Capítulo XXXI

4965 Words
Antes de que comiencen a leer me siento con la necesidad de aclarar que no soy ninguna experta en el tema que se discutirá. Dejo muy claro que puede haber inconsistencias en lo discutido. Tampoco estoy incitando a imitar nada de lo leído. Recuerden que esta es una historia ficticia y mi intención no es ofender a ninguna persona, independientemente de sus opiniones o ideologías. Este es un espacio donde se respetan las opiniones ajenas siempre y cuando, no se sean opresivas o ofendan a otros individuos. Dicho esto, espero que disfruten la lectura. Alexander Llevo los dedos a mis labios y cierro los ojos reviviendo por enésima vez el recuerdo de su dulce boca sobre la mía, el movimiento de sus labios avasallando los míos, su posesiva lengua invadiendo cada rincón, quemando hasta la última fibra de mi cuerpo. Su dulce sabor prevalece en mi papilas gustativas por más tiempo de lo esperado y no hay nada que pueda sacarme el deseo y la necesidad de tenerla junto a mí, volver a hacerla mía como algún lo fue...y que espero vuelva a ser, ya que siento que la esperanza albergada se extingue con cada día qué pasa. Me recuesto en la silla de cuero y hecho la cabeza hacia atrás, estiro las piernas hacia el frente y un resoplido cargado de hastío se escapa de mis labios cuando una sensación asfixiante se clava en mi pecho. No puedo evitar que la melancolía me embargue cada que la tengo cerca de mí y no puedo hacer más que ver lo que dejé ir por cobarde. No tuve los pantalones suficientes para admitir todas mis equivocaciones y ahora estoy drenado por no poder enmendar los errores cometidos en el pasado. Quiero volver a tenerla como antes. No quería perder el tiempo jugando y aquí estoy, tres años después, siendo el hombre más miserable del planeta y sin la mujer que conseguía alegrar mis días. Estoy furioso y mi paciencia se agota. Es mi maldita culpa y lo tengo muy presente, pero no puedo evitar lamentar no haber hecho lo suficiente para mantenerla a mi lado. El único lugar al que ella pertenece. Si tan solo hubiese dicho la verdad. Si tan solo le hubiese contado la duda que me carcomía en ese momento. Debí haberle confesado que mi amor por ella era y es tan verdadero, que sí logró enamorarme como se lo propuso cinco años atrás. La amo demasiado, la tengo metida hasta en los huesos y solo volviendo a nacer podrán borrarla de mí. Si tan solo no hubiese sido un jodido cobarde y hubiese afrontado la situación con Eva. Si tan solo no hubiese tenido miedo a que me odiara. Si tan solo... Ella nunca se hubiese ido. Y yo no la habría perdido. Porque ahora todo se fue a la mierda, toda nuestra felicidad se convirtió en cenizas que después de años, se las llevó el viento. Ella se marchó de mi vida, me resiente por ser el causante de sus problemas y no puedo culparla, sólo tengo que resignarme a verla con otro hombre, tengo que aceptar que sus labios besan otros labios, que sus noches se las regala a él, que le comparte sus sonrisas, esas sonrisas que son mi jodida debilidad, que es él la persona que está para ella en los momentos difíciles, tengo que soportar no ser la persona que ama y eso me está matando... Nunca pensé que llegaría el día en que la vería amando a otro hombre que no fuera yo. Jamás imaginé que algo así ocurriría, pensé que su amor por mí era inquebrantable pero resultó ser tan frágil como ella. No pudo soportar todo. No estaba preparada para amarme y afrontarse a todo lo que eso conllevaba. Y no puedo culparla porque sólo le di razones para no quedarse. Sin embargo, ahora sé que no es una jodida mentira que mi corazón quiso creer al verlos besándose. Lo pude ver en ella, lo ama, sus hermosos ojos lo decían, cada reacción de su cuerpo me lo confirmaba y tuve que utilizar hasta el último gramo de mi autocontrol para no explotar contra Aarón y decirle que lo mataría si le llegase a romper el corazón como algún día yo lo hice. Porque lo va a hacer y eso lo puedo asegurar. La va a lastimar cuando ella se entere que se han burlado de ella todo este maldito tiempo. Se volverá a sentir engañada por las personas que ama y esa es la razón por la que siento ganas de exterminar a Aarón de la faz de la tierra, ya que él solo hecho de imaginar a Camille sufriendo me hace perder la razón. Y por eso no le he dicho nada, Camille no va a sufrir. Me encargaré de que nada ni nadie la lastime otra vez. Porque sé que esa pequeña es hija de ese idiota y el único que no lo sabe es él. Las pruebas que obtuve no mienten y Samantha pronto tendrá que decir la verdad y sincerarse con ella. Todos tendremos que confesar nuestros pecados y cuando eso ocurra, Camille probablemente no querrá volver a ver a ninguno de nosotros. Pero ese es un riesgo que debo correr. Necesito recuperar a Camille antes de decirle la verdad porque necesito asegurarme de que no volverá a dejarme. De nuevo estoy siendo un maldito egoísta con ella pero ya no puedo soportar que se vaya lejos de mí y esta vez agotaré hasta el último recurso para que ella permanezca a mi lado. Porque estoy convencido de que ella fue hecha para mí como yo para ella... Una hora más transcurre, me encuentro en mi oficina con el pecho a punto de explotarme de emoción. Estoy a la espera de cierta mujer que merodea por mi cabeza a sus anchas desde hace cuatro años aproximadamente. Reviso los contratos que tengo sobre mi escritorio y sólo releo las letras escritas, mi cerebro está ausente a todo lo que tenga que ver con mi trabajo porque no puedo concentrarme en nada más que no sea ella. Escucho el tintineo que se produce cuando mis dedos palpan contra la mesa de cristal, el sonido es rítmico y aviva mis ganas de querer salir corriendo tras ella. Mis pensamientos se apilan en fila y cada uno de ellos le pertenecen a una sola persona, que abunda por mi mente como si fuese su hogar y que desde hace tiempo, dejó de molestarme. Deposito los papeles que le encargué a mi asistente desde hace días sobre la carpeta de color n***o, una enorme sonrisa pintada en mis labios, que es resultado de la satisfacción que me sacude el cuerpo al recordar el contenido. Me aflojo el nudo de la corbata de nuevo, siento que no puedo respirar y la sensación se vuelve sofocante en el momento que el teléfono de la oficina suena y sin pensarlo dos veces, lo cojo y le ordeno a mi asistente que le ceda la entrada a la única persona que puede alegrarme el día con su mera presencia. Una oleada de nervios me atacan y tengo que respirar profundamente mientras me repito que debo ocultar el desastre que llevo por dentro. Cinco minutos después, llaman a mi puerta y una sonrisa tira de mis labios al saber de quién se trata. > —Adelante —me acomodo el traje antes de cederle la entrada y entonces la puerta se abre dejándome ver a la mujer que me tiene hecho un jodido lío. Lleva puesto un vestido rojo ajustado que se ciñe a su figura y resalta sus ahora acentuadas curvas. Trago grueso con la oleada de excitación que golpea mi ingle y llevo mi mano a la corbata para cerciorarme de que no esté ajustada porque siento que el aire me comienza a faltar. Sus ojos fisgones entrevén en los míos cuando se percata de mi acción y termina esbozando una media sonrisa que acelera mi maldito pulso. —Qué sorpresa tan inesperada —finjo no saber nada, usando un tono exagerado que la irrita—, pero no por eso menos placentera. Camille arquea una ceja mientras frunce el ceño, y me mira fijamente con esos ojos esmeralda, casi diciéndome, "¿en serio, Alexander?" Me conoce muy bien y de alguna manera eso me hace sentir importante. La miro haciéndome el inocente y dejo que prosiga ya que verla en mi oficina es suficiente para desatar los sentimientos de poseerla de mil maneras. Sacude la cabeza como si quisiera deshacerse de sus propios pensamientos y se aclara la garganta antes de hablar. Mostrándose inquieta pero no insegura. —Vine porque pienso cumplir mi palabra, voy a trabajar para ti —se acerca unos cuantos pasos, no hay nerviosismo de su parte y me tenso a cambio—, sólo estaré aquí tres meses como me pediste y luego tú desaparecerás de mi vida, ¿entendido? —me apunta con el dedo, enarcando una ceja y agoto hasta el último gramo de mi autocontrol para no abalanzarme sobre ella y ponerla sobre mi escritorio para... ¡Maldición! Cierro los ojos unos segundos, sintiéndome asfixiado y me repito que debo tranquilizarme si quiero que mi plan funcione. —¿Directo al grano? —recupero el habla, sin permitir que me intimide—, ¿tienes prisa por irte nuevamente? —hay un timbre de insinuación en mi voz y por la manera en que su cuerpo se tensa, sé que he conseguido dar en el blanco. Le sonrío con arrogancia cuando me mira mordiéndose el labio inferior de manera inconsciente, como tantas veces lo hizo en el pasado, porque aunque suene ilógico, me sigo negando rotundamente a dejarme ver quebrantado ante ella. No puedo hacerlo en este momento. No cuando necesito que vuelva a mi, está loca si piensa que voy a rendirme. Si quiero algo lo consigo y en este momento, para su mala suerte, la quiero a ella. Se pone rígida, sus músculos se contraen y medio asiente, un gesto que demuestra su inseguridad y falta de confianza hacia mí persona. No me ofende en absoluto, pues soy yo, él que fomentó cada una de sus inseguridades en el pasado. —Mentiría si dijera que no —increpa, obviada. Entorno los ojos en su dirección, me encuentro con la incertidumbre agitándose en sus cautivadoras orbes esmeralda, me quedo observándola por más tiempo de lo debido, absorbiendo cada detalle de ella porque siento que siempre vislumbro algo nuevo. Algo que nunca está. —Nunca se te dio bien mentir —le recuerdo. Mi comentario no le hace ninguna gracia. —Un tanto irónico, ¿no lo crees? A ti se te daba a la perfección —devuelve con resentimiento y aprieto la mandíbula, percatándome de sus intenciones. Me lo merezco. Merezco que me diga estas cosas hirientes. Tiene que sacar su dolor y no me importa recibirlo. —Te sorprendería lo bien que se me da mentir, Camille —lo bien que se me dio mentirte cuando te dije que no te amaba...y tú lo creíste tan fácilmente. Mi voz se queda suspendida en el aire con ese pensamiento. Y no lo digo por cobarde. Porque sé que no es el momento indicado. Aún nos falta un camino que recorrer, tiene que volver a confiar en mí como algún día lo hizo. Ella suelta un resoplido y se encoge de hombros, desinteresadamente. —A estas alturas de nuestras vidas nada de ti me sorprende, Alexander. Silencio. Me yergo en mi lugar cuando el silencio se vuelve sofocante, no pienso seguir perdiendo el tiempo y sé perfectamente que si no pongo mi plan en marcha, ella se dará cuenta que todo es un maldito pretexto para tenerla junto a mí y no tardará ni dos segundos en desaparecer de mi vida. Por esa misma razón, me cruzo de brazos y me vuelvo hacia mi escritorio, camino y me siento en la silla de cuero. Mis ojos están puestos sobre ella, quien permanece de pie ante mí, sin bajar la mirada porque al parecer, no la intimido como algún día lo hice. —Dejémonos de tonterías y hablemos de porque estás aquí —me obligo a sonreír, intentando que mi voz salga fría y desinteresada. —Ya era hora. —concuerda con una sonrisa, que sé muy bien, es tan falsa como las razones que le voy a dar para mantenerla a mi lado. Me llevo la mano a la barbilla y reposo dos dedos en mis labios mientras la miro fijamente intentando calmar los latidos erráticos de mi corazón. —Mi empresa es una de las empresas principales que lidera la producción de gas y petróleo en el país, y según la capitalización del mercado, esta sigue aumentando con los años —empiezo—, sin embargo, la presión política y social comienza a afectarme. Soy beneficiario a diversas causas, incluyendo las que apoyan el cambio climático. Por eso mismo, necesito dar inicio a un nuevo proyecto que muestre cuán interesado estoy en el tema —le explico de manera detallada para que pueda entender mi punto de vista. Ella me mira escéptica. —¿No es un poco hipócrita de tu parte? ¿Tener una empresa petrolera y apoyar el cambio climático? —acusa, luciendo un tanto confundida. Sus palabras sólo me hacen sonreír. —Todo depende de la perspectiva en que lo veas —esclarezco—. Las industrias petroleras existían mucho antes de que yo naciera. Y aunque entiendo que parte de mi riqueza proviene de esas empresas, cada año hago donaciones millonarias a organizaciones sin fines de lucro que apoyan el cambio climático. Ella efectúa una mueca. —¿Acaso estás intentando lavar tus culpas morales con dinero? —cuestiona de manera sarcástica. Intento no poner los ojos en blanco. —No, Camille. Intento revertir una pequeña fracción del daño. Se mofa ante mi comentario, como si hubiera dicho algo gracioso. —Pues entonces deberías empezar por cerrar todas tus empresas —comenta sin pensarlo. Cuando se percata de lo que ha dicho, me mira avergonzada. Sus mejillas encendidas. —¿Crees que eso solucionaría el problema? —le pregunto, realmente intrigado por saber lo que piensa al respecto. —No lo sé. No tengo mucho conocimiento acerca del tema. —Mi empresa no es la única empresa petrolera que existe en el mundo, Camille. Aunque llegase a cerrar mis empresas en un futuro, el problema seguiría ahí. No toda la responsabilidad repercute en mi persona. —Aún así, creo podrías hacer más —se sincera—. Todo el mundo sabe que el petróleo contribuye a muchos problemas en el medio ambiente. Y bueno..., puedo entender las críticas que recibes, no habla muy bien de ti que apoyes esta causa cuando lideras una empresa petrolera. Es demasiado hipócrita de tú parte y creo que lo sabes. —Lo sé y entiendo porque piensas eso. Hace una negación con la cabeza. —¿Lo haces, Alexander? —pregunta con detenimiento. —Mucho más de lo que tú crees. —No parece. —¿Eso es lo que tú piensas? —presiono. Ella asiente, despacio. —Si, creo que no lo haces. —¿Y tú si? ¿Apoyas el cambio climático, Camille? —cambio de tema con un propósito en mente, mi pregunta la hace mirarme con desentendimiento. —Creí que ya había quedado más que claro. Una sonrisa se forma en mis labios. —¿Y acaso eres vegana? —inquiero nuevamente. Frunce el ceño a la vez que la confusión interrumpe la expresión de su rostro. —¿A que vienen estas preguntas, Alexander? —la irritación ya es palpable en su voz. —Sólo responde —ordeno. —No, no soy vegana y lo sabes. Claro que lo sé, sé todo de ella, sólo necesito que lo reconozca en voz alta. —Entonces eres igual de hipócrita que yo, preciosa. Parpadea desentendida y aprieta los labios, enojada. —¿Qué? ¡No! Estás mezclando las cosas. —La mayoría de las personas creen que el petróleo es lo único afecta al cambio climático, sin embargo, las estadísticas aseguran que el daño mayor al medio ambiente proviene de las industrias y la ganadería —explico, mi voz tranquila y firme—. El exceso de consumo de carne se ha vuelto un problema en nuestra sociedad pero, ¿yo soy un hipócrita por tener una empresa petrolera y hacer donaciones a organizaciones que apoyan esta causa? Permanece en silencio por unos segundos, procesando toda la información que acabo de decirle. Traga saliva con dificultad para después conectar sus ojos con los míos, mostrándose nerviosa e incluso apenada. —Bueno, entonces creo que eso me convierte en una hipócrita también —dice finalmente al tiempo que lanza un suspiro. —No deberías juzgar nadie sin antes asegurarte de que no tengas una razón por la cual puedan juzgarte a ti también. Sus labios se curvan en una línea recta. —¿Y qué hay de las ganancias que recibes cada año? No puedes negar que tú fortuna sigue multiplicándose gracias al petróleo y el daño que causa también —increpa con más seguridad, incluso a la defensiva. Tomo una inhalación antes de volver a hablar. —No lo voy a negar pero no toda mi fortuna proviene de las industrias petroleras como piensas. —Le dejo saber, ella me mira un tanto sorprendida, en el pasado nunca discutimos sobre todos mis negocios—. El dinero nunca ha sido un motivo para ignorar el problema, sino lo mucho que estas empresas significan para mi padre. Es mi patrimonio después todo, pero también tengo otros negocios de los cuales desconoces, preciosa. Sus ojos se clavan en los míos y puedo ver un destello de desconfianza brillar en ellos. —Mmm —carraspea la garganta—, todos eso negocios de los que hablas... Se queda callada de repente, buscando las palabras indicadas para proseguir. Intento reprimir mi sonrisa. —Sí, son legales, Camille —respondo a su duda. El calor se concentra en sus mejillas. Me mira con expectación y siento unas ganas terribles de besarla en ese instante. —Lo siento, no quería ofenderte —esboza una sonrisa, el rubor adueñándose de sus mejillas. —No lo hiciste —le aseguro—, pero regresando al tema, necesito que entiendas muy bien todo lo que acabamos de discutir. Es importante que lo hagas. Frunce el ceño desentendida, como esperaba que lo hiciera, pero no por eso deja poner atención a las palabras que salen de mi boca. Sentir que vuelvo a ser su centro de atención, después de tantos años, me llena de una emoción jodidamente placentera. —¿Y qué papel juego en todo lo que acabas de decir? —inquiere confundida, mirándome con un deje de inquietud. Sonrío ante su pregunta acertada y apoyo ambas manos en el escritorio. —Aquí entras tú, preciosa —me mira expectante, no aparto la mirada—, tienes exactamente un mes para crear una campaña publicitaria que apoye la reducción de emisiones. Las ganancias recaudadas irán a estas organizaciones y podré controlar parte de la creciente presión política que he estado recibiendo últimamente. La confusión y una mezcla de enojo interrumpe la expresión de su rostro. Sus hombros se tensan al instante. Me mira incrédula y se cruza de brazos, teniendo toda la intención de protestar lo dicho anteriormente. —¿Si sabes que hice una carrera de fotografía no de publicidad? —increpa con obviedad, casi poniendo los ojos en blanco—, me temo que no puedo ayudarte. Dejo escapar una risa burlesca de mi garganta, esperaba que dijera eso, ella sólo se limita a fulminarme con los ojos mientras empuña las manos. —Tú serás la encargada de la imagen de la campaña publicitaria y de todo lo que tenga que ver con las fotografías que serán utilizadas. Además de que sé perfectamente que tienes conocimiento en el área de diseño gráfico —entreabre los labios genuinamente sorprendida por mi afirmación. Puedo ver la confusión plasmada en sus ojos. Sé todo de ti, preciosa. —No sé nada acerca de la publicidad, no puedes darme un trabajo así —protesta enojada al tiempo que cruza los brazos a la altura de su pecho—, sabes perfectamente que no es mi campo laboral y solo me estás enviando directo al fracaso. ¡Me quieres ver humillada! —se frustra, llevándose las manos a su cabello, sin halar de él. Me pongo de pie en segundos, furioso por sus palabras, que son totalmente falsas, suelto un gruñido acompañado de una maldición. Pensé que sería más fácil convencerla. Ya veo que no, sigue desconfiando de mí y no puedo culparla. —No estarás sola, tendrás un equipo experto en publicidad bajo tu mando y además, me tendrás a mí —le reitero queriendo que mi propia mención sea suficiente para callar todas las dudas almacenadas en su cabeza. Permanece en silencio y eso me asusta más de lo que quiero admitir, porque ahora me cuesta demasiado leerla. Sin perder más tiempo, rodeo el escritorio hasta quedar postrado enfrente de ella, que me mira sin perder detalle de lo que hago, esperando que haga un movimiento brusco que la ponga en alerta y le dé la razón de su desconfianza. —No confío en ti —repite entre dientes, cómo si se lo estuviera diciendo a ella misma. Entreveo en su mirada y no encuentro un atisbo de paz, sólo tormento y, esa oscuridad que me ha perseguido por años, destila en su aura. —Lo tengo muy claro, preciosa, pero escúchame y grábate muy bien lo que voy a decir. No admito nada que no sea la perfección y si te estoy confiando esta campaña es porque confío plenamente en tus habilidades. No seas tú la que dude de sí misma —no miento en lo que digo. Una sonrisa de orgullo tira de sus labios, al percatarse del gesto, intenta reprimirla para que no me de cuenta pero es demasiado tarde porque mi corazón empieza a galopar con fuerza. Solo pienso en besarla nuevamente. —¿Y si no puedo hacerla? —aparta la mirada, hay una nota de inseguridad en su voz que me hace estremecer hasta la médula—, soy una fotógrafa que se especializa en la fotografía paisajística y no tengo interés en otra área —menciona, calmada. El sonido de su voz es melodioso. No puedo evitar sorprenderme. —Lo sé. —No me pregunta cómo—. ¿Que hay de la fotografía de retrato? —pregunto con curiosidad. Ella niega con la cabeza. —He hecho algunas sesiones, pero no es mi preferida. —¿Algunas sesiones? —increpo con sarcasmo y a la vez desconfiado, no me creo ese cuento y el conocerla solo me confirma mis dudas. —Claro que si he hecho, pero no lo suficiente para sentirme segura de mis capacidades en esa área —me mira apenada y con las mejillas sonrojadas—, sería diferente si me pidieras que fotografiara diferentes paisajes, pero estamos hablando de una campaña publicitaria para una de las empresas más importantes a nivel internacional. Sonrío ante su comentario y ella me devuelve el gesto, dedicándome una sonrisa perezosa, que la sorprende por igual ya que puedo asegurar que está tratando de no bajar la guardia, lo que consigue acelerar los latidos de mi corazón que cada vez se intensifican porque ella está delante mío. —Eres una profesional ante todo y sé que tienes la capacidad de hacer esta campaña —le aseguro porque así lo creo—, te necesito a ti... Necesito que empieces a tomarlas desde ya, la imagen principal de la campaña seré yo —usando un tono severo, sentencio y ella palidece como si le hubiese plantado una guantada en el estómago. Tarda unos instantes en contestar. Su expresión me demuestra el desagrado que siente. —¿Así que de se eso se trataba todo este tiempo? —no es nada tonta, sospecha de mí, sin embargo, puede detectar la laminilla de decepción en el tono de voz que usa—, estás muy equivocado si piensas que me convertiré en tu fotógrafa personal. No te quiero cerca y eso no es negociable. —Se cruza de brazos mientras inquiere con indignación y me lanza una mirada cargada de rencor que me hace estremecer. Me repito mentalmente que debo respirar profundamente o terminaré echando todo por la borda antes de siquiera empezar. —Ese es el trato, Camille —espeto con frialdad y sin dejar de verla, fingiendo un desinterés que no siento—, no pienso negociar las condiciones a estas alturas, es tú decisión pero ya sabes todo lo que está en riesgo. De una vez te advierto que no tendré piedad. Odio presionarla de esta manera pero siento que las cosas se me están saliendo de las manos y perderla otra vez no es una opción que esté dispuesto a aceptar o siquiera contemplar. Me mira indignada mientras suelta un resoplido y aprieta los labios con fuerza, puedo predecir que se está absteniendo de insultarme. —Está bien —se rinde, la emoción me sacude el pecho—, ¿hoy empiezo? —interroga con una nota de fastidio crispando su voz. Le sonrío en respuesta y niego. —No, empiezas mañana mismo y a partir de ahí empiezan a correr los tres meses que necesito de ti —miento, ella solo me hace una mueca con desdén. Está enojada. Y aún así, sigue luciendo jodidamente adorable. —Bueno, si eso es todo, me retiro —me mira por unos breves segundos antes de volverse hacia la puerta. —Aún falta algo —el decreto de mi voz la detiene en seco. Rápidamente se vuelve hacia mí y me mira con cierta curiosidad. Tiene las mejillas acaloradas y los labios entreabiertos, que solo son una jodida tentación para un hombre como yo, que se encuentra perdidamente embelesado por ella. Con dificultad, aparto la mirada de sus labios y tomo en mis manos la carpeta que contiene un papel que vuelve a sellar nuestro destino como lo hizo hace tres años. Se la extiendo, ella la abre y no tarda ni dos minutos en leérselo. La sonrisa que curva sus labios se borra de golpe y levanta la mirada, increíblemente furiosa. —Tienes que estar bromeando —espeta, incrédula y junta las cejas en un gesto de desagrado total—, ¿qué es esto? —agita el papel enfrente de mí. Reprimo la sonrisa que quiere brotar de mis labios y me mantengo en la misma posición. Firme. —Un contrato. Suelta una risa sarcástica que me cosquillea los tímpanos. —¡Eso ya lo sé! Sólo quiero que me digas porque diablos me estás dando un contrato cuando ya hemos acordado todo verbalmente —me mira rabiosa y solo quiero reírme, pero me abstengo de hacerlo porque sé que eso la pondrá peor. —Es por precaución —me excuso—, necesito que lo firmes y eso, preciosa, tampoco está en discusión. —Debí saber que jugarías sucio —replica, sonando más enojada que de costumbre. —Todo se vale en la guerra y en el amor —su cuerpo se pone rígido en cuanto escucha la palabra > salir de mis labios. Me mira con intensidad, tratando de descifrar el mensaje detrás de mis palabras. Esbozo una sonrisa, a lo cual ella pestañea un par de veces y entonces vuelve a centrarse en mí. —Este no es el caso, Alexander, entre nosotros nunca ha habido amor —mi cuerpo se tensa en respuesta; me enfurece demasiado que suene tan segura de sí misma—, a menos que desees empezar una guerra, ¿es eso lo que quieres? —se burla, queriendo aliviar la tensión que comienza a cortarnos el oxígeno. Estoy seguro de que puede sentirlo. —A estas alturas de nuestras vidas deberías saber lo que quiero de ti —le devuelvo la jugada, su sonrisa se borra notoriamente. Hace amagos de protestar y se detiene cuando la miro fijamente, mi mirada se mantiene inescrutable e ilegible, no pienso dar mi brazo a torcer, esta vez haré hasta lo imposible para retenerla a mi lado. No habrá nada que impida que Camille vuelva a mis brazos. La veo tomar una bocanada de aire a la vez que se acerca al escritorio con el contrato en sus manos. Me mira por última vez mientras un brillo peligroso interrumpe su expresión. La sonrisa tentativa que se dibuja en la comisura de sus labios me estremece y cala dentro de mi piel con una sensación desastrosa porque nunca antes la había vislumbrado y la parte racional de mi cabeza me dice que ya he perdido la partida antes de siquiera haberla empezado. —Dame un lapicero —ordena de manera autoritaria y le entrego el lapicero que ya tengo en manos—, esto será lo último que hago por el dichoso contrato, ¿me entiendes? Le doy un asentimiento de cabeza como respuesta y me concentro en sus movimientos, sabiendo que por el momento, esta pequeña victoria me pertenece a mí, ya que es inevitable no recordar que nuestra primera unión fue por un contrato, con la única diferencia de que este será distinto a lo ocurrido en el pasado, y que esta vez no pienso dejarla ir por nada del mundo. Esta vez Camille se va a quedar a mi lado, aunque no quiera. Es mía y ya la abandoné una vez. Eso no va a suceder de nuevo. Nunca.
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