Capítulo XVIII

4999 Words
Camille Las resacas son conocidas por ser esas desagradables sensaciones de náuseas y mareos que vienen después de ingerir peligrosas cantidades de alcohol, pueden ser fastidiosas y prolongarse por muchas horas. Nadie las desea, nadie quiere experimentarlas ya que saben muy bien que se lamentaran tarde o temprano. Son destructivas y agotadoras. Aunque dudo que ese martirio se compare a la cruda moral que me avasalla al ver a Aarón recostado a mi lado, su brazo sobre guardando mi cintura mientras duerme plácidamente. Las hebras rubias le cubren la mayor parte del rostro y lo agradezco, ya que lo último que quiero hacer es mirarlo y no encontrar sus hermosos ojos azules. Esos ojos que siempre me miran con amor y me hacen sentir segura. Inhalo despacio a la vez que los recuerdos de anoche me golpean de manera certera, volviendo a poner mi mundo de cabeza; caricias, besos, jadeos, y él. Niego con la cabeza mientras me maldigo a mí misma por no poder ser más fuerte, mis manos se vuelven un manojo de nervios y mi pecho se contrae con la culpa que no tarda en instalarse en mi corazón, hundiéndose en mí tal como si fuera una roca lanzada al agua. Cierro los ojos intentando no sollozar, me siento sucia, de mi misma, de la manera en que me entregué a él. No me arrepiento, claro que no me arrepiento de lo que sucedió, solo que hubiese deseado que esa noche fuera diferente. Especial. Nuestra. Sólo Aarón y yo. Hubiera deseado que los recuerdos se quedaran donde los guardé y que jamás hubieran salido a la superficie. Porque esa noche me pertenecía a mí, no a él. Esa noche era mi oportunidad para un nuevo comienzo, era esa ilusión que me mantenía viva y me hacía creer que todo iba a estar bien, pese a los últimos acontecimientos. Ahora todo se siente arruinado. Como si algo se hubiera roto entre nosotros, pero no puedo decir qué es. Me trago el llanto que busca salir a toda costa y, con suma delicadeza, remuevo el brazo de Aarón, para así poder levantarme de la cama, no sin antes darle un beso en su cabeza y susurrarle un "lo siento" al oído. Me adentro a la ducha con pasos silenciosos y enciendo la regadera lo más rápido posible, intentando silenciar aquellas voces de mi interior que buscan enloquecerme. O tal vez ya lo estoy porque solo una persona desquiciada puede hacer o pensar como yo lo hice ayer. Me cuesta demasiado aceptar que él sigue formando parte de mi vida, que él sigue coexistiendo en mi entorno muy a mi pesar, casi como si estuviera tejido en mi piel, en mi carne, en mis huesos, en cada partícula que me conforma. Su recuerdo no se va. Permanece como una mancha en mi pasado que sigue repercutiendo en mi presente. Aplico jabón con esencia de vainilla por todo mi cuerpo, intentando lavar cada recuerdo que no se quiere ir. Mis manos recorren cada espacio que yace en mi con cierta brusquedad, sintiendo la necesidad de escaparme de mi propia piel, ya que no sé qué más hacer para no sentirme así de asfixiada. Mi corazón se acelera y me congelo de pies a cabeza cuando mi mano toca un lugar prohibido para mí, hacerlo trae uno de los recuerdos más dolorosos de mi existencia porque todo vuelve y me siento expuesta. Exhalo con agitación y no me atrevo a mover mi mano de ese espacio, si lo hago volveré a ese lugar del cual luche por salir. El miedo se apodera de mí al predecir que esto volverá a asolar mi paz mientras el dolor se intensifica cuando su voz ronca invade mi mente como un susurro suave que destroza mi alma. "Yo soy el único hombre que besará este tatuaje, ¿lo entiendes?" Mi pecho se retuerce por el significado que esas palabras conllevan, todo el torrente de emociones que arrasan con la racionalidad que yace dentro de mi. Mi cuerpo no puede aguantar más de este tormento, me estoy volviendo completamente loca. Agitada y frustrada a la vez, quito mi mano y me atrevo a ver el tatuaje que me ha atemorizado por años, ya que mi mundo vuelve a derrumbarse con los recuerdos, con las voces, con todo... En una parte de mi cuerpo, debajo de mi cadera yace esa pequeña luna que se quedó plasmada en mi piel hace tres años. Esa pequeña luna que mantuvo una esperanza de amor, pero que al final no valió nada. Porque no importa cuanto quiera disfrazar las cosas, me sigue atormentando el no saber la razón por la cual no fui suficiente cuando yo le entregué absolutamente todo de mí. No le pedí mucho, solo le pedí que me amara. Debí saber que los demonios no se enamoraban y él no fue la excepción. Él jamás se enamoró de mi. Nunca sintió ni la quinta parte de lo que yo sentí por él. Estoy segura de haberlo superado, de haber avanzado con mi vida, pero no puedo seguir negando que la duda de que me faltó para ser suficiente aún sigue latente. Sigue ahí, escondida en un rincón de mi ser, esperando a que me anime a enfrentarlo y decirle que me destruyo como nunca pensé que alguien pudiera hacerlo. Quiero decirle que él me apago y que no se merece ni mi odio, porque los demonios como él solo merecen la oscuridad, no merecen la luz. No merecen el amor. Ese tatuaje es un constante recordatorio de mi estupidez así que me obligué a borrar el recuerdo de mi mente, a olvidarme que lo tenía en mi piel, porque revivirlo me hace querer morir. Y son momentos como estos los que alimentan toda mi decepción y la rabia que siento contra él. Sé que no se merece ninguno de mis pensamientos, pero siempre será una herida abierta en mi alma que se niega a cerrar. Aunque el dolor fue insoportable, lo dejé ir hace tiempo, pero sus demonios permanecen conmigo, recordándome lo fácil que es para ellos apagar mi luz... Dejando escapar un largo suspiro, decido que él no vale la pena mi tiempo y que no es bueno seguir pensando en tonterías cuando Aaron está recostado en mi cama, cuando el hombre al que amo y que me corresponde está conmigo. A mi lado. Y no tiene planes de irse pronto. Salgo de la ducha y alejo todo los pensamientos indebidos, los vuelvo a meter a ese cofre del cual nunca debieron salir. No me volveré a dejar hundir, soy fuerte, soy más fuerte que él y esta vez todo será diferente. Yo seré diferente. Al salir del baño me encuentro con mi novio sentado en la orilla de mi cama, tiene los brazos cruzados y está ligeramente inclinado hacia adelante. Usa solo sus pantalones de dormir. Dándome una excelente vista de su marcado abdomen. Le sonrío con absoluta fascinación y su rostro se ilumina de esa manera peculiar al verme. —Debiste esperarme —su voz adormilada me cosquillea la piel—. Me hubiera gustado ducharme contigo, mi amor —hace un puchero y niego divertida. Aarón me hace feliz. ¿Por qué eso no puede ser suficiente? Me acerco a él siendo cautelosa y tomo su rostro en mis manos para plantar un beso corto en sus labios. —Estabas dormido cuando me desperté. Te veías relajado y no quise despertarte —le susurro en voz baja. Sus ojos me reparan de arriba a abajo y una sonrisa coqueta se dibuja en sus labios. —No importa —aclara suavizando la expresión de su rostro—. Tendremos toda una vida para ducharnos juntos, para poder hacerte el amor, para verte despertar, para estar juntos... —suspira y se levanta de la cama en un dos por tres tomándome por sorpresa. Envuelve mi cuerpo en sus brazos y con un ágil movimiento vuelve a dejarme recostada sobre la cama, de manera que lo tengo encima mío cubriendo mi figura con la suya. Su respiración se vuelve pesada a medida que me repara con la mirada y mi piel comienza arder advirtiendo una nueva sensación. Estoy a su disposición, desnuda y con el corazón latiendo más fuerte que nunca. —No importa cuanto te mire, sigo sin entender cómo eres tan hermosa —Respira con fuerza, casi como si le doliera hacerlo y termino sonrojándome por su comentario. —No soy tan bonita como dices —Intento librarme de toda la atención que se ha puesto sobre mí. Él niega sutilmente a la vez que acaricia el contorno de mis labios con su pulgar. —Tienes razón —coincide y lo observo confundida—, lo eres aún más. De alguna manera, mis mejillas arden con más intensidad que antes y no puedo reprimir la sonrisa que curva mis labios. —¿Puedes dejar de decir cosas así? —ruego, a punto de sufrir un paro cardíaco. Un brillo malicioso resplandece en sus ojos azules. Se me corta la respiración. —¿Por qué quieres que me detenga? —entrecierra los ojos, divertido—, ¿para que dejes de sonrojarte? Dejo escapar un fuerte jadeo, actuando sorprendida ante su afirmación. —¡Yo no estoy sonrojándome! —grito en protesta y pone una mano sobre mi boca mandándome a callar. —Eso dicen todas las personas que se sonrojan, Camille —se ríe y mi corazón late con fuerza. —¡Que no es cierto! —Si lo es, muñeca, pero no me importa porque verte así me hace desearte más —admite con la voz rasposa—, y no pienso dejar de decirte lo hermosa que eres ante mis ojos, ¿entiendes? Asiento con la cabeza ya que no puedo hablar. Él esboza media sonrisa. —Veo que nos vamos entendiendo —se burla—, ahora pasemos a temas más interesantes. Lo miro en espera a su siguiente movimiento, ansiosa de lo que pueda suceder. No tarda mucho en hundir su nariz en mi cuello y hacerme sentir su respiración lenta y caliente acariciando mi piel. Lo que sucedió anoche sigue muy fresco y la sola idea de volver a ver esos ojos verdes en su mirada me llena de pánico, pero aún así, no siento ni la mínima necesidad de detenerlo. Quiero intentarlo. Se aparta de mí y apoya ambas manos a mis costados, le sonrío en respuesta y eso es todo lo que necesita para saber que no tengo objeciones e inclinarse hacia mí. Sus labios se estampan con los míos de manera feroz y absolutamente todo a mi exterior vuelve a desaparecer. Me besa con desesperación, marcando mi boca y reclamándola como suya. La sensación es increíble, el calor comienza a aglomerarse en la parte baja de mi vientre y no puedo hacer más que contener la respiración como si eso fuese a ayudar de alguna forma. Su erección me golpea el estómago y eso es como un arma cargada, que dispara contra mí todo lo que he estado tratando de olvidar. Comienzo a restregarme contra él buscando saciar mi deseo que parece no tener un límite. Me aferro a su boca con la misma desesperación a la vez que cierro los ojos con fuerza, mientras sus manos acarician todo mi cuerpo intentando transmitirme su frustración. Pero no es suficiente, no puedo concentrarme en él, mis pensamientos permanecen lejos de aquí. Maldigo para mi misma y me convenzo de lo que debo hacer; detener esta locura, no puedo seguir haciendo esto, no puedo hacer el amor con él si estoy distraída. No puedo hacerle ni hacerme esto a mi misma, no cuando mi cuerpo se lo entrego a Aarón sin ninguna atadura, sin ningún remordimiento, pero la verdad sale a luz y me muestra que mis pensamientos le pertenecen a otra persona. Tres toques suaves a la puerta me hacen apartarlo rápidamente. Y mi cuerpo se libera de una carga. Alivio. Eso es lo único que siento, puedo respirar con tranquilidad y no sentir que me estoy ahogando. No me cuesta mucho volver a tomar el camisón del pijama y cubrirme. Aarón me mira fijamente, su intensa mirada sobre mí, entrecierra los ojos casi enfadado y se levanta por completo de encima mío. Se acerca a abrir la puerta, no sin antes asegurarse de que esté cubierta. Le doy un asentimiento en respuesta. Abre la puerta y la cara de Sam aparece en mi campo de visión. Su cuerpo se congela cuando se da cuenta de que no estoy sola, estudia a Aarón con cierto aire de reclamo que no logro comprender. Lo ojea a él, después a mí y no es difícil atar los cabos para saber lo que sucedió entre nosotros. Algo cambia en su mirada, sus ojos se entristecen y cuando intento acercarme ella retrocede y solo me sonríe, pero su sonrisa es falsa, la conozco a la perfección. Se aclara la voz, carraspeando la garganta antes de hablar. —Te estábamos esperando para desayunar, al ver que no bajabas decidí subir para cerciorarme que estuvieras bien. No sabía que teníamos visita —su tono severo y tosco no pasa desapercibido. Esta vez es Aarón el que toma la palabra, lo cual no hace más que agravar la situación. —No sabía que tenía que avisarte cada vez que me apetece visitar a mi novia, no eres su madre o su padre para reprimirla cada vez que está conmigo. Sam se queda perpleja por lo que dice Aaron y lo único que hago es pasarme una mano por la cara intentando contenerme ya que lo último que quiero es una pelea entre ellos. Estoy muy cansada de esto y ellos ya deberían saberlo. —Aarón —advierto, queriendo amenizar la situación. Pone los ojos en blanco y no se atreve a mirarme. No puede hacerlo. La tensión puede cortarnos fácilmente. La habitación se ha reducido en un lapso de cinco minutos y no entiendo qué pasa entre ellos para que no se soporten. Es tan agotador intentar evitar que se destrocen el uno al otro. Se quedan callados y me parece que están teniendo su propia conversación por la forma en que se miran. Y por un estúpido momento pienso que las cosas no se intensificarán, pero el pensamiento se desvanece rápidamente cuando Sam rompe el silencio. —¡Soy su mejor amiga! ¿Y qué eres tú? ¿Un novio de un maldito año? Sólo eres eso, pero no la mereces, no mereces tenerla, no después de todo... —Se detiene inmediatamente cuando se da cuenta de lo que está a punto de decir. La confusión me invade, todo lo que ha salido de su boca me ha dejado estática y aunque parpadeo repetidamente intentando procesar todo, mis pensamientos no se ordenan. Veo que el cuerpo de Aaron empieza a tensarse, su mandíbula se aprieta junto con sus músculos. Sam agacha la cabeza, mostrando en su rostro toda la vergüenza por haber perdido los estribos delante de él. No lo olvidaré. —No te detengas, Samantha —la mención de su nombre completo la hace levantar la mirada, dolida, y hago todo lo posible para que eso no me quebrante—. Quiero que continúes, quiero que me digas por qué Aarón no me merece. Dijiste que soy tu mejor amiga, y las mejores amigas no deberían ocultarse nada. —Increpo con un tono filoso que no da cabida a las mentiras, que se muy bien, planea decirme, porque no se atreve a revelarme ese secreto que sé muy bien guarda. Ya estoy harta del comportamiento de ambos y no entiendo porque no pueden tratarse como los adultos que son. Sam entreabre los labios para decir algo, pero la voz de Aarón la detiene abruptamente. —Yo amo a tu mejor amiga, ella es lo mejor que me ha pasado en esta vida. Todos cometemos errores, lo sé, pero no puedo entender por qué quieres condenarme por estar con ella —El rostro de mi amiga decae con notoriedad, como si con eso aplacara su rabia o hubiera cambiado algo con lo que ha dicho. Cierra los ojos unos segundos, lamentándose con el movimiento de sus labios, la tensión palpando en el aire nos envuelve mientras veo como vuelve a abrir los ojos para después soltar un resoplido largo, y abstenerse de decir algo más. Sé con certeza que hay algo más entre ellos y su actitud sólo confirma mis dudas. Definitivamente se conocían desde antes y no fue por mí. Quiero equivocarme pero sé que no es así. Sam sabe algo de Aaron y debe ser extremadamente importante para que lo odie como creo que lo hace. Las cosas no pueden seguir así. Todos nos quedamos en silencio, un silencio realmente incómodo que sólo demuestra que me están ocultando algo. Paso saliva con dificultad y no me atrevo a mirar a ninguno de los dos, ya que el dolor de que puedan estar engañándome y ocultándome cosas me retuerce el corazón. No puede volver a ocurrir. No sobreviviría a ser traicionada por uno de ellos. Me tranquilizo o al menos eso intento. Tomo un profundo respiro y me dirigo a él. —Déjanos un momento a solas, espérame en la sala —pido con seriedad y niego al momento en que hace el intento de protestar—. Hablaremos después, espérame donde te dije. Aprieta los labios como muestra de que no está de acuerdo conmigo pero no discute mi decisión. Toma su camisa del suelo, se la abrocha rápidamente y se marcha de la habitación dejándonos a solas como le pedí. Ambas nos miramos fijamente y soy yo la que me acerco a ella, con pasos seguros, tanto como mis palabras. —Me merezco una explicación —digo con la voz firme, pese a que mi corazón galopa con fuerza. Es como si algo dentro de mí se negara a escuchar lo que tiene que decir, como si una pequeña parte de mi quisiera que ella me dijera que no hay absolutamente nada que aclarar y que solo son ideas mías. Que no me está mintiendo como me lo dice mi subconsciente. —Lo sé, sé que te mereces una explicación de mi parte —me da la razón y, aunque me duela asimilar las cosas, le doy el impulso de proseguir—. Pero no puedo dártela, es lo mejor. No puedo ser la responsable de romper tu corazón otra vez. Lo siento mucho, Cami... —y dicho eso, sale de la habitación dejándome con la palabra en la boca. No reacciono a tiempo para detenerla y decirle que no puede dejarme así porque ella ya está perdiéndose en el pasillo, huyendo de lo que no quiere que se sepa, pero se le está olvidando que la verdad siempre sale a luz y que antes de lo que se imagine, arrasará con todo a su paso, hasta con nosotras. Con nuestra amistad. Maldigo para mis adentros y cierro la puerta con brusquedad mientras trato de retener mis impulsos de salir detrás de ella y exigirle una respuesta. Estoy muy agitada y si lo hago solo conseguiré más negativas de su parte. Me pongo algo decente y no tardo mucho en bajar a la sala donde me espera Aarón. Está solo, aparentemente no hay nadie en la casa. Sam se fue y se llevó a Ellie con ella. Me observa atentamente, con ese aire de miedo e indecisión que palpita en la atmósfera. No sabe qué decir, y en este momento yo tampoco. Porque ahora mismo sólo me pregunto si realmente quiero saber lo que esconden, si estoy preparada para volver a sufrir. ¿Estoy preparada para volver a sentirme perdida? No lo sé. Entreabro los labios para iniciar la conversación, pero incluso yo me sorprendo de las palabras que salen de mi boca. —Tú ya conocías a Samantha desde mucho antes y no fue por mí, ¿me equivoco? —es una acusación, como si estuviera completamente segura de las palabras que digo. Asiente lentamente, como si no quisiera pero tuviera que hacerlo porque merezco la verdad. —Si —lo sabía pero no significa que duela menos—, nos conocimos el día de tu boda —mi corazón brinca dentro de mi pecho con el recuerdo y las emociones que acarrea la mención de ese evento—. Estaba borracho y... —se calla a sí mismo y me observa con esos ojos que me recuerdan tanto a ella. Niego tan rápido como ese pensamiento viene a mi mente. No puede ser cierto. Estoy viendo cosas que ni siquiera están ahí. Mi mente me está jugando una mala pasada. —¿Qué pasó entre ustedes?—pregunto con miedo a su respuesta. Su mirada abrumada me desestabiliza y la respuesta me deja pasmada. —No sucedió nada —me asegura pero no me creo ni una sola palabra de lo que dice. Eso es lo que pasa cuando llevas tanto tiempo con alguien, sabes cuando miente, sabes cuando no dice la verdad y eso duele aún más. —¿Estás seguro? —su expresión flaquea por unos segundos antes de volver a la normalidad. —No pasó nada importante —me sostiene la mirada, no hay indicios de mentira. Se acerca a mí hasta tomar mis manos entre las suyas. No me alejo. Quiero hacerlo. Pero no lo hago. —¿Por qué me lo ocultaste entonces? —insisto con el tema, buscando una razón que me haga entender el odio mutuo que se profesan el uno al otro. Suelta un suspiro abrumador y me besa fugazmente, sus labios me saben a mentiras y promesas rotas que no podrán cumplirse. —No te conté nada porque era irrelevante, en ese momento no sabía que era tu mejor amiga y no le ví ningún sentido —explica sin pestañear, seguro de sus mentiras—. Sí, tal vez me equivoqué al no decírtelo, pero no tiene sentido hablar de lo que no importa, mi amor. La frustración invade mi cuerpo y niego rápidamente con la cabeza, alejándome unos pasos de él. Sintiendo la necesidad de estar lejos de él porque sé que más pronto que tarde me va a romper el corazón. —Ella sí importa, tú sabes que a mí me importa y eso debió ser motivo suficiente para que me dijeras la verdad —increpo exaltada, decidida a no dejar el tema por la paz. Él se muerde el labio intentando no decir algo más. Pero yo quiero que hable porque no le creo absolutamente nada. Esta vez no confío en él y siento que estoy perdiendo ese ancla que creí tener. Le veo pensar durante unos segundos, y creo que dirá algo que acalle todas las dudas que se acumulan dentro de mi cabeza, pero lo único que sale de sus labios es: —Lo siento —una disculpa que no me sirve en absoluto. —Sabes que eso no soluciona nada. Su mandíbula se tensa de nuevo. Mi pulso va a un ritmo inestable. —No tengo nada mejor que darte. —Podrías empezar por darme una explicación coherente —subo el tono de voz. —Ya lo hice —se muestra resignado—, Samantha no es más que tu mejor amiga para mí. Quiero creerle, eso me haría más fácil las cosas, o tal vez mi corazón está buscando cualquier excusa para condenarlo. —¿Lo prometes? —intento darle una última oportunidad para ser honesto conmigo. Deja escapar un suspiro y vuelve a unir nuestras miradas. —Ella no es nada para mí y solo la tolero porque sé cuán importante es para ti. No hay nada más que discutir —Casi le creo, pero soy capaz de reconocer el tictac de su ojo izquierdo cuando miente o está inseguro de algo. No me dirá la verdad. Pero no necesita hacerlo porque sé que algo me oculta y pronto lo sabré. Decepcionada, decido tomar un respiro para poder enfrentarlo y no sentir que me desarmo. —A veces me pregunto que más me ocultas... —lo veo con seriedad y jadeo exasperada al ver que aparta la mirada, destilando ese aire de culpabilidad que no lo abandona desde la habitación. —¡Joder, Aarón! —chillo en protesta—. ¡Habla ahora mismo! —exijo enfadada. Él maldice y se acerca para tomarme por el rostro sin siquiera darme tiempo de alejarme o discutir para que se aleje. Me mira como si fuese lo más hermoso que ha visto, puede ver el amor y la vulnerabilidad en sus ojos, y eso casi logra esfumar mi enojo. Casi. —Promete que no te enojaras conmigo y te lo contaré todo... —intenta manipularme y me remuevo para quitarlo pero no puedo zafarme de su agarre. Es realmente fuerte. —¡Aarón! —Estoy perdiendo mi paciencia con él. No me gusta que vacilen al momento de hablar. Toma un respiro y habla con claridad, aunque hubiese deseado con todas mis fuerzas que no lo hiciera porque sus palabras sacuden mi mundo, mi alma, mi ser. Todo. Absolutamente todo. —Tu padre y yo podemos ir a la cárcel por difamación —hace una breve pausa, inhalando con detenimiento—. Alexander ha puesto una denuncia en nuestra contra y no piensa detenerse hasta vernos hundidos. Sus palabras cambian absolutamente todo. Siento que no respiro, siento que el aire no llega a mis pulmones, que se queda estancado en mi garganta así como su maldito nombre que no deja de repetirse como un rosario dentro de mi cabeza. —¿Qué? —Es la única palabra que puedo articular. Mi voz es un tímido e inseguro susurro, porque quiero huir de esta realidad. Necesito escapar y no regresar nunca. —Lo que escuchaste, Camille —repite sin titubear—. Puedo ir a la cárcel, él está haciendo esto por ti. Quiere recuperarte. Un golpe salvaje ataca mi corazón y lo deja inestable. Acabado. No lo creo. No puede ser cierto. Sólo está haciendo esto para fastidiarme la existencia. Eso es lo que siempre ha querido. Mi boca se seca de repente y me quedo muda. No puedo decir nada porque simplemente no sé qué decir, no sé qué hacer, ni siquiera sé que debo sentir al respecto. Hago un último intento y por fin logro zafarme de su agarre, me alejo y pongo una distancia prudente entre nuestros cuerpos. Aarón me quema con la mirada en busca de una respuesta. —Camille... —atrae mi atención. Me observa por unos segundos, debatiéndose en si debe hablar o no—. Quiero que seas sincera conmigo, necesito que lo seas. Quiero burlarme, soltar una maldita carcajada porque él no tiene derecho a exigir sinceridad cuando él mismo no me la puede dar. Agacho la cabeza e intento disimular el torrente de emociones que me atraviesan el cuerpo. —No te mereces sinceridad —susurro con debilidad, él se queda callado—. Pero te la daré porque no quiero perderte —agrego y una chispa de emoción brilla en sus ojos. Asiente rápidamente, y cuando abre la boca me arrepiento de haberle dado permiso de exigir sinceridad porque los latidos de mi corazón son vehementes y descontrolados. —Si Alexander viniera en este preciso instante y te dijera que te ama, que está arrepentido de haberte hecho daño, que está dispuesto a reparar cada una de las heridas que te hizo y que quiere recuperarte, ¿qué le dirías? —puedo sentir la sofocante desesperación por saber mi respuesta, la tensión se ha dispersado a nuestro alrededor y ha crecido hasta el punto de apretar nuestros cuerpos, dejándonos sin aire. Sin soporte. Mi mente procesa cada una de sus palabras y aunque algo dentro de mí se remueve, dejándome saber que tal vez he estado equivocada todo este tiempo, mi respuesta permanece clara. Sé perfectamente lo que haría, sé muy bien cómo mantenerme viva, como mantenerme a flote y no volver a la oscuridad de la cual salí desde hace tiempo. Relajo mis hombros, recibo el aire que se filtra por la pequeña ventana de la sala y lo miro fijamente dándole la respuesta que siempre he sabido, la única que me mantendrá a salvo. —Le diría que ya no hay espacio en mi vida para él, que di absolutamente todo de mi y que todo el amor que le profesaba se ha agotado —Siento que me estoy liberando al decirle esas cosas—. Le diría que ya es demasiado tarde para reparar el daño que causó, que lo que él ha apagado no se puede volver a encender —soy firme en lo que digo, no hay ningún rastro de mentira porque es lo que siento. Pese a que una diminuta parte de mí tiene la duda de que en realidad pueda decirle esto a la cara. De que yo pueda enfrentar a Alexander y decirle que mi amor por él se ha acabado, que todo mi amor se ha quedado en esa habitación en la cual rompió mi corazón en mil pedazos, en la cual admitió que solo había jugado conmigo. —Te amo —susurra, lleno de esperanza—, te amo tanto, Camille. No le digo lo mismo. Pero tampoco espera a que lo haga. No tarda en envolverme en un abrazo efusivo que me quita el aliento, restregándose junto a mi en busca de mis labios. No quiero besarlo. A él no. Pero aún así, lo hago. Le beso tan profundamente que mis labios duelen tanto como mi corazón, que se rompe cada vez más. Y, aunque correspondo abiertamente a sus empellones, no puedo ignorar esa voz dentro de mi cabeza que me grita que mi corazón está comenzando a latir por quien no debería. Partiéndose en dos, dividido, y complicando más las cosas.
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