Capítulo XXIV

1369 Words
Camille Debido a que la suerte nunca está de mi lado, no alcanzo a llegar muy lejos cuando su mano se cierra en torno a mi brazo y tira de mí, arrastrándome con él y haciendo que nuestros cuerpos se estrellen con el fuerte impacto. El corazón me sube por la garganta y todo lo que intento ocultar colisiona en el momento en que siento su cálido cuerpo, tensándose junto al mío como alguna vez lo hicieron en el pasado. —¿A dónde crees que vas, preciosa? —Su voz aterciopelada me hace sentir mareada y provoca un torrente de emociones—. Todavía no te he dicho que puedes irte —me acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja mientras me mira con algo parecido a la ternura. Trago grueso. Las piernas me fallan y me veo aferrándome al fuerte ajuste de su mano, que me rodea la cintura con posesión, porque si me suelta voy a caer al suelo y esta vez dudo que pueda levantarme. —Quiero irme —respiro agitadamente contra sus labios, apartando la mirada de ellos cuando me percato de lo que estoy haciendo—. Suéltame, Alexander —digo en un hilo de voz, intentando controlar la revolución que surge dentro de mi cuerpo. Él esboza una sonrisa y niega, ajustando su agarre mientras clava sus dedos en mi piel desnuda, ya que mi espalda está descubierta a causa del vestido. Un escalofrío me recorre la espina dorsal y me convierto en un manojo de nervios. Cada vello de mi cuerpo se eriza cuando siento su cálido aliento reposando sobre mi piel, absorbiendo mi aroma, que no ha cambiado, sigue tan intacto como el suyo. —Aún no hemos terminado de hablar. No he recibido mi respuesta y la quiero en este momento —percibo el matiz de burla en su voz—. Pero sospecho que será un "si". Paso saliva y me muerdo el labio, indecisa. Sin embargo, algo que tengo muy claro es que no voy a ceder. No me someterá. —Vete al mismísimo infierno y quédate ahí para siempre —suelto mientras me remuevo entre sus enormes brazos que me mantienen prisionera y a su merced—. No voy a trabajar para ti y esa es mi última palabra —vuelvo a reiterar. Sus labios se curvan en una sonrisa gélida. —Tarde, ya estoy en el infierno desde... —su voz se desvanece en el aire cuando se corta a sí mismo antes de terminar la oración. La situación empieza a agobiarme, subo mis manos y con vacilación las pongo contra su pecho, intentando poner distancia entre nosotros, pero el hecho de que mis manos vuelvan a tocarle, aunque sea sobre la fina tela, me hace estremecer de una manera peculiar. —No haré nada de lo que me digas así que déjame ir. —Sé que lo harás —afirma—. No gastes tu voz alegando en una pelea que no ganarás. —Estás muy equivocado. No trabajaré para ti. —Tan rápido olvidaste que todo lo que quiero lo consigo —me susurra al oído con una nota de seducción crispando su voz—. Ahora estás en desventaja porque te quiero a ti, preciosa. En el momento en que sus labios hacen contacto con el lóbulo de mi oreja, entro en pánico sabiendo el torbellino de emociones que eso conlleva. El miedo a lo que pueda pasar si me quedo aquí un minuto más revienta la burbuja al instante, así que reúno todo mi valor para apartarle de mí aunque sea lo último que quiera hacer. Sin embargo, en cuanto gano mi autocontrol una oleada de decepción asalta mi corazón. Me suelto de su agarre como si me quemara, y sin saber qué impulso me arrebata, le planto una bofetada que me duele más a mí que a él, porque su cara permanece intacta y no hay evidencia del golpe que le he propinado. ¡Mierda! En cuanto se me pasa el subidón de adrenalina, mi mano empieza a arder y no puedo evitar hacer una mueca de dolor. Él me observa con intensidad y hay un ápice de vulnerabilidad divagando en sus ojos. No tardo en darme cuenta de que no me está mirando a mí, sino a mi mano. —Déjame ver tu mano —ordena con firmeza. No obedezco. Hace un ágil movimiento para alcanzarme y tocarme, pero lo detengo bruscamente. —¡No te atrevas a tocarme! —lucho por contener el llanto, quiero que se quede adentro y no salga nunca. Luce genuinamente arrepentido y eso me enfurece todavía más, no sé porque diablos me siento tan frustrada, vulnerable, y con los sentimientos a flor de piel. Me siento jodidamente expuesta, es peor que la sensación de estar desnuda delante de él. —¿Estás bien? —pregunta suavizando su voz, no doy respuesta—, Camille, lo digo en serio, déjame ver tu mano. Me río. Sin ninguna nota de diversión en el sonido que sale de mi garganta. —¿Qué diablos sucede contigo? —me paso la mano por la cara, incrédula—. Claro que no estoy bien, no estoy jodidamente bien porque sigues apareciendo en mi vida y ya no quiero que lo hagas. ¿No lo entiendes? Necesito que me dejes en paz, quiero que desaparezcas, hace tres años me desechaste como si fuera una completa basura y no tengo ningún interés en verte por lo que me resta de mi vida, así que déjame en paz de una puta vez... Me mira con algo que interpreto como lástima, de esa manera que no quiero que lo haga, en especial él, porque en este instante sus ojos son un mar de emociones que me hieren en lo más profundo. Me queman como si fueran brasas de fuego, el dolor se asimila a una aguja que se va enterrando en mi corazón y no puedo sacarla. —Lamentó no poder darte lo que quieres, preciosa, pero no pienso desaparecer de tu vida ni hoy ni nunca —estrecho los ojos en su dirección y ahogo un chillido de frustración, tragándome los sollozos y las lágrimas que buscan brotar de mí. —No voy a ceder —susurro decidida—, no conseguirás someterme. Él sigue mirándome con fijeza, sus ojos verdes poseyendo un ápice de oscuridad y determinación. —Yo tampoco pienso retractarme —impone su voluntad—, aceptas trabajar conmigo o los refundo en la cárcel —me deja sin salida y siento que mi mundo se desmorona a pedazos. —¡Eres lo peor que me pudo pasar en la vida, Alexander Rosselló! —exclamo, enojada, sabiendo que no tengo ninguna escapatoria y que otra vez vuelvo a estar atrapada en el mismo abismo de siempre. Su expresión inescrutable vacila durante una fracción de segundo y entonces finge una sonrisa tratando de no traicionar ninguna emoción. Su porte lleno de confianza y destilando esa arrogancia que me fastidia. —Entonces, ¿qué va a ser, Camille? —hace de cuenta que no he dicho nada y me pone entre la espada y la pared—. ¿Cuál será tú elección? Lo miro dolida. Todos mis sentimientos se hacen añicos y se estrellan contra las cuatro paredes que nos rodean. —Te odiaré si me obligas —hago el último intento de salvarme, mis labios temblando. Eso lo hace cerrar los ojos con pesar, acentuando la magnitud que tienen mis palabras. Cuando los abre veo la respuesta y casi dejo de respirar. —No importa, ya me odias, preciosa. No sé qué más decirle, y tampoco sé si hay más que decir en verdad, como él lo dijo, las cartas están puestas sobre la mesa y solo queda aceptar nuestro papel. Hemos quedado expuestos y soy yo la que vuelve a salir perdiendo a consecuencia de los demás, porque si no accedo a lo que me está pidiendo, perderé a Aarón y a mi padre, y la sola idea me desgarra el corazón. No puedo permitir que algo así ocurra y es precisamente eso lo que sella mi destino y reúne de nuevo nuestros caminos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD