Camille
Ha pasado una semana exactamente desde la última conversación que tuve con Aarón. No volvimos a tocar el tema después de eso, decidimos enfocarnos en otras cosas y tratar de mantener una actitud positiva. Sin embargo, a medida que pasaban los días, una parte de mi seguía divagando y no podía soltar el tema así de fácil. No podía olvidarme de lo que sucedía a mi alrededor, el problema estaba ahí y no me dejaba concentrarme en nada más. Ni siquiera en mi trabajo.
El hecho de que finjamos que algo no está, no lo borra por completo.
Tenemos que aceptar la realidad y esa es que tarde o temprano Alexander va a atacar. Él no se olvidará de lo que ha hecho mi padre y sé que si se propuso como meta hundir a ambos lo hará. Lo conozco a la perfección y sé que no se dará por vencido tan fácilmente. El siempre quiere tener el control y el hecho de que sea un hombre demasiado influyente en Seattle nos deja fuera de la jugada antes de siquiera empezar.
Tomo una bocanada de aire, reviso mis manos por enésima vez, y efectivamente están sudorosas como lo supuse.
Pese a intentar mantener el control de mis reacciones, mi cuerpo tiene planes diferentes, mi pecho sube y baja a medida que me acerco a la dirección que me dio Aarón. No sé precisamente qué hago aquí, tal vez sí lo sé pero me niego a admitirlo en voz alta porque él ya no debería importarme.
No después de lo que hizo.
Debería querer alejarme y no volver a relacionarme con una persona como él, alguien cruel que hizo todo menos tener empatía con su única hija. Pero a pesar de todo lo malo que ha hecho para causarme dolor, hay un hecho que no cambia ni nunca lo hará; él sigue siendo mi padre y, por ende, necesito saber que estará bien.
Aguardo fuera de la casa por más tiempo de lo que me gustaría admitir, no quiero entrar en el lugar que tengo delante. Tan desconocido a mis ojos y con ese aire de extrañeza que no me es indiferente. Es completamente diferente al hogar que conocí durante mi infancia, este no tiene ese toque hogareño y en parte lo entiendo. El pilar de nuestra familia ha muerto y ambos no podemos traerlo de vuelta.
Hace cuatro días que le dieron el alta del hospital y se ha quedado en esta casa. Eso es todo lo que me dijo Aaron cuando le pregunté si sabía la dirección de mi padre, al principio se negó a dármela, pero fui persistente y básicamente le obligué, así que la conseguí.
Juré que no volvería a reunirme con él, pero la circunstancias lo amerita. No estoy tratando de remendar algo que sé muy bien que ya no tiene arreglo. Solo busco que no vaya a la cárcel. No quiero que le pase nada malo, al fin y al cabo es la única familia que me queda y no voy a correr ningún riesgo.
La sola idea de imaginarlo a él y Aarón en un lugar así me da náuseas, si está en mi poder hacer algo, lo haré. No permitiré que Alexander los hunda.
Tragándome mis miedos y los prejuicios que aún persisten, extiendo mi mano y toco el timbre de la pequeña casa. Mi corazón empieza a latir más rápido de lo normal, estoy ansiosa. No sé qué esperar y escuchar pasos acercándose no ayuda en absoluto.
No pasan ni dos segundos cuando la puerta se abre y la figura de mi padre aparece en mi campo de visión. Paso saliva sin saber qué decir, su cara muestra pura confusión y una chispa de alegría que me hace sentirme abrumada. Todo lo que tanto he intentado olvidar vuelve a mí y por un instante me replanteo mis planes de haber venido aquí.
Sacudo la cabeza para alejar los malos pensamientos pero eso no ayuda, ya que son reemplazados por una voz que me dice, "esto es un error".
Carraspeo la garganta intentando aclarar mi voz, él no deja de repararme como si fuera un fantasma.
—Hola... —exhalo, jugando con los bolsillos de mi cazadora.
Mi padre parece salir de su trance al escuchar mi voz, se hace a un lado, dándome paso a su nuevo hogar. O eso es lo que entiendo.
—Pasa —hay un timbre de seriedad en su voz.
No digo nada, sólo asiento con la cabeza y doy unos pasos para entrar en la casa. Al hacerlo, un aire gélido golpea mi cara, la sensación es tan asfixiante que me resulta prácticamente imposible no inspeccionar cada rincón del lugar. No hay color, ni cuadros, ni adornos como los que a él le gustaban, apenas hay unos pocos muebles y las ventanas están cubiertas por grandes cortinas negras que no dejan entrar el sol. Este lugar es frío, sin rastro de vida.
Sin rastro de ella.
Trato de enmascarar mi sorpresa o mi decepción, pero sé perfectamente que él me conoce y sabe que un millón de preguntas están corriendo por mi cabeza en este preciso instante.
—No pude salvar mucho del embargo, algunas cosas de tu madre están en el sótano —me deja saber y presumo que solo me da esa información para resolver parte de mis dudas.
Quiero preguntarle más pero no me siento con la confianza suficiente para hacerlo así que no respondo.
Aparta su mirada, entristecido y toma asiento en el pequeño sillón de la sala de estar.
—Te las puedo mostrar después —añade sin ningún atisbo de emoción, y percibo que no lo dice en serio. El tono de su voz es frío, distante, como si hubiera un rencor clavado en su corazón, uno que no le permite volver a ser el mismo de antes.
A ser el padre del que estaba orgulloso.
Respiro profundamente y luego imito su acción y me siento en el sofá, manteniendo una sana distancia. Pero todo se siente extraño, desconocido, poco familiar.
—¿Solo tú vives aquí? —averiguo, queriendo amenizar la conversación.
Un extraño sentimiento de vacío mezclado con culpa me invade al darme cuenta de que no me he dado el tiempo de pensar en el dolor de los demás a mi alrededor. He estado tan centrada en mí misma, en lo que me pasa, en lo que siento, creyendo que sólo importa mi dolor y mi rabia.
Y hasta ahora, sigo siendo la misma egoísta que no puede perdonar a su padre aunque cuando lo mira a los ojos no lo reconoce. Ha cambiado por completo, no es el padre que recuerdo y eso rompe aún más el corazón que creía ya roto.
He perdido a mi padre. Su cálida sonrisa que antes transmitía un profundo afecto hacia mí se ha desvanecido y ahora en sus ojos hay una abundante tristeza que me mantiene congelada en el tiempo.
—Sí, es lo que podía permitirme después de haberlo perdido todo —su voz me saca de mis pensamientos y sólo puedo asentir, ya que entablar una conversación me está costando demasiado, parece que no conozco a la persona que se sienta a lado mío.
Nunca pensé que acabaríamos así.
—Hablé con Aarón —con eso lo entiende todo, frunce el ceño, como si no quisiera tocar el tema.
—¿Y por eso estás aquí? —pregunta a la defensiva y me tenso a cambio.
Quiero decirle que no, que estoy aquí porque me preocupa lo que le pase, que sigue siendo una persona imprescindible para mí, pero se me hace un nudo en la garganta, así que no lo digo.
—Sí —susurro débilmente—. Quería saber cómo te va.
Él no se inmuta ante mis palabras, simplemente me observa fijamente, queriendo leerme y, por un momento, me siento estúpida de haber dicho eso.
—Podemos hacer algo para evitarlo, todavía estamos a tiempo, he estado hablando con Aarón acerca de la situación y...
—No necesito tu ayuda, Camille —me corta al instante.
Levanto la mirada casi de inmediato para toparme con sus ojos y maldigo internamente. Quiero ayudarle y su resistencia no hace las cosas más llevaderas
—No seas testarudo, necesitas ayuda. Aarón y tú pueden terminar en la cárcel y eso es algo que no permitiré —hablo suavemente, él me escucha, casi evaluando cada una de mis palabras.
Suelta un suspiro y posa sus manos en sus rodillas.
—Yo me metí en este problema y yo solo saldré de esto —inquiere enojado, haciendo que suelte un bufido—. No necesito ayuda de nadie, mucho menos de ti.
Lo miró incrédula. Me obligo a tomar otra bocanada de aire.
—¡Sabes que las cosas no funcionan así! —me es imposible no alzar la voz—. Ambos conocemos a Alexander bastante bien, si él quiere algo, lo obtendrá —el rencor se apodera de mí y dejo salir todo lo que todavía sigue afectandome.
Pero no le importa, no le tiene miedo. Pone los ojos en blanco en respuesta y eso solo me cabrea más.
—¡Ese ya no es tú problema! —grita levantándose del sillón en segundos—.No quiero que te metas en mis asuntos, y si realmente quieres ayudarme de alguna manera vuelve a Francia, quédate allí y no regreses nunca. Te marchaste hace tres años sin pensar en nadie, no pasará nada si lo vuelves a hacer. —La voz se le rompe a la mitad de su disputa, me muestra una faceta rota y no puedo evitar derramar una lágrima que desencadena un sollozo ahogado.
Mi corazón se vuelve a romper por enésima vez, ya que mi cabeza solo repite su última oración, "te marchaste hace tres años sin pensar en nadie, no pasará nada si lo vuelves a hacer".
Lo miro decepcionada, con las lágrimas amenazando con volver a salir y destrozarme nuevamente. Él no dice nada, se mantiene en silencio.
—Sólo quiero ayudarte —siseo entre dientes, intentando no romperme frente a él—. No quiero que vayas a la cárcel.
Soy sincero en cada una de mis palabras, pero una parte de mí sabe que él duda de mis intenciones, de alguna manera cree que haré algo para perjudicarle. Y aunque la herida que creó hace años sigue abierta y sangrando, nunca sería capaz de hacer nada contra él.
—No puedes ayudarme. Esto lo resolveré yo mismo, Aarón ya se está movilizando y pronto encontraremos una solución —cierro los ojos, dolida ante su negación. Sé que no quiere mi ayuda, en efecto, no quiere nada de mí.
Puedo percibir el rencor en sus palabras, en la manera en que su voz suena, en la forma en que me mira. No es odio, pero tampoco es amor.
He perdido a mi padre. Lo perdí desde que decidí divorciarme de Alexander.
—Bien —me limito a decir—. Eso es lo único que quería decirte, te deseo lo mejor y espero que no arrastres a Aarón contigo, él no sé lo merece —le advierto en cierta forma haciendo que su rostro se endurezca, pero no le tomo mucha importancia ya que es necesario recordarle eso, no quiero que Aarón se embarre en esta mierda.
Resopla con cansancio y asiente, —No lo haré, Aaron no se verá involucrado. No te preocupes por ello —increpa irritado.
No tengo nada más que decir, no queda más dentro de mí. No hay nada más que compartir y el hecho de que me observe como si quisiera que me marchara del lugar me afecta.
Me afecta más de lo que creí que lo haría.
No quiero irme así pero tampoco tengo la fuerza suficiente para arreglar algo que es evidente que él no quiere hacer. Su actitud ha cambiado desde la última vez que nos vimos y aunque no me lo diga a la cara, me culpa por lo de mamá.
Necesita un culpable para sobrellevar su dolor, yo necesitaba un culpable y lo utilicé, así que no me importa ser su fuente de rencor.
Sin decir absolutamente nada, me levanto del sofá y me doy la vuelta buscando la salida.
Doy unos pasos hacia la salida hasta que él vuelve a hablar.
—Camille —la mención de mi nombre me hace aminorar mis pasos, pero no voltear.
—¿Si? —inquiero, casi esperanzada.
Lo escucho tomar una bocanada de aire y exhalar rápidamente.
—No quiero que vuelvas a buscarme, vive tu vida y olvida que tienes un padre vivo —ahogo un sollozo de dolor y sin mirar atrás, traspaso la puerta rápidamente, saliendo de su casa como si me estuviera asfixiando.
Lo estoy haciendo.
No puedo contener mis emociones por más tiempo, las lágrimas ya me están inundando, sus palabras me rompen por dentro. Se repiten por incontables veces. Su voz no sale de mi cabeza y quiero morir. Pensé que su actitud sería diferente. No entiendo qué sucedió para que reaccione así conmigo.
Escasos recuerdos de nuestra última conversación en el hospital regresan a mi mente y de alguna forma justifican la reacción que ha tenido conmigo, justifican el hecho de que se sienta herido pero no disminuyen el dolor al saber que no me quiere ver.
¿Me lo merezco?
Tal vez. Tal vez fui demasiado dura con él, lo abandoné a él también y lo culpe de todos mis problemas. Como si él fuese el único responsable de mis desgracias, ahora debo asumir mis responsabilidades. No importa que no quiera verme, si así lo decidió no lo hará, no lo volveré a buscar pero tampoco permitiré que vaya a la cárcel.
Aarón y mi padre no pisarán ese lugar. De eso yo me encargare. No pienso fallarle a la gente que amo.
Me subo al auto rápidamente, tratando de conseguir algo de paz al mismo tiempo que me limpio hasta el último rastro de lágrimas, y arranco el motor que en menos de una hora me lleva a su empresa. Otro lugar al que nunca pensé que volvería pero hoy lo hago porque no puedo permitir que esta locura siga creciendo.
Estaciono el auto en los estacionamientos que se encuentran enfrente de la empresa, apago el motor mientras tomo un respiro largo y profundo. Aún estoy a tiempo de arrepentirme y regresar a casa. No tengo que hacer esto, no debo hacer esto, pero tampoco podré dormir sabiendo que pude hacer un intento y fui una cobarde.
Sin darle más tiempo a mi mente de arrepentirse o buscar alguna excusa, salgo del auto y me adentro a la empresa que me bombardea con miles de recuerdos agridulces en segundos. Casi me ahogo por la invasión y no tengo más remedio que detener mis pasos para volver a tomar otro respiro.
¿Qué diablos estoy haciendo aquí?
Decido silenciar mis pensamientos, preocupada de mi estabilidad emocional. Me acerco a la recepción, esperando ver un rostro conocido, pero solo encuentro a una mujer de cabellera negra y ojos grandes color miel. Me sonríe con amabilidad y por instinto le devuelvo el gesto.
—Buenas tardes, ¿puedo ayudarle en algo? —pregunta con una amplia sonrisa.
—Buenas tardes —respondo automáticamente—, mmm... Si, he venido a ver... —Me quedo callado en el momento en que reacciono y me doy cuenta de la estupidez que estoy a punto de cometer.
Dios, ¿en qué estaba pensando?
—¿Al señor, Rosselló? —contesta por mi. Yo no puedo hacerlo, apenas consigo formar una oración coherente.
Asiento con la cabeza en respuesta, mi valentía se ha ido por completo y otra vez me vuelvo a sentir como una adolescente de diecinueve años que no sabía cómo actuar enfrente del que era el amor de su vida.
—¿Tiene una cita? —Niego al instante. Se limita a sonreír y, antes de que pueda decir algo, coge el teléfono que tiene al lado y empieza a marcar algunos números.
—¡No! —casi grito pero no importa, ella ya está hablando con él.
Ahogo un jadeo cuando la escucho hablar.
—Siento molestarle, señor Rosselló, la señorita... —se detiene al darse cuenta de que no ha preguntado mi nombre, me observa esperando que diga algo.
Trago grueso, sintiendo que mi corazón late a mil por hora. No espero a que pase mucho y me armo de valor, que no sé de dónde viene, para después aclararme la voz y contestar.
—Camille... Camille Brown —digo con firmeza. Ella asiente con una sonrisa.
—La señorita Brown lo busca —no necesita decir nada más, ya que me cede la entrada de inmediato y no sé que pensar al respecto.
No pido instrucciones porque conozco el lugar como la palma de mi mano. Intenté borrar cada recuerdo que me ata a él, pero hasta en estos momentos, mi cuerpo recuerda cada rincón. Es mero instinto el que me guía hasta donde está él.
Me adentro al ascensor, siento que muero de nervios y solo quiero golpearme la cabeza con el metal de las puertas por hacer cosas tan arrebatadas, que sé perfectamente traerán consecuencias. No sé en qué diablos estaba pensando cuando decidí que sería buena idea venir a verlo, solo estoy tentando mi suerte.
No debí venir, pero eso ya no importa porque el elevador se abre dejándome en el penúltimo piso donde se encuentra su oficina. Desearía no reconocer el lugar, pero lo hago. Reconozco cada maldito rincón como si solo hubiese pasado un día.
Camino unos cuantos pasos hasta llegar a mi destino, tomo una inhalación y permanezco afuera. Mi cuerpo comienza a tensarse, es un martirio sentir mi corazón latir tan desenfrenadamente, es abrumador y siento que voy a desmayarme en cualquier instante.
Tomo infinitas bocanadas de aire, pero no sirve de nada, un cosquilleo me ataca haciendo que mis piernas se tambaleen. Me regaño a mí misma por dejar que tenga tal efecto en mí, sé perfectamente que no puede afectarme de esta manera. Debo mantener mis prioridades en orden.
Respiro pausadamente y no permito que esto me sobrepase. De alguna manera obligo a mi cuerpo a comportarse, lo mantengo bajo control.
Sin pensarlo dos veces, llamo a la puerta de cristal, golpeando lentamente el vidrio. Todo a mi alrededor da vueltas y, por un momento, dudo de poder controlar el torrente de emociones que me avasallan con solo pensar en él.
Espero y nada pasa. Él no me cede la entrada.
Vuelvo a levantar mi mano para volver a tocar, pensando que tal vez la primera vez no me escuchó, pero no es necesario ya que su voz interrumpe cualquier acción.
—Adelante —es lo único que dice, pero solo eso basta para que mi respiración se quede atascada en mi pecho.
Dejo salir un resoplido hastiada con el mar de sentimientos encontrados y me adentro a su oficina, que está irreconocible. No es nada a cómo la recuerdo, podría jurar que luce como nueva. La ha renovado por completo. No hay nada de lo algún día estaba aquí.
Los ventanales siguen igual de grandes, con la excepción de que ahora hay persianas que cubren la hermosa vista de Seattle. Los dos sillones han sido reemplazados por uno solo, que parece más bien una cama, la mesita de cristal no está y el pequeño bar que tenía ha sido modificado por uno mucho más grande y extravagante.
Me quedo hipnotizada por el lugar, o eso intento, ya que me rehuso a verlo a la cara y enfrentarlo. Tengo miedo de mirarlo, tengo miedo de hablar, de moverme, de respirar, de pensar.
Lo escucho carraspear y eso mata mi curiosidad haciendo que mis ojos se enfoquen en los suyos.
Verdes, oscuros, desconocidos y con un destello que me embelesa porque no puedo apartar mi mirada de la suya.
Esto es una estúpida decisión, no debí venir ya que tenerlo enfrente de mí hace que el tiempo se detenga y se eclipse con solo mirarlo fijamente. Estoy bajo su hechizo. Vuelvo a perderme en su oscuridad y me siento atrapada como nunca lo había hecho antes. Estoy en su territorio y la seguridad que emana, la prepotencia que sigue imponiendo me hace sudar.
Aparto la mirada con gran dificultad y eso lo hace suspirar con melancolía, me observa de arriba a abajo haciéndome sentir desnuda de alguna forma, él conoce mi cuerpo y ese brillo que posee en los ojos me lo dice a gritos. Mi boca se seca inevitablemente, ni siquiera tengo saliva para poder articular una palabra y decirle que deje de hacerlo porque no soporto que me mire así.
Se encuentra recargado en su escritorio, con ambas manos en los bolsillos de sus pantalones, no tiene el saco del traje y lo maldigo por eso ya que sus músculos se marcan sobre la fina tela. Su camisa tiene los primeros tres botones desabrochados lo cual me permite ver gran parte de su pecho, sus tatuajes brillan ante mi.
Esa tinta que tiene plasmada en la piel y que sigue causando estragos en mí.
Luce impecable, refrescante, jodidamente bien.
Sin embargo, también hay una sensación diferente, es una sensación inexplicable que me dice que ya no somos los mismos que hace tres años, algo ha cambiado y aunque nos conocemos hasta la médula, hoy somos unos completos desconocidos.
Ignoro esa sensación todo lo que puedo y me permito detallarle a fondo. Lleva el cabello suelto, las hebras negras y despeinadas le dan un aspecto más sexy que de costumbre.
El n***o azabache de su cabello hace un contraste hermoso con la tinta verde de sus ojos. Su gran altura me intimida y por alguna razón me hace sentir inferior a él. No puedo dejar de repararlo, no sé qué me pasa pero no puedo dejar de hacerlo, y por primera vez en mi vida no me da pena porque él también lo hace conmigo.
Pero él me está desvistiendo con la mirada y yo solo lo estoy observando, hay una diferencia.
—Te estaba esperando, tenía el presentimiento de que vendrías tarde o temprano, preciosa —evoca con una sonrisa radiante, volviendo a nombrarme como alguna vez lo hizo, y ese pequeño desliz remueve cada fibra de mi cuerpo.
Centra toda su atención en mí, como si fuera lo único que quiere mirar y aunque intento no perder la cordura con él, sus palabras no salen de mi cabeza, consiguen dejarme sin aliento mientras vuelvo una vez más al lugar al que juré no volver.
A esa oscuridad que me atrae.
Me ahogo, no sé qué decir, no sé qué argumentar. La tensión entre nosotros me está matando lentamente, es tan palpable y tan peligrosa que me da miedo moverme. No debería haber venido, pero es demasiado tarde para lamentarse.
Tengo que enfrentarme a mis miedos y Alexander es algo para lo que no estoy preparada.
Estoy cara a cara con el demonio más hermoso y a la vez más peligroso de todos, y no puedo escapar, ni siquiera sé si quiero seguir escapando.
Me acerco unos pasos a él, sus músculos se tensan, lo que me hace sonreír genuinamente porque, aunque suene absurdo, me complace saber que estoy surtiendo algún efecto en él.
—Alexander...—Alargo su nombre.
Lo veo tensar la mandíbula. Sin embargo, la sonrisa triunfante en sus labios no vacila y por alguna razón me molesta, me enoja demasiado saber que me estaba esperando, me ahoga saber que estaba completamente seguro de que vendría a buscarlo.
Después de todo, tenía razón. Estoy aquí y eso le llena de orgullo, ya que una vez más sólo soy una fuente para satisfacer su maldito ego.
—No me llames así, llámame por mi nombre —pide en un susurro aunque en realidad se asemeja a una orden. Mi rostro se llena de confusión al no entender qué quiere decir con eso.
—¿Qué? —inquiero perdida.
—Llámame por mi nombre.
Trago en seco sintiendo mis pulsaciones acelerándose, mientras evito el fervor de su mirada . Tensa aún más la mandíbula y por un momento creo que se le va a romper la piel.
—Por lo que tengo entendido, te sigues llamando Alexander —gruño irritada, logrando que suelte una carcajada que me marea.
El sonido de su voz, de su risa, todo es un maldito remolino que me ataca sin piedad.
Luego de unos segundos, su risa cesa.
—No para ti, preciosa... —aclara y sigo sin entender de qué diablos está hablando.
—Entonces, ¿cómo debería llamarte? —pregunto arqueando ambas cejas. El rostro se le llena de diversión haciéndome saber que ha logrado su objetivo, pero aún no sé cuál es.
—Demonio... —responde con tranquilidad y mi corazón salta de su sitio. Me toma por sorpresa que no tengo tiempo de disimular mis emociones y me expongo ante la intensidad de su mirada.
Innumerables recuerdos de los dos juntos me avasallan con vehemencia, esa palabra abarca demasiados recuerdos, él lo sabe perfectamente y por eso no dudó en usarla en mi contra. Otra vez estoy desequilibrada, no tengo ningún soporte y mis piernas amenazan con fallar en cualquier momento.
Quiero gritarle, de verdad, quiero golpearlo y decirle que es un maldito idiota que no se merece absolutamente nada de mi parte, pero todo mi discurso se queda atascado en mi garganta, ya que reaccionar de esa manera le daría la impresión de que aún me importa, y no es así.
Él ya no me importa.
Le sostengo la mirada sin ningún temor y eso le sorprende en cierto modo.
—Lamento informarte que esos apodos los reservo para gente especial —le resto importancia al asunto, él me mira incrédulo—. Y supongo que no es necesario recordarte por qué ya no eres especial, Alexander. —añado, sintiéndome triunfante por dentro ya que he conseguido desequilibrarlo. Él no se lo esperaba y, para ser sinceros, yo tampoco.
—Supones bien, preciosa —sus ojos no abandonan los míos ni por un maldito segundo y podría jurar que me quieren decir más cosas de las que su boca le permite.
—Entonces hablemos de porque estoy aquí, aunque no es muy difícil de adivinar.
—Ponte cómoda, tenemos mucho de qué discutir —sonríe mostrando su perfecta dentadura.
—No es necesario, sabes muy bien lo que quiero.
—Esa es la cuestión, preciosa, sé exactamente lo que quieres y por qué estás aquí —su voz ronca hace que cada parte de mí se estremezca—, pero tu no tienes idea de lo que yo quiero a cambio, ¿me equivoco?
Paso saliva con dificultad y dejo que el silencio llene el espacio. Sus ojos siguen enfocados en los míos, quemando cada parte de mí.
—¿Y qué es lo que quieres? —me atrevo a preguntar, pese a que temo su respuesta pero hago lo posible por ocultarlo.
Sus labios se curvan en una sonrisa sospechosa que tiene mi corazón al borde del colapso.
—Lo sabrás cuando sea el momento indicado. Me aseguraré de ello.
Ignoro los latidos erráticos de mi corazón que busca salirse de mi pecho, obligo a mi mente a concentrarse en lo que realmente importa y eso ya no es él. Tengo que recuperar la cordura y recordar por qué estoy en su maldita oficina.
No puedo olvidar quién es y qué representa.
No puedo olvidar que él sigue siendo el culpable de todas mis desgracias y aunque me sonría con gran emoción, como si se alegrara de verdad de tenerme delante, como si realmente le complaciera tenerme aquí, no puedo permitirme distracciones como ésta
Y menos cuando ya sé cómo voy a terminar, ya sé cómo acaba esta historia y no pienso reescribirla.
Una vez fue suficiente, nuestro final ya está escrito.