Capítulo IX

3119 Words
Camille Camino por las calles de Francia con la brisa suave acariciando mis mejillas, observando las ventanas de distintos colores y las plantas en las veredas que decoran el entorno, al mismo tiempo en que me pierdo entre el gentío que hay en la plaza. Todos están inmersos en su propio mundo, pero la sonrisa que curva sus labios me dice que disfrutan del mismo paisaje al aire libre. Diviso el lugar con emoción por segunda vez sintiéndome feliz por poder tomar un respiro que todo lo que me oprime en las noches. Aún es muy temprano y eso se debe a que madrugue con la intención de ver el amanecer desde el puerto, que es uno de los cuantos placeres que he descubierto desde que llegué a este lugar. Además, es necesario llegar lo más temprano posible para poder conseguir la mejor calidad de los productos que se encuentran a la vista. Los mercados instalados en las plazas centrales son simplemente maravillosos. Los rayos de sol comienzan a enterrarse en mi piel mientras las personas se amontonan en los diversos puestos buscando comida o cosas necesarias para sus hogares. Reparo mis alrededores con tranquilidad y me acerco a un puesto de frutas en específico, tomo unas cuantas fresas y naranjas para después echarlas a la bolsa que tengo en mis manos. Le pago al vendedor y me alejo para seguir buscando más productos. Sigo caminado a lo largo de la calle comprando cosas necesarias para la casa mientras hago pequeñas pláticas con los vendedores. Los aromas se funden en mis fosas nasales haciendo que mi estómago se despierte antes de lo habitual. Ignoro mi apetito, que ha incrementado desde las últimas semanas y prosigo con mis compras mientras me obligo a apresurarme para llegar a mi casa. Después de una hora, en las cuales no desaproveche ningún segundo, acabo con las compras y me encamino dos cuadras a la izquierda en donde estacione mi auto. No me toma más de diez minutos llegar al lugar, guardo las compras en la parte trasera y cierro la puerta volviendo al lado del piloto. Estoy a punto de subirme y emprender marcha hasta que el hablar de una señora me detiene. —Disculpe, joven... —su voz es un susurro débil y apenas perceptible—. ¿Tiene algo de comida? —me pregunta, mostrándose avergonzada y puedo ver la pena plasmada en los gestos de su rostro. La detallo de arriba a abajo con delicadeza encontrándome con una señora realmente hermosa pero demacrada y con un aspecto deplorable que me hace saber que lleva meses o inclusive años de esta manera. Su ropa está desgastada, los zapatos que deberían estar cerrados se encuentran abiertos de los costados, y su cabello de color n***o está hecho un desastre, amarañado, con hojas secas y tierra adornándolo. Tiene el rostro sucio, acabado, con pequeñas raspaduras que ya sanaron, pero nada opaca su belleza, aunque lo que más me llama la atención son sus ojos. Esos ojos que me resultan extrañamente familiares. —Solo tengo fruta —digo desanimada, sin saber porque siento esta necesidad de asegurarme que esté bien. Ella se limita a asentir como si no le importara que solo es fruta lo que puedo ofrecer, está hambrienta. —No importa, una fruta está bien —intenta darme una sonrisa pese a su estado y mi corazón se oprime—, no pido más. No puedo darle solo eso. No puedo dejarla aquí. Una idea espontánea llega a mi cabeza y quizás estoy actuando de manera precipitada, no estoy pensando con objetividad pero tampoco encuentro el corazón para dejarla en la calle sin protección ni alimento cuando se que puedo permitirme ayudarle económicamente hablando. —Mi casa no queda muy lejos de aquí, además que tampoco he desayunado —le platico en un intento de convencerla para que acceda a venir conmigo, sus ojos se abren más de lo normal mientras me observa con grata sorpresa—, a mi no me gusta desayunar sola, ¿no le gustaría acompañarme? —pregunto después de unos segundos y ella permanece en silencio, pero juzgando el gesto que hace con los labios, sé que está pensando en mi oferta. Suelta un resoplido largo y profundo que me hace tragar grueso, se vuelve a concentrar en mí y niega lentamente. —Estoy muy sucia y debo oler mal —admite con pena. Comprendo las razones detrás de su negación pero eso es irrelevante en este momento. —Sabes, mi casa también tiene un baño muy grande —añado con una sonrisa cálida, queriendo que se sienta segura conmigo y acepte mi ayuda—, ¿no suena bien una ducha caliente y un desayuno recién hecho? —inquiero y puedo ver cómo sus ojos brillan, esperanzados por mi propuesta. —Gracias.... —espeta con los ojos llorosos y no encuentro las palabras para decirle que no tiene nada de qué agradecer. Que lo hago porque en serio deseo hacerlo. Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano y rodea el auto con pasos inseguros, abre la puerta del copiloto y se queda parada, observando el asiento de cuero con gran detenimiento. —Está bien, puedo limpiarlo luego —le aseguro pero aún así no se sube al auto—. No pasa nada si se ensucia, son cosas materiales. Pese a mi afirmación de que no hay ningún problema, no se siente con la confianza suficiente y la entiendo. —No deseo darle molestias, será mejor que me vaya —susurra despacio y me entristece verla así de apenada. No sé su situación pero es evidente que necesita ayuda, no puedo dejar que se vaya así cómo está. —Compré fresas —digo enseguida, ella me observa sin entender a lo que me refiero—, me gustan mucho los pasteles pero sigo siendo un desastre en la cocina. Sobre todo en la repostería y si me dejas probablemente prenda fuego a toda la casa —exagero con la intención de evitar que se vaya y puedo ver una pequeña sonrisa brotar de sus labios, duda un poco pero se sube al asiento y cierra la puerta, soltando un suspiro. —Yo puedo enseñarle, solía cocinarlas con alguien muy especial para mí —me dice con sinceridad y un timbre de melancolía que me trae recuerdos indeseados, le regalo una sonrisa de boca cerrada en respuesta para después encender el motor del auto y empezar a conducir. No sin antes mandarle un mensaje a Sam diciéndole que llevo una invitada especial. Al cabo de unos treinta minutos llegamos a mi casa, estaciono el auto enfrente de la propiedad y me dedico a bajar las compras de la parte trasera, tomo todo lo que necesito y empiezo a caminar con la señora a la par, indicándole por dónde debe ir. —Está es mi casa —le dejo saber en cuanto subimos los tres escalones de la entrada, ella observa el lugar con fascinación mientras sonríe agradecida. —Es demasiado grande y bonita —comenta sin dejar de reparar cada rincón—, parece una hacienda —suelta sin querer y yo asiento en respuesta. Aunque es muy irónico, ya que Sam y yo compramos la propiedad más pequeña de la zona. —Tenemos caballos también —platico con confianza sin saber porqué realmente lo hago. Simplemente me trae paz, es difícil de explicar. Saco las llaves de mi bolsillo y abro la puerta de la casa, me adentro y le hago señas para que ella también lo haga. Ella se adentra mostrándose un poco tímida, detallando cada espacio de mi hogar. Lo observo con detenimiento y veo cómo su mirada recae en una fotografía en especial. Una fotografía mía junto a mi madre en mi fiesta de cumpleaños número diecisiete. Ambas estamos sonriendo para la cámara, aunque el brillo emoción que se agitaba en mis ojos ese día se debía a otra persona. Fue el día en que lo conocí a él... Meneo la cabeza queriendo alejar ese recuerdo y me concentro en la mujer que está a lado mio, ella mira la fotografía con tristeza y con un profundo dolor que no puedo descifrar. Como si le trajera recuerdos del pasado. Recuerdos que no le interesa revivir. —¿La de la foto es tú madre? —me pregunta en un hilo de voz, con los ojos apagados. No espera mi respuesta para continuar—. Es tan hermosa, como tú. Son muy parecidas y tienen la misma sonrisa que es capaz de iluminar cualquier lugar. Se me pone un nudo en la garganta a causa de sus palabras, que están llenas de sinceridad y nostalgia. Me limito a sonreír forzadamente evadiendo la presión que se aglomera en mi pecho por la mención de mi madre. —Tiene razón, ella es muy hermosa —no hago el intento de aclarar que mi madre murió hace más de dos años. Ella asiente y sigue caminando por la sala. Me encamino a la cocina y dejo las compras en la encimera para después salir nuevamente. —Creo que aún no me ha dicho —reflexiono—, ¿cuál es su nombre? —le pregunto atrayendo su atención hacia donde estoy. Sus ojos se concentran en mí y me sonríe tímidamente. Sin embargo, puedo sentir su nerviosismo y no me sorprendería que me dijera un nombre falso. —L-luz —titubea un poco al decirlo, jugando con los dedos de sus manos—, mi nombre es Luz —confirma sin mirarme fijamente y no hago amagos de insistir. —Está bien, Luz —me acerco a ella con una sonrisa—, subamos arriba para que puedas tomar una ducha y después desayunar —le digo, suavizando mi voz. No dice nada más y no me preocupo por preguntar otra cosa por el momento. Subimos las escaleras en silencio y nos encontramos con Sam, que trae a una Ellie adormilada en brazos. Luz suaviza su mirada cuando ve a Ellie, pero no se acerca a ella. La atmósfera que se crea en segundos me hace sentir incomoda asi que obligo a decir algo para aliviar la tensión. —Sam ella es luz, Luz ella es Sam —las presento adecuadamente. Sam le sonríe a Luz de manera cordial y continúa su camino después de darme una mirada que no le molesto en interpretar, bajando las escaleras junto a Ellie quien abre sus ojos y no deja de detallar a Luz con curiosidad. —Vamos, por acá está el baño —le indico con una sonrisa, ella sigue mis pasos siendo precavida—, buscaré algo de ropa para ti, creo que tengo unos vestidos de mi madre y te vendrán bien —comento con un atisbo de tristeza crispando mi voz, permitiendo que me embargue el sentimentalismo de los recuerdos que atraviesan mi mente y me dejan con el corazón roto una vez más. Luz me sonríe, pero no es una sonrisa genuina. Arqueo una ceja, desentendida, y ella niega rápidamente. —No es necesario —miente. Suelto un suspiro y me acerco a ella despacio para no intimidarla. —Quiero hacerlo —susurro, tratando de mantener la voz firme. Considero que es el sonido de mi voz, sensible y quizá demasiado insistente, lo que hace que ella esté de acuerdo y me acompañe porque quiero que se sienta cómoda. Sólo quiero cuidar de ella. ****** —Ellie, Luz no es tu abuela —Sam la regaña y Luz se sonroja por la acalorada conversación en la que la han involucrado. —¿Y por qué no tengo una, mami? —se queja haciendo que Sam suelte un resoplido, cansada del dilema que tiene Ellie desde hace dos horas. Me abstengo de decir algo por el momento y solo observo la situación. Ellie ha tenido la grandiosa idea de bautizar a Luz como su "abuela" porque ella no tiene una, lo cual no es del todo cierto, pero eso ella no lo sabe y Sam ha intentado que entre en razón pero simplemente no entiende. Sonrío divertida mientras enjuago los trastes del desayuno. Luz me ayuda secando los platos con un trapo y acomodándolos en su respectivo lugar. —¿Tienes nietos, Luz? —le susurro en voz baja para que Ellie no escuche. Su sonrisa se borra de repente y puedo notar como su cuerpo se tensa por mi pregunta. —No lo sé —habla después de un largo suspiro, la observo confundida y espero a que prosiga con su historia—, hace mucho tiempo que abandoné a mi familia para saber qué fue de sus vidas. —la culpabilidad y el remordimiento palpita en su voz al momento de hablar, intenta retener las lágrimas pero se escapan y me paralizo al no saber cómo consolarla. Haz algo, Camille. —Bueno.... —empiezo, ocultando mi nerviosismo para que no lo note—. Ellie puede ser tú nieta por el momento, estoy segura que a ella le encantaría serlo —hago un pésimo intento en consolarla y me maldigo a mi misma al instante, pero extrañamente termino sacándole una sonrisa. —¡Camille! —me riñe Sam, furiosa, al ver que Ellie nos escuchó y ahora se encuentra asintiendo con una sonrisa triunfante en su rostro. —¡Abuela! —Ellie se entusiasma y corre a abrazarla. Luz se seca las manos antes de corresponder y la envuelve con la misma dulzura. La escena me derrite el corazón y aunque Sam se muestra enojada, se que no puede evitar sentirse triste porque el lazo que tiene con su madre es fuerte y hasta el momento sigo sin entender porque no le ha contado que es abuela. Ellie no puede evitarlo y comienza a jugar con sus hebras negras de Luz, siempre le ha gustado jugar con el cabello de las personas y no sé por qué. Ellas se quedan platicando y Sam me hace señas para que la siga fuera de la cocina y así lo hago. Caminos hasta llegar a la sala de estar, a una distancia considerable para que no nos escuchen. —No puedes decirle esas cosas a Ellie —sube el tono de voz mientras pasa la mano por su cabello—, esa señora no es su abuela, mi hija no tiene porque relacionarse con desconocidos —suelta con desdén, tensándose más de lo normal. Puedo entender la razón detrás del enojo de mi mejor amiga, me quedo pensando lo que acabo de hacer y un debate se desata dentro de mí al no saber si hice bien o mal. Sam tiene razón, no debí decir algo así, solo estoy dándole falsas ilusiones a Ellie quien siempre ha deseado conocer a sus abuelos. No lo pensé, Ellie sufrirá si Luz se va. —Es una señora indefensa, Sam —le explico de manera tranquila para que me entienda—, sé que no es su abuela, pero Ellie tampoco ha tenido una en su vida y no sabe distinguir —aclaro un poco más exaltada de lo que hubiera querido. La expresión en el rostro de Sam decae en la tristeza, recordando que jamás le ha dicho a sus padres que son abuelos. Que tienen una hermosa nieta y que desconocen de ella hasta el día de hoy. Mierda. —Tengo mis razones para ocultarla —se excusa conmigo, sin mirarme a los ojos. Tomo una bocanada de aire y trato de mantenerme tranquila para no discutir de nuevo. —Son las mismas razones que no compartes conmigo —le recuerdo sintiéndome decepcionada y espero a que me interrumpa pero no lo hace, al contrario, se tensa y no cambia su expresión facial—. Tranquila, no preguntaré más acerca de ello, me ha quedado claro que no piensas decírmelo —aseguro para que no se sienta presionada por mi nuevamente. Debo respetar su decisión de no querer compartir algo que no me compete. Ella tiene derecho a guardarse lo que considera personal, aunque eso comienza a intrigarme. —No quiero que nadie sepa de Ellie —susurra en voz baja y me acerco a ella. —Nadie lo sabrá, Sam, y además, Luz vive aquí en Francia —comento con calma—, sé que apenas la conozco pero dudo que sea una mala persona. Ella deja salir un suspiro con pesadez. —Te creo pero sabes que la gente puede aprovecharse de tu ingenuidad y de tu buen corazón, Camille —musita viéndome fijamente y a pesar de que en el pasado me han herido por las mismas razones, sé que esta vez no me equivoco. —Lo entiendo, pero tengo un buen presentimiento sobre ella. —Es lo único que consigo decir. Sam se queda intranquila y vuelve la mirada hacia la cocina donde se encuentra Luz dándole fruta picada con un tenedor a Ellie. Esta la mira con emoción y no se niega a comer. —No parece una asesina serial, lo reconozco —increpa con una sonrisa dándome a entender que está cediendo. —¡Sam! —chillo apenada—. ¡Claro que no lo es! Ambas nos echamos a reír por lo que acabamos de decir, como solíamos hacer en el pasado y, por un momento, puedo sentir como volvemos a encajar como las mejores amigas que somos y que fuimos. Sonreímos sin dejar de ver cómo Ellie está fascinada con su nueva abuela aunque tengo muy presente la tristeza que intenta enmascarar Luz. Luz se ve más calmada, disfruta abiertamente de las habladurías sin sentido de Ellie, su estado ha mejorado con la ducha, luce mucho mejor. El vestido rosa de mi madre le queda muy bien, resalta sus deslumbrantes ojos verdes que no salen de mi cabeza y que me dejan embelesada como solo un par de ojos ha podido hacerlo. —Podría quedarse esta noche... —agrego en un susurro y Sam se tensa pero termina regalándome una sonrisa reconfortante. Entendiendo las razones por querer mantener a Luz a salvo. Suspira y vuelve a mirarme con un atisbo de confianza que no tenía antes. —Si eso te hace feliz —cede. —Me haría feliz —concuerdo y me siento entusiasmada de que Luz no tenga que regresar a la calle, al menos por esta noche puedo cuidar de alguien y evitar que algo malo pase mientras no estoy. Le hago un gesto de agradecimiento, ella solo curva sus labios en una media sonrisa que me da la confortación que necesito. Nada espero que diga algo más así que me encamino lentamente hacia la cocina mientras medito sobre la decisión que acabo de tomar.
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