Alexander
Mis ojos no pueden dejar de verla, no me creo capaz de poder apartar la mirada siquiera. No entiendo como puede ser tan hermosa e hipnotizante al mismo tiempo. La inspecciono de pies a cabeza sin molestarme en ocultar mi interés hacia ella, su larga melena castaña le adorna su detallado rostro y resalta esas esmeraldas que me tienen a sus pies.
No quiero incomodarla, claro que no, pero por más que lo intento, no puedo dejar de idolatrarla. La cazadora que lleva puesta acentúa sus pechos, y los jeans ajustados entallan sus piernas, cosa que me hace salivar más de una vez.
Se siente irreal tenerla frente a mí después de todo lo que ha pasado entre nosotros. Apenas han pasado unos días desde nuestro último encuentro en su galería de arte. Sigo teniendo un mal sabor de boca por eso, no puedo entender en qué momento todo lo que teníamos se destruyó en mil pedazos, como acabamos así, porque soy yo el que debió estar a su lado, celebrando sus logros.
No el maldito parásito de Aarón.
Soy yo el que debe estar disfrutando plenamente de su amor, soy yo el que debe poder besarla cuando se le pegue la regalada gana, soy yo el que debe tenerla aunque no me la merezca.
Maldito destino que jamás conspiró a nuestro favor.
Debería decir que estoy sorprendido de verla aquí, pero no es así. Tenerla en mi oficina solo me corrobora que mi plan está marchando por buen camino. Sabía que ella vendría a mi tarde o temprano, la conozco lo suficiente como para saber que lo haría. Y pese a que hubiera deseado que estuviera aquí por otras circunstancias, me alegra de todas formas porque en la guerra y el amor todo se vale...
Puedo sentir su desesperación y rabia mientras me observa con cierto recelo que no logro comprender. Estoy esperando a que diga algo después de lo que le dije.
Quiero que me hable a mí. Lo necesito tanto como se necesita el oxígeno para poder respirar.
La veo pestañear en repetidas ocasiones, nerviosa, y quiero quejarme cuando aparta su mirada de mí, negándome la vista de las esmeraldas que carga en los ojos.
Hago todo lo posible para mantenerme en mi lugar y no invadir su espacio, no ahuyentarla como he hecho tantas veces en el pasado.
Pero la única verdad es que sólo quiero envolver mis brazos alrededor de ella, sostenerla, llenarme profundamente de su aroma a vainilla porque tengo miedo de no acordarme de él. De que lo haya olvidado. Necesito hundirme en ella, volver a sentir su calor y la calidez que emana.
—No tengo tiempo para esperar a que sea el momento indicado y te dignes a decirme lo que quieres —repone después de unos segundos, indignada conmigo, levanto una ceja mientras la ojeo sin disimulo.
—Debí recordar que la paciencia nunca fue una de tus tantas virtudes —esbozo media sonrisa.
Pone los ojos en blanco y es prácticamente inevitable que los recuerdos de cuando hacía eso en mi cama mientras la follaba no golpeen mi ingle.
Trago grueso con dificultad, intentando alejar esos recuerdos que me mantienen en sanidad porque lo último que necesito ahora es una jodida erección. Obligo a mi cuerpo a mantenerse cuerdo aunque lo único que quiero es abalanzarme sobre ella y volver a saborear sus dulces labios que me atraen como el mismísimo magnetismo.
Me muero por volver a sentirla, es una maldita necesidad que no sé cómo sacar de mi sistema.
—Si lo recuerdas tan bien, deberías empezar a hablar y dejarte de rodeos —riñe—, no estoy jugando, Alexander.
Entiendo por qué actúa tan fría y distante conmigo, claro que sí, pero eso no significa que no me duela, porque aún recuerdo perfectamente cada una de sus palabras, sus actitudes hacia mí, sus acciones, todo lo que hizo para que la amara está grabado en mi memoria y nunca me preparé para lo que sería enfrentar su indiferencia.
La herí demasiado y estas son las consecuencias que debo pagar.
—Yo tampoco estoy jugando, preciosa.
—Entonces empieza a hablar y acabemos con esto de una buena vez —puedo percibir sus ganas de querer deshacerse de mí cuanto antes y eso me pudre por dentro.
—No me gusta repetir las cosas dos veces, Camille. Te dije que te diré lo que quiero cuando sea el momento indicado y este no lo es.
Deja escapar un bufido, irritada.
—Estás siendo inmaduro —menciona con un ápice de indecisión.
—La única que está siendo inmadura en este momento eres tú, no quieres entender lo que te estoy diciendo.
Sus mejillas se acaloran en cuestión de segundos.
—¡Porque es jodidamente ilógico! —protesta.
—¡No lo es y deja de actuar de esta manera!
—¡Claro que sí lo es!
—Camille... —Mi tono es de advertencia.
Me mira con los ojos entrecerrados y suelta un suspiro que me hace estremecer.
—Tú ya sabes por qué estoy aquí —espeta con irritación.
Claro que lo sé.
—Ajá —digo sin tomarle importancia y eso la frustra aún más. Lo dejo pasar.
Sus labios se entreabren con cierta delicadeza, sus facciones hostiles, que me inclino hacia la hipótesis de que está a punto de protestar algo más en mi contra, pero parece pensarlo por unos segundos antes de hablar.
—Pusiste una denuncia en contra de mi padre... y de Aarón —la sola mención de ese idiota viniendo de sus labios me hace apretar la mandíbula.
Desde el momento en que me enteré que mantienen una relación quiero matarlo con mis propias manos por atreverse a poner los ojos en ella. En mi mujer. Dios, juro que quiero matarlo. Desaparecerlo de la faz de la tierra.
Me quedo en silencio, no porque no sepa que decir sino porque mi función cerebral es nula cuando ella me observa de esa forma tan intensa. Joder. Me registra seriamente con la mirada, esperando a que me delate con mis expresiones.
No tiene caso mentirle, no cuando necesito que esté enterada de todo lo que está pasando y sepa que las cosas pueden empeorar si así lo quiero.
—Si, si lo hice —hablo con ese tono desinteresado que tanto la fastidia.
Me tiene sin cuidado lo que pueda pasarle a ese par de inservibles que no son más que una jodida carga para Camille, y que si fuera por mí, en un chasquido de dedos ya los hubiera quitado del camino.
Pero a ella si le importa lo que pueda pasarles, ellos le importan demasiado y por eso mismo, su rostro se endurece contrayéndose en la furia que la embarga. No es necesario preguntar para saber la razón.
La sé con exactitud.
Yo soy la razón de su disgusto.
—¿No piensas negarlo? —se sorprende ante mi afirmación e intento no parecer ofendido.
—Siempre hago las cosas de frente, Camille, deberías saberlo a estas alturas.
Es un poco hipócrita por mi parte decir eso cuando he estado ocultando mis verdaderos motivos para hundir a su padre.
—Tienes que detenerte.
—No lo haré. Tú padre necesita un escarmiento y no hace falta decirte que Aarón caerá con él.
Aprieta los labios en una línea recta a la vez que me mira con rencor. No lo soporto pero no sé lo hago saber.
—Alexander... —susurra mi nombre con una nota de seriedad e incluso dolor. Me toma desprevenido y no alcanzo a enmascarar la oleada de emociones que me avasalla haciéndome sentir impotente.
Ella sigue viéndome fijamente a los ojos, sus labios apretados, como si esperara ver un atisbo de compasión que no le pienso otorgar, porque cuando se trata de ella, no me importa en el hombre que me tenga que convertir para volver a tenerla en mis brazos.
—No va a funcionar, preciosa —necesito hasta el último gramo de mi fuerza para no ceder ante ella—, no me detendré.
—¿Por qué? —cuestiona, su dulce voz apenas un susurro, frunciendo ambas cejas—. ¿Qué fue lo que ellos hicieron para enfadarte? —prosigue un poco más calmada, como si en realidad no supiera nada del tema.
La inspecciono con la mirada y ella no deja de verme con esas pestañas grandes que cobijan los ojos que me tienen hipnotizado desde que el primer instante en que la ví. Aunque nunca se lo hice saber. Mi corazón sale disparado de mi caja torácica y es que aunque quiero enfocarme en llevar a cabo mi plan, el tenerla en el mismo espacio solo alimenta mis ganas de tenerla.
Es una tortura tenerla a mi alcance, en mi maldito territorio, y no poder tocarla por el simple hecho de que ya no es mía.
Haré hasta lo imposible para cambiar eso. No estoy dispuesta a perderla dos veces, no resistiré vivir una vida en la que ella no forme parte.
Volverás a ser mía, preciosa.
—Me hicieron perder negocios millonarios, me difamaron con otros socios... —le enumero los acontecimientos, exagerando en la magnitud de ellos.
No es que no sean importantes, porque lo son, pero la única razón por la cual decidí actuar en contra de James y Aarón fue para traer a Camille devuelta a mi vida.
Ella pasa saliva al darse cuenta que la miro con detenimiento, sus mejillas no tardan en adquirir ese rubor que provoca que músculos se tensen por la necesidad de pasar mis dedos por su rostro y acariciarla, sólo tocarla.
Juega con sus manos, lo cual hace que sonría para mis adentros, ya que sé perfectamente que está nerviosa y me encantaría asumir que es por mi.
Necesito aferrarme a la idea de que está nerviosa porque tenerme delante le produce el mismo efecto que a mí, me muero por saber qué está sintiendo esta sensación absorbente en el pecho al igual que yo, porque me niego a aceptar que ya se deshizo de este amor, no cuando conmigo sólo se fortalece cada día...
—Entiendo —se muerde el labio, y puedo predecir que aún no ha terminado de hablar—. Pero pueden arreglar las cosas de otra manera, no es necesario llegar a los extremos...—comienza a intervenir por el par de idiotas que no la merecen en absoluto.
Me molesta que lo haga, me molesta que se preocupe por ellos. Me hierve la sangre que su mundo gira alrededor de alguien más que no sea yo.
—No, Camille. No daré marcha atrás.
Mi respuesta es rotunda. No admito discusiones. No voy a cambiar de opinión, al menos no todavía.
—¡Alexander, hay otras formas de arreglar las cosas! ¡No puedes mandarlos a la cárcel! —alza la voz, está enfadada y lo entiendo, porque yo también lo estoy desde hace tres malditos años.
Estoy jodidamente enfadado con ella por no haberse dado cuenta de que mentía cuando le aseguré que no la amaba y que sólo había jugado con sus sentimientos, estoy enfadado con su maldito padre que sólo la hace sufrir con sus acciones, estoy enfadado con él imbécil de Aarón por aprovecharse de un momento tan vulnerable para ella y enredarla con esa estupidez de amor que según le profesa.
Estoy enfurecido con el mundo por poner tantos obstáculos en nuestro camino.
Y principalmente, estoy enfadado conmigo mismo por haber sido un maldito cobarde y haber permitido que Eva me manipulara de esa forma, de haber dejado que se alejara de mí cuando lo único que quería era conservarla, cuidarla, protegerla de cualquier mal que pretendiera apagar esa luz que me mantiene vivo en la oscuridad.
—¡Maldita sea! ¿Me estás escuchando siquiera? —sus gritos de frustración me regresan a la realidad, piensa que la estoy ignorando y, sólo tal vez, eso sería lo mejor para ambos.
Dejarla libre, en paz, que se aleje de mí y ponga un continente de distancia de una vez por todas, pero no puedo, el amor y el deseo posesivo que siento por ella y que tengo impregnado hasta en mis jodidas venas, no me permite siquiera contemplar la idea de dejarla ir e idealizar un futuro donde ella no esté presente.
Jamás podrá deshacerse de mí mientras esté vivo.
Respiro en repetidas ocasiones, buscando calmarme. Aunque no lo consigo, pero finjo que sí.
—¿Cómo podría no escucharte, preciosa? —Mi tono seductor la toma por sorpresa y carraspea desentendida.
—¡Deja de jugar conmigo!
—Eso es lo último que estoy haciendo, créeme.
Rueda los ojos y me apunta con el dedo índice, visiblemente furiosa.
—Escúchame muy bien, Alexander —comprendo que es una advertencia—. No te permitiré hundirlos, no puedes hacerles eso, no puedes mandarlos a la cárcel como si no fueran nada.
Mi presión arterial sube de golpe, y aunque no quiero añadir más razones para alimentar el odio que me profesa, no voy a ceder, ni siquiera si ella me lo pide.
—Puedo y ya lo estoy haciendo —refuto con egocentrismo.
Furia.
Su pecho sube y baja de manera brusca, no se molesta en ocultar sus emociones. Está cabreada y está tratando de no explotar pero sé que lo único que quiere hacer es golpearme para desquitarse de toda esa rabia.
—¡Eres un maldito! —lo soy así que no me tomo la molestia de corregirla—. ¿Qué es lo que quieres, eh? —exige, frustrada por mi actitud.
A ti.
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Mi mente responde automáticamente a su pregunta pero me abstengo de decirlo en voz alta, ya que no tengo ningún deseo de mostrarle mi desesperación por ella en este momento.
Intento hablar pero ella se adelanta.
—¿Dinero? ¿es eso lo que quieres? —Sigue haciendo preguntas absurdas, porque lo único que quiero en este mundo es a ella. Solo a ella—. ¡Dímelo de una buena vez! ¡Te lo puedo dar! —sugiere, desesperada por entender lo que quiero.
No le contesto, sólo dejo que se desahogue porque sé perfectamente que cuando salga de esta oficina, acabará odiándome todavía más que cuando entró. Pero estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla.
—Tengo dinero de sobra, Camille, y puedes estar muy segura de que el último dinero que me interesa es el tuyo —le digo con obviedad, incluso indignado de que piense que voy a recibir dinero de ella.
Frunce el ceño e intenta hablar, pero solo acaba poniendo los ojos en blanco porque sabe que es verdad.
—Entonces dime qué es lo que quieres para detener esta locura porque no dejaré que los mandes a la cárcel —advierte nuevamente y le creo, sé que hará todo lo posible por evitarlo y, precisamente esa será su perdición, porque no voy a desperdiciar la oportunidad de tenerla a mi merced.
—No puedes detenerme, preciosa. Si quiero hacer algo, lo hago —increpo con un matiz de arrogancia crispando mi voz.
Es un error de mi parte. Mi arrogancia la pone aún peor, sabe que es verdad, le pese a quien le pese.
—¡Eres increíble! —explota—. ¡¿Cómo puedes hacerme esto después de todo lo qué pasó entre nosotros?!
Parpadeo confuso, su pregunta me toma desprevenido, jamás pensé que volvería a tocar ese tema. Y no sé qué responderle.
—No tiene nada que ver. —Miento.
—¡Tiene todo que ver, Alexander, y lo sabes! ¿No te parece suficiente lo que me hiciste cómo para querer seguir fastidiándome la vida después de tantos años? —continúa, su voz temblando por la furia y algo más, decepción quizá.
—Camille, no mezcles las cosas —pido, casi suplico, porque no soporto verla de esta forma—. Entiende que tú padre se merece todo lo que estoy haciendo y no tiene nada que ver contigo.
Sus labios tiemblan y por un momento pienso que comenzará a llorar pero no, al contrario, suelta una maldición y vuelve a enfocarse en mí, sus ojos le brillan más de lo normal.
—¿Para eso has vuelto a mi vida? ¿Para destruirme porque una vez no te bastó? —La pregunta me vuelve a tomar por sorpresa y no puedo disimular mi confusión.
Ella resopla restándole importancia y se acerca a mí unos cuantos pasos, no vacila al hacerlo, quedando a una peligrosa distancia de mi cuerpo porque con solo moverme unos centímetros podría volver a sentirla. Su dulce y embriagador aroma a vainilla penetra mis fosas nasales y quiero gruñir por no poder enterrar mi cara en su cuello para poder absorber absolutamente todo de ella.
—¿Acaso quieres seguir haciendo mi vida un martirio, Alexander? ¿Es eso? —Respira bruscamente, contra mis labios y, por primera vez en mi vida, no sé qué responder porque en lo único que puedo pensar es en besarla y tumbarla sobre mi escritorio para matar este insaciable deseo de fundirme en ella.
Sus ojos verdes me siguen observando desafiantes como ella. Tomo una bocanada de aire, eliminando las imágenes obscenas que crea mi cabeza y me abstengo de mirar sus tentadores labios, si lo hago no podré seguir adelante con mi plan.
Ella me reta con la mirada, no muestra debilidad ante mí, está a la espera de mi respuesta y no sé porque tengo la sensación de que ella quiere verme desequilibrado, lo estoy pero no lo muestro.
Y si ella lo está tampoco lo hace.
Sin apartarme, le respondo siendo lo suficientemente claro:
—Quiero muchas cosas, preciosa —no mueve ningún músculo, al contrario, me lanza esa mirada cargada de confianza y es impresionante el autocontrol que posee mientras yo muero por dentro—. Destruirte no está en la lista, puedes estar segura de ello —mi sonrisa hace que su mandíbula tintinee.
—No me fío de ti —entrecierra los ojos en mi dirección.
Mi sonrisa se amplía todavía más.
—Bien, no deberías hacerlo —le advierto—, porque te guste o no he vuelto a tu vida, y he vuelto para quedarme —mi voz sale áspera y sin ningún tipo de temblor, necesito que sepa que esta no será la última vez que nos veamos.
Sus ojos se vuelven excesivamente expresivos, haciéndome saber que mis palabras surtieron algún efecto en ella. No dura mucho, ya que después de unos segundos la magia se rompe y resopla restándole importancia a todo lo que he dicho.
—Me encargaré de sacarte de mi vida, lo hice una vez y no veo porque no pueda hacerlo de nuevo.
La sonrisa en mis labios vacila. Su comentario ha tocado una fibra sensible dentro de mí.
—Sigue soñando, preciosa —esta vez soy yo el que se acerca a ella con pasos firmes—, porque de haberme sacado de tu vida como aseguras, no estaríamos aquí.
—¡Si estamos aquí es porque te encanta joder la vida de los demás! —increpa—. Créeme, si fuera por mí, ya estaría a un continente de distancia de ti.
—¿Tanto te sigo desequilibrando?
Rueda los ojos con incredulidad, su respiración agitada.
—Estoy a nada de golpearte si no dejas de decir estupideces —sé que no miente. Sus manos temblando me hacen sonreír.
—Puedes hacer lo que quieras conmigo, preciosa, no me quejaré.
—¡Agh, no te soporto!
—De alguna manera, no creo ni una sola palabra de lo que dices.
—¡Juro que estoy a punto de convertirme en una asesina!
—Respira hondo, Camille, no quiero que tú también vayas a la cárcel —no es mi intención burlarme, tal vez sí, pero mis palabras la hacen enfadar todavía más.
—Basta, Alexander, no te permitiré entrometerte en mi vida.
—No es algo que puedas evitar —me cruzo de brazos y enarco ambas cejas.
Ella se ríe de manera sarcástica pero sus ojos se achinan provocando un desastre en mi interior.
—Cuando abandone este despacho no volverás a verme, volveremos a nuestros respectivos mundos y olvidaremos que esto ha sucedido —comienza—. No permitiré que los mandes a la cárcel y si quieres llegar hasta las últimas consecuencias lo haremos. No te tengo miedo —asegura pero contradice sus palabras cuando da unos pasos hacia atrás, poniendo distancia y yo no hago más que sonreírle con fuerza mientras su cuerpo la delata poco a poco.
En eso no se equivoca, llegaré hasta las últimas consecuencias.
—¿Estás segura? —Pongo en duda sus palabras.
—Estoy muy segura de ello, Alexander.
—Tus gestos dicen lo contrario —la molesto.
—No me confundirás de nuevo, no te tengo miedo. Ya no soy la misma la adolescente de diecinueve años que se dejaba intimidar.
Trago grueso sintiéndome incómodo. No quiero que se sienta intimidada por mi culpa.
—Mi intención no es incomodarte —le aclaro, suavizando mi tono de voz—, pero no pienso detenerme. Deberías estar preparada para ello.
Sé que puede darse cuenta del cambio en mi voz, desvía la mirada rápidamente y se vuelve hacia la puerta. Quiere irse porque no está dispuesta a aceptar la verdad. Se niega a mostrar lo que le provoca tenerme delante.
No me muevo de mi sitio, aunque quiero lo contrario, la dejo marchar y me alejo de ella, sintiendo una terrible opresión en el pecho. Ignoro mis impulsos que me gritan que la detenga y no la deje ir nunca. Por este momento le permito alejarse.
Su mano agarra el pomo de la puerta y se detiene bruscamente. Sin embargo, no se da la vuelta y eso sólo me confirma que todavía hay algo que la tiene bajo el mismo hechizo que a mí.
—Ellos no pisarán la cárcel —aclara con una nota de advertencia—. Hasta nunca, Alexander —se despide con sequedad, y dejo escapar una ligera carcajada que la hace estremecer.
Tendrás que acostumbrarte a la derrota.
—Eso está por verse —no se da la vuelta, me molesta que se niegue a mirarme—. Nos vemos pronto, preciosa —es una afirmación que se va a cumplir.
Volveré a verla antes de lo que ella imagina y, cuando eso ocurra, no habrá poder humano que pueda arrebatármela de los brazos.
Dejo salir un suspiro abrumador y ella da un portazo antes de marcharse. Está enfadada, pero ya no es por la maldita denuncia, el motivo de su enfado ha cambiado y la satisfacción que me produce saber que efectivamente sigue sintiendo algo por mí es mayor que cualquier disgusto.
Después de estar una media hora observando la puerta por donde salió me regreso a mi asiento, sintiendo la decepción subiendo por mi garganta. Estiro mis piernas y echo mi cabeza para atrás, enfocándome en el techo de mi oficina. Intento pensar en algo más que no sea ella pero es imposible cuando los recuerdos se apilan en mi cabeza dejándome mareado y con ganas de correr tras ella para decirle que no me vuelva a abandonar.
"Estoy enamorada de ti, desde el primer momento en que te conocí he estado enamorada de ti y no entiendo como no has podido darte cuenta de ello"
El recuerdo de la confesión en su fiesta de cumpleaños me agrieta el corazón todavía más, ya que daría todo lo que tengo para volver a esa noche y hacer las cosas diferentes, decirle que desde ese entonces ella provocaba cosas que no comprendía, no dejarme vencer por el miedo a ser abandonado y el odio que me envenenaba el alma.
Desearía poder decirle que sí teníamos un futuro juntos, que no se rindiera conmigo. Decirle que podía hacerla feliz. Desearía poder corregir mis estúpidos errores, borrar los malos ratos que le hice pasar, las veces que la herí por no saber lo que sentía, empezar de cero. Simplemente tener una oportunidad más porque nuestra historia no ha llegado a su final.
Pero no se puede.
Ambos tomamos rumbos diferentes y entiendo que es mi culpa, pero me niego a conformarme con solo ser un recuerdo en la vida de Camille.
Yo quiero ser su pasado, su presente y su futuro.
*******
Me postro afuera de la cabaña que mandé a construir hace años, necesitaba algo que me recordara a ella, que me hiciera sentirla cerca. Observo el cartel de "Se vende", no le mentí a Leonardo cuando dije que me desharía de esta cabaña de una vez por todas y si mi mente no me falla, creo que alguien ya está interesado en la propiedad. Sé que representa todo lo que estoy tratando de recuperar pero al mismo tiempo tengo la necesidad de crear nuevos recuerdos con ella.
Me niego a cometer los mismos errores del pasado. No lo haré. No puedo dejar que todo vuelva a ser como antes.
Dejo escapar un suspiro con pesadez cuando me adentro a mi casa, sintiendo un enorme vacío en mi interior por no tener lo que más anhelo en este mundo. Aparto mi maldita melancolía y aviento el abrigo en el sofá para subir las escaleras y darme una ducha rápida.
Subo las escaleras hasta llegar al dormitorio principal sintiéndome malditamente cansado con la vida que llevo hasta el momento. No tardo mucho en ducharme y lavar la tristeza que me avasalla a diario. Me decido por unos chándales de dormir holgados y una sudadera. Tengo que recibir a Leonardo que debía venir por la tarde, insistí en que no lo hiciera pero sé que vendrá de todos modos. Nunca me hace caso y ya estoy acostumbrado.
Atravieso el umbral de la cocina y me preparo un trago, el licor me quema la garganta pero la sensación es increíblemente placentera y eso es lo que necesito en este momento. Al menos sé que mis problemas y remordimientos se irán por un rato.
El alcohol se llevará el dolor con él.
Estoy a punto de servirme otro trago cuando oigo que se abre la puerta. Leonardo no tiene llaves, pero cuando la puerta está abierta no se molesta en llamar al maldito timbre. Resoplo y me concentro en lo que estaba haciendo antes de ser interrumpido, sus pasos se hacen más fuertes a medida que se acerca.
—¡Alexander! —grita para poder ubicarme.
—En la cocina —le hago saber y no tarda en aparecer en mi campo de visión.
Su mirada es recriminatoria, como si me acusara de algo que aún desconozco.
—¿Qué haces aquí, Leonardo? —pregunto irritado, él se encoge de hombros despreocupado.
—Sabes que tenemos que hablar de lo que has hecho —pongo los ojos en blanco y resoplo aburrido por el tema.
—No tengo ningún interés en hablar del tema así que ahórratelo, mejor sírvete algo para acompañarme —anuncio, bebiendo un trago del licor que tengo en las manos.
Él niega, desaprobando el hábito que he creado últimamente. También sé que está enojado por lo que he hecho.
—Todavía estás a tiempo de retirar los cargos en su contra, podemos pedirles que se disculpen públicamente y evitar más escándalos —sugiere con el profesionalismo que lo caracteriza, como si hubiera estado buscando la mejor solución para resolver este lío en el que me he metido sólo.
Aprieto el vaso de cristal que tengo entre las manos y suelto un gruñido, enfadado porque no entiende mis motivos.
—¡Si quisiera una disculpa pública ya la habría pedido hace tiempo! —espeto entre dientes. Él resopla, agotado por mi actitud.
—Entonces, ¿qué demonios quieres para detenerte? —exclama impacientado.
Intento contenerme aunque lo único que quiero hacer es golpearlo por ser tan malditamente estúpido y no saber siquiera que todo lo que hago es por ella. Aunque puedo asegurar que tiene la sospecha, no por nada es mi mejor amigo.
—Destruirlos —doy el tema por cerrado, con el resentimiento aplastando mi garganta y nublando mi visión.
Deja escapar un jadeo de exasperación y frunce el ceño.
—Piensa muy bien las cosas, amigo, volverás a joderlo todo.
Lo miro de mala gana y suelto una maldición.
—Estas sobre pensando las cosas, Leonardo. Sabes que en el mundo de los negocios no se puede admitir errores. James y Aarón deben aprender la lección —expreso, manteniendo un tono de voz pasivo. Él niega.
—No nos conocimos ayer, esto no tiene nada que ver con los negocios y lo sabes.
—No sé a qué te refieres —suelto bruscamente, nervioso.
—Si los destruyes como planeas hacerlo también le harás daño a ella —su voz se suaviza, sé perfectamente a quién se refiere pero ella no saldrá herida.
Esta vez me aseguraré de cuidarla, de protegerla y de no dejar que nada malo le pase. Pero necesito que ella y todos los demás se lo crean, que sepan que no pararé hasta ver a los dos refundidos entre las rejas. Tienen que entender lo que puede pasar porque sólo entonces podré tenerla como quiero.
Necesito que se crea esta mentira que he creado con el único fin de traerla a mi oscuridad nuevamente, y el hecho de que hoy se haya presentado en mi despacho me confirma que ha mordido el anzuelo y, que cuando menos se lo espere, tiraré de él para conseguirla.
Porque estoy dispuesto a recuperarla, cuésteme lo que me cueste.