Capítulo XLII (parte 1)

3337 Words
Desde hace tiempo quería escribir un capítulo narrado por Sam, ya qué hay muchas dudas que no se pueden resolver desde la perspectiva de otros personajes, así que decidí por fin darme la oportunidad de hacerlo. Esta escena tiene lugar poco después de que Camille se marchara a Francia tras su divorcio, pero antes de que Sam decidiera ir con ella. Samantha Observé con nostalgia el tiempo nublado que se asomaba a través de aquel ventanal mientras que una espesa llovizna digna del clima regular de Seattle, empezaba a resonar fuera del restaurante donde me encontraba sentada. Notaba una presión en el corazón y, aunque creía saber con exactitud el motivo, no me gustaba. Porque sólo significaba una cosa, había cometido un error. Un grave error. Estaba nerviosa. Esa era la verdad. Me temblaban demasiado los dedos al tomar la taza de café y acercármela a los labios para dar un sorbo a la bebida caliente, que hace días me había prometido dejar de tomar, pero todavía me costaba. Cuando la volví a depositar sobre la mesa, ojeé la hora en la pantalla del móvil y un ligero cosquilleo me subió por la espina dorsal. Por inercia miré mi vientre de manera súbita, todavía estaba plano, pero sabía que pronto crecería y ese pensamiento hizo que una sensación desconocida pero cálida me invadiera. Sonreí y sacudí la cabeza para alejar mis pensamientos. Debería llegar en cualquier momento. Le pedí que nos viéramos aquí una vez más. Y aun sabiendo que dudaba, aceptó. Transcurrieron diez minutos más en los que me permití ensayar las palabras exactas que le iba a decir en cuanto llegara y, sin saberme preparada para afrontar aquella situación, el hombre por el que estaba segura de sentir algo, entró por la puerta y mirando a su alrededor con cierto escepticismo, me encontró enseguida. Una media sonrisa apareció en sus labios al tiempo que caminaba hacia la mesa donde estaba con pasos seguros que intensificaron mi ritmo cardiaco. Sabía que no estaba enamorada de él, no se trataba de eso, pero mis hormonas enloquecidas a causa del embarazo no me lo estaban poniendo nada fácil, porque en ese momento sólo sentí unas inmensas ganas de enredar mis dedos en sus rizos rubios y tirar de él para besarle como tantas veces lo había hecho. Sí, lo extrañaba, muy a mi pesar. La realización de aquello no debió sorprenderme. Dejé escapar un suspiro brusco cuando se sentó frente a mí. Él no dejó de sonreír. Sus ojos tenían una emoción diferente y aunque no lo dijera, yo sabía la razón y eso hizo que se me oprimiera el pecho todavía más. —Me sorprendió que me llamaras —dio inicio a la conversación, mostrándose tranquilo, casual, quizás era capaz de leer la expresión de nerviosismo reflejada en mi rostro y quería deshacerse de la tensión que se respiraba en el aire—, ha pasado mucho —soltó un intento de risa que me alteró todavía más. Me limité a asentir. —Sí, ha pasado mucho tiempo —dije en su lugar. Aunque en realidad sólo habían pasado unas cuantas semanas desde que habíamos decidido dejar de vernos de manera definitiva. Eso había sucedido días después de nuestro encuentro en la recaudación de fondos, a la cuál Camille me había invitado junto con la familia de su ahora ex marido. Dejarlo de una vez por todas fue lo mejor. Me estaba utilizando igual que yo a él y, pese a que aquello funcionaba bastante bien, en el momento en que me di cuenta de que mis sentimientos por él empezaban a cambiar, decidí dar marcha atrás porque me negaba a salir lastimada. No era una cobarde, simplemente elegía mis batallas e incluso cuando sabía que podía llegar a amarle si pasábamos más tiempo juntos, no estaba dispuesta a luchar por un hombre que ya amaba a otra persona. A mi mejor amiga para ser más exactos. —La verdad es que me tomó desprevenido que quisieras quedar después de que fueras tú quien decidiera dejarlo —la sonrisa en sus labios vaciló, pero no se detuvo—. Me pareció raro que tuvieras ganas de quedar. Pero tengo curiosidad y no hay resentimientos de por medio, así que vine. Puedes decirme lo que quieras. Asentí. Notaba que mi cara se calentaba —Ya sé que fui yo la que sugirió que no nos viéramos más, pero te prometo que no te habría llamado si lo que tuviera que decirte no fuera importante —me aclaré la garganta, reuniendo fuerzas para decirle simplemente lo que tenía que decirle. Supe que algo debió detectar en mi tono de voz porque vislumbré la manera en que la parte superior de su cuerpo se tensó. —¿Estás bien, Sam? —cuestionó. Sonaba tan sincero. Y tuve la certeza de que se preocupaba por mí. Tal vez no de la manera que yo hubiera querido, pero lo hacía—, puedes decirme lo que sea, estoy aquí a pesar de nuestra complicada situación. Le dediqué una sonrisa tranquilizadora. —Estoy perfecta, no tienes de que preocuparte —mentí. Resopló y entonces puso los ojos en blanco. —¿Te piensas que me voy a tragar ese cuento? —negó con la cabeza, como si me reprochara por algo—, dime la verdad, rubia, ¿que sucede contigo? ¿Por qué es que me has citado aquí? —su mirada recorrió el restaurante antes de efectuar una mueca de extrañeza. Todos nuestros encuentros habían sido en privado, nunca en público—, sé con certeza que no es porque me echas de menos, desde un principio me aseguraste que no se trataba de nada serio —dijo con sorna en un intento de aligerar el ambiente. Mi cuerpo se puso rígido. Era el momento de decirlo. De ser completamente sincera. Tenía que saberlo por mí. No podía ocultarle que iba a ser padre. No podía callarme el echo de que había decidido no interrumpir mi embarazo y que de verdad me hacía ilusión tener un bebé, sin importar las consecuencias que eso pudiera acarrear. No esperaba que se alegrara por la noticia, ni siquiera quería un beneficio de su parte. Tampoco esperaba que quisiera hacerse responsable porque era mi bebé. Pero sabía que tenía que decírselo. —Aarón, yo... —sentía como mi estómago se revolvía. Sólo podía pensar en vaciar mis adentros sobre la mesa. Oh, dios, esto era más fácil cuando me imaginaba el escenario en mi cabeza. Inhalé hondo y me pasé una mano por las hebras rubias de mi cabello alborotado. Cuando reuní el valor para mirarle a los ojos, su expresión era de pesar y algo parecido al pánico. Sabía que algo lo iba bien. Mi emoción empezó a mermar. Se me enfrió la sangre. —Por favor, no digas lo que creo que vas a decir —casi suplicó; sus ojos me reparaban con desilusión. Le miré confusa, sin entender a lo que se refería y enarqué una ceja en desconcierto. El corazón me estaba latiendo tan deprisa que pensé que me iba a desmayar en cualquier momento. —¿Que no diga qué? —mi voz tenía ese ligero temblor que odiaba tanto. —Sam, no puedo... —Aarón, ¿qué sucede? —lo miré todavía desconcertada. —No quiero que digas que me amas —esclareció finalmente, sonando débil. Mi expresión decayó por completo. Fruncí el ceño. Y rápidamente negué con la cabeza. —No, espera... ¿Qué dices? —Empecé a hablar rápidamente, el nerviosismo me delataba—. ¡No se trata de eso, tonto! Su cuello y mejillas enrojecieron. Parecía avergonzado de haber considerado aquella posibilidad. No sabía cómo tomarme esa reacción. —Bueno, menos mal —exhaló con fuerza—, por un momento pensé que estabas a punto de declararte. Parecía totalmente aliviado de que eso no fuera de lo que quería hablar, pero deducía que la noticia que estaba a punto de darle era mucho peor y aunque intenté decirme a mí misma que era lo mejor que él no sintiera algo por mí, dolió. Después de todo, no era un robot sin sentimientos. Y haber compartido sexo con él sí creó algún tipo de vínculo, un vínculo más fuerte que estaba a punto de cambiar por completo nuestras vidas. Y no estaba segura de estar preparada para ello. Aun así, intenté poner una máscara de indiferencia y fingir que no estaba herida en absoluto. Los sentimientos arruinarían completamente las cosas y necesitaba tener la cabeza despejada. —No estoy enamorada de ti, Aarón —le dije con firmeza. Sabía en lo más profundo que no estaba mintiendo. Su expresión permaneció inalterable y se limitó a encogerse de hombros. —Yo tampoco estoy enamorado de ti, Sam —dijo mirándome directamente a los ojos. Supe que tampoco estaba mintiendo. Como tantas otras veces lo había hecho, le dediqué una sonrisa burlona con el propósito de alejar la tensión que empezaba a acumularse ente nosotros. —Entonces estamos bien —hice una mueca. Sentí su intensa mirada calando en mi piel. —¿Lo estamos? —Preguntó en su lugar y por el tono que utilizó, supe que se daba cuenta de que algo definitivamente estaba pasando—, porque tengo la sensación de que estás evitando el tema del que realmente quieres hablar, la razón por la que estoy hoy aquí. ¿Me equivoco, rubia? Me quedé sin aliento. No sabía cuándo había aprendido a leerme así, pero no me gustaba. En absoluto. Así que fingí que no me afectaba. —Le estás dando demasiadas vueltas a la situación—repuse, sintiéndome acorralada y expuesta de una manera que me aterraba. Se rió. Pero sabía que se estaba frustrando. —¿Entonces por qué estoy aquí, Sam? —Preguntó serio esta vez. Palidecí un poco. No contesté. Mis cuerdas vocales no cooperaban conmigo. No me salía nada. Era casi vergonzoso. —¿Es por Camille? Te sientes mal de que no le hayamos dicho lo que ha sucedido entre nosotros —esta vez sonó preocupado, y parpadeé, sorprendida por el repentino cambio de tema; en especial el tema de mi mejor amiga—. ¿Quieres contarle lo que tuvimos? —Preguntó sin quitarme los ojos de encima. Sentí que mis mejillas se sonrojaban. Negué enseguida con la cabeza. —¿Qué dices? Por supuesto que no quiero contárselo —solté, alterada. Él frunció las cejas. —¿No? —No. —Pero deberíamos hacerlo —dijo con un suspiro nada alentador—. Quiero hacerlo, Sam. Necesito ser sincero con ella y contarle todo lo que ha pasado contigo —continuó lentamente, como si intentara elegir cuidadosamente las palabras adecuadas. Lo miré como si estuviera loco después de rechazar totalmente su idea. —¿Por qué quieres decírselo? ¿¡Por qué!? Para empezar, tú y yo no éramos nada serio. No hay nada de que hablar —argumenté, sin querer sonar realmente fría, pero era evidente que estaba perdiendo la calma. Si Aaron le hablaba a Camille de nosotros, ella enseguida ataría cabos y no tardaría en saber que él era el padre del bebé que yo esperaba. Y yo no estaba preparada para afrontar las cosas y sincerarme con mi mejor amiga, que estaba segura de que nunca me miraría igual. Nuestra amistad no sería la misma y ella nunca me permitiría no querer incluir a Aarón en la vida del bebé, pero ahora mismo ni siquiera estaba segura de que él quisiera formar parte de ella. Sé que no hicimos nada malo, porque la primera vez que estuvimos juntos no nos conocíamos. Éramos completamente extraños. Pero lo que tuvimos no fue cosa de una vez, fueron muchas más, y aunque quisiera arrepentirme, no podría porque mi bebé era producto de una de ellas. —Necesito ser sincero con ella —repitió de nuevo, con la mandíbula apretada. Negué con la cabeza. —¿Por qué ahora? —pregunté confusa. Me miró fijamente a los ojos, los suyos estaban llenos de vergüenza y algo que pude reconocer como culpa y también un dejé de lástima. Sin que dijera nada, comprendí lo que no me decía. —Quieres empezar una relación con ella ahora que está libre, ¿verdad? —no necesitó responder a la pregunta, su expresión apenada lo decía todo. Contuve el aliento. No sabía que sentir o si tenía algún derecho de sentir algo al respecto. —Lo siento, Sam —la forma en que lo dijo me hizo sentir peor, porque no necesitaba ni quería su lástima, no éramos nada y él no me debía ninguna explicación. Sacudí la cabeza. —No tienes que disculparte. Nunca fuimos algo serio —intenté ignorar la aflicción que se instaló en mi corazón. Se limitó a asentir. —Por eso quiero ser sincero con ella, lo comprendes, ¿no? Si quiero una relación con Camille tengo que contarle todo lo que ha pasado entre nosotros. Es la única manera de que pueda tener una posibilidad de conquistarla y no sentirme una basura —trató de explicarme su punto de vista. Sabía que estaba en lo correcto, pero no podía permitirlo. El nudo en mi garganta se hizo más grande. —No es una buena idea —mis palabras sonaron duras. —Sam... —Ella no estará contigo si se lo dices —dije con firmeza, sabiendo perfectamente cómo reaccionaría mi mejor amiga si se enterara de quién era el padre de mi bebé. No tendría ninguna oportunidad. Camille nunca empezaría una relación con él. —Me odiará si se entera de que se lo he ocultado —argumentó. Fruncí el ceño. —Nunca podrás tener una relación con ella si le cuentas lo que pasó entre nosotros, Aarón —incluso cuando sentía que estaba mal seguir mintiendo, quería darle una oportunidad de ser feliz. Parecía preocupado. —No quiero mentirle —volvió a decir. —No le estás mintiendo, sólo no le dirás lo que sucedió si ella no te lo pregunta —esa era la peor excusa que le había dado a alguien, pero estaba en lo cierto—. Y ella nunca preguntará. Resopló bruscamente. —Mentir por omisión sigue siendo una mentira. Apreté los labios. Intenté contener las lágrimas que se me acumulaban en los ojos. —¿De verdad la quieres? —inquirí en un hilo de voz. Él se dio cuenta pero no dijo nada al respecto. No dudó en responder a mi pregunta. —La quiero —Yo ya lo sabía. —Entonces haz como si esto nunca hubiera pasado —le dije de forma neutral mientras señalaba entre nosotros. Me miró con algo que interpreté como cruda decepción. —¿Y si se entera? —Aún no estaba convencido. —No lo hará, me aseguraré de ello —le prometí. La confusión se apoderó de su rostro. Frunció el ceño y curvó los labios en un gesto de desentendimiento. —¿Por qué me ayudas? —Se cruzó de brazos. Los rasgos de su rostro permanecían inquietos. —Quiero que mi mejor amiga sea feliz —expresé con total sinceridad—, se lo merece después de todo lo que ha pasado. Su cara se iluminó y cuando un atisbo de ilusión cruzó sus ojos azules, supe que contarle lo del bebé que venía en camino sería un terrible error. No había nada más que hablar y estaba completamente segura de ello. No había dudas de ello. Tener un bebé conmigo le haría completamente desgraciado, porque ese bebé representaría un obstáculo en su camino para conseguir a la mujer que realmente amaba. Un bebé que él no había planeado y que yo deseaba conservar sólo arruinaba sus planes. No podía hacerlo eso. —¿Crees que voy a hacerla feliz? —había tanta emoción en su voz que no tenía ninguna duda de que estaba haciendo lo correcto para los dos. Se me volvió a apretar el pecho. Era consciente de que Camille aún amaba a Alexander, el amor que ella sentía por ese hombre déspota era el tipo de amor que consumía a una persona, incluso cuando ese bastardo la había destrozado por completo. Alexander no la merecía. E incluso cuando Aarón tenía sus defectos, era mucho mejor opción que él, y por la forma en que Camille hablaba de Aarón conmigo, sabía que él le importaba profundamente y tal vez, con el tiempo, ese cariño especial se convertiría en algo más. —Espero que lo hagas —dije finalmente. Aarón sonrió con ilusión. Y supe que estaba haciendo lo mejor. Mi bebé estaría bien. Estaría ahí para él o ella, pasara lo que pasara. Nunca le iba a faltar. Sería todo lo que ese bebé pudiera necesitar. No necesitaba a Aarón para hacerlo. Yo era suficiente. Así que mirándole a los ojos azules, tomé la difícil y quizá egoísta decisión de no decirle que en unos meses iba a ser padre. Me lo guardé para mí y me prometí no volver a hablar de ello, incluso cuando había una parte de mí que se sentía terrible y culpable por privar a mi bebé de la posibilidad de tener a un padre. Preferiría ser la mala de la historia que ocultó algo importante, que haber dicho la verdad y verle desaparecer de nuestras vidas porque no deseaba formar parte de ella. ¿Era eso miedo? No estaba segura de nada, pero sabía que decirle la verdad ya no era una opción. —¿Eso es todo de lo que querías hablar? —La voz cálida de Aarón me trajo a la realidad. Parpadeé mientras intentaba concentrarme en él y no en mis complicados pensamientos. —Sí, eso era todo —le dediqué una falsa sonrisa. Sabía que no se lo creía, pero tampoco insistió. La conversación le resultaba incómoda tanto o más que a mí. —Estoy aquí para lo que necesites, sea lo que sea. Tienes un amigo en mí, rubia —espetó con una voz suave que me hizo sentir sensible. Me ardió la garganta enseguida y me esforcé por contener un sollozo. —Será mejor que no volvamos a tener algún tipo de contacto, no lo veo necesario —dije despacio, esforzándome por no llorar delante de él, aunque era lo único que quería hacer. Parpadeó de repente, sorprendido, pero enseguida sonrió para enmascarar su desconcierto. —Por supuesto, lo entiendo —dijo con cierta hostilidad, pero noté como su rostro se suavizaba—. Te deseo lo mejor —susurró al cabo de unos segundos. Sonreí con los ojos acuosos. —Yo también te deseo lo mejor —fui absolutamente sincera. Sus ojos turbados se detuvieron en los míos un poco más de lo habitual, y acabó soltando un suspiro de derrota. Tuve que apartar la mirada para no llorar, pero cuando vi que se iba no pude resistirme y volví a mirarle. Estaba hecha un lío por dentro. Él se levantó de la mesa, arreglándose la chaqueta, y me dirigió una última mirada de agradecimiento antes de darse media vuelta y marcharse por donde había venido sin siquiera mirar atrás. Agradecí que no lo hiciera porque mis mejillas ya estaban empapadas de las lágrimas que tanto había intentado no derramar durante la conversación. Le maldije a él y a mí misma por tener sentimientos no deseados. Porque quizá le quería. Pero no iba a llorar más, nunca fui el tipo de chica a la que le rompieran el corazón por una relación poco seria, y Aarón no iba a ser la excepción. No iba a llorar por él. Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y bajé la mirada hacia mi vientre. Todavía tenía un nudo en la garganta pero de alguna manera estaba más tranquila. > pensé, y realmente quería creer en ello. Incluso cuando mi corazón me decía que estaba cometiendo un error que destruiría todo lo que tenía. Mi larga amistad con Camille incluida.

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