Capítulo XXVI

3247 Words
Alexander Salgo del auto con rapidez, sintiéndome malhumorado como de costumbre. El maldito sol se encuentra a su máximo resplandor, los jodidos rayos apuntan en mi dirección y me golpean directo a la cara, obstruyendo mi vista. Trato de restringir las maldiciones que sé muy bien quiero soltar para desahogarme, pero no sé que diablos sucede a mi alrededor, todo el mundo luce sorpresivamente feliz y no entiendo la razón detrás de dicho humor que no siento. Me masajeo las sienes cuando mi frustración incrementa, buscando un ápice de paciencia, quiero explotar con cualquiera que se me atraviese. Apresuro el paso y me adentro en mi empresa, de la misma manera que hago todas las mañanas. Mi rostro expresa lo que siento por dentro, una jodida irritación por no recibir respuesta de dicha mujer que no hace más que rondar en mi cabeza. Continúo con la misma rutina de siempre, camino a un paso sólido y sin mirar a nadie, sin ninguna pizca de amabilidad impresa en mis gestos faciales, porque ninguno de mis empleados es digno de mi atención en estos momentos. Ignoro a las personas cotilleando, sus miradas cargadas de una curiosidad sin fundamento que se me resbala, al igual que los intentos de seducción fallidos por parte de la recepcionista. Jenna, mi asistente desde hace más de dos años, me llama con un gesto de mano, veo la urgencia en su mirada, pero me limito a negar con la cabeza, hoy en especial no necesito saber lo que dice mi agenda, no estoy listo para escuchar a nadie tan temprano, mucho menos cuando la única persona de la que sí deseo escuchar no quiere ni verme. Ya se venció el plazo de tiempo que le di, y no sé si piensa que estoy jugando, porque no lo estoy, la quiero a ella, y cuando yo quiero algo lo consigo. Esta vez no me la voy a dejar quitar por nadie, mucho menos por un idiota como Aarón, que no es mejor que yo y que tampoco la hará feliz, no cuando le oculta que se folló a su mejor amiga. No regreso a ver a nadie, me subo en el ascensor y presiono el botón que me lleva al penúltimo piso. Pasan unos segundos, en los que me permito fantasear con la figura de Camille en aquel vestido descubierto, y no es que fuera demasiado corto o que no dejara nada a la imaginación, sé exactamente cómo luce su cuerpo desnudo, cada rincón de su piel, cada borde, cada línea, cada lunar, absolutamente todo. Por eso no puedo evitar que una oleada de excitación me suba por todas las extremidades, me es imposible bajar la creciente erección en mi entrepierna y, la impotencia que siento al no poder tocarla como a mí me plazca, me saca de quicio. Amortiguo un gruñido, siseando entre dientes mientras me repito que pronto volverá a ser mía, y que podré sacia las ganas que succionan hasta el último gramo de mi autocontrol. El ascensor se abre y con eso, mis pensamientos se escapan. Bufo con un matiz de insatisfacción estancado en mi pecho, y me encamino a mi oficina a paso apresurado, queriendo llegar lo antes posible para encerrarme y no verle la cara a nadie. Solo deseo ver a una persona. Entro a mi oficina y cierro la puerta tras de mí con brusquedad. Sin embargo, mis planes de tranquilidad se vienen abajo cuando veo la figura de una mujer sentada en una de las dos sillas, enfrente de mi escritorio. El corazón me sube por la garganta, trago grueso con dificultad, sintiendo que el pulso se me acelera a un ritmo anormal. La respiración se me agita con los pensamientos que vuelven a resurgir de golpe, mi racionalidad se desvanece como si nunca hubiera existido en primer lugar, lo cual me impulsa a cerrar los ojos por unos segundos, en un intento de luchar con la erección que muere por volver a crecer debajo de mi pantalón. Ella se da cuenta de mi presencia, su cuerpo entero se tensa al sentirme y ladea la cabeza hacia a mí para cerciorarse de que soy yo, pero ambos sabemos que no es necesario. Podemos percibirnos fácilmente, de una forma que primero llegó a asustarme pero luego me pareció fascinante, y eso es algo que no ha cambiado, ni siquiera en años, ni aunque ella se odie por ello. Me brinda una perfecta vista de su rostro esculpido, y me mira con esas esmeraldas que me tienen a sus pies, incrementando el deseo que me corroe el cuerpo. Es precisamente por eso, que una sonrisa enorme se despliega en mis labios. Estrecha la mirada, reparándome de arriba a abajo, con ese brillo en los ojos que no me resulta familiar, pero que de igual manera, me hipnotiza. El pecho se me llena de emoción, quiero correr hacia ella y levantarla de ahí, estrujar su cuerpo con el mío, llenar mis fosas nasales con su aroma, saciar todas las ganas que provoca dentro de mí. Todo mis músculos se estremecen, anticipando la tensión que se crea en el momento en que me concentro en sus labios entreabiertos. > Me repite mi subconsciente, pero no puedo dejar de hacerlo. No quiero dejar de hacerlo. —¿Esperándome, preciosa? —espeto, llegando a mi asiento. Si cuerpo se pone rígido y un profundo suspiro se escapa de mis labios cuando me postro delante de ella, lo cual me permite detallarla mejor. Me sigue atenta con la mirada, luce peligrosamente tranquila y eso me inquieta más de lo que me gustaría admitir porque no sé qué diablos esperar. Se relame los labios instintivamente y me sonríe con malicia. —Sí, te estaba esperando —apoya las manos en el escritorio, inclinándose hacia adelante. Su pecho sube y baja, con respiraciones lentas y pausadas. Paso saliva, nervioso, ella me pone así y no puedo ignorar el cosquilleo en el estómago por su presencia. Me acomodo el saco sin apartar la mirada, ella me reta con una sonrisa de satisfacción que no sé de donde proviene, pero me gusta verla así, con ese aura autoritaria que le hace justicia a la belleza que es. Respira hondo, como si estuviera reuniendo la valentía suficiente y se vuelve hacia su bolso, rebusca algo con el ceño fruncido, después saca una carpeta de color rojo y vuelve a dirigir su atención hacia mí. La observo con detenimiento y, esta vez más confiada de sí misma, me tiende la misma carpeta de antes y la cojo, con una ceja arqueada al no saber de qué se trata. —¿Acaso me estás proponiendo matrimonio, preciosa? —inquiero con un matiz de burla. Ríe, aunque sé que no le hace ninguna gracia mi comentario. —Ya quisieras, Alexander —no me tomo la molestia de contradecirla. Es obvio que lo que tengo en manos no son papeles de ninguna clase de matrimonio. Resoplo aburrido y a la vez irritado, haciendo a un lado la oleada de decepción que me invade. Abro la carpeta que tengo en mis manos y entonces leo los papeles de manera detenida. Permanezco estático por el contenido. —¿Qué es esto? —pregunto, intentado contener mi enojo—. ¿¡Qué diablos es esto!? Agito el papel en mis manos, con incredulidad. Por su parte, suelta un bufido de aburrimiento mientras se encoge de hombros, restándole importancia. —El balance de mi cuenta bancaria —musita con obviedad, como si fuese idiota. Le lanzo una mirada de advertencia. No se inmuta, sigue con la misma sonrisa victoriosa pintada en los labios. —Eso ya lo sé, sólo quiero saber por qué me das esto a mí, Camille —siseo entre dientes—, en ningún momento te lo pedí. Suelta un suspiro con una sonrisa y se levanta, dejándome ver su cuerpo entero, adornado con un corsé blanco escotado y ajustado, acompañado de unos vaqueros anchos de cintura alta, que resaltan su figura perfectamente proporcionada. Es jodidamente hermosa. Vuelvo a tragar grueso, aprieto la mandíbula y hago mi mejor intento en no ver su cuerpo, aunque no funciona, porque hasta verla a los ojos me sacude el pecho con esa sensación que solo ella provoca. Camille me tiene en sus manos y ni siquiera lo sabe, porque si me lo pidiera en este instante, le pondría el mundo, el cielo, y el mismísimo infierno a sus pies, solo por verla sonreír. —Es la mitad de la herencia qué pasó a mis manos hace tres años —repone con más seguridad—, quiero negociar contigo. Sonrío incrédulo, una mezcla de satisfacción y enfado invadiéndome, porque me hace feliz que ella tenga la inteligencia para querer negociar una salida que no va a conseguir. Porque no busco dinero. Busco todo de ella, menos su dinero. —¿Así que deseas negociar, preciosa? —repito, esta vez con una nota de diversión crispando mi voz. Ella me da un asentimiento de cabeza sutil, no aparta sus ojos de los míos y me resulta fascinante el efecto que tiene sobre mí, porque después de tres años, verla sigue surtiendo el mismo cosquilleo que me hace estremecer hasta la última fibra del cuerpo. —Ese dinero es legalmente mío —se muerde el labio—, pero puede pasar a tus manos si desistes de la idea de trabajar contigo. Esa es mi propuesta. No puedo evitarlo, termino soltando una carcajada, que la hace endurecer las facciones de su rostro, aniquilando mi diversión con una simple mirada. —No entiendo que es lo que te resulta tan gracioso. Estoy hablando muy en serio —increpa a regañadientes. —Lo sé —carraspeo la garganta antes de rodear el escritorio con agilidad—, pero déjame confesarte un secreto —no dejo de mirarla mientras me acerco a ella—. Ese dinero no me interesa en absoluto, Camille. Dejo la carpeta sobre el escritorio, desocupando mis manos, porque hay mejores cosas que puedo estar tocando en este momento. Ella se tensa por mi cercanía, intenta obviarlo poniendo una faceta de desinterés y no puedo evitar sonreír airoso, le sigo causando la misma sensación absorbente de atrapar su boca con la mía y nunca soltarla, no importa cuanto lo niegue, sé que siente lo mismo que yo. Guiado por mis instintos, doy un paso más y ella niega, con la respiración entrecortada, tratando de detener lo inevitable, porque ya no sé qué diablos hacer para controlar las ganas de tocarla que me hormiguean las manos. —Aléjate de mí —su voz es una advertencia. Esbozo una sonrisa, —No. —No te quiero cerca. Mi sonrisa se amplía y arqueo una ceja, entornando los ojos en su dirección. —¿A qué le tienes miedo, preciosa? —susurro en voz baja y no le doy tiempo de replicar, ya que tiro con fuerza de ella. Su cuerpo se estrella con el mío sin causar ningún daño, ella jadea sorprendida al tiempo que me lanza una mirada fulminante que me hace estremecer. Comienza a forcejear, intentando deshacerse de mis brazos que se aferran a su cintura. Nuestras respiraciones se mezclan, su aroma a vainilla me invade las fosas nasales y quiero gruñir por el cosquilleo que me sube por la columna vertebral. Mi cuerpo se enciende al sentirla pegada a mi anatomía, como lo estuvimos varias veces y que de ni una pierdo detalle, porque la tengo grabada a fuego en mi memoria y tendría que dejar de existir para poder olvidarme de ella, y de sus ojos esmeraldas que siguen atormentándome desde que ya no me miran con el mismo brillo de amor. —¡Que me sueltes, joder! —chilla, enfadada. Respiro tranquilo. Libero una de mis manos mientras la sujeto con la otra, le pellizco las mejillas y se sonroja al instante, una sensación de serenidad me invade por completo y cuando ella se sumerge en el mismo hechizo que vuelve a unirnos, aparta la mirada de mí, negándose a mostrar una debilidad. Frustrado por no poder expresar lo que en verdad siento, la sujeto del mentón obligándola a mirarme directamente a los ojos y a no privarme de los orbes que tanto me hipnotizan. —No puedo, no te quiero soltar nunca —me sincero con ella incluso cuando sé que estoy arriesgando demasiado—, pídeme lo que sea menos eso. Noto que su respiración se desestabiliza y entonces mi corazón empieza a martillear con fuerza, exigiendo que la haga mía y que nunca la deje escapar. —Ya fue suficiente, Alexander. Deja de hacer esto —pide, casi suplica—, no sé qué buscas de mí, pero tienes que detenerte. La miro de soslayo, ella exhala con fuerza, tensándose bajo el calor que emana mi cuerpo, como si no soportara tenerme cerca. El mío por el contrario, comienza a reaccionar por la fricción. Inspiro hondo mientras le acaricio la mejilla con suavidad, al sentir mi tacto cierra los ojos derrotada y suelta un suspiro que me golpea los labios. —No puedo darte lo que tú quieres, preciosa —admito. Su mandíbula se tensa. Refuerzo mi agarre sobre ella. —¿Por qué? —Aún no obtengo lo que quiero. Tuerce los labios en gesto de desentendimiento. —¿Y qué es lo que quieres? —traga grueso, anticipando el peso de mis palabras. —Te quiero a ti —beso su mejilla, que se tensa bajo el tacto de mis labios contra su piel pálida—, te quiero sólo a ti. Respira agitada, su pecho sube y baja de manera descontrolada, y puedo ver el brillo de duda en su mirada. No la culpo, yo fui el fundador de cada una de sus inseguridades y necesito reparar todo lo que he roto. Quiero redimir mis actos, porque no estoy dispuesto a dejarla ir. Junto nuestras frentes y ella me mira con intensidad, compartiéndome el tormento que encierran sus ojos. Su mirada me lo dice todo y me quemo en ese momento; es ardiente, hipnotizante, y con ese aire aplastante que me obliga a tomar una bocanada de oxígeno para poder respirar con tranquilidad, porque tenerla así me regresa tres años atrás y me rehuso a que nuestra historia tenga el mismo final. —¿Por qué me haces esto cuando por fin he podido avanzar con mi vida? —se le quiebra la voz—. ¿Por qué has regresado justo ahora que estoy a punto de olvidarte? Un nudo se me pone en la garganta. La miro desesperado. —No he podido mantenerme alejado de ti. Es imposible. —Esto no es justo —la impotencia se adueña de la expresión de su rostro. —No pienso retractarme —me mantengo firme. Parece que mis palabras la abofetean, su rostro decae en tristeza y enojo, no lo veo venir cuando me empuja con todas sus fuerzas. Me mira con los ojos cristalizados, respira con dificultad y se sorba la nariz, negándose a llorar. —¡Eres un maldito egoísta! —sisea con ira. Me intento acercar, pero su mano estrellándose con fuerza en mi mejilla me regresa a mi lugar, cierro los ojos pidiéndole al cielo paciencia porque el desprecio de Camille me estruja el corazón. No puedo soportar que me odie como me lo grita su mirada. —¡Si, soy un maldito egoísta! —exploto—, pero eso no cambia absolutamente nada, te quiero para mí y no pienso disculparme por ello. Eso agrava la situación todavía más, ya que me lanza una mirada llena de hastío y se vuelve hacia su asiento, toma su abrigo, su bolsa rápidamente, tiene prisa por irse de mi oficina y lo peor es que entiendo porque quiere huir lejos de mi. Entiendo perfectamente por qué quiere alejarse, pero no puedo permitirlo cuando la necesito tanto como el oxígeno para respirar. Quiero tocarla, arreglar las cosas, evitar que me deje, pero se da cuenta de mis intenciones y aparta el brazo con brusquedad, antes de que la alcance. —No vuelvas a decirme cosas así porque no respondo, Alexander —amenaza mirándome con odio—. Ahí te dejo la carpeta, piénsalo bien y cuando sepas actuar como una persona decente, volveré a negociar, porque después de esto no pisaré tu empresa y menos como un empleado tuyo. —No hay nada que negociar. Jamás accederé a no tenerte cerca —increpo, con la mandíbula apretada. —Entonces ya no tenemos nada de qué hablar. No vuelvas a buscarme y por mi parte no tienes que preocuparte —hace una pausa, sus ojos adquieren un brillo de desdén—, lo último que quiero es estar cerca de una persona tan mezquina y egoísta como tú. No muevo ningún músculo, me quedo perplejo y herido ante sus palabras cargadas de desprecio, no reacciono a tiempo y la veo salir dando un portazo. Mi subconsciente me grita que haga algo, porque la estoy perdiendo nuevamente, tomo una bocanada de aire, y sin saber qué impulso me golpea, salgo detrás de ella porque la idea de que se vaya así me vuelve loco. Tiro de ella antes de que suba al ascensor, no pienso dejarla escapar con todo lo que tengo que decir, no me importa que me odie tanto como me lo dicen sus ojos, la necesito cerca de mí y, por esa misma razón aprisiono su cuerpo contra el mío, y con una mano acuno su rostro, respirando contra esos labios que deseo a morir. —Necesito que me respondas solo una cosa, te prometo dejarte ir después —la mantengo firme. Su respiración entrecortada me roza la piel de las mejillas. —¿Qué? —suelta con agresividad mientras forcejea conmigo, pero su fuerza es nada comparada con la mía. —¿Me odias? —le pregunto, sintiendo la boca seca y la necesidad de fundirme con ella. Se tensa en respuesta cuando mi mirada recae sobre sus labios, ya no puedo pensar racionalmente, y sé que tal vez mi plan puede irse a la mierda, pero me importa un bledo. Menos caundo la veo asentir débilmente, porque sé que tenerme a milímetros de su boca la distrae tanto como a mí. —Si, te odio —jadea agitada—. Te odio con todas mis fuerzas. —Perfecto —siseo con una sonrisa torcida—, te voy a dar otra razón para que me odies todavía más, preciosa. Y sin más, estampo mis labios contra los suyos, desesperado por llenarme de su sabor, porque desde hace tres años me siento muerto en vida sin ella. El mundo se detiene con la cantidad de sensaciones que se atascan en mi pecho, ya que vuelvo a respirar con el feroz roce que le impongo a su boca. Mi pulso se acelera con demasía cuando ella gime sorprendida contra mis labios, el beso no me lleva al cielo, sino al mismísimo infierno porque vuelvo a arder como el demonio que soy y al que ella sigue deseando aunque se odie por ello. Tras unos segundos de forcejeo, de miedo, de contención, por fin me cede la entrada a su boca y me devuelve el beso con la misma intensidad. Me besa con fuerza, con rabia, tira fuerte de mi labio mientras se aferra a mí, vengándose del daño que le he hecho y del que desesperadamente intento reparar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD