Capítulo VII

2081 Words
Alexander Los años pesan, pero más pesa saber que la perdí y que nunca más la tendré a mi lado. Mis días siguen su mismo curso y se deterioran cada vez más, lo tengo todo en la vida para ser feliz, tengo dinero, fama, riqueza, familia, mujeres, pero no la tengo a ella y eso me está matando lenta y dolorosamente. Yo cambiaría todo solo por volver a verla, por volver a sentir su aroma cerca de mí, por oír su voz, por sentir sus caricias sobre mi piel, porque nada tiene sentido desde que ella se marchó y no miró atrás. Siento que me abandonó y no puedo reclamarle por hacerlo y eso es lo que me pudre más. Han pasado tres años y cinco meses para ser exactos pero el mundo se detuvo desde el día en que se fue. Mi mundo se detuvo y no he podido recuperarme desde que ella decidió dejarme atrás. Ella se fue por mi culpa y lo tengo muy claro, pero no lo acepto. No tenerla es un tormento que me ha consumido por años, no lo soporto más y no importa cuanto trate de remplazarla, nada es igual desde su adiós. Sin ella mi vida ya no tiene sentido. Ella se llevó todo de mí, mis ganas de vivir, de sentir, mi voluntad, mi felicidad, mi corazón. Todo. Y me dejó en la oscuridad. Una en la que siempre estuve pero que no soporto desde que me mostró su luz. Ya no hay motivos para coexistir, no los encuentro desde que ella se fue. Yo hice todo para alejarla de mí y cuando se fue descubrí que no era el aire lo que mantenía vivo, era ella lo que necesitaba, lo supe y deseé estar muerto cuando no la tuve. Ahora siempre siento que me estoy ahogando en mi propio mar de culpas y resentimientos. No he podido avanzar, sigo siendo el mismo demonio que no ha podido olvidar a la única mujer que alguna vez fue su luz y que él apagó.Yo la apagué con todas mis acciones, lo hice sin darme cuenta que ella era mi vida y que estaba apagando lo único que me mantenía vivo. Esto es una completa mierda. Queriendo deshacerme de mis pensamientos cierro los ojos y beso a la mujer que tengo debajo de mi cuerpo, saboreo el sabor de sus labios y me frustro al no encontrar la dulzura que he anhelado desde hace tres malditos años, abro los ojos con brusquedad y veo a la mujer con cierto fastidio al descubrir que no son sus labios. No es ella, pese a tener el mismo color de cabello y el mismo color de ojos. Ella no tiene su brillo, no tiene su aroma, no tiene su dulzura, no tiene su inocencia, no tiene nada. Porque no es ella, ella no es Camille. ¿Qué mierda estoy haciendo? Consigo mi liberación después de tres embestidas y la suelto de mi agarre, no comparto ninguna palabra con ella, me visto rápidamente y salgo del lugar hecho una furia, siempre pasa lo mismo, no puedo besar a nadie sin recordarla. Ella siempre está ahí. Me la paso buscando mujeres que se le asemejen pero al final la verdad sale a la luz y me muestran que no es ella y nunca lo serán. Camille se fue y va siendo hora que lo acepte, tengo que superarla. Ella siempre va a formar parte de mí pero ahora necesito asimilar que jamás volverá a estar conmigo y todo es porque no supe qué hacer con tanto amor que ella me ofreció. No supe qué hacer con su luz y terminé apagándola. Soy un idiota, nunca la aprecié y aunque me duela en el alma sé que ella hizo lo correcto. Ella hizo lo mejor para sí misma al marcharse y abandonarme, siempre supe que eso pasaría, lo que jamás imaginé es hundirme en el suplicio de su partida. Nunca sentí este dolor, ni cuando mi madre se fue. Camille me mostró que todo el tormento en que vivía no era nada comparado con el infierno de su partida. Ella me dejó y mi vida perdió todo el sentido. No entiendo cómo obtuvo ese poder, pero sin querer hacerlo me destruyó a su manera. ****** Me adentro en el pequeño café a las afueras de Seattle, encontrándome con la única persona que puede entender un poco de mi tormento. Ella ha sido de gran ayuda desde el momento en que la conocí, debo de admitir. Sin ella estaría perdido. Diviso el lugar en busca de ella hasta que sus ojos me encuentran después de unos cuantos segundos, me hace señales para que tome asiento en la misma mesa y así lo hago. —Tenías tiempo sin llamar, Alex —se queja haciendo un mohín, que sin querer resalta sus ojos color miel—, me tenías en el olvido. Niego con la cabeza, restándole importancia a lo que dice. —Estuve ocupado, el trabajo me tiene absorbido la mayoría del tiempo —me excuso, haciendo que frunza el ceño. Sabe que miento. —Conmigo no tienes que mentir —susurra poniendo su cálida y reconfortante mano sobre la mía. Dando un leve apretón—. Yo estoy para escucharte, puedes contar conmigo para lo que necesites —me recuerda lo que ya sé, ganándose una sonrisa vaga de mi parte. —Lo sé, Alicia —musito suavizando mi voz. Sintiendo la necesidad de abrirme con ella y contarle el desorden que traigo por dentro. Suelto un suspiro y aunque lo que estoy a punto de decir es tan patético, tan aborrecido por mí, sé que ella no me juzgará. Nunca lo hace. Desde que la conocí se ha encargado de ayudarme. —Sigue en mi mente, ya no sé qué hacer para sacármela del corazón —confieso con la amargura y el dolor envueltos en mis palabras—, está calada hasta en mis huesos, nunca sale de mí —termino, soltando un resoplido y no soy capaz de sostenerle la mirada porque probablemente verá que soy tan miserable desde el día en que me dejó. Ella asiente lentamente procesando mis palabras, una sonrisa apenada sale de sus labios haciéndome sentir débil y vulnerable. —Ya han pasado tres años, Alexander —su postura cambia, mientras conecta sus ojos con los míos—, sé que duele pero ella hizo su vida lejos de aquí y no puedes culparla por eso. Necesitas aprender a soltar lo que ya no pudo ser —agrega haciéndome sentir una mierda por dentro. "Aprender a soltar" Como si fuera tan fácil hacerlo. Ella lo hizo. Ella me soltó. —Quiero dejarla ir —mi pecho se aprieta al decir eso pero extrañamente también hay un poco de paz en mí—. Necesito hacerlo, Alicia. Mi vida no puede seguir así —admito mientras ella toma un sorbo de su té, regalándome una sonrisa con sus ojos. Deja el té nuevamente en la mesa y pasa saliva antes de volver a hablar. —Ya iba siendo hora —augura con esa nota de orgullo—, sé que puedes dejarla ir, sólo necesitas concentrarte en ti mismo así como lo hizo ella. Ambos se hicieron mucho daño en el pasado pero ahora es tiempo de sanar —me sonríe de manera cálida y mi corazón se exalta más de lo debido—. No puedes amar a alguien si estás roto por dentro, necesitas sanar esa herida que todavía sigue sangrando en tu corazón y sabes que no me refiero a Camille —agrega sutilmente, siendo cuidadosa con el tema y haciendo que mi cuerpo se tense al saber de quién está hablando. —Y lo haré —afirmo sorprendiéndome a mí mismo porque esta vez no miento cuando digo que lo haré—, sólo necesito tiempo. Ella sonríe en respuesta. —Lo haremos juntos, yo estaré contigo en cada momento —me asegura regalándome una sonrisa de boca cerrada—. Verás que en unos meses o tal vez años te volverás a enamorar, volverás a sentir ese sentimiento de tocar el cielo, volverás a entusiasmarte —intenta darme ilusiones aunque una parte muy dentro de mí sabe que jamás volveré a sentirme como lo hice con Camille—, y ella también lo hará, ella también volverá a enamorarse y podrá cerrar este ciclo —concluye y la sola idea de verla a ella con alguien más me revienta el hígado, me hace sentir enfermo. El aire se comprime en mis pulmones y en un intento de no asfixiarme en ese maldito café salgo del local, dejando a Alicia sentada con una cara de confusión, mientras yo trato de sacar la puta imagen de Camille en los brazos de otro. No. Maldita sea. Sin querer seguir pensando más en las palabras de Alicia, subo a mi auto y emprendo marcha al único lugar que logra sopesar mi infierno cuando no me soporto ni a mi mismo. Ese lugar que sigue significando tanto para mí. Incluso con el pasar de los años. Al cabo de media hora llego al bosque que tanto significó para nosotros, bajo del auto y como se ha vuelto mi costumbre, empiezo a deambular por los alrededores con la estúpida esperanza de encontrarla ahí. Aunque eso es imposible. Dejo pasar todos los recuerdos y me aferro a ellos porque sé que son lo único que tendré de ella. Recuerdos y sólo eso. Me giro sobre mis talones y me encamino a la cabaña qué yace en el bosque desde hace tres años, me adentro en ella y dejo caer mi saco al piso, observo el lugar y absolutamente todo me recuerda a ella. A pesar de que aquí no hay nada de Camille, él hecho de que esta cabaña está instalada en este lugar basta para recordarla. Esta cabaña que estúpidamente mandé a construir en un intento de aferrarme a lo que quedaba de ella. Me acerco al pequeño bar y me sirvo un trago para poder soportar otro maldito día en la misma rutina que me ahoga y me deja el aire atascado en el tórax. Me siento en uno de los sillones amueblados en el lugar y tomo un sorbo del trago amargo que me ayuda a sobrellevar todo ese dolor que acarreo por dentro. Una vez hecho esto, me dispongo a encender el cigarrillo y doy la primera calada que me hace querer destrozar todo a mi alrededor y salir corriendo en busca de ella. Maldición. Sin poder evitarlo saco su colgante de mi bolsillo, observo a la piedra esmeralda que tengo en las manos y me es imposible no pensar en sus hermosos ojos que provocaron y siguen provocando tantos desvelos. Pienso en ella otra vez. Suspiro agotado y con una pizca de tristeza al saber que no la tengo conmigo. No está. Cierro los ojos, los aprieto con fuerza y sin dejar de sostener su colgante me pierdo en todos los recuerdos que me mantienen vivo. De pie. Camille se apodera de mi mente por enésima vez y todos los momentos vividos a su lado se recopilan, haciéndome derramar una lágrima amarga que limpio al instante con brusquedad. Ella no está. Debo dejarla ir de una vez por todas. Abro los ojos de repente y aviento el trago de alcohol que se estrella con la pared de madera, el líquido se esparce por el piso y no hago más que maldecirme a mí mismo por ser un puto cobarde y no afrontar las cosas cuando estuve a tiempo. Tal vez si hubiera enfrentado a Eva y hubiera tenido los pantalones para decirle la verdad a Camille ella no se hubiera ido. Me odiaría pero estaría aquí. Ahora ella hizo su vida lejos de mí y no puedo culparla porque yo nunca le hice ningún bien. Pero la amé y la sigo amando. Y no hay nada que me desgarre el alma que saber que la amé demasiado tarde, ella ya no quiso luchar por nosotros y la entiendo. ¿Quién lucharía por mi después de todo? El hecho de merecer mi condena no lo hace más llevadero porque siempre me veo anhelando regresar el tiempo a donde ella era mía, en donde la maldad aún no nos alcanzaba y podíamos ser felices por escasos momentos que se convirtieron en todo para mí. Porque ahora no tengo nada. No la tengo a ella.
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