Capítulo XXXII

2898 Words
Camille —¿Por qué diablos has regresado a mi vida, eh? —inquiero otra vez, furiosa. Lo veo tensar los labios en un intento de reprimir una sonrisa, como si realmente estuviera conteniendo su diversión. Y el hecho de que sus ojos verdes brillen con tanta intensidad me enfurece todavía más, no logro comprender que es lo que le hace tanta gracia. —Ya te lo dije antes, preciosa, he regresado porque te quiero a ti —acorta nuestra distancia dando dos grandes zancadas; mi respiración se queda estancada dentro de mi pecho al percatarme de sus intenciones—, y eso no es algo que esté en discusión. Deberías empezar a hacerte la idea de que nunca me iré. Pongo los ojos en blanco e inspiro hondo mientras me repito mentalmente que en serio debí haber hecho algo muy malo en mi vida pasada para estar pagando esto con creces. Ni siquiera tengo la mínima idea de que hace él aquí. —¡Pues que lástima me da por ti! ¡Ahora soy yo la que no quiero tener nada que ver contigo nunca más! —Le grito, con un tono más alto y frustrante que de costumbre. Estoy perdiendo los estribos. La cordura. Sin embargo, no se muestra afectado por mis palabras. Rueda los ojos en mi dirección, aparentemente divertido por mi actitud. —¿Acaso me estás mintiendo, Camille? Aprieto los labios, dirigiéndole una mirada de recelo. —No, no estoy mintiendo. —Yo creo que sí, me resulta difícil creerme cada palabra negativa que sale de tu linda boca. Se me escapa una especie de sonido lleno de frustración, que sólo le hace lanzar un suspiro al aire, luce impacientado. Quizá impotente. Opto por suspirar, queriendo detener el cosquilleo que avasalla mi estómago. Entonces, sin siquiera dudarlo, empieza a deshacerse de la cazadora de cuero que lleva puesta para después repetir la misma acción con su camisa blanca mientras sus ojos desorbitados permanecen clavados en los míos. Le miro incrédula. Con los ojos muy abiertos. Trago saliva, confundida de por qué hace eso delante de mí. ¿Qué demonios está pasando? No entiendo absolutamente nada. —¡¿Me puedes explicar qué diablos estás haciendo?! —Mi voz suena demasiado desesperada, empiezo a entrar en pánico. Él no se detiene ante la advertencia en mis palabras y sigue desabrochándose la camisa—. ¡Alexander, joder! ¡Basta! Él se ríe. Despreocupado. Parece no importarle en lo mínimo mi reacción de perplejidad y pánico. —Voy a demostrarte lo mal mentirosa que eres —dice, con la voz ronca y llena de promesas pecaminosas que me producen un segundo cosquilleo en el estómago. Parpadeo, incapaz de pensar o respirar. Me paso una mano por la cara, una oleada de calor invade mi cuerpo entero cuando dejo que mis ojos se paseen por sus abdominales ahora expuestos, repletos de esa tinta negra, descendiendo hasta su entrepierna donde se encuentra un bulto demasiado visible. Joder. Tengo que detener esta locura. Si, eso debo hacer. Necesito pedirle que se vaya. Porque ni siquiera sé cómo entró a mi habitación. En un rápido movimiento me alejo de él y sin más vacilaciones recojo su cazadora y la camisa del suelo y se las arrojo a su bello y cincelado rostro, que me mira satisfecho por mi inmadura e improvisada reacción. —¡Sal de mi puta habitación, pervertido! —comienzo a perder los estribos y la cordura, temiendo el inmenso deseo que empieza a acumularse entre mis piernas. —Me encanta cuando peleas conmigo. Me excita como no tienes una idea, preciosa —murmura con voz grave y casi pretenciosa. Sacudo la cabeza, perpleja. ¿Quién diablos se cree este hombre? Esto no va a pasar. No puede pasar. Dios mío, creo que me estoy volviendo loca. —¿Sabes lo que a mí realmente me excita? —Digo en su lugar, él no responde, sólo levanta una de sus cejas incitándome con una sonrisa traviesa a continuar—, ver tu cara toda magullada por mis golpes. Se vuelve a reír. Las esquinas de sus ojos se suavizan. Parece tranquilo en comparación conmigo, que estoy en medio de un colapso. —Oh, nena, no sabía que tenías ese tipo de fetiches —suelta en un gruñido bajo y rasposo, con la mirada ensombrecida; mi sangre comienza a hervir—, pero estoy abierto a cualquier cosa que desees enseñarme. Puedo ser un buen alumno por ti. Siempre he aprendido rápido. Finalmente dejo escapar un chillido de exasperación. Pierdo la cabeza. A lo grande. No entiendo que es lo que sucede. —¡Deja de tergiversar mis palabras! —exclamo, perdiendo cualquier gramo de cordura que haya tenido antes—. Ya no te quiero, joder. No. Te. Quiero. ¿Es tan difícil de entender para ti? —La frustración me invade. Todas mis emociones a flor de piel. Me está jodiendo. Niega despacio mientras se acerca unos cuantos pasos hacia mí, seguro de sus movimientos. Mi cuerpo se tensa en respuesta y por precaución, comienzo a retroceder. Pero eso no sirve de nada porque su altura me encoge todavía más. No puedo escapar. —¿Y si eso es cierto por qué estás temblando? —evidencia con una sonrisa arrogante. Me apresuro a negarlo. —¿Q-qué? No estoy temblando. —Sí, lo estás —dice al tiempo que extiende su mano y me roza ambos hombros con la yema de los dedos. El vello de mi cuerpo se estremece ante el calor que encierra su tacto—. Mírate ahora mismo. ¿Por qué insistes en mentirme cuando sabes que los dos queremos lo mismo? Si quieres que me crea tus mentiras deberías esforzarte un poco más —increpa con absoluto descaro; su voz cambia a un tono convincente y engreído. Tan difícil de resistir. Ansiosa, muerdo mi labio inferior, deseando con todas mis fuerzas poder resistirme a la tentación que tengo frente a mi. Sus ojos entrecerrados me miran con un profundo deseo que me sacude las entrañas. Siento que no puedo llevar oxígeno a mis pulmones. Mi juicio se nubla por completo. Me resulta imposible volver a pensar con claridad y apartarlo de una vez por todas. —Détente. —¿Por qué? —No quiero esto —digo, poco convencida. Me tiembla la voz. —Aprende a mentir mejor, preciosa —se inclina hacia delante y puedo sentir su cálido aliento contra mis mejillas, trago grueso con dificultad, abrumada por las emociones que emergen dentro de mí al sentirlo tan cerca. Él lo nota. Una pequeña sonrisa victoriosa se asoma en su rostro y entonces comienza a recorrer lentamente el contorno de mis labios con su cálida lengua, atesorando cada segundo como si fuera a desaparecer en cualquier momento, casi parece una dulce tortura. Y en ese instante pierdo el control. La piel me arde a consecuencia mientras la tensión se dispara por las nubes. —Por favor... —No sé lo que le estoy pidiendo, lo que quiero. Pero parece que él sí lo sabe porque me vuelve a sonreír y siento el corazón martilleándome contra la caja torácica. —¿Qué es lo que realmente quieres? —Me pregunta con voz ronca, lúgubre—. Dilo, Camille —ahora me exige, su tono es incuestionable. Siento que mis piernas empiezan a flaquear. —Creo que a ti... —revelo con desconfianza. Mi respiración demasiado agitada. Frunce el ceño. —¿Lo crees? ¿No estás segura de esto? Abro la boca y la vuelvo a cerrar, sin saber qué decir. Cómo reaccionar ante su presencia. Él por el contrario, no parece molesto por mi falta de respuesta. Incluso diría que está más tranquilo que antes. —No lo sé —consigo murmurar—, sé que me arrepentiré. Siento que su cuerpo se pone rígido, instintivamente contengo la respiración sin saber qué más esperar de él y, de repente, me rodea la cintura con sus grandes brazos, lo que me hace perder toda la concentración. Solo puedo pensar en lo bien que huele, desprendiendo el mismo aroma a menta que hace que mis barreras se derrumben a mis pies. —No lo harás. Lo miro sintiendo un torbellino de emociones agitándose en mi pecho. —Esto no está bien. Deberíamos detener esta locura. —Yo opino distinto. —Alexander... —Sólo déjame recordarte por qué es que encajamos tan bien juntos —es todo lo que dice antes de sellar vehemente sus labios contra los míos, sin ningún previo aviso, porque sabe con certeza que si me deja detallar la situación a fondo, no dejaré que se acerque a mí. Todo lo que quise negar regresa de golpe. Nuestros labios vuelven a colisionar de nuevo, arrasando con el último gramo de racionalidad que conservo, porque el deseo que me consume se apodera por completo de mí cuando su boca explora la mía con tanta pasión que me deja sin aliento, sin cordura. Y aunque la confusión y las dudas que rondan por mi cabeza quieren resurgir, realmente no puedo analizar lo que me pasa cuando sus apasionados besos son lo único en lo que puedo y quiero pensar. Porque inevitablemente vuelvo a arder. Por sentir todo ese abismo de emociones. Ardo con él y con todo el deseo que siento dentro de mi cuerpo. Ese deseo que por más que lo intente, no se extingue. No se molesta en perder el tiempo cuando sus manos están sobre mí, deshaciéndose del camisón delicado que me cubre, dejándome expuesta en mi fina ropa interior de algodón. Lo siento gruñir de excitación mientras sus grandes manos amasan mis pechos arrancándome un grito mezclado de placer y dolor. El corazón me late muy deprisa. Cuando por fin consigue dejar de besarme, lo miro directamente a esos ojos verdes que me estremecen. Siento el pecho a punto de estallar de emoción. De intensidad. —Esto es un error, Alexander, un jodido error —suelto, todavía intentando recuperar el aliento. Mi maldita cordura. Él asiente sin darle mucha importancia. Luego sonríe y yo me pongo nerviosa como una adolescente que no sabe gestionar sus emociones. ¿Qué sucede conmigo? Estoy lejos de saber la respuesta. —Entonces hagamos que este error valga la pena. Y vuelve a abalanzarse sobre mí. No me deja pensarlo, no me permite arrepentirme, me besa tan fuerte que olvido todas las razones por las que no debería dejarle entrar en mi vida. Y caigo en su trampa, dejo que se aproveche de mi falta de voluntad, de mi corazón que aún se niega a olvidarle. Me acaricia con suma necesidad. Atesorando cada rincón de mi cuerpo que aclama volver a sentir su toque. Mis oídos registran sus jadeos ahogados mientras me lleva a la cima del clímax con un par de dedos. Una capa de sudor adorna mi frente a medida que intento recuperar el aliento, en espera de todo lo que tiene para darme. Ambos caemos sobre la cama mientras sus ásperas manos recorren mi cuerpo ahora desnudo, sintiendo cada parte de mí. Reconociéndola. Y puedo jurar que es la sensación más increíble. Pero eso no quita que mis emociones estén tan enredadas que no sé qué más hacer. Así que le dejo que tome la iniciativa. Que él haga todo lo que yo no me atrevo a hacer. —Joder, no sabes lo mucho que te he echado de menos, preciosa —gime contra mi boca, la desesperación palpable en su voz; siento mi corazón derretirse—, lo mucho que extrañaba sentir tu cuerpo desnudo junto al mío. Tenerte gimiendo debajo de mí. Mis pensamientos racionales se vuelven borrosos al sentir su gran erección contra mi vientre. Y aunque lo niego, me siento bien al tenerlo de nuevo. Incluso sabiendo que no debería. —Por favor, no hables más, no lo estropees —le digo, más bien le suplico, negándome a siquiera considerar el error que estoy cometiendo y del que me arrepentiré tarde o temprano. Me hace caso. Ya no habla más y sólo se centra en mi cuerpo expuesto ante él, me toca por todas partes aunque sus huellas me quemen la piel, porque sus caricias me producen el mismo placer excitante que me hace olvidar todo mi racionamiento. Gimo más fuerte cuando se entierra dentro de mí con excesiva vehemencia, le clavo las uñas en la espalda de manera salvaje, necesitando una jodida distracción mientras me permito volver perderme a mí misma en él. En su oscuridad. En sus demonios. Porque todo parece demasiado bueno para ser real... De repente abro los ojos, despierto con el corazón latiéndome a mil por hora y con mi cuerpo bañado en sudor. Mi temperatura corporal se encuentra por los cielos. Estoy hirviendo. La piel me escuece: Siento mi garganta demasiado seca y rasposa. Apenas puedo respirar con regularidad sin sentir que estoy a punto de colapsar. Todavía en un estado de shock, me enderezo sobre la cama mientras me llevo una mano a la frente para asegurarme si no he amanecido con una fiebre, que tal vez he estado delirando, porque es mucho más fácil y menos humillante echarle la culpa a una enfermedad que aceptar lo que acaba de suceder. En serio estoy intentando procesar todo lo indebido que ha pasado en mi sueño... sí, un puto sueño con él. Ese maldito demonio de ojos verdes que lastimosamente sigue atormentándome. ¡¡Aghhh!! Juro que lo odio tanto. ¿Por qué tuvo que volver a aparecer en mi vida y ponerla de cabeza? La frustración se apodera de mí al sentir la humedad entre mis piernas extendiéndose a mis muslos. No importa cuanto intente hacerme creer lo contrario, el fondo sé que no es sudor. No cuando acabo de tener un sueño húmedo con mi ex esposo. Estoy perdiendo la calma y eso no va a pasar. No dejaré que se meta en mi cabeza. No dejaré que me afecte. Él está en el pasado. Todo está en el pasado y ahí es donde se va a quedar. Irritada conmigo misma, me deshago de la sabana que me cubre, me levanto de la cama, me quito la ropa y rápidamente me meto en la ducha, donde paso varios minutos con la regadera abierta dejando que las frías gotas de agua toquen mi piel y se lleven los pensamientos insanos y esas fantasías absurdas. El agua fría no ayuda mucho porque cuando cierros los ojos lo único que veo es a él. Sus ojos endemoniadamente verdes. Sus labios exigentes sobre mi piel. Sus ásperas manos recorriendo todos los rincones de mi cuerpo. Si, efectivamente el agua no ayuda en nada. Vuelvo a soltar un suspiro nada alentador mientras me llevo las manos a la cara y maldigo su nombre por enésima ocasión, porque siento que estoy cayendo en un abismo del cual nunca podré salir. Una vez termino de ducharme, vuelvo a mi dormitorio y me dirijo a mi armario. Cojo unas cuantas prendas de ropa y hago diferentes conjuntos con ellas mientras me miro al espejo, intentando encontrar un buen conjunto, ya que por alguna razón quiero estar presentable en mi primer trabajo con "Señor, demonio" No estoy dispuesta a dejarme vencer por él, que está muy seguro de sí mismo porque cree que ha ganado la partida, pero le haré arrepentirse de haberme metido en su empresa. Le haré la vida imposible. No seré la única que sufra. El primer conjunto que me pongo es bonito pero no me convence demasiado, el segundo es demasiado llamativo para mi gusto, el tercero me parece fuera de lugar y no es como algo que me pondría a diario...pero aun así me gusta. Al sexto conjunto, dejo escapar un resoplido sin saber por qué estoy tan nerviosa, no debería estarlo, es un día normal, sólo se trata de mi primer día en mi nuevo trabajo. ¿Qué es lo que podría salir mal? Todo. Exacto, absolutamente todo. Cierro los ojos un momento mientras me repito que todo va a salir bien. Ya no hay necesidad de entrar en pánico. No tiene el poder de destruirme. Tengo que darme más crédito. Después de darle varias vueltas al asunto y de incontables cambios de ropa, opto por llevar el primer conjunto que había elegido, tal vez he perdido el tiempo probándome lo demás pero estoy tan nerviosa que siento un vacío en la boca del estómago, y necesito hacer algo para distraerme del hecho de que estoy a punto de volver a verlo después de mi bochornoso sueño. Los flashbacks de lo sucedido golpean mi mente y siento que me arde la cara al recordar hasta el último detalle de ese sueño. Sacudo la cabeza al tiempo que me acerco al enorme espejo que yace en mi habitación y observo mi figura durante más tiempo de lo habitual para asegurarme de que estoy presentable. Creo que si lo he logrado. Al cabo de unos segundos, vuelvo a mi tocador y me siento en el redondo de terciopelo mientras decido qué hacer con mi cabello húmedo. Y así paso el resto del tiempo que me queda libre en la comodidad de mi hogar, preparándome mentalmente para trabajar y convivir con la única persona en el mundo que no quisiera tener cerca nunca más. Aunque mi subconsciente y mis sueños digan lo contrario.
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