Capítulo VIII

3823 Words
Alexander Paso horas hundiéndome en el mismo suplicio de siempre, deseando haber hecho las cosas diferentes, creando distintos escenarios en mi cabeza en los cuales no cometo el peor error de mi vida, hasta que la puerta se abre de golpe y entra Leonardo, maldiciéndome como ha tomado la costumbre, su rostro es tan expresivo que puedo ver el enojo que siente hacia mí desde kilómetros. Aquí vamos de nuevo. —¿Me dirás hasta cuándo dejarás de lamentarte? —inquiere con fastidio al ver mi estado deplorable—, necesitas dejar de cosas como estas. No te hace bien, Alexander —percibo la manera en que suaviza su voz, intentando empatizar conmigo. Joder, debo dar pena si Leonardo actúa de esta manera. Chasqueo la lengua y lo observo con la mirada fría. No quiero escuchar las verdades que salen de su boca y que sólo avivan mi furia. —Déjame en paz —reniego con desdén—, hoy no estoy de humor para escuchar tus sermones así que ahórratelos. Él se acerca a mí con el notorio cansancio plasmado en su rostro, se sienta en uno de los sillones que tengo enfrente y me observa con un ápice de lástima, sintiéndose mal por mí, incluso cuando sabe que odio que haga eso. —Creo que es momento de olvidarla, Alexander —me dice sonando desgastado y endurezco la mirada a cambio, sabiendo perfectamente a quien diablos se refiere. No me gusta que la mencione, no cuando siento que me falta el aire si ella no está a mi lado—. Han pasado más de tres años y no es sano continuar así. Suelto una risa sarcástica, es muy irónico lo que dice. Nada conmigo ha sido sano y lo sabe. —Ya la olvidé —miento, usando un tono duro de voz para sonar creíble. Él niega, luciendo agotado de mi actitud. Me observa por unos segundos. —Sabes que eso no es cierto, sólo te sigues mintiendo a ti mismo —menciona con lentitud, intentando leer mis expresiones faciales—, no lo has podido olvidar, continúas lamentándote haberla dejado ir hace tres años y sinceramente no entiendo porque no la has buscado para explicarle que aún sientes algo por ella. Deberías decidirte de una vez por todas y ponerle fin a esta miseria en la que vives —las palabras de Leonardo logran tensar mi cuerpo, me fastidia que los demás vean en lo vulnerable que ella me ha convertido desde que se fue. Aparto la mirada mientras trato de llenar mis pulmones de aire para no explotar contra él. Él no sabe la verdadera razón tras mi ruptura con Camille, nunca me atreví a decirle a mi mejor amigo qué la engañé. O eso es lo que Eva me hizo creer. Nunca tuve la certeza de eso pero de algo si estoy muy seguro; nunca la merecí, fui un puto cobarde que se dejó chantajear, no me atreví a decirle que era y soy una mierda de persona que jamás se merecerá a alguien como ella. La oscuridad y la luz no colisionan entre sí y eso lo aprendí demasiado tarde. Se repelen por sí mismas, ya que una siempre será más fuerte que la otra. —Ella es feliz sin mí —suelto fríamente, evitando no flaquear en mis palabras—, sabes que está mejor lejos de mí y así tiene que ser, sólo fuimos un error que afortunadamente llegó a su final —admito cabizbajo, dolido de saber que todo lo que digo es verdad. Menos una cosa; ella no es un error en mi vida. —Pero es evidente que tú la amas y todavía no comprendo porque la dejaste ir —afirma con seguridad—, sigues enamorado de ella y no tenerla a tu lado te está matando, mírate cómo estás ahora, amigo —me dice con cierta nostalgia, desencadenando la ola de furia y sentimientos que me hacen querer deshacer todo a mi alrededor. Aprieto la mandíbula, dejando escapar un resoplido y le lanzo una mirada cargada de rencor. —¡Ya no la amo! —vuelvo a mentirle, enojado, y ni siquiera sé qué estoy tratando de aparentar. Porque sí la sigo amando, soy un patético cobarde que la sigue amando y no ha podido olvidarla ni con el pasar de los años. —¡Sabes que si! —se altera—, ¿o acaso crees que no se de todas las veces que has viajado a Francia a escondidas mías? —me encara y mis músculos se contraen en furia. Es cierto. —No sabía que mi vida privada fuera de tu maldita incumbencia —intento encubrir mis intenciones—. Viajé a Francia por negocios, nada más —increpo desinteresado. Él niega, decepcionado conmigo. Yo sé que eso no es verdad, he viajado a Francia con el único fin de verla, no pude aguantar un segundo más sin verla o saber de ella, aunque me niegue a aceptar el miserable y patético hombre en que me he convertido desde que ella se fue. He viajado varías veces a Francia para verla desde lejos sin que ella me notara, ese fue mi único consuelo. Me conformé con solo verla de esa manera y aunque no fue lo suficiente para mí, ella era feliz y sonreía genuinamente...sin mi. Aunque ella me había desterrado de su vida por completo, no pude hacer lo mismo. Estuve con ella en los días más importantes de su vida, la vi graduarse, la vi cumplir sus sueños, estuve en su primera exposición y pude ver la felicidad que brillaba en sus ojos cuando todos la idolatraban por su trabajo. La vi desenamorarse de mí y eso casi me mata. Consiguió lo que se propuso y yo estaba orgulloso de ella como nadie en el mundo lo estaría, pero una parte dentro de mí hubiera deseado que formara parte de esa felicidad. Pero verla de esa manera no era suficiente asi que lo dejé de hacer hace un año, sólo era una maldita tortura, verla y no tocarla. Varias veces la observé desde lejos y me mantuve al margen, entre las sombras para no opacar lo que ella ya había construido. La vi volver a brillar sin mí y acepté que yo ya no formaba parte de su felicidad. Entendí que ella ya me había soltado y ahora me tocaba a mí hacerlo. ¿Pero cómo diablos lo hago? —Alexander, sé que todavía la sigues amando —insiste Leonardo, logrando irritarme más de lo ya estoy—, necesitas... —¡Cállate ya! —lo interrumpo, enojado—, yo no la amo, eres tú el que tienes que aceptar que ella ya no significa nada en mí vida desde hace tres años —me repito esas palabras y siento el nudo formarse en mi garganta. Seguir mintiendo es la única forma de negar lo que aún siento. Ese maldito fuego que me quema el cuerpo y me hace saber que Camille nunca saldrá de mi sistema. —Y si no es cierto todo lo que digo, ¿por qué sigues aquí lamentándote por haberla perdido? —pregunta sin dejar de verme y no sé qué responder. ¿Por qué sigo en esta cabaña? > —No estoy lamentándome absolutamente nada —le digo con seguridad, queriendo esconder las verdaderas intenciones detrás de mis acciones—. Esta es mi cabaña, la mandé a construir porque me apetecía y no tiene nada que ver con ella. Deja de ver cosas donde no las hay. Suelta un largo suspiro de agotamiento y solo lo observo detallando sus expresiones. —Esto es lo único que mantiene cerca de ella, ¿verdad? —pregunta conmocionado y me deja sin palabras, no sé responderle porque es mi mejor amigo. A él no es tan fácil mentirle. Cierro los ojos y me recuesto en el sillón con las manos bajo la nuca, dejando que la melancolía fluya por todo mi cuerpo y me llene de sentimientos que me he encargado de borrar. > —Te vuelves a equivocar otra vez, Leonardo, ya he puesto en venta esta cabaña, sólo estoy esperando un comprador. —le cuento lo que he hecho; él me observa sorprendido y a la vez confundido porque no sé lo esperaba. No se esperaba que soltara la única cosa que me mantiene prendido de ella—, venderé esta maldita cabaña y espero que dejes de asociar cada cosa que hago con ella de una buena vez, ya te dije que ella ya no es nadie en mi vida desde hace tiempo —miento con credibilidad porque en efecto, Camille lo sigue siendo todo, pero necesito olvidarla de una vez por todas. Ella lo es todo pero ya no es mía. —Está bien —baja la voz, resignado—, ya no volveré a mencionarla delante tuyo. Además, ya han pasado tres años desde tu divorcio y debemos continuar con nuestras vidas, ¿verdad? —intenta obtener una reacción de mi mientras me sostiene la mirada para comprobar que estoy diciendo la verdad y, como el experto que soy en esconder mis sentimientos, le dedico una sonrisa llena de arrogancia. Esas sonrisas que me caracterizan como un demonio hijo de puta que no le importa absolutamente nada. Ni siquiera ella. —Camille no es más que un error en mi vida. Su mirada hundida en decepción me hace saber que no se esperaba mi respuesta. —Alexander... —¿A que viniste de todos modos? —intento cambiar el tema. Si Leonardo sigue hablando de ella abrirá la herida que no deja de sangrar en mi corazón. Él se tensa nuevamente ante mi pregunta y me hace enfocar mi atención en él. Estoy realmente intrigado. —Viajé a Francia para cerciorarme de algunos pendientes —explica sonando nervioso, su cuerpo se pone rígido—, intenté arreglar las cosas por mi cuenta, pero él padre de Camille se encuentra hospitalizado y quiere denunciarte por abuso de poder —me avisa y suelto una risa burlesca. Él no acompaña mi diversión y eso es algo que me intriga. Entrecierro los ojos unos segundos y luego lo miro con intensidad, sin poder creer la estupidez que acaba de decir. —¿Denunciarme a mí? —inquiero indignado, sin siquiera poder creerlo—, no me hagas reír. Él niega, reprimiendo mis actitudes con la mirada. —¡Alexander, necesitas tomarte las cosas con seriedad! —me regaña y ruedo los ojos fastidiado—, James quiere denunciarte para dañar tu imagen. James se ha vuelto una piedra en los zapatos. Desde que se murió Elena no hace más que joderle la vida a las personas, en especial a ella y eso es algo que no puedo perdonarle. —¿Y qué quieres que diga? —lo cuestiono volviendo a mi postura anterior—, la denuncia no procederá porque no fue abuso de poder y lo sabes —contesto y él asiente, dudoso. No es mi culpa que James haya perdido todo. Bueno, tal vez sí. Aunque sólo hice una parte y él hizo el resto, malgastando su dinero. —¿Entonces qué hacemos? —insiste de nuevo. Lo observo incrédulo mientras aprieto la mandíbula. —No haremos nada —respondo con sequedad—, no tenemos que hacer absolutamente nada, él está en el lugar que está por su culpa, James se encargó de desbaratar su fortuna y eso no es mi culpa. Él fue el único culpable de quedarse en la bancarrota —suelto, perdiendo la poca paciencia que me queda. No quiero hablar de ella mucho menos de su mierda de padre. —¿Y las acciones que dice que tiene en la empresa? ¿Aún le pertenecen? Si hiciste un trato con él tienes que decírmelo para que pueda prepararme —se estresa con el tema. Entiendo que sólo está haciendo su trabajo pero el tema me está sacando de mis casillas. Suelto un bufido y me repito que debo respirar si no quiero perder el control. —¿Qué acciones? —inquiero furioso—. James no tiene nada de acciones en mi empresa, esas acciones pasaron a mis manos el día que las vendió. Yo las compré y son mías. A mi no puede denunciarme por ser un completo estúpido —le recuerdo impacientado por su maldita insistencia. James no tiene nada y eso es su maldita culpa no la mía, él perdió todo y no pienso mover un solo dedo para ayudarlo porque no se lo merece. Además que no me interesa ayudar a las personas que la dañan. Yo mismo lo hundiré si sigue haciéndolo. Aunque él ya lo está haciendo sólo. —Aarón lo apoya —me deja saber y la sola mención de ese nombre me revuelve el estómago—, de hecho ha viajado a Francia en múltiples ocasiones y no sabemos con exactitud cuáles son los motivos. Supongo que se lo dirá a ella —el tono áspero que usa me hace dudar, algo me dice que está ocultando algo. Sin poder controlarlo la rabia me recorre el cuerpo al pensar que puede estar cerca de ella y confundirla con la estupidez de sentimientos que según le profesa, > eso es imposible, no puede suceder. Sé que Camille nunca estaría con él después de haber tenido algo con Samantha, su mejor amiga. A Camille le importa mucho los códigos y esa mierda. Es algo que me da un poco de paz. Tiene que ser así. Yo nunca se lo dije pero me imagino que su mejor amiga le dijo que se estaba revolcando con el idiota de Aarón. —Que le diga si quiere —respondo sin darle mucha importancia al tema—, no es mi problema que Aarón sea un puto chismoso que no pueda mantenerse al margen de las cosas, además que no tengo nada que esconder —aseguro y me levanto del sofá cansado de escuchar sólo problemas que giran alrededor de Camille. —¿Y qué pasa si ella regresa por lo de su padre? —la pregunta me congela y no puedo evitar que mi corazón martille desenfrenado. ¿Qué haré? —Nada —miento—, ella puede regresar cuando le plazca y no pasa absolutamente nada —le aseguro, claramente enfadado por seguir presionando. Pero también espero que no lo haga. No quiero que regrese. No podría tenerla cerca sabiendo que no es mía. —Está bien, por el momento trataré de cerciorarme con los abogados de la empresa, James intentaré quitarte todo el dinero que pueda —me deja saber y puedo distinguir la preocupación en su voz. Leonardo siempre ha sido una buena mano derecha. Me encamino a la cocina pero sigo escuchándolo. —No podrá quitarme nada, todo me pertenece por las malas inversiones que ha hecho James. Sólo está haciendo esto porque es un ambicioso que no acepta que sus decisiones lo han dejado en dónde está. —Le recuerdo mientras trato de prepararme un jodido sándwich con lo que tengo a la mano. Estoy hambriento, no he comido nada en todo el día. —Pero de todas formas, procede legalmente, veremos que podrá probar —lo incito, esbozando media sonrisa por pensar en la estupidez que hizo James al intentar venir por mí cuando sabe que no puede ganar—, sólo quedará como el perdedor que siempre ha sido —admito desinteresado. El silencio sepulcral que es tan extraño viniendo de Leonardo me hace alzar la mirada y lo encuentro con una expresión distinta, luce pensativo. Cuando se percata de mi mirada, carraspea y se aclara la garganta antes de volver a hablar. —Tengo que decirte algo, Alexander —el tono de voz que usa me deja intrigado y solo asiento para que continúe. Lo veo pasar saliva nervioso. —Cuando viajé a Francia, me crucé con Camille y... —¡Basta! —lo interrumpo antes de que empiece a hablar de ella, estoy cansado de escuchar su nombre a donde sea que vaya. Me persigue a todos lados y ya no puedo vivir así. Con recuerdos que me martirizan—. No quiero saber nada que tenga que ver con ella. Si quieres preservar nuestra amistad, necesito que no lo digas. No puedo permitir que siga invadiendo mi mente ni que tampoco me siga afectando de esta manera. Mis músculos están tensos y todo es por su culpa. —¡Alexander, es importante! —me reclama y solo suelto un suspiro cansado. —No me interesa hablar de ella —le digo con seriedad—, ¡ya estoy cansado de que siempre la menciones así que te pido que te largues ahora mismo! —exijo enojado, ya perdí la paciencia y en este momento solo quiero estar solo y olvidarme de todo. En especial de ella. —Alexander... —¡Vete, Leonardo! —grito, perdiendo la cordura y él asiente resignado. —Me iré pero recuerda lo que hablamos de James, no bajes la guardia —pide en tono bajo y lo ignoro. Me observa con angustia y frustración al verme tan despreocupado sobre la situación. Suelta el aire retenido y camina directo hacia la puerta sin decir nada más. Le veo salir de la cabaña y me dispongo a preparar mi merienda, queriendo olvidar todo lo que tenga que ver con ella. Saco los ingredientes necesarios para preparar el sándwich, los pongo en la barra y me encamino a los gabinetes para tomar el pan integral. No estoy preocupado, sé que James no puede hacer nada en mi contra, ningún juez procedería con una denuncia así porque no hay delito que perseguir. James perdió todo su dinero en apuestas y juegos. Diría que me da lástima, pero no. James es todo una escoria que no se merece la lástima de nadie. Él nos ocultó la enfermedad de Elena por meses, ella terminó muriendo, ya que su enfermedad no tenía cura, sólo era tratable. Tenía una afección cardíaca que no le permitía hacer su vida normal, su corazón era débil y no podía estresarse porque corría peligro de sufrir un derrame cerebral. No manteníamos una relación cercana, pero la respetaba porque era la madre de la mujer que amaba. El día de su funeral Camille no estuvo presente y eso me extrañó. Supe que algo no estaba bien, Camille jamás faltaría ese día y por eso viajé a Francia para asegurarme que ella estuviera bien y no hubiera cometido una tontería. Al llegar a su casa la observé de lejos y estaba feliz cabalgando por la zona. Le sonreía a una persona que no podía distinguir a la distancia y tampoco me arriesgué a acercarme más. No comprendía lo que estaba pasando hasta después de varias horas observándola. Lo supe, ella no sabía que su madre había muerto y yo no era la persona que debía decírselo. Yo no podría causarle más dolor. Regresé a Seattle esa misma noche y fui a la casa de James para exigirle respuestas. Lo encontré en pésimo estado, alcoholizado como se había vuelto su costumbre. Traté de hablar con él pero solo decía estupideces, le dolía la muerte de esposa y por un momento lo compadecí hasta que le pregunté el porqué no le había dicho nada a Camille y me dijo esas palabras que me hicieron querer matarlo con mis propias manos. "Ella no merece saberlo." Recuerdo haberle golpeado hasta dejarlo inconsciente por haberle hecho eso a Camille. No solo le ocultó que su madre estuvo hospitalizada por semanas, sino también cuando murió. Ni siquiera le avisó y se encargó de que nadie le dijera. Mi odio por él creció y lo aborrecía con toda mis fuerzas. James pensaba que Camille era una tonta al no asegurar su "futuro" a mi lado y sé que con eso se refería a los negocios futuros que pudo haber hecho él. Amó a su esposa y de eso no tengo la menor duda, pero siempre fue un ambicioso de mierda que no le importó el dolor que causaría en su hija al no decirle lo sucedido con su madre, al no darle la oportunidad de despedirse. Sabía que yo no podía darle esa noticia, no quería ser yo quien le rompiera el corazón nuevamente. Así que me encargué que Rose, su nana, viajara a Francia lo antes posible y le contara la verdad. Como lo supuse, Camille viajó inmediatamente a Seattle y el primer lugar al que fue, fue a la tumba de su madre. Verla destrozada mientras le lloraba a su madre me partió el alma, luché con todas mis fuerzas para no acercarme y abrazarla para hacerle saber que no estaba sola, que ella me tenía a mí. Que siempre me tendría a mí. Pero sabía que yo era la última persona que querría ver. La vi llorando hasta quedarse dormida sobre la lápida de su madre. Rose intentó llevársela, pero Camille se rehusó, no quería irse. Vi el dolor y el sufrimiento en sus ojos, vi cómo se desmoronaba sin poder creer que su madre había muerto y que ya no estaba con ella. Estuvo toda la noche sin moverse y ahí estuve yo también, cuidándola. Aunque ella no lo supiera, yo estaba ahí porque su sufrimiento se había convertido en el mío. A la mañana siguiente, ella se levantó del suelo y observó a los alrededores en busca de algo, como si sintiera mi presencia cerca, me escondí para que ella no me viera y por desgracia no lo hizo. Pero era inevitable no notar que ese día algo cambió en su mirada, era como si el brillo que poseía se hubiese apagado y, sin decir nada, se marchó del cementerio dejando el colgante de la subasta encima de la lápida. Supuse que quería enterrar todo el dolor que le provoqué así mismo como lo estaba su madre, pero yo no podía dejarlo ahí, yo no podía soltarla. Desde ese día me he encargado de romper todos los lazos que tenía con James, conseguí que nadie se asociara con él. Le cerré todas las puertas en la industria petrolera. Nunca le perdonaría lo que había hecho con su hija y para ser sinceros él me hizo más fáciles las cosas. Él malgastó su dinero en apuestas y alcohol, rápidamente fue perdiendo todo, hizo malas inversiones que dañaron a la empresa y lograron dejarlo sin nada. Su último recurso fue vender las acciones que tenía en mi empresa y ese dinero también lo perdió en estúpidas apuestas. Así que no es mi culpa y no voy a hacer nada para ayudarlo. Lo repudio por todo el sufrimiento que le causó y espero que Camille no lo ayude, no se lo merece. Nadie se merece a alguien como ella. Ni su padre ni yo. Ambos la destruimos. Ambos la apagamos.
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