Capítulo X

2922 Words
Camille Después de unas horas me encuentro caminando a lo largo del pasillo en la planta baja de la casa, sosteniendo el móvil pegado a mi oreja mientras le dejo saber a Jessica, mi asistente, los últimos detalles del viaje que haré mañana, dándole claras instrucciones de lo que el equipo tiene que hacer durante mi ausencia. —Todo está en orden, puedes irte tranquila que nosotros podemos apañárnoslas solos —sonrío aunque sé que no puede verme—. ¿Eso sería todo o necesitas algo más? —pregunta desde la otra línea, vuelvo la mirada a Luz que se encuentra en la sala de estar platicando con Sam mientras que Ellie pinta en su cuaderno de dibujo, utilizando las pinturas que le regalé hace unos meses. >>¿Camille? ¿Sigues en la línea? La voz de Jessica me regresa a la realidad, haciendo que suelte un poco del aire contenido en mis pulmones. Vale, espero sea una buena idea. Sin saber si hago bien o no, pido que compre un boleto extra y finalizo la llamada con una sonrisa para después unirme a las dos mujeres que se encuentran sentadas en el sofá. —¿De qué tanto hablan, eh? —Intento incluirme en la conversación. Ambas sonríen mientras me cuentan lo que estaban hablando antes. Me abstengo de decir lo que acabo de hacer y saco un tema de conversación, deseando que Sam se convenza de que Luz es inofensiva y a pesar de haberla conocido hoy, siento que es una buena persona. No creo estar equivocándome. Las tres parloteamos por horas y así pasamos el resto de la tarde, entre risas y bromas, viendo cómo Ellie pinta todo lo que su pequeña cabeza puede imaginar. Las preocupaciones se alejan y nos dejan respirar el aire de la tranquilidad que se crea en la atmósfera, olvidándonos que en unas cuantas horas tendremos que regresar al lugar que nos vio crecer pero que también nos vió sufrir. Seattle... —¿Ya empacaste todo? —me pregunta Sam, viéndome desde el umbral de la puerta. Termino de guardar unos accesorios en mi maleta y le regalo una media sonrisa antes de volver al baño y sacar más cosas que también necesito empacar. —Ya casi termino, quiero asegurarme que no se me olvide nada —contesto mientras doy vueltas por mi habitación tratando de averiguar que más me falta empacar para el viaje. Mañana salimos a primera hora y llegaremos a Seattle por la noche, es un viaje de aproximadamente doce horas y pensar en ello me estresa más de lo que quiero admitir. Ya todo está listo, Sam y Ellie vienen conmigo para estar en la galería de arte. Sam pidió un permiso para ausentarse en su trabajo así que no habrá problema si se alarga nuestra estadía. —¿Tú ya terminaste? —cuestiono tomando asiento en la orilla de mi cama, ignorando las gotas de sudor acopladas a mi frente. Ella esboza una sonrisa y asiente despacio. —Desde hace unas horas acabé con mi maleta, también arreglé las cosas de Ellie —contesta entretenida de verme así—, sólo faltas tú y ya podremos irnos mañana a primera hora. Meneo la cabeza en respuesta, no entiendo este sentimiento que se instala dentro de mí al mismo instante en que una ola de inseguridad me recorre el cuerpo y me quedo pensativa unos segundos, ¿estaré haciendo bien? ¿Regresar es lo mejor? ¡Diablos! No quiero equivocarme, no quiero volver a sufrir pero también tengo muy presente que necesito cerrar este ciclo con mi padre y no podré hacerlo si no regreso a Seattle. Esta galería de arte es mi oportunidad de crecer y tal vez la excusa perfecta para volver a esa ciudad que eliminé del mapa hace tres años. —¿Estás bien? —la pregunta de Sam me saca de mis pensamientos. Levanto la mirada para encontrarme con sus ojos brillando con un ápice de preocupación y asiento no tan convencida de si en realidad estoy bien. —Solo estoy pensativa —digo la verdad. A medias. —¿Tienes dudas sobre regresar? —se queda mirándome fijamente tratando de leer mis expresiones, pero no puede. Me he vuelto una experta en esconder el desorden que llevo dentro. Suelto un suspiro y le regalo una sonrisa. —No tengo dudas, Sam. —miento y ella lo percibe. No pregunta nada más, solo se queda mirando mi habitación tratando de evadir el contacto visual, la situación se ha vuelto un poco incómoda entre nosotras desde nuestra última pelea, no puedo contarle lo que siento y ella tampoco puede sincerarse conmigo. —Luz ya se instaló en la habitación de huéspedes, fui a verla pero se ha quedado dormida —me avisa y solo asiento en respuesta, incapaz de decir algo debido a la tensión palpable en el lugar—. Voy a acostar a Ellie —me deja saber con una nota triste al ver que no digo nada. Me da una última mirada para después caminar y perderse en el pasillo. Dejo salir un largo resoplido agobiada por la situación entre Sam y yo. No me gusta estar así con ella, es mi mejor amiga, mi hermana y la amo con todo mi corazón, pero tampoco me gusta que me mienta. Quiero que confíe en mí y me cuente sus problemas como yo lo he hecho todo este tiempo. Espero que volvamos a ser las mismas. Recordando la conversación con Jessica salgo de mi habitación y me encamino a la habitación de invitados donde se encuentra Luz. Camino unos cuantos segundos, llego a mi destino y llamo a la puerta antes de entrar. No tarda en darme permiso y no dudo en adentrarme al lugar. Luz se encuentra sentada en la cama, luce nerviosa incluso incómoda como si no estuviera segura de hacer un movimiento. Le regalo una sonrisa cálida y me siento a un lado de ella. —¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —cuestiono tratando de hacerla sentir cómoda. Ella niega. —Todo ha sido perfecto, gracias... —susurra en un hilo de voz, evadiendo mi mirada—, ya no quiero dar molestias, yo....yo debería irme —solloza sin poder contener el llanto. Nerviosa, la tomo de la mano y le doy un leve apretón. —No eres ninguna molestia, Luz —le aseguro aunque sé que muy dentro sé que ella no me cree—. Ellie está feliz de que estés aquí...y yo también, esta es una casa muy grande para solo tres personas —aprovecho el momento y le insinúo la idea que me ronda por la cabeza desde hace unas horas. Sus ojos se desorbitan y no es capaz de procesar lo que he dicho. —Debo irme —reitera lo que me ha dicho después del desayuno. Resoplo cansada y trato de no desanimarme—. No puedo quedarme aquí, Camille. Asiento en respuesta dándole a entender que la comprendo. —Es tu decisión y no puedo obligarte a que permanezcas con nosotras —siseo con voz baja—, pero si decides quedarte nos haría feliz —le sonrío de manera sincera. —Pero...tú....ustedes se van —frunce el ceño, confundida, por mi proposición. Suelto una pequeña risa. —Si, pero puedes venir con nosotras por el momento —suelto que lo he tratado de decirle y la pobre Luz pierde el color del rostro. Al ver que no dice nada me adelanto a hablar. >>Viajaremos a Seattle mañana y hay un boleto a tu nombre, tienes una semana antes de que expire el boleto de avión. Hay un sobre con tu nombre en el buró de la cocina que tiene efectivo para que puedas comprar lo que necesitas si decides no viajar con nosotras. Es tu decisión, pero me haría muy feliz que decidieras quedarte. Ella solo me mira con incredulidad, sin saber que decirme y recibo la señal que me dice que es momento de dejarla sola para que pueda pensar en lo que le he dicho. Me levanto de la cama y me dirijo hacia la salida, estoy a punto de irme pero su voz me detiene. —¿Por qué? —susurra apenas audible—, ¿por qué haces todo esto por mi? —me quedo pensativa un momento. Sé que Luz está esperando mi respuesta, sí tengo una respuesta para ella pero me cuesta decirla en voz alta porque aún me duele confesarla, sin embargo, suelto un bufido y sin voltearme vuelvo a hablar: —Lo hago porque me hubiera gustado mucho cuidar de alguien muy especial en mi vida pero no pude, no se me dio la oportunidad de hacerlo —confieso derramando una lágrima que ella no puede ver—, contigo es diferente, a ti si puedo ayudarte, puedo salvarte —termino la oración ignorando el llanto que se atora en mi garganta y salgo de la habitación, dirigiéndome a la mía para por fin poder descansar de todo lo vivido en este día. Llego a mi habitación, me deshago de mi ropa, tirándola en alguna parte del lugar. Cansada y estresada por las aflicciones de mi vida decido recostarme y ya no pensar en lo qué pasa a mi alrededor, me acomodo debajo de las sabanas dejándome invadir por el calor de mi cama. Pasan unos minutos en los que me permito relajarme y dejo que mi cuerpo se deshaga de todo lo que lo asfixia, haciéndome sentir en armonía conmigo misma después de tanto tiempo. Mis ojos comienzan a pesar y los problemas se reducen a nada cuando la atmósfera me llena de paz y por fin puedo descansar. Espero que mañana sea mejor que hoy. ****** La brisa gélida de Seattle me recibe haciendo que tome una profunda bocanada de aire para poder asimilar que estoy aquí, que después de tantos años he podido regresar a esta ciudad sin sentir que me estoy ahogando. El viento zarandea mis hebras castañas de un lado a otro obstruyendo mi visión pero por esta fracción de tiempo no me importa porque comienzo a reflexionar sobre la decisión de marcharme que tomé hace tres años. Durante unos minutos me permito admirar la gran ciudad que me vio crecer, sonrío llena de melancolía y un millón de recuerdos, buenos y malos, me golpean al mismo tiempo, haciéndome derramar un par de lágrimas, sabía lo que pasaría al volver pero no importa estoy aquí y no hay vuelta atrás. Dejo que Sam meta a Ellie en el auto primero, de ahí lo hace ella y por último yo, entrando en el lado del copiloto junto a Daniel. Nos encontramos afuera del aeropuerto y Daniel ha insistido en recogernos. —¡No puedo creer que estés aquí! —comenta Daniel, sin poder ocultar su sonrisa llena de emoción—, creí que nunca regresarías a Seattle. —Yo también lo pensé. —Confieso con sonoridad. Él amplía su sonrisa y me extiende sus brazos invitándome a perderme en ellos, lo acerco a mí y me dejo envolver en un cálido abrazo que me hace sentir en casa después de tanto tiempo en las sombras. Nos separamos y él posa sus manos en el volante mirando fijamente a Sam y a Ellie por el espejo retrovisor. —¿Todas listas? —nos pregunta antes de empezar a conducir. —¡Si! —grita Ellie entusiasmada. Sam la toma de la mano para calmar su euforia y se limita a asentir con la cabeza sin hacer contacto visual con Daniel. Sonrío dejándole saber que estamos listas para irnos. Alrededor de unos cuarenta minutos llegamos a nuestro destino; una casa a las afueras de Seattle, la renté por unas semanas, aquí nos estaremos quedando mientras pase lo de la galería de arte y ya después regresaremos a Francia. No pienso permanecer más tiempo de lo debido, Seattle ya no es mi hogar y desde hace tiempo lo comprendí y lo acepté. Tomo mi bolso de mano y me bajo del auto divisando el lugar a mi paso, me quedo fascinada con la fachada del lugar, una hermosa casa de dos pisos, tiene un jardín pequeño que se ajusta al lugar y un camino de piedras que decora los costados de la entrada. Me vuelvo emocionada, buscando la mirada de Ellie quien se encuentra hipnotizada por las rosas del jardín. —¿Te gustan, cariño? —le pregunto esperanzada. Especifiqué al agente inmobiliario que la casa debía tener un jardín en especial, porque a Ellie le encantan las flores. Y a mi me encanta verla feliz. —¡Si! ¡Nueva casa! —Sam se ríe y niega mientras toma la mano de Ellie para empezar a caminar, adentrándose al lugar que será nuestra casa por unas cuantas semanas. Espero a que ellas entren a la casa y me quedo de pie en el mismo lugar, recargándome en el auto de Daniel. Aunque eso también me recuerda que necesito rentar uno para poder moverme en la ciudad. Suelto un resoplido, nerviosa, por la incertidumbre de no saber lo que me depara el destino, han pasado tres años desde que me fui y todo sigue igual, Seattle sigue exactamente como lo recuerdo y en parte me aterra porque yo si he cambiado. Y me niego a cometer los mismos errores del pasado que acabaron con mis ganas de seguir adelante. Daniel me da una palmada en el hombro y me regala una sonrisa cálida que me hace sentir en casa. —¿Tan rápido te arrepentiste de regresar? —cuestiona con un tono burlesco que puedo percibir como una distracción para dispersar mis pensamientos, da unos cuantos pasos manteniéndose cerca de mí. Enfoco mi mirada en las rosas tratando de encontrar en ellas el impulso para decir el desorden que tengo dentro. Necesito desahogarme con alguien, necesito sacar todo lo que llevo dentro y que por alguna razón, me lo he guardado. —No, no es eso —admito y él me escucha con detenimiento, esperando a que prosiga—, solo que no quiero volver a sufrir, tengo miedo. Estoy aterrada de todo, Daniel... —las palabras salen por sí solas cuando me permito abrir mi corazón y puedo ver un destello de empatía en sus ojos. Mis ojos empiezan a escocer por la necesidad de soltar todo lo que estoy reteniendo y me maldigo por no ser lo suficientemente fuerte como para contener mis lágrimas en este mismo momento. —Ya ha pasado mucho tiempo, Camille, eres la mujer más fuerte y hermosa que he conocido —dice tomándome de la mano—, estoy orgulloso de ti, no te dejaste vencer y cumpliste tu sueño de ser fotógrafa, no dejes que nadie te quita esa felicidad —continúa y por alguna razón sus palabras me llenan de esperanza. Como si me dijeran que todo va a salir bien. Qué puedo bajar la guardia porque ya no estoy en peligro. Solo necesito concentrarme en lo que en realidad importa. Como si pudiera. —Pero a pesar de todo... me siento incompleta, Daniel —admito lo que nunca le he dicho a nadie, ni en mis momentos más bajos—, siento que algo me falta para ser feliz y no entiendo qué es —susurro apenándome de mi misma por lo que digo. Tengo todo lo necesario en mi vida para ser feliz pero de nada sirve si me siento así. Si siento que no estoy completa, que algo falta, que no puedo vivir así. Que me ahoga de solo pensar en mi martirio. Él se acerca y me abraza nuevamente, lo rodeo con mis brazos dejando que las lágrimas resbalen por mis mejillas, sacando los sollozos que bombea mi corazón. Tal vez necesito desahogarme después de tanto. —Sé por todo lo que has pasado y puedo empatizar con tu sufrimiento —se compadece de mí, regalándome una sonrisa triste—, pero no puedes seguir viviendo en el pasado, tienes que cerrar ciclos que no te hacen ningún bien. Necesitas recuperar las riendas de tu vida, Camille —menciona pasivamente y sé a qué se refiere, había evitado el tema. —¿Él está mejor? —hago referencia a lo que dijo, tratando de evadir la conversación. Daniel me da un asentimiento de cabeza, no parece convencido. —Al parecer sí y sabe que estás aquí, no sé cómo se enteró —suelta apenado—, quiere verte y bueno...tú ya sabes donde encontrarlo. Rompo el abrazo y le regalo una sonrisa que puedo asegurar que sale como una mueca, finjo que todo estará bien aunque no esté segura de eso, pero Daniel tiene razón, no puedo vivir en el pasado y necesito cerrar este ciclo con él. —Iré a verlo —le aseguro, escondiendo mi mirada para que no vea mis lágrimas. Ahogo un sollozo, pero Daniel se percata de mi estado y me toma del mentón, alzando mi mirada para que pueda verlo a los ojos. Su mano libre se acerca a mi rostro y con las yemas de sus dedos limpia mis lágrimas, siendo delicado. —No llores, pequeñuela, hay personas en este mundo que no merecen tus lágrimas y él es una de esas personas —continúa limpiando mis lágrimas que ruedan por mis mejillas y le regalo una mirada llena de agradecimiento por apoyarme. Por estar conmigo todo este tiempo, por no dejarme, por no abandonarme. Por quedarse cuando nadie lo hizo.
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