Camille
En cuanto entro a la oficina que me indica Ava, la mujer de hermosa melena morada a la que Alexander ha encargado que me ayude, siento que el estómago se me contrae con distintas sensaciones que se reducen a nerviosismo y ansiedad. Mis manos comienzan a sudar, mi corazón late muy deprisa y de repente siento un escozor cálido y espeso en la garganta.
Mi nueva oficina es bastante espaciosa y tiene todo lo que me gusta; las paredes de un color azul cielo que brinda una luz más acogedora, con tres fotografías de hermosos paisajes, los cuales son de mi agrado, dos sillones rojos en cada esquina, un escritorio grande de cristal, una ventana enorme, un estante de de libros con distintos accesorios.
Es perfecta.
Pero lo que más me cala es lo que yace sobre el escritorio. Una buena porción de tarta de chocolate junto con una taza de café y una nota que todavía no me atrevo a leer. Tiene que tratarse de una jodida broma, pero tratándose de Alexander, se que todo es posible. No se que es lo que intenta lograr haciendo estas cosas que solo me producen una gran confusión.
Carraspeo la garganta, queriendo obviar la tensión y me vuelvo hacia Ava que me mira con una expresión cálida y amable.
—No sabía que había otra oficina en este piso —susurro para disipar los nervios que comienzan a revolotear en mi estómago—, tenía entendido que solo estaba la oficina de Alexander aquí, ya que le gusta tener un espacio lejos de todos los empleados.
Ella me regala una sonrisa y niega despacio. —En parte tiene razón, esta oficina no existía hace apenas unas semanas, se hizo porque el señor Rosselló instruyó que acondicionaran este cuarto en especial para hacerlo más grande y que tuviera una ventana que diera vista al exterior —informa mientras la señala con la mano—, él personalmente se encargó de revisar la decoración. También dejó dicho que si algo no era de su agrado, se le hiciera saber cuanto antes y se encargaría de arreglarlo.
La escucho con suma atención, efectuando una mueca de extrañeza. Mi corazón late con fuerza. Siento la boca seca. Miles de emociones fluyendo por todo mi cuerpo.
—¿Él se encargó de esto? —inquiero con un matiz de sorpresa cuando recupero la habilidad de formular una palabra—, ¿estás segura que estamos hablando de la misma persona? ¿De Alexander Rosselló? —ella asiente con la cabeza en respuesta—. ¿Estás completamente segura? —vuelvo a preguntar, incapaz de asimilar lo que dice.
—Así es, señorita Brown. No hay ninguna duda de ello —esboza media sonrisa, divertida y entonces pregunta—: ¿acaso no le gusta la oficina? Si es así, no dude en hacérmelo saber, el señor Rosselló no dudará en cambiarlo para que su estancia en esta empresa sea lo más cómoda y agradable posible.
Sacudo la cabeza rápidamente. Todavía aturdida.
—No, no, todo está bien. Me gusta, me gusta mucho —digo, soltando un suspiro un tanto atajada—, y ya no me llames así, por favor, prefiero que me digas solo Camille.
Sus mejillas adquieren un tierno rosado al tiempo que me da una negativa.
—Tengo órdenes muy estrictas de siempre dirigirme a usted con respeto.
Suelto una risa irónica y pongo los ojos en blanco mientras la miro con incredulidad, sabiendo que Alexander es el responsable de esto. Estoy cien por ciento segura de que él dio esa orden, lo que no entiendo es el motivo. ¿Qué es lo que gana haciendo esto?
—No lo considero necesario.
—Yo creo que sí, señorita Brown. El señor Rosselló fue muy claro cuando me dijo la manera en que debería dirigirme a usted.
Dejo escapar un resoplido. La miro contrariada.
—Puedo asegurarte que el señor Rosselló sólo estaba exagerando. No lo decía en serio.
Una pequeña sonrisa se curva en sus labios.
—Aún así, prefiero no ir contra las reglas de mi jefe. Órdenes son órdenes.
—Te prometo que si me llamas por mi nombre no vas a faltarme el respeto —le aseguro con una sonrisa—, Camille está bien para mí. Solo Camille, a secas.
Se muerde el labio inferior, todavía indecisa en sí debe ceder, mirándome con ojos inquietos.
—Pero, no creo que sea lo indicado, usted es la...
Cuando me percato de su constante vacilación, comprendo lo que verdaderamente intenta decir.
—Sé que soy la ex esposa del señor Rosselló, lo tengo muy presente y sé que puede llegar a ser un poco confuso para ti, pero no por eso me debes tratar o dirigirte a mí de una manera diferente o especial —la veo sonreír otra vez—, sólo soy una empleada más en esta empresa así que trátame como una. No tienes que hacer distinciones conmigo, yo hablaré personalmente con él para aclarar esto.
Un brillo de confianza centellea en sus ojos azules. Asiente despacio.
—Está bien, señorita...Camille —se corrige a sí misma, haciéndome reír—, me costará un poco, pero intentaré llamarla por su nombre. Le prometo que haré un esfuerzo.
—Te lo agradecería mucho, Ava.
Me hace un gesto con la cabeza.
—Bueno, si ya no me necesitas más, te dejaré a solas para que te familiarices con tu nueva oficina —espeta—, volveré dentro de una hora más o menos para ver cómo te va, y te explicaré todo lo que tendrás a tu cargo en esta nueva campaña, pero no te preocupes demasiado, te prometo que te gustará.
Le regalo una sonrisa de boca cerrada en forma de respuesta.
—Te veo en un rato entonces —concuerdo mientras rodeo el escritorio de cristal y tomo asiento en la silla de cuero.
—¡Bienvenida a la empresa, Camille! —exclama en un tono alegre desde la puerta.
—Gracias por todo, Ava, eres muy amable —elogio.
—No tienes nada qué agradecer —me lanza una última mirada antes de salir fuera de la oficina.
Permanezco con la mirada puesta en la puerta por unos segundos antes de apartarla y enfocarme en el pedazo de tarta que tengo enfrente de mí. Suelto una maldición en voz alta mientras me masajeo las sienes. Noto mi respiración más agitada de lo normal.
Este hombre de verdad consigue desequilibrarme, ponerme de mal humor y ya no se que hacer para que este tipo de cosas no tengan un efecto en mi. No sé como pretender que estoy bien y que él ya no significa nada en mi vida porque eso es una jodida mentira.
Alexander me sigue afectando. No quiero aceptarlo, me cuesta hacerlo, pero esa es la maldita verdad.
Cojo la nota que dejó sobre mi escritorio en mis manos y dejando salir un suspiro de exasperación, comienzo a pasar mis ojos por las letras escritas. Una llameante ansiedad mezclada con expectación se apoderan de cada rincón de mi.
"Deseo de todo corazón que tengas un excelente primer día y que todo vaya bien, pero conmigo como tu nuevo jefe, no tengo la menor duda de que así será, preciosa.
Pongo los ojos en blanco ante su maldita arrogancia mientras una carcajada brota de mi garganta. Con una mano me agarro el estómago cuando comienza a dolerme de tanto reírme. Hasta en sus notas no puede evitar ser tan petulante. Juro que lo odio tanto. Es tan jodidamente engreído que sobrepasa los límites.
Tomo un profundo respiro e intento calmar mi diversión para seguir leyendo el resto de la nota.
Por fin las cosas empiezan a encajar en su sitio y ahora tú estás exactamente donde debes estar, donde siempre debiste estar"
Todo atisbo de diversión se retrae de mi rostro. Frunzo el ceño, confusa ante sus últimas palabras. ¿Qué demonios quiere decir con eso? Releo la nota tres veces más y mi expresión sigue siendo la misma expresión de desentendimiento. No entiendo lo que intenta decirme y sé que si no quiere que lo sepa en este momento, no lo haré.
Agh. Es tan jodidamente complicado intentar entenderlo.
Desistiendo de comprender nada de lo que sucede por su cabeza, aparto la nota para no seguir pensando en ella y sin saber con exactitud la razón, la guardo en mi bolso, luego miro fijamente el trozo de tarta de chocolate que está literalmente delante de mí, debatiéndome entre comérmelo o tirarlo y olvidarme de cualquier enredo en el que esté sumido mi corazón, que se niega a escuchar a la lógica.
Tras unos minutos de batallar conmigo misma, cojo el tenedor colocado sobre la servilleta y cojo un poco de tarta sólo para probarla y evitar que se desperdicie.
Sabe tan deliciosa que un sonido de aprobación sale de mis labios mientras cierro los ojos para disfrutar de cada sabor a chocolate que estalla en mi boca a medida que como más de esta. Sin embargo, también soy capaz de reconocer que no es la misma tarta de la cafetería a la que fuimos la última vez.
Esta es mucho mejor, definitivamente sí; es más suave, el pan está más húmedo, con mucho sabor pero sin llegar a ser abrumadoramente dulce. Los sabores están perfectamente equilibrados.
Mientras sigo comiendo más de la tarta, degustando también del exquisito café, me olvido de que me prometí a mí misma no caer en ninguno de sus trucos y, sin darme cuenta, termino todo lo que hay en mi plato hasta que mi estómago se siente lleno y tan a gusto.
Joder.
Suelto un chillido de frustración a lo bajo y me pongo la mano en la frente mientras apoyo el codo en el escritorio de cristal, repitiéndome a mí misma que tengo que poner orden o de lo contrario, estaré dejando que Alexander gane esto, y eso ya no es una opción. Él no puede interferir en mi vida. Tengo que evitar este tipo de distracciones.
En primer lugar porque no sé lo que está tratando de lograr. No sé qué quiere de mí exactamente porque tengo la fuerte sensación de que me oculta algo, y hasta que no averigüe de qué se trata, no podré calmarme. No podré obtener la paz que tanto quiero y que él no me da.
Justo cuando mis estúpidos pensamientos empiezan a devorar mi mente cómo han cogido la costumbre últimamente, oigo que alguien llama a la puerta. Le cedo el permiso y veo entrar de nuevo a Ava. No puedo creer lo rápido que se ha pasado una hora.
—¿Cómo te estás acostumbrando a todo hasta ahora? —Me pregunta mientras se coloca al otro lado del escritorio de cristal y me mira con el semblante tranquilo. Sus brazos un tanto tensos.
—Todo va bien, un poco extraño, pero bien —le digo con un ligero temblor en la voz. Ella debe haberlo notado porque frunce el ceño y me mira con cierta intriga.
—No te gusta estar aquí, ¿verdad? —inquiere en un tono más suave e incluso comprensivo.
Sacudo la cabeza rápidamente.
—No es eso, es que hasta ahora todo ha sido demasiado agobiante —hago el intento de resumir el millón de emociones que me recorren. Aunque la palabra "agobiante" no cubre ni la mitad del lío que hay dentro de mi cabeza y mi corazón.
Ella se ríe nerviosa.
—Bueno, creo que puede llegar a ser abrumador trabajar para tu ex esposo —dice mirándome con simpatía.
Asiento con la cabeza.
—Oh, no tienes ni idea de cuánto —suspiro mientras cierro los ojos un segundo.
—¿Hay algo que quieras que haga para que te sientas mejor? —intenta ayudarme, y yo le regalo una cálida sonrisa por su conmovedor gesto.
—No hay nada que pueda ayudarme —le digo con sinceridad, recordando los verdaderos motivos por los cuales estoy aquí—, pero espero que el trabajo pueda ser una buena distracción.
Sonríe de forma amena y parece que entiende que no quiero hablar más del tema, porque sin dudarlo lo más mínimo, se sienta frente a mí, saca su portátil y se dispone a explicarme largo y tendido todos los procedimientos de mis labores futuras, mostrándose atenta y paciente conmigo, que me paso un buen rato haciendo preguntas a lo largo del proceso.
Y así pasamos las siguientes horas, charlando sobre todo lo que se espera de mí para la campaña publicitaria, acerca del trabajo que tengo que hacer durante estos meses y las personas con las que voy a tener que relacionarme para poder llevar a acabo este proyecto, que al parecer ya tiene una fecha de lanzamiento. También me hace saber que va a trabajar conmigo durante este tiempo, ya que es una de las diseñadoras gráficas de la empresa y se encargará del área digital junto con otros compañeros.
Cuando llega la hora del almuerzo, ella decide pedir comida para llevar y ambas comemos comida tailandesa en mi oficina, a la vez que aprovechamos la ocasión para conocernos mejor, ya que vamos a trabajar juntos durante las próximas semanas. Me entero de que apenas cumplió veinticinco años y que nació y se crió la mayor parte de su vida en Chicago, pero que ahora vive en Seattle con su hermana mayor, Kate y su esposo.
A pesar de que no estoy muy segura de compartir cosas personales, también le hablo de mi vida, le cuento de Sam y Ellie, de Aarón, intentando evitar todo lo relacionado con Alexander. Durante la conversación, ella capta la indirecta y no pregunta por él, pero el brillo de curiosidad en sus ojos me hace saber que tiene ganas de hacerlo.
Después de que terminamos de comer volvemos al trabajo y ella lo retoma donde lo dejó, esta vez empieza a contarme todo lo que necesito saber para sobrevivir en la empresa, también me da consejos sobre cómo llevarme bien con los compañeros. Y básicamente me explica la rutina del día a día y lo que puedo hacer para integrarme.
Por otro lado, Alexander no aparece por mi oficina en ningún momento, no me llama para que vaya a verle, simplemente me deja en paz para que haga mis cosas y aunque se supone que eso me debe hacerme sentir mejor, hay una parte de mí que quiere verle. Y eso me molesta aún más. Porque incluso en contra de todo pensamiento racional en mi cabeza, sigo divagando sobre lo que está haciendo. Es como si necesitara saberlo.
Va a ser más difícil trabajar para él de lo que pensé.