Camille
Han pasado cuatro días desde mi última conversación con Sam, las cosas han estado un poco tensas entre nosotras y eso se debe a que ella no fue sincera conmigo y sigo esperando a que se anime a contarme, pero no lo hace.
Por otro lado, sumándole otra cosa a la lista de preocupaciones está mi padre, aún sigue hospitalizado pero ya hay una mejoría en su estado de salud. No me he atrevido a llamarlo, no sé qué decirle. Han pasado años sin hablar y nuestra relación está completamente rota. Siento que ya no tenemos reparación. Y tal vez todavía no puedo perdonarlo...no quiero hacerlo.
Sé que debería visitarlo, intentar enmendar las cosas pero no me atrevo. Aún sigo analizando las cosas a fondo. De todas formas tendré que regresar a Seattle en dos semanas. Ya todo está listo para la galería de arte y no puedo cancelarla. Debo estar ahí y aunque las dudas vuelvan a carcomerme no hay vuelta atrás.
Mi regreso a Seattle es inevitable.
Meto la llave y arranco el motor del auto que me lleva a mi estudio de fotografía situado en Francia. Divago por las calles sin dejar de detallar el mismo camino de siempre, todo luce tan normal y tan familiar, he pasado un poco más de tres años aquí y se ha convertido en mi hogar.
No tardo ni quince minutos en llegar a mi lugar de trabajo, estaciono el auto y diviso el estudio del cual soy dueña, salgo y empiezo a caminar rápidamente adentrándome al lugar que se encuentra lleno al ser un día importante. Jessica, mi asistente, me recibe con una sonrisa radiante y un café en las manos que acepto gustosa.
—Gracias —le susurro caminando hacia dónde tiene el montaje para una sesión que tengo programada por el momento.
No acostumbro a tomar fotos a personas ni tampoco es algo que me guste, pero varias agencias me solicitan desde hace un año y yo necesito ingresos para mantener este lugar a flote y poder pagar a mis empleados. Esto es una ayuda que no puedo rechazar así que acepté fotografiar modelos aunque lo que más me apasiona son los paisajes.
Le doy un sorbo a mi café y lo dejo en la barra, sujeto mi cabello en un moño alto y despeinado mientras me acerco a tomar mi cámara. La iluminación está lista, le dan unos últimos retoques a la modelo que no deja de hacer muecas de disgusto.
Contengo mi respiración unos segundos y después exhalo con fuerza calmando mis muslos para poder realizar mi trabajo, me concentro en la persona que tengo enfrente y le dedico una sonrisa de boca cerrada a la hermosa mujer pelirroja, modelando calzado para una compañía importante aquí en Francia.
Ajusto mi cámara y la acerco a mi rostro tratando de encontrar el mejor ángulo de la modelo. Tomo un largo respiro y lo sostengo para no arruinar la fotografía, ella se mantiene intacta en su posición y no dudo en soltar mi dedo para hacer el click que toma la fotografía.
Una oleada de relajación me embarga mientras hago varias fotografías en diferentes posiciones, de vez en cuando cambian el calzado y le retocan su maquillaje. Puedo decir que mi equipo es el mejor y el montaje creado va perfecto para la ocasión.
Al cabo de tres atareadas horas damos por terminada la sesión fotográfica, dejo mi cámara en el mismo lugar de siempre y me encamino a mi oficina en la planta alta del edificio, después de pedirle a mi equipo de trabajo que se encargue de dejar todo como estaba.
Entro y cierro la puerta con seguro, no quiero que nadie me moleste aunque sea por unos minutos. Me adentro y me siento en mi silla giratoria, cerrando los ojos para poder descansar, apoyo mis codos en el escritorio y suelto una larga bocanada de aire, cuando los vuelvo a abrir, suelto un jadeo de sorpresa al ver a la persona que yace sentada en mi sillón.
Su sonrisa burlona me trae recuerdos que todavía siguen siendo dolorosos y no puedo evitar que la melancolía me embargue. Tanto tiempo sin verlo, dos años para ser exactos.
Aclaro mi garganta, carraspeando mientras tomo una bocanada de aire.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunto confundida y extrañada a la vez.
Él se levanta del sillón donde se encuentra y toma asiento en una de las sillas que tengo enfrente de mi escritorio.
—¿Así es cómo me recibes después de tanto tiempo sin vernos? —esboza una sonrisa arrogante y solo me tenso, desconozco de sus intenciones y de la razón de su visita, pero mentiría si dijera que no me intriga—. ¿Dónde han quedado tus modales, linda? —se hace el chistoso. Sin embargo, la situación no me está divirtiendo en absoluto.
Me estresa no tener las cosas bajo mi control.
—¿Me dirás que haces en mi oficina? —le vuelvo a preguntar de manera seria, esta vez esperando una respuesta sensata de su parte.
—Eres muy buena en lo que haces, te estuve observando por horas y tus fotografías son excelentes —me hace un cumplido, dedicándome esa sonrisa de suficiencia cómo lo hizo tantas veces en el pasado—. Lograste lo que te propusiste sin ayuda de nadie —menciona lo último apoyando sus manos en el escritorio, inclinándose hacia delante para detallarme mejor.
La tensión en el lugar es palpable y el hecho de que no responda mis preguntas me frustra.
—¡Leonardo! —uso un tono amenazante y sus labios se curvan en un gesto que expresa su diversión—. ¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le pregunto, perdiendo la poca paciencia que tengo.
Él me sonríe con cortesía y solo hago una mueca de disgusto, lo veo tomar una bocanada de aire y contengo el aire sin saber porqué lo hago.
—Necesitamos hablar —dice en tono crítico.
Me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a decir, no entiendo qué hace aquí pero me imagino que si vino desde Seattle debe ser importante.
—Te escucho —lo insto a que continúe y lo escucho carraspear.
—Vine por Alexander —admite y algo en mi se revuelve por la mención de su nombre. Es pasado, Camille—. Él es mi mejor amigo y mi deber como su mano derecha es velar por sus intereses.
La rabia reemplaza a los nervios y le regalo una mirada fría por venir aquí y hablar de su mierda de amigo que sigue apareciéndose en mi vida aunque hayan pasado años desde la última vez que nos vimos.
—¿Y yo qué papel juego en esto? —le reprocho, enojada—, desde hace tres años que me divorcié y sinceramente no entiendo qué diablos haces aquí hablándome de él —suelto lo último con amargura. Leonardo me observa apenado, pero no le tomo importancia.
Ya desató mi furia y es que solo basta mencionarlo para encender toda mi rabia y odio contra él.
—Sé lo qué pasó con Alexander y no vine precisamente a hablar de tú divorcio —habla sin dejar de mirarme—, vine porque tú padre ha levantado una denuncia en contra de Alexander y Aarón lo está ayudando a que proceda —me explica la situación y puedo sentir como mis pulmones no reciben el aire suficiente.
¿Demanda? ¿Aarón y mi padre?
Trato de pensar con la cabeza fría pero me es imposible, no entiendo porque mi padre demandaría a Alexander y tampoco entiendo porque mierda Aarón lo está ayudando a que proceda.
Sin poder evitarlo, la conversación que tuve con Aarón hace apenas unos días se me viene a la cabeza y suelto un resoplido, tratando de reunir las piezas de este rompecabezas.
—¿Por qué lo está denunciando? —pregunto intrigada. Leonardo me regala una mirada cargada de emoción que me cuesta demasiado descifrar.
—Por abuso de poder o autoridad, como tú lo quieras llamar —la situación empeora—, tú padre acusa a Alexander por abusar de su poder y quitarle sus acciones en la empresa de manera ilegal —suelto un suspiro agotada al tiempo que cierro mis ojos sin poder creer lo que está pasando.
Dejo pasar unos segundos para después tomar una bocanada de aire y concentrarme en lo que importa.
—¿Y eso es verdad? —me atrevo a cuestionar lo que ha dicho, Leonardo pierde el color de su rostro. Se queda perplejo—, ¿él le quitó a mi padre sus acciones de manera ilegal? —insisto porque necesito saberlo, necesito saber si él se atrevió a hacerle eso a mi padre.
O tal vez necesito otra razón para odiarlo aún más.
—¿Tan poco lo conoces? —pregunta, seriamente ofendido—. Alexander podrá ser lo que tú quieras, Camille, pero él jamás haría una injusticia así. Tu padre hizo malas inversiones en la empresa y él perdió su dinero, su único recurso fue vender las acciones y Alexander las compró anónimamente —sigue explicando la situación y no entiendo porque me alivia saber que no se atrevió a hacer algo tan vil.
No lo hizo y no sé porqué demonios eso me da tranquilidad.
—¿Y esto cómo me involucra? —le pregunto para desviar la tensión y mis pensamientos—, estos son problemas entre mi padre y él, no me metas en algo que yo no hice —la mirada de Leonardo decae en mí, puedo ver su preocupación.
—Tengo la certeza de que Aarón está empeñado en destruir la reputación de Alexander —suelta con seriedad, suena seguro de lo que dice—, por eso decidió ayudar a tu padre a manchar su nombre sabiendo que Alexander compró esas acciones de manera legal. Él sabe que tú padre es el único culpable de lo que está pasando —me deja saber y por alguna razón siento una oleada de enojo en contra de Aarón.
No entiendo porque diablos está haciendo esto. ¿Por qué se involucra en problemas que no le incumben?
Él no es así.
No creo que Aarón sea capaz de ayudar a mi padre sabiendo que "él" no ha hecho nada ilegal. Aarón tiene buen corazón y tal vez mi padre lo está usando para confabular en su contra. Si, eso tiene que ser.
—Aarón no haría algo tan bajo para arruinar su reputación —lo defiendo con seguridad, a lo cual el me observa curioso—, lo conozco muy bien y sé que jamás apoyaría a mi padre si él supiera esto —me convenzo a mi misma de lo que estoy diciendo es verdad porque conozco a Aarón y quiero creer que él no haría esto.
—Sabes que si lo haría y tú y yo sabemos el porqué, Camille —usa un tono burlesco que me eriza la piel—, así que solo vengo a dejarte saber que procederemos legalmente en contra de tu padre y existe la posibilidad de que vaya a la cárcel por falsas acusaciones y difamación en contra de Alexander. Tú novio también podría salir perjudicado —sus palabras son claras y me dejan sin poder respirar, mis manos comienzan a sudar y se me hace imposible apartar la mirada de Leonardo.
Nadie sabe de mi relación con Aarón pero él sí.
¿Él también lo sabrá?
No, y si lo supiera qué más da, es mi vida y no le debo explicaciones a absolutamente nadie. Mucho menos a alguien como él.
—No vengas a amenazarme a mí lugar de trabajo —le advierto enojada—, las acciones de Aarón y mi padre no me incumben en absoluto y te voy a pedir de la manera más amable que nunca más vuelvas a molestarme con problemas que no son míos —pido tratando de controlar mi enojo, no quiero pelear con él.
Siempre quieren embarrarme en los problemas de los demás. Después tendré una conversación seria con Aarón.
—Está bien, solo quería avisarte —asiente y le hago señas para que se vaya antes de que explote y me derrumbe, no quiero hacerlo enfrente de Leonardo.
Se levanta de su asiento y yo hago lo mismo para despedirle, no camina hacia la puerta sino hacia donde estoy yo. Se para a unos centímetros de mí y me mira con una sonrisa ladeada.
—Ya que pusimos las cartas sobre la mesa, déjame despedirme de ti de una manera adecuada —sin que pueda responderle me envuelve en un abrazo y yo también lo hago. Leonardo siempre fue buena persona conmigo y a él no le guardo ningún rencor.
Rodeo su cuerpo con mis brazos y lo estrecho contra mi pecho dejándome invadir por su aroma a fragancia cara, una oleada de sentimentalismo recorre todo mi ser pero la ignoro intentando mantenerme firme.
Tras unos segundos se separa de mí y nos miramos fijamente, trayendo a mi mente escasos recuerdos.
Me dedica una cálida sonrisa y acorta nuestra distancia dejando un largo beso en mi frente. Por alguna razón su acción no me molesta en absoluto, al contrario, es como si necesitara un beso así, más allá del gusto o la atracción que no siento. Con Leonardo es diferente, me hace sentir protegida, como si fuera un amigo o el hermano que nunca tuve. La sensación es extraña pero me gusta porque sé que puedo confiar en él.
—Es algo que quería hacer desde hace tiempo —me sonríe con diversión y asiento contenta tratando de ocultar mi sorpresa—, no le tomes mucha importancia, linda. No me casaré contigo después de un beso —bromea conteniendo su risa y logra sacarme una sonrisa sincera.
No había sonreído así desde hace tiempo y lo necesitaba.
—Tranquilo, tampoco me quedan muchas ganas de volver a casarme —le respondo con el mismo tono burlesco, escondiendo la melancolía que me avasalla.
—Te extrañe, linda —susurra, suavizando su voz.
—Yo también, Leonardo —confieso con una sonrisa—, ha pasado mucho tiempo.
—Demasiado —reitera—, ¿has pensado en regresar? —su pregunta me toma desprevenida, haciendo que mi cuerpo se tense más de lo debido.
—Si —le contesto con sinceridad—, de hecho, lo haré en unas semanas —no sé porque se lo digo, pero me observa con tristeza, como si quisiera decirme algo y no pudiera. Sus ojos y sus facciones son tan expresivas que me resulta fácil leerlo.
—¿Estas lista? —pregunta y sé exactamente a lo que se refiere.
Lo estoy.
—Ya pasaron tres años, Leonardo. Ya estoy lista para volver —aseguro aunque por dentro he perdido la valentía que sentía hace unas semanas—, regresaré a Seattle y por el momento me gustaría que esta conversación se quedará entre nosotros —pido mirándolo fijamente, en modo de advertencia.
Sabe a lo que me refiero. Él se limita a asentir y me dedica una leve sonrisa que no llega a sus ojos.
—Así será, linda —no le creo pero no se lo digo, sé que su lealtad está con él al ser su mejor amigo.
Nos volvemos a abrazar rápidamente y él toma sus cosas para después salir por la puerta dejándome en shock por todo lo que ha pasado. Vuelvo a sentarme de nuevo en mi silla y decido enfocarme en mi trabajo. Su beso fue demasiado tierno y cálido, como si estuviera alegre de verme y yo también puedo decir lo mismo.
Me alegra ver a Leonardo después de tanto en su día fue un apoyo moral cuando sucedió lo de Eva y siento que tenemos un vínculo de confianza por lo tanto, me emociona volver a reunirme con, él aunque hubiera deseado que nuestro encuentro fuera diferente. No hablando de fantasmas del pasado.
Termino el trabajo restante, tratando de evadir mis pensamientos que no son nada saludables en este momento, no entiendo muchas cosas y ahora todo se volvió tan confuso. Sólo busco paz, no me interesa revivir fantasmas de mi pasado que no hacen más que empañar mi presente, aunque en el fondo sé que en algún momento tengo que hacerlo.
No quiero porque sé que no merecen la pena, pero ya ha pasado mucho tiempo. Mi padre no se merece mi cariño ni mi preocupación pero aun así no puedo apagar esos sentimientos que gobiernan en mi interior, quiero saber como está aunque no me atreva a llamarle o visitarle.
Quizás y solo quizás sea el momento de enfrentarme a él y seguir con mi vida como he hecho hasta ahora, tengo muy claro que mi padre es una herida que nunca cicatrizará pero necesito un respiro y quizás si hablo con él y me dice que lo siente pueda seguir adelante. No puedo seguir así, necesito ser fuerte y volver a lo que he estado huyendo.
Necesito cerrar este ciclo con mi padre.
Decido tomar un descanso y estiro mis manos para relajar mi cuerpo, me quedo en la misma posición unos minutos y un resoplido lleno de melancolía sale de mis labios. Estoy lista para regresar, lo estoy y ya no hay marcha atrás.
Empiezo a marcar los números que grabé de memoria, en mi teléfono, llamando a la única persona que puede ayudarme en estos momentos, después de unos segundos su voz áspera invade mis oídos y me hace suspirar entristecida, llenándome de recuerdos.
—¿Camille? —pregunta inseguro y siento que vuelvo a respirar después de tantos días.
—Daniel, soy yo —le dejo saber y puede oír cómo suspira relajado—, necesito tu ayuda, es urgente.
Lo escucho dudar por unos segundos.
—Dime que es lo que necesitas —accede—, te ayudaré, pequeñuela —sonrío ante el apodo que me puso hace unos años y que aún sigue usando.
—Quiero que averigües dónde está hospitalizado mi padre —suelto de repente y puedo oír cómo se queda sin voz ante mi inesperada petición.
Me conoce demasiado bien y sé que está dudando, él sabe lo qué pasó con mi padre.
—¿Estás segura? —pregunta dudoso—, tú padre no es alguien a quien quieras ver en estos momentos.
El modo en que dice aquellas palabras me deja pensativa, sé que no lo he visto en tres años pero no puede ser tan malo, ¿no?
Me deshago de esos pensamientos y decido ignorar mis corazonadas.
—Estoy completamente segura, Daniel. Investiga en qué hospital se encuentra, por favor —le pido en un susurro tratando de ignorar esa vocecita que me dice que estoy cometiendo un grave error—, y prepara tu mejor ropa para recibirme —bromeo con él y puedo escucharlo resoplar sorprendido. No esperaba que le dijera eso, pero no podía ocultarle algo tan grande como mi regreso.
En especial a él.
—¿Regresas? —lo dice sin poder creerlo.
Cierro mis ojos tratando de relajarme mientras tomo un gran respiro antes de contestar.
—Si, Daniel —confirmo—, regreso a Seattle.
Y realmente espero no arrepentirme.