Prólogo

1596 Words
—No te vayas otra vez, Camille —el matiz de súplica en su voz me detiene—, no vuelvas a dejarme —se muestra vulnerable ante mí aunque odia hacerlo. Odia que otras personas puedan llegar a percibirlo como una persona frágil. Mi cuerpo se paraliza de repente. No puedo respirar. Siento mi corazón estallando dentro de mi pecho gracias al efecto que surten sus palabras. La cabeza me da miles de vueltas, todas las emociones que creí muertas me avasallan sin pudor. Perpleja por lo que acaba de revelar, me armo de valor para darme la vuelta y lo miro dolida por atreverse a pedirme eso sin siquiera pensar en cómo me lastima verlo enfrente de mí… sentirlo así de cerca otra vez. Prometió no hacer esto, pero tampoco me sorprende, porque otra vez vuelve a romper sus promesas. A mí. Tomo una bocanada de aire por la boca, sintiendo una sensación aplastante sobre mi pecho mientras contengo eso sollozos que me niego a dejar salir. —¿Por qué? —siseo con cierta brusquedad, deseando no sentirme expuesta ante él. Nuestros ojos se encuentran entre el medio del caos y, cuando vislumbró el tormento en sus orbes, pierdo la fuerza que creí tener—, ¿por qué me haces esto, Alexander? Hay un atisbo de tristeza en su mirada, no sé de cuántas maneras puedo decirle a mi corazón que deje de latir por la persona que lo rompió. —Te mentí, todo lo que ha sucedido ha sido una jodida mentira —su voz tiembla—, nunca he dejado de amarte, ni un solo maldito día, Camille —confiesa con aflicción, dolor. Y en ese instante él mundo se derrumba a mis pies. Todo se destroza. El momento queda eclipsado cuando sus palabras comienzan a resonar en mi cabeza, haciéndome negar en repetidas ocasiones, es imposible de procesar lo que ha dicho, no puede ser cierto. Me niego a aceptarlo. No me puede estar haciendo esto después de tres años, no cuando ya he podido avanzar con mi vida, no cuando por fin me he podido empezar a encontrarme a mi misma. No cuando ya lo superé. —¡Sigues siendo un maldito egoísta de mierda! —vocifero dolida; me quema lo que ha dicho, me sigue doliendo tanto que me cuesta hasta respirar—, a pesar de los años no has cambiado en absoluto, sigues siendo la misma mierda de persona. No me sueltas solo por puro egoísmo —le digo con cientos de lágrimas en los ojos obstruyendo mi vista. Él tuerce los labios en una sonrisa triste que me agrieta el corazón. —Tienes todo el derecho a enojarte e incluso a odiarme si eso es lo que quieres, pero nada de lo que digas va a cambiar el hecho de que sigas aquí —señala su corazón, niego con la cabeza, negándome siquiera a sopesar la idea—, porque te quedaste grabado dentro de mí como un puto tatuaje que no puedo borrar por más que quiera —sisea con dureza y sin dejar de repararme con esos hermosos ojos verdes, que un día lo significaron todo para mí. Por un momento me siento vulnerable, expuesta a él y eso es suficiente para entrar en pánico porque sé dónde termino cuando le doy el poder de destruirme. Cuando le permito entrar en mi vida y arrasar con todo a su paso como un huracán. —No me volverás a hundir —le aseguro con suficiencia—, no me dejaré hundir por ti de nuevo, lo hice una vez en el pasado y casi termina conmigo. No estoy dispuesto a hacerlo de nuevo —saco todo lo que tengo atascado en el tórax, esas cosas que él se merece escuchar de mí. Me observa con desilusión. La misma desilusión que sentí cuando me dijo que jugó conmigo. Que nunca me amó. —Sé que te hice sufrir, se que te dañé, pero a pesar de todo te amo. Esa es la única verdad —susurra lleno de melancolía; sus palabras queman como el mismísimo fuego—, porque aunque yo siempre fui tú oscuridad, tú fuiste mi única luz, Camille. Tiemblo de dolor y rabia. No puedo más. No lo soporto. —Te odio tanto, Alexander —ahogo un sollozo de dolor. —Yo te amo… —¿Por qué tienes que hacerme esto? ¿Qué más quieres de mi cuando te ha dado todo y nunca ha sido suficiente? —rompo en llanto, desolada. Una mezcla de frustración e impotencia se apodera de la expresión de su rostro cuando clava su mirada en la mía. —Camille... Niego, hecha pedazos por segunda ocasión. —Ya déjame ir de una maldita vez, ya suelta todas esas cadenas que nos unen —le suplico, cansada—, ya nos hicimos demasiado daño. Nos destruimos. Me observa con una profunda tristeza que me hace querer salir corriendo, como si entendiera que mi corazón ya se congeló desde ese día en el que decidió acabar con todo. Ya no queda nada en mí, él me dejó vacía cuando me sacó de su vida sin ningún remordimiento. Permitió que creyera que sólo había sido un pasatiempo para él. —No te vayas, Camille —vuelve a rogar, desesperado y con los ojos agotados—, está vez no podré sobrevivir si lo haces. No sobreviviré si me dejas. > Ignoro la horrible opresión que abraza mi pecho y me armo de valor antes de contestar: —No hay nada porque quedarme —replico con desdén ocultando todo mi dolor en un intento de herirlo como el lo ha hecho conmigo. Lo logro. —Si lo hay, preciosa. —No, no lo hay —me mantengo firme—, no queda nada. —Tengo algo que te pertenece solo a ti —reconoce, esbozando una sonrisa que no alcanza a llegar a sus ojos, pero aún así no se detiene—, solo una cosa, Camille. Lo observo confundida cuando mi mirada viaja al bolsillo de su pantalón, donde un collar brillante sobresale, sembrando la curiosidad en mí. No permito que los nervios se apoderen de mí y vuelvo mi enfoque a sus ojos otra vez. Él asiente con una sonrisa de derrota, dándome permiso para acercarme y tomarlo. Llevo mi mano a su bolsillo y saco lo que me pertenece. Mi colgante. Él lo tiene y no sé como es eso posible. La pieza esmeralda brilla ante mis ojos y me quema la piel el saber lo que representa, para él, para mí, para nosotros. Por unos segundos me pierdo en el abismo de recuerdos que me atraviesan de un solo golpe haciendo que cada partícula de mi cuerpo se estremezca. Todo lo que luché por olvidar regresa a mi sin piedad, todo el torbellino de emociones que quise enterrar hace años, ahora me deja sin aire y sin poder articular alguna palabra. Sostengo el colgante mientras una sonrisa de tristeza y amargura tira de mis labios. Cuando siento su intensa mirada sobre mí, me atrevo a levantar la mía para encontrar la suya y admitir lo que nunca me atreví a hacer, ni a decir a nadie en voz alta. —También tengo algo que te pertenece, demonio —susurro despacio, con miedo a los consecuencias y mi mirada desciende hasta mi pecho—, solo una cosa —admito mientras sonrío con melancolía, recordando lo que cuelga alrededor de mi cuello y todo lo que representa para nosotros. Un brillo de ilusión crispa en sus pupila. Mantiene la mirada fija en mí. —¿Solo una cosa? —pregunta con un deje de dominación. Le doy un asentimiento en respuesta, sin flaquear o mostrar debilidad ante él, que me repara con suma intensidad, inspeccionando cuidadosamente mi escote y el colgante que sobresale alrededor de mi cuello. Su mano se acerca con lentitud, pero sin mostrar inseguridad. Al momento de tocar el colgante que yace en mi cuello, sus dedos rozan con mi piel expuesta, enviando millones de corrientes eléctricas a mi cuerpo, que me hacen pasar saliva, nerviosa y a la vez ansiosa por no entender el desorden que surge dentro de mí con solo sentir su tacto. Cierro los ojos conteniendo la respiración y el hormigueo de mi cuerpo incrementa con cada latido errático de mi corazón. Las sensaciones han regresado con un impacto de bala que me deja sin habla, sensaciones que deberían estar enterradas, pero por alguna razón no lo están y él me lo está demostrando. Sus dedos escarban en el espacio que hay en medio de mis pechos, sacando lo que le pertenece y que nunca me atreví a devolver porque era lo único que me recordaba a él. Un colgante que había hecho con el anillo que me puso hace tres años en su oficina. El recuerdo sigue fresco e intacto en mi memoria, como si hubiera sido ayer, como si no hubiera pasado tanto tiempo, porque aunque hemos cambiado. Una parte de nosotros sigue siendo la misma. Ese anillo que nos unió. Ese anillo que es un recordatorio constante de todo mi sufrimiento a su lado, de todo lo que me ha lastimado, de como me he pedido a mi misma, de como me enamoré de un demonio. Un anillo que después de tenerlo durante tres años estoy lista para devolver a su dueño porque ha perdido su valor y por fin puedo decir que ya no significa absolutamente nada para mí. Absolutamente nada. Al igual que él.
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