¿Quién se cree que es para amenazarme? —Ni tampoco de él —acota en un tono mucho más bajo que me hace pasar saliva—. Nunca lo permitiré. Recuerda lo que te digo. Nunca —cada parte de mí se estremece. —No tienes derecho a interferir en mi vida —inquiero, negando con la cabeza. —Me da exactamente igual. Sabes que no tengo ningún tipo de consideración ni moral cuando se trata de conseguir algo que quiero —sus crudas palabras me dejan estática—, y para tu mala suerte, ese algo eres tú. Mi corazón late con fuerza contra mi caja torácica. —Nunca volverás a tenerme, Alexander Rosselló —le aseguro. —Es sólo cuestión de tiempo, preciosa —la confianza en su voz me roba el aire de los pulmones—, pronto volverás al lugar de donde nunca debiste haberte marchado. —Pues ya no te quiero —le digo con la intención de conseguir que se aleje de mí de una vez por todas. No obstante, la expresión victoriosa de su rostro no vacila. —No te preocupes. Volverás a hacerlo. Me encargaré de ello. —¿Qué diablos sucede contigo, eh? —exploto contra él—. No puedes obligarme a estar contigo —suelto, enfadada. Más bien, frustrada. —No pensaba hacerlo —asegura. Le dirijo una mirada glacial al tiempo que alzo la mano y le apunto con el dedo índice, furiosa. —Quiero que te mantengas alejado de mí —advierto. Ni siquiera parpadea ante mis palabras. —Sabes que eso no va a pasar. —Ya lo veremos —suelto con determinación. —Tienes razón, preciosa, ya lo veremos. Veo un atisbo de malicia brillar en sus ojos. Acabo de provocarle y eso es exactamente lo que quiere. No me está tomando en serio, no parece molestarse y lo odio. Odio que sea tan malditamente confiado. Sé que no debería jugar con fuego, pero quiero demostrarle que no tiene nada que decir sobre lo que hago con mi vida. Aunque eso signifique despertar al demonio del cuál intento escapar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD