Camille
Cuando llego a su empresa lo primero que hago es soltar un tremendo grito de frustración en el estacionamiento, que por un momento temo que se enciendan las alarmas de los demás carros.
Si, una actitud muy madura de mi parte.
Por suerte, no hay nadie a la vista, por lo que puedo asegurar que ningún alma me ha escuchado perder la compostura. Aunque empiezo a creer que debí escuchar a Sam cuando me aseguró que trabajar para Alexander no era buena idea. Insistió en que no me presentara, pero me rehusé a faltar a mi palabra. Ya hice un trato con él y no pienso echarme para atrás, pese a que eso es lo más sensato.
Tomando una bocanada de aire, retomo mi camino y me adentro al enorme y elegante edificio con una ansiedad que no puedo obviar. Siento que el corazón se me va a salir del pecho en cualquier segundo. Lo último que deseo es estar aquí, pero a veces es necesario sacrificarnos por aquellos que amamos.
Y sé que este sacrificio valdrá la pena.
Al llegar a la recepción, la misma mujer de la vez pasada me recibe con una sonrisa amable y me entrega un gafete con una foto mía que no sé ni de dónde han sacado y mi nombre completo. También contiene una serie de números en la parte trasera que no tengo la menor idea para que es, pero no es difícil deducir que se trata de mí número de empleado.
Necesito tener el gafete conmigo todo el tiempo para acceder a las diferentes áreas y la información que voy a necesitar en un futuro, ya que de ahora en adelante voy a formar parte de los empleados de la empresa.
Me lo coloco rápidamente en el blazer mientras ella me mira con curiosidad, intentando ser disimulada. A este punto sé que todo mundo está al tanto de que soy la ex esposa del CEO de la empresa, así que no es necesario ocultarlo. Cuando se percata de que la he atrapado mirándome más de la cuenta, se sonroja y sólo se limita a dejarme saber que Alexander, mi nuevo jefe, ya está esperándome en su oficina.
—¡Mucha suerte en su primer día, señorita Brown! —sonríe mientras levanta un pulgar, dándome ánimos que son bien recibidos.
Le dedico una sonrisa nerviosa en respuesta y después de coger el valor suficiente me vuelvo con dirección al ascensor, que me lleva al penúltimo piso cuando presiono el botón que necesito. Las puertas se abren al cabo de unos segundos y tengo que pasar saliva, porque mi cuerpo comienza a sentirse abrumado por las emociones que me asaltan.
No le doy más vueltas al asunto y me dirijo a su oficina con los latidos de mi corazón acelerados. Vislumbro su imponente imagen desde fuera, ya que las persianas están abiertas y me ofrecen una excelente vista del interior. Trago grueso mientras levanto la mano y golpeo suavemente la puerta de cristal, lo cual lo advierte de mi llegada.
Al instante levanta la vista y sonríe de oreja a oreja al percatarse de mi presencia. No le devuelvo la mirada y me abstengo de establecer contacto visual con él. Siento que las paredes que me rodean comienzan a encogerse a mi alrededor y una sensación de intranquilidad me sobrecoge cuando me percato de que no deja de repararme con intensidad.
Me hace un gesto con la cabeza para que entre. Le obedezco. Entro a su oficina sintiendo una opresión en el pecho. Tengo el presentimiento de que estoy cometiendo el error más grande de mi vida y que tarde o temprano voy a lamentarlo.
Permanezco de pie a una distancia prudente, en la que puedo sentirme a salvo. Intentando reducir al mínimo el contacto entre nosotros. No quiero tenerlo cerca después de todo lo que ha pasado en un lapso de horas. Porque aunque suene absurdo, todavía puedo sentir sus cálidos labios sobre mí.
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—Debo admitir que pensé que no vendrías —le escucho iniciar la conversación, usando un tono de voz mesurado, calculador. Y me doy cuenta de que el sonido ronco y penetrante de su voz todavía hace que mi cuerpo se estremezca de pies a cabeza.
Lo odio.
Odio que después de años aún sea capaz de interferir con mis emociones de tal manera.
—Firmé un contrato. Estoy aquí como lo acordamos —consigo decirle.
—Me alegra que cumplas con tu palabra —de reojo le veo ajustarse su caro traje antes de apoyar los codos sobre el escritorio—. Oficialmente te doy la bienvenida a Rossello's Empire.
Siento un tirón en la boca del estómago.
—No esperará que salte de emoción, ¿verdad? —ironizo.
Me las arreglo para evitar que nuestros ojos se crucen. Pero aún así, consigo vislumbrar un atisbo de satisfacción invadiendo su expresión mientras niega lentamente. Creo que está analizando mis palabras, porque sé que se ha dado cuenta de la manera en que me estoy dirigiendo a él.
—Te estaría pidiendo demasiado, así que no, no espero que estés emocionado por estar aquí... —sonríe antes de enarcar una ceja y agregar con tono burlón—: todavía.
Ignoro la insinuación en sus palabras y me concentro en ser firme y cortante.
—Siendo así, ¿hay algo por lo que quiera que empiece, señor Rosselló? —Pregunto con voz neutra, absteniéndome de tutearle. Levanto la mirada para no ser tan obvia, pero no directamente hacia él.
Me niego en rotundo a mirarle a los ojos después del sueño tan vergonzoso que tuve por la mañana.
Pese a que no le observo de manera fija, siento su intensa mirada puesta en mí, salvaje, demandante; mis mejillas no tardan en encenderse a consecuencia. Sé que no es ningun estúpido. Sabe que estoy evitando mirarle a los ojos, lo que no sabe es el motivo.
Ni nunca lo sabrá mientras esté viva.
Su cuerpo adquiere una postura tensa. Como si estuviera descolocado por mi repentino cambio de actitud dada nuestra situación. Se abstiene de hacer un comentario al respecto pero deduzco que su paciencia le dé para más que unos segundos antes de que comience a interrogarme.
Decido dejarlo pasar y centrarme en escuchar cuáles van a ser mis funciones como nueva empleada de la empresa. Aunque ya sé lo esencial; encargarme de la imagen de la nueva campaña publicitaria. Eso es lo único que debería preocuparme, por eso estoy aquí.
—¿Va a decir algo o sólo se quedará observándome? —Me muerdo el labio inferior en un intento de aligerar la tensión.
Deja escapar un resoplido antes de juntar las manos y jugar con el Rolex que lleva en la muñeca, prácticamente ignorando mi presencia. Una oleada de frustración e impotencia me asalta a la vez que espero una respuesta de su parte.
No dice nada. Su silencio me ahoga. Me sofoca casi tanto como su poderosa e intimidante presencia que consume el amplio espacio que nos rodea. Siento que me examina lentamente de pies a cabeza, como si estuviera resolviendo un rompecabezas y de alguna forma mis nervios empeoran.
—Señor...
—Creo que esto ya ha sido suficiente, Camille, para empezar deja de dirigirte a mi de esa manera, me molesta que lo hagas cuando tú y yo estamos lejos de ser desconocidos y simples compañeros de trabajo —Interrumpe abruptamente el discurso que planeaba soltarle por su falta de profesionalismo. Pestañeo, sorprendida. No estoy preparada para el tono serio y cortante que emplea—. ¿Ahora si puedes decirme por qué no me miras a los ojos? —añade, confiado. Siento que se me seca la boca.
Me esfuerzo por pasar saliva. Sabía que se daría cuenta tarde o temprano.
Aunque puede parecer absurdo, no me doy por vencida en mi cometido de no caer en su trampa. Inhalo profundamente y me digo a mí misma que él no va a afectarme más. Él está en el pasado. Él es mi pasado.
Sin ceder a lo que él quiere de mí, le respondo:
—Esa pregunta está fuera de lugar y es bastante personal. Me niego a contestar algo que no esté relacionado con el trabajo, señor Rosselló —intento dejarle en claro cómo serán las cosas entre nosotros de ahora en adelante.
Su gélida risa retumba a través de mí haciendo que un estremecimiento me recorra la espalda. No me está tomando en serio. La tensión empieza a acumularse en la atmósfera.
—Y una mierda con eso, Camille, ¿por qué te niegas a mirarme? —persiste en su disputa, tan exigente como siempre. Debí haber sabido que no ha cambiado nada.
—¿Me va a asignar el trabajo que tengo que hacer hoy, señor Rosselló? —pregunto en su lugar, ignorando la postura tensa que mantiene y sus preguntas personales, mis palabras son firmes y desinteresadas.
Por el rabillo del ojo lo veo exhalar con fuerza para después dedicarme una sonrisa maliciosa que me hace palidecer porque sé que sólo acabo de provocar al demonio que lleva dentro. No alcanzo a procesar la situación, ya que se levanta de su asiento bruscamente, rodea el escritorio de cristal y siendo bastante ágil se acerca a mí como un animal salvaje cuyo autocontrol se ha evaporado desde hace tiempo.
Sacudo la cabeza en cuanto comprendo sus intenciones pero ya es demasiado tarde para hacer algo a mi favor.
Mi respiración se entrecorta cuando termina por acortar nuestra distancia sin vacilaciones, decidido a obtener la respuesta que quiere de mí, su colonia penetra en mis fosas nasales una vez más y tengo que ahogar un ronroneo de aprobación, porque huele delicioso, exactamente como en mi sueño.
Joder. Basta.
Ahora está de pie frente a mí, a escasos centímetros de rozar su cuerpo con el mío. Su alta figura me domina de una forma que debería hacer que quisiera huir de él, pero no me intimida como solía hacerlo en el pasado. Sin embargo, no puedo seguir negando la forma en que mi cuerpo reacciona a su cercanía.
Me comienza a doler el corazón dentro del pecho.
—Volvamos a empezar de nuevo, te lo preguntaré otra vez, Camille —dice con un tono mucho más suave, pero no menos demandante—, ¿por qué no me miras, preciosa? —Repite la misma pregunta, no se rinde; puedo percibir el matiz de vulnerabilidad en su voz. Como si realmente necesitara saber la respuesta.
Tengo los ojos clavados en el suelo. No pienso mirarle. Tal vez mi actitud está haciendo las cosas entre nosotros más difíciles de lo que deberían ser. Pero me aterra sentirme igual que hace años. No puedo dejar que vuelva a ocurrir.
Inspiro profundamente antes de volver a hablar.
—Suficiente, señor Rosselló. He venido aquí a trabajar solamente —reacciono a su estúpido método de conseguir que admita la verdad. Me es fácil saber lo que está tratando de hacer, su manera de manipular mis emociones.
Pero ninguno de mis intentos de evitarlo y no caer en su juego perverso funcionan. Alexander no es de los tipos de hombres que escuchan razones y aceptan la derrota tan fácilmente. Para mí mala suerte, él no se rinde hasta conseguir lo que quiere.
Siendo delicado, me levanta del mentón con la mano para obligarme a que lo mire directamente a los ojos. Su tacto contra mi piel me hace perder el poco equilibrio que había conseguido reunir. Contengo la respiración, negándome a hacer algún movimiento que pueda delatar el desorden que enmaraña mis pensamientos. Está muy claro que no puedo hacer nada para detenerlo.
Nuestros ojos por fin se encuentran y siento que mi corazón se acelera de una manera salvaje y devastadora en cuanto los recuerdos de mi sueño húmedo me golpean. Aprieto con fuerza los muslos disimuladamente. Una neblina de oscuridad y algo que interpreto como diversión ensombrece su mirada.
—Ahora sí, preciosa, contesta a mi pregunta —se mofa. Sus ojos no se apartan de los míos ni por un segundo. Puedo percibir como tensa sus rasgos faciales, está en alerta, como si todavía no pudiera descifrar lo que voy a hacer a continuación.
Hago el amago de alejarme pero el ajuste de su mano no me lo permite. No me causa ningún daño, pero su cercanía comienza a ponerme nerviosa. No quiero sentirlo así de cerca.
—Te estoy haciendo una pregunta —percibo el tono de advertencia, mi falta de respuesta lo está sacando de quicio—. Es una orden, Camille. Soy tu jefe y ahora me respondes a mí.
Suelto una maldición para mis adentros mientras me remuevo en un intento de zafarme, no consigo ni moverlo. Parece una pared de ladrillos. Eso me pone de peor humor que no me detengo a analizar mis palabras.
—Resulta que no se me da la gana mirar el estúpido rostro de mi jefe, ¿suficiente razón para usted? —no sé de dónde saco las agallas para hablarle de esa forma. Siento mi corazón en la boca.
Cuando una sonrisa de satisfacción roza sus labios me doy cuenta de mi error, mi actitud no le está enfadando o siquiera irritando, sólo le estoy provocando. Le divierto.
—¿Consideras esa una forma apropiada para hablarle a tu jefe? —Se burla de mí. El entretenimiento envuelto en sus palabras.
Resoplo.
—No estoy aquí para complacerlo —siseo con los dientes apretados.
—No tienes que complacerme, pero tienes que respetarme. Ahora soy tu jefe y tienes que aprender a controlar ese temperamento tuyo.
Me invade una oleada de rabia. ¿Cómo puede ser tan hipócrita?
—El respeto se gana, señor Rosselló —lo miro desafiante, negándome a doblegar mi voluntad—, y por si todavía no se ha dado cuenta, usted no tiene el mío.
Un músculo en su mandíbula tintinea, ya no le hace gracia mi actitud. Y eso me produce una gran satisfacción.
—Deja de llamarme así —advierte.
—¿Creí que quería que me dirigiera a usted con respeto?
—Oh, preciosa, sé que no lo haces por respeto, sólo quieres sacarme de mis casillas —odio que sea tan inteligente como para descifrar mis intenciones—, y déjame decirte algo, no está funcionando. Se necesita mucho más para que tú puedas hacerme enojar.
—Yo opino lo contrario, señor Rosselló —le susurro despacio, haciendo hincapié en su apellido mientras bajo el tono de mi voz, asemejándose a un susurro.
—No quiero que tú me llames así, preciosa —dice serio. Su mirada se ensombrece al mirarme y por un momento pierdo el aliento—, y no pienso desistir en esto.
Pongo los ojos en blanco mientras suelto una risa sarcástica.
—Entonces dígame su alteza, ¿cómo le gustaría que lo llamase?
Una expresión desafiante se adueña de su rostro. Pero sospecho que comienza a perder la paciencia conmigo. Si no es que lo ha hecho ya.
—Creo que tu ya sabes la respuesta.
Niego con la cabeza, mi pulso acelerándose. Noto que también me sudan las manos.
—¿Su majestad? —tanteo con toda la intención de burlarme de él.
El aliento que deja escapar va acompañado de una carcajada que me marea.
—Aunque me encantaría escucharte que me llamaras de esa forma delante de todo el mundo, eso no es lo que quiero.
—¿Entonces?
Una sonrisa llena de malicia se curva en sus labios, tanto que me toca tragar grueso porque me siento en desventaja y presiento que estoy lejos de haber ganado este argumento.
—Sólo puedes llamarme "demonio" —amplía su sonrisa; justo cuando estoy a punto de reclamarle por ser tan vil conmigo, se inclina hacia mi rostro y presiona sus cálidos labios contra los míos, silenciando mis dudas y volviendo a poner mi mundo de cabeza.
Me toma desprevenida. Termino soltando un jadeo por la sorpresa, incapaz de reaccionar o corresponder a su beso.
Los latidos de mi corazón se vuelven erráticos. Siento que dejo de pisar el suelo por unos segundos en los cuales contemplo la idea de ceder ante su boca que exige más de mí. Pero esta vez eso no sucede, porque por fortuna, recupero mi cordura y dejo que mis impulsos me controlen.
En un abrir y cerrar de ojos, levanto la rodilla y, sin pensar en las consecuencias que esto pueda traerme, le doy una fuerte patada en sus dos amiguitos. Suelta un gruñido de dolor y, sin más remedio, se aparta de mí, mientras se lleva una mano a la entrepierna, mascullando una maldición entre dientes.
Lo miro angustiada, sin saber exactamente porque he hecho lo que acabo de hacer. Al ver mi reacción, intenta sonreírme pero solo efectúa una mueca de dolor que me hace sentir peor.
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—Joder, lo siento...yo no quería —no entiendo porque diablos me siento tan mal al verlo así.
Intenta reírse pero por la manera en que flexiona la mandíbula sé que le cuesta. Tras respirar hondo por unos largos segundos, se endereza sin ningún problema. Luego se arregla el traje y se pasa una mano por las hebras negras de cabello alborotadas.
Su rostro comienza a iluminarse pareciendo entretenido por mi reacción.
—¿Acaso estás intentando dejarme sin descendencia, preciosa? —le sale la voz rasposa—. Cada día me sorprendes más —Su respiración ahora es audible, más no hay rastro de enfado en su rostro.
Todo atisbo de culpabilidad se evapora en cuanto percibo su tono burlesco.
—¿Sabes qué? Retiro lo dicho antes, no me arrepiento de haberte golpeado en absoluto —espeto segura de mí misma.
—¿No? —suena casi ofendido.
—No —esclarezco—, es más, lo volveré a hacer cada vez que se te ocurra volver a besarme —amenazo.
Sonríe todavía más. Una pizca de orgullo se agita en sus orbes verdes. Y aunque intento con todas mis fuerzas no sentir nada, mis pulsaciones se aceleran.
—Entonces supongo que tendré que renunciar a alguna vez tener hijos...
Me muerdo el interior de las mejillas para evitar sonreír por su estúpido comentario que calienta mi corazón.
—Estoy hablando en serio, Alexander —vuelvo a tutearlo y, aunque no sea lo que él quiere escuchar, no me reprocha más.
—Yo igual, Camille —me mira con intensidad—, hablo muy enserio.
Justo en el momento en que intento reclamarle, alguien llama a su puerta. Ambos nos miramos fijamente y después dirigimos la mirada de donde provienen los suaves golpes.
—Adelante —vocifera Alexander, una voz firme y autoritaria se hace escuchar.
Una hermosa chica entra a la oficina y se mantiene a distancia de nosotros. Su pelo de un color morado intenso me llama la atención. Es realmente poco común ver a alguien con ese tipo de color y me encanta como se le ve. Resalta sus ojos de un azul metálico.
Parece nerviosa cuando mira a Alexander, cuyo rostro ahora carece por completo de alguna emoción humana.
Su semblante se mantiene totalmente inexpresivo. Sí, sin duda yo también me encontraría nerviosa y aterrorizada si Alexander fuera mi jefe, bueno, técnicamente ahora lo es. Entiendo que le tenga miedo, más con el elegante traje n***o que viste a la medida y con esos innumerables tatuajes que cubren todo su cuerpo, atribuyéndole un aspecto muy intimidatorio.
—Señor Rosselló, disculpe la interrupción, pero Melissa me dijo que deseaba verme —dice con voz tímida pero bastante comprensible.
Le dedico una sonrisa reconfortante para apaciguar su nerviosismo. Ella agradece mi gesto con un leve asentimiento de cabeza, pero no me pasa desapercibida la manera en que su mirada se detiene en mis labios por más tiempo de lo debido.
¿Le habré gustado en ese sentido? No, no lo creo. Rápidamente elimino ese pensamiento de mi cabeza y me repito que a lo mejor habré malinterpretado su mirada.
—Así es, quiero presentarle a la señorita Brown, de ahora en adelante trabajará con ella en la nueva campaña —le hace saber con firmeza—, quiero que la ayude en todo lo que necesite y que haga lo que esté a su alcance para que se sienta cómoda trabajando con nosotros. He recibido las mejores referencias de usted, espero que pueda estar a la altura.
Ella asiente con una sonrisa, orgullosa del cumplido que acaba de hacerle Alexander.
—Por supuesto, señor Rosselló. Haré todo lo posible para que la señorita Brown disfrute su estadía en esta empresa.
Mi ex esposo se limita a asentir. Luego devuelve su intimidante mirada hacia mí. Una suave e imperceptible sonrisa roza sus labios cuando me mira, pero desaparece en cuanto la veo.
—Puede ir con la señorita Graham. Ella le enseñará dónde está su nueva oficina —algo en sus palabras me intranquila. Siento que tiene algo en mente y eso me preocupa.
Aún así, contengo una sonrisa, intentando ocultar mi emoción.
—¿Tengo mi propia oficina? —acoto sin pensarlo.
No me lo esperaba, pensé que sólo tendría que compartir espacio con alguien más. Los ojos le brillan más que de costumbre. No entiendo como puede ser tan jodidamente atractivo, no es justo.
—Sí. Imagino que necesita su propio espacio para poder trabajar más cómoda —parece sincero.
Siento una opresión en el pecho. Su gesto me conmueve y no debería.
—Le agradezco por ser tan considerado, señor Rosselló —me dirijo a él de esa forma a propósito. El atisbo de irritación que se posa en sus orbes me divierte.
Sin esperar la queja que sé muy bien quiera darme, me vuelvo hacia la chica de cabello morado, que observa nuestra interacción con una sonrisa curiosa. En especial a mí, como si quisiera hacer un comentario pero se lo estuviera reservando para ella misma.
Siento las mejillas encendidas.
—¿Nos vamos? —le digo a ella, que parpadea y asiente enseguida.
—Después de usted, señorita Brown.
—Señorita Graham, espere un momento —nos detiene la voz ronca e autoritaria de Alexander, ambas nos damos la vuelta, aún cuando sé que no me está llamando a mí—, ¿podría darle a nuestra nueva integrante una toalla de papel al salir? No creo que tener el pintalabios corrido sea la primera impresión que quiere dar a los demás empleados.
Joder.
Ella me regresa a ver apenada. —Claro que si, señor Rosselló.
—Dicho esto, ambas pueden retirarse de mi oficina —increpa con un matiz de diversión—, espero que tenga un gran primer día, señorita Brown.
Siento que me arde la cara por sus malditas palabras. Juro que voy a matarlo uno de estos días. No me importa terminar en la cárcel. Lo ha sabido todo este tiempo y no ha dicho nada al respecto porque quería dejarme en evidencia.
Furiosa, le dirijo a Alexander una última mirada de advertencia, está sonriendo muy campante y parece satisfecho por lo que ha hecho. No puedo evitar poner los ojos en blanco mientras salgo de su oficina sintiendo que mi corazón late demasiado rápido una vez más.
Esto es la guerra.
Y pienso hacer todo para ganarla.