Camille
Las personas suelen decir que el tiempo cura todas las heridas porque según ellos, a veces el dolor sólo necesita tiempo para desaparecer por sí mismo, pero ahora sé que eso no es cierto. El tiempo no cura absolutamente nada. Solo te acostumbras a la idea de que algunas cosas en tu vida están cambiando, y que debes aceptarlas y seguir adelante.
Tal vez sea una vil excusa a la cual nos aferramos con tal desesperación porque necesitamos creer que algún día podremos olvidar todo el sufrimiento que vivimos, que algún día dejaremos de sentir esa opresión en el pecho que no nos permite respirar.
Pero la verdad es otra, con el tiempo solo aprendemos a sobrellevar el dolor, porque las heridas que agrietan el alma y destruyen tu ser nunca se curan, siempre permanecen con nosotros, como un doloroso recordatorio de lo fácil que es salir herido y lo difícil que es reparar lo que se ha roto.
Jamás olvidarás eso que algún día te hundió, jamás olvidarás aquello que apagó tu luz, ni mucho menos el dolor que te causaron, porque ese dolor es el único recordatorio de que todo fue real. Todo lo que sufrí a su lado fue real y dudo que haya poder humano que me haga olvidarlo.
Simplemente no se puede.
Ese dolor sigue ahí como una promesa que te obliga a crear una barrera para nunca volver a bajar la guardia y mostrarte vulnerable.
Yo todavía no lo olvido. Hasta este punto creo que jamás lo haré y puedo admitirlo sin que me sienta enojada conmigo misma, porque no haber olvidado a alguien no significa que lo sigas amando como antes. He aprendido a ser feliz conmigo misma, con las decisiones que he tomado y lo más importante; comenzar a amarme a mi misma antes que a nadie.
Pero aprender a amarse a sí mismo no es nada fácil; es un proceso lleno de espinas que lleva tiempo y, que a veces, solo necesitas detenerte un segundo y recordarte todos los días que eres suficiente, que ser tú mismo es suficiente, porque la paz que se instala en tu corazón cuando comprendes que tú no eres el problema, hace que todo valga la pena.
No hay nada mejor que ser capaz de hacer las paces contigo mismo y perdonar los errores que nos recuerdan que somos humanos.
He aprendido que la vida continúa sin importar los obstáculos que se interpongan en el camino. Debemos seguir adelante y no mirar atrás y, si lo vamos a hacer, que sea solo para reflexionar de nuestros errores pasados e intentar mejorar.
No podemos vivir amargandonos la existencia por alguien que no supo valorar lo que éramos, no nos podemos dejar hundir en ese suplicio, porque siempre hay algo mejor esperándonos o como otros suelen decir; la luz al final del túnel.
Todo pasa por algo. Cada cosa que vivimos sea buena o mala tiene un propósito. Ya tengo muy claro que tal vez me tocaba sufrir todo eso para hoy poder estar donde estoy. Siendo una de las mejores fotógrafas a nivel mundial. El curso en Francia elevó mi carrera de manera sorpresiva y me convertí en una profesional en tan solo dos años y medio.
Las primeras críticas que recibí acerca de mi trabajo fueron duras de digerir, me hicieron dudar de lo que había logrado en tan poco tiempo, además de que mi autoestima estaba en el suelo por razones obvias, pero decidí no dejar que el miedo al fracaso me detuviera y sacar lo mejor de la situación. Me enfoque en mejorar y no quedarme estancada.
Estoy orgullosa de mí misma porque lo hice con mi propio esfuerzo, tuve que trabajar duro para poder cumplir mis sueños y lo logré. Lo hice. Nunca me atreví a tocar un centavo de la herencia que pasó a mis manos hace tres años y quizá sufrí mucho más de lo que podría haber sufrido si hubiera utilizado ese dinero, pero no lo hice porque estaba siendo testaruda.
Sin mencionar que si lo hubiera hecho habría sentido que le debía algo y eso era lo último que deseaba.
Lo único que quería era desatar todas las cadenas que me ataban a él y lo hice. Logré soltarlo.
Aunque el tiempo no nos perdonó del todo y pasó prácticamente volando, porque en tres años suceden varias cosas. >
Un año después de dejar Seattle me mudé a Francia por tiempo indefinido, no había ningún motivo para regresar. Antes de que decidiera establecerme por tiempo indefinido, Sam me alcanzó dos meses después de mi divorcio, ya que su embarazo era algo que no podía seguir ocultando y decidió que lo mejor era quedarse a mi lado.
Hemos compartido todo desde entonces. Ella se ha convertido en alguien esencial en mi vida, inclusive más que antes. Me ha ayudado en mis peores momentos, porque los tuve. No todo fue perfecto como lo imaginaba, sufrí hasta el punto en que sentí que no resistiría.
Hubo unos momentos en los que deseé no seguir más, no me importaba vivir, sentía que no tenía ningún motivo para hacerlo, tenía constantes pesadillas que no me dejaban dormir ni una sola noche; en todas aparecía él y ella, las culpas que acarreaba en el alma me atormentaban de la peor manera, pero eran sus demonios los que me perseguían y no pensaban irse.
El dolor físico y emocional abrigaron mi corazón durante mucho tiempo. Lo que era una simple tristeza de meses se convirtió en algo más grande cuando me costaba levantarme de mi cama en las mañanas, cuando dejé de hacer lo que me gustaba. Mis rutinas eran las mismas, sentía que no tenía nada para continuar. No había ninguna motivación para avanzar. Lo había perdido todo y no podía con el dolor que desgarraba mi pecho y me dejaba desolada.
Estaba llena de rabia y tristeza, considero que fue la peor etapa de mi vida. No encontraba una ancla a lo cual aferrarme, no había nada y no importaba cuanto siguiera buscando, él me lo había arrebatado todo y lo odié por eso.
Lo odiaba por haberse llevado mis ganas de continuar, lo odiaba por dejarme de esa manera tan cruel, lo odiaba porque yo no podía seguir adelante y él sí lo había hecho, lo odiaba por haberme convertido en una persona tan patética que no podía superarlo...y también lo odiaba por no amarme como yo lo hice.
Y por supuesto me odiaba a mí misma por seguir amándolo.
Sam se preocupó demasiado que decidió buscar ayuda profesional. En su momento pensé que estaba exagerando al llegar a tales extremos, porque me sentí avergonzada de necesitarla, pero ahora que veo las cosas desde otra perspectiva le agradezco que lo haya hecho. Tuve que asistir a terapias por varios meses, aunque al principio me rehusaba, pero verme a mi misma así en ese estado deplorable, apagada, había perdido mi brillo y yo quería recuperarlo.
Necesitaba hacerlo.
Decidí recibir ayuda profesional principalmente porque no me gustaba la persona apagada y depresiva en la que me había convertido, cada vez que me veía al espejo me apenaba verme de esa forma; sin ilusiones, sin aspiraciones, sin ganas de vivir ni esperanzas para el futuro.
Fue demasiado e hice todo lo posible para salir de ese hoyo oscuro en el que había caído desde su partida. Luché con todas mis fuerzas para recuperarme, aunque no de la manera más sana, enterré todos los sentimientos dañinos e inservibles, hice a un lado todo lo que me desgarraba el alma y me enfoqué en lo único que importaba.
Yo misma.
El primer año fue el más difícil, tomaba terapias por las tardes, trabajaba en un restaurante en las noches y al mismo tiempo trataba de mantener mi atención en el curso de fotografía. Todo se me juntaba y sentía que no podía lograrlo. Pero lo hice, aunque no todo el crédito es mío, cierta persona también formó parte de mi soporte emocional.
Porque le debo mucho a él, que no me ha dejado sola desde que llegué a Francia. La verdad es que no sé cómo se enteró que estaba aquí, pero un día se presentó en mi casa y se convirtió en una de las personas que ahora no puede faltar en mi vida. Le estoy infinitamente agradecida por todo lo que ha hecho por mí.
Dejamos atrás los conflictos del pasado, ambos nos perdonamos, nuestra relación amistosa se reforzó todavía más y después de dos años a mi lado, el cariño que sentía por él se convirtió en algo más.
Pensé que jamás volvería a sentir esa cosquilleo burbujeante, ese sentimiento, esas sensaciones, pero estaba tan equivocada.
Aarón me ha demostrado ser ese soporte al que puedo aferrarme, porque se que siempre estará conmigo, me lo ha demostrado y confío en él.
De verdad lo hago.
Él viene de vacaciones de vez en cuando, no puede vivir aquí por motivos laborales. Ahora se encuentra trabajando en una de las empresas del señor Rosselló, por lo que me ha contado, en unos meses será el próximo vicepresidente y como es de esperarse, el trabajo abarca la mayoría de su tiempo.
Aún así, se las ha ingeniado para tener un balance entre su trabajo y nuestra relación. Cada día se convierte en eso que siempre necesité para sentirme en paz. No me arrepiento de haberlo dejado entrar a mi vida, él la iluminó, a su manera, pero lo hizo.
Tampoco mentiré, no puedo decir que siento todo lo que algún día sentí por él, > pero el amor que siento por Aarón también es demasiado fuerte y me permite estar con él sin sentir que lo hago por obligación o por dependencia emocional. Yo lo quiero y él a mí.
Y por primera vez en la vida quiero sentir lo que se siente ser amada. Quiero amar y no sufrir.
Desde hace unos meses que iniciamos una relación formal y todo fluye bien entre nosotros, es como si Aarón fuera esa pieza que encaja a la perfección conmigo.
Pero no todo puede ser felicidad.
Una de las dificultades que se ha presentado en nuestra relación ha sido Sam, que no le agrada para nada la idea de que sea la novia de Aarón. Desde el día que se enteró que estaba intentando algo con él, se molestó demasiado y empezó a intentar alejarme de él de todas las formas posibles, nunca entendí su comportamiento.
Siempre está a la defensiva con él y hasta la fecha sigo sin entender sus razones.
Cada vez que Aarón viene a visitarme se va y se lleva consigo a Ellie, su hija pequeña. Siento que evita que Aarón la vea y simplemente no puedo entender el porqué. Aarón es una gran persona y en parte me molesta que Sam no pueda verlo, pero respeto su decisión de no querer a nadie cerca de su hija, ni siquiera a él.
He lidiado con eso desde hace dos años y para ser sinceros, ya he aceptado que ellos nunca se llevaran bien.
Por otro lado está mi trabajo, eso es lo que ha ido muy bien y sin ninguna excepción. He podido cumplir lo que le prometí a mi madre y estoy orgullosa de mí misma por haberlo hecho. La extraño demasiado, desearía que estuviera conmigo en estos momentos, apoyándome en todo como siempre lo hizo.
Porque mi madre es otra herida que aún no cierra y tampoco lo hará. Jamás podré sanar de eso, no creo que ese dolor algún día se vaya.
Reconozco que comienzo a ser una nueva persona, o quizá una mejor versión, me he recuperado y tengo muy claro lo que nunca debo volver a permitir.
No importa cuanto amor puedas sentir hacia una persona, para el amor si hay límites y si yo lo hubiera entendido a tiempo, me hubiera alejado de él cuando todavía podía salir ilesa.
Pero de los errores se aprende y eso fue él en mi vida; un error que jamás pienso volver a cometer. Jamás volveré a ese ciclo tóxico en el que me ahogaba, no pienso volver a ser la misma ingenua que se enamoró como una estúpida y permitió que hicieran de ella lo que quisieran.
No volveré a permitir que vuelvan a tratarme como él lo hizo, jamás volveré a ser la misma de antes, porque entendí lo que valgo, y valgo mucho como para aceptar migajas de amor. Irme fue la mejor decisión que pude haber tomado en ese entonces. Logré lo que nunca hubiera logrado si me hubiera quedado en Seattle, porque solo me necesitaba a mi misma para triunfar y conocer la felicidad, lo bonito que puede ser la vida desde otra perspectiva.
Solo bastaba creer en mí misma y así lo hice, aposté por mi y gané a una nueva versión de mí que jamás volverá a dejarse menospreciar.
Después de tanto puedo cerrar los ojos y ya no verlo ahí junto a mí, puedo respirar con profundidad sin sentir que se me corta la respiración por no tenerlo a mi lado, puedo avanzar y dejarlo atrás.
Ya lo hice y no pienso volver a dónde un día sufrí.
Nunca me permitiré amar a otra persona más de lo que debería amarme a mí misma.
Porque sé a ciencia cierta que nunca acaba bien.
Lo he vivido en carne propia…
Miro el móvil con la esperanza de recibir noticias suyas, ya ha tardado mucho en responder a mi pregunta, lo cual es muy raro viniendo de él y empiezo a preocuparme. Estoy a punto de llamarle cuando el mensaje con su confirmación aparece en mi pantalla y siento que una ola de felicidad me invade.
Le respondo rápidamente con un emoji de corazón y cuando él hace lo mismo, lo pongo a un lado, intentando recuperar toda mi atención en mi trabajo. No debería distraerme.
A pesar de estar concentrada en lo que hago, escucho unos cuantos pasos contra el piso que sé reconocer a la perfección, lo cual me hace levantar la mirada, esperándola a ella.
—¡Mamiiii! —exclama con emoción la pequeña de ojos azules que corre hacia mí, tropezando por el camino.
Me calienta el corazón el sonido de su dulce voz. Ellie lleva puesto su vestido floreado favorito mientras que las hebras rubias de cabello caen a sus costados, haciendo que la observe con ternura.
—¡Cariño! —le contesto con la misma emoción al verla. Me hace sentir completa y plena conmigo misma.
Ella apresura sus pasos, se sube en mi regazo mientras se sostiene de mi vestido para poder acomodarse, sonrío al ver como intenta agarrarse y no lo logra, así que termino ayudándola y la impulso para que se acomode sobre mí.
La veo esbozar una sonrisa cuando consigue encontrar una postura cómoda, que no puedo evitar apretar los hermosos cachetes que tiene.
—¡Que hermosa eres, mi princesa! —la elogio. Su sonrisa se hace todavía más grande, con las mejillas enrojecidas, tratando de ocultar su mirada.
Una sensación de tranquilidad me embarga por completo mientras acaricio su cabello. Mis ojos viajan a sus manos y el papel que trae en ellas llama mi atención.
—¡Mira lo que hice! —me muestra la misma hoja de papel con un dibujo de un animal o eso creo, no puedo distinguir muy bien qué es, no tiene una forma en específico, aún así le sonrío para que sepa que me gustó.
Eso es lo que hago siempre.
—¡Si eres toda una artista, cariño! —alardeo, regalándole una tierna sonrisa y le toco la nariz con el dedo índice—, te quedo genial ese perrito —le beso la frente. Cuando me alejo para verla, enseguida frunce el ceño, luciendo encaprichada.
—¡No es un perrito! —hace pucheros, sonando enojada—, es un conejo, mami —aclara mientras sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas.
Tan caprichosa como siempre.
Acuno su pequeño rostro en mis manos y la hago que me mire. Sus orbes azules brillantes se conectan con mis ojos y me es demasiado fácil percibir su desagrado. Ellie siempre ha sido una niña muy sensible y también muy consentida por nosotras.
—Tu dibujo es el mejor del mundo, cariño —le dijo con la intención que deje de llorar, no me gusta verla triste—, solo que a veces es demasiado hermoso como para poder distinguirlo —le explico, tranquilamente.
No tarda mucho cuando sus ojos me miran sonrientes, olvidándose rápidamente de su disgusto.
—Te quelo mucho —me roba un beso en la mejilla y le sonrío en respuesta—, gracias, mami —dice mientras acaricia mi melena castaña. Siempre le ha gustado, desde bebé le gustaba jugar con ella.
Me quedo observándola unos minutos, olvidándome por completo de mis obligaciones, me encanta pasar tiempo con Ellie. No hay mejor compañía que la pequeña que tengo sobre mi regazo.
—¡Ellie! ¿Dónde estás, cariño? Te he dicho que no me gusta que te escondas —el grito de preocupación por parte de Sam nos hace girar hacia la puerta.
Ella se pone en alerta y me abraza a lo que sonrío, siempre hace lo mismo cuando no quiere ir a bañarse.
—No digas, mami —me susurra bajito. Pongo los ojos en blanco al tiempo que sonrío con diversión.
Sam no demora en entrar a mi habitación. Ellie se acurruca contra mí e intenta esconderse debajo de mi melena como si fuera lo suficientemente pequeña para poder pasar desapercibida.
Mi mejor amiga la encuentra en nanosegundos y comienza a reírse al ver el pésimo intento de su hija para esconderse de ella.
Se acerca a nosotros, la toma de las costillas y la carga separándola de mí. Ellie comienza a patalear, sin querer irse.
—Ya te dije que no interrumpas a tu tía, cariño. Tienes que dejarla trabajar —la regaña sutilmente, a lo cual niego rápidamente, sin querer contradecirla enfrente de Ellie.
—No la estoy molestando, mamí —se queja haciendo pucheros.
Sam resopla a su vez, se acerca a nosotras y la baja al piso para tomarla de la mano.
—Tranquila, este pequeño angelito no me molesta en absoluto —le aseguro a ambas—, además, me gusta pasar el tiempo con mi hija favorita —Ellie suelta una risita mientras Sam nos observa divertida.
—Pero solo soy yo, mami... —protesta Ellie sin soltar la mano de su verdadera madre.
Las observo mientras me río. Sam niega con la cabeza y me hace un ademán para que regrese a mi trabajo y así ella pueda irse para bañar a Ellie.
Cuando Ellie se percata de que no tiene más opción que ir con su madre, alza su manita despidiéndose de mí.
—Adiós, mami —esboza una sonrisa radiante. Se la devuelvo, lanzándole besos que ella finge atrapar con su mano y llevarlos a su corazón.
Algo que siempre hacemos cada vez que ella tiene que irse.
Ellie es una niña pequeña de apenas tres años que ha crecido conmigo y con Sam. Ambas nos encargamos de su cuidado, ella no me ve como su tía sino como otra madre y por eso me llama así. Ella siempre dice que tiene dos madres. A Sam no le molesta en absoluto por lo cual permite que se dirija a mí de esa forma. Y aunque pueda parecer extraño, me hace sentir especial. El tenerla conmigo ha sido como una nueva ilusión para las dos.
No sé cómo explicarlo, pero ella terminó de alumbrar mi vida que parecía estar llena de oscuridad, desde que nació supe que sería un impulso que me ayudaría a sobrevivir, ella y Sam me necesitaban al igual que yo a ellas, siempre nos hemos apoyado en todo y Ellie se convertido en el motor de ambas.
El amor que siento por Ellie es muy grande. La quiero como si fuera mi propia hija, es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida y le doy gracias a Sam por quedarse conmigo y permitir que su pequeño angelito alumbrara mi vida.
No sé qué haría sin ellas en mi vida...