Capítulo XIV

4596 Words
Camille "Yo nunca te pedí que me amaras" "Todo lo que pasó entre nosotros fue un error, Camille. Nunca debió suceder nada, nosotros nunca estuvimos destinados a estar juntos como quise hacerme creer." "Los demonios no se enamoran, debiste saberlo. Yo te lo advertí y no me escuchaste, preciosa" "No te amo, Camille, nunca te he amado y nunca lo haré" El recuerdo de las palabras dichas en el pasado me acribilla el alma, el sonido de su gruesa y áspera voz desmorona todos mis muros nuevamente, teniendo muy presente la frialdad y la indiferencia que usó al momento de romperme el corazón. Todo está ahí, en algún rincón de mi mente, regresando de la nada. Los pensamientos se apilan en mi cabeza mientras que los recuerdos agridulces de lo vivido a su lado me golpean con ímpetu, dejándome con la piel expuesta y el corazón latiendo desbocado por no saber cómo reaccionar ante él. Estoy desorientada y no puedo obviar esta sensación que me grita que es demasiado tarde para escapar. No obstante, mi subconsciente me grita que salga corriendo y que huya del desastre que está a punto de pasar, pero mi cerebro me dice que no tengo nada que temer porque los sentimientos que tenia hacia él se han extinguido, todas las emociones están enterradas, no queda nada. Y pese a que la revolución que experimenta mi cuerpo está al límite, por primera vez en la vida no siento la necesidad de correr lejos de él, no tengo ganas de huir, de esconderme. Esta ves es diferente. —¡Camille! —el grito de Daniel acapara mi atención, haciendo que desvíe la mirada de esos ojos endemoniadamente verdes, que no dejan de repararme con un atisbo de dolor—, ¿te encuentras bien? Parece que viste a un fantasma. —Comenta, anonadado; puedo percibir la preocupación en su voz. Permanezco en silencio. Inmóvil. Aunque quiero decirle que no se trata de ningún fantasma, es un demonio. El demonio más peligroso de todos y el cual tiene el potencial de destruirme. Sam no dice nada, sólo me da una ojeada de pies a cabeza, casi inspeccionando mi repentino cambio, me conoce a la perfección y sabe muy bien que algo anda mal. Se acerca a mí, haciendo a un lado a Aarón quién se desconcierta por la situación. No la detengo, me susurra un "hablaremos después" mientras me quita a Ellie de los brazos, ya que me encuentro temblando y no logro entender la razón. No discuto con ella, tampoco respondo a lo que me ha dicho Daniel. Mucho menos me atrevo a mirar a Aarón a la cara. Mi respiración se desnivela, haciendo que los nervios me ataquen de manera rápida y no sea capaz de mantener la situación bajo control. Debo ser capaz de no derrumbarme pero nunca antes me había sentido más expuesta como ahora. Porque no me atrevo a mirar a nadie y me alejo de la multitud, olvidándome que este día debería ser especial y no un completo caos. —Discúlpenme —es lo último que consigo decir antes de empezar a caminar lejos de ellos, sin darles tiempo de detenerme porque no quiero que lo hagan. Sólo necesito aire. A pesar de sentir un estremecimiento recorriendo cada espacio de mí ser no soy capaz de detener mi andar. Ignoro la sensación abrumadora que me provocan las paredes que se comprimen a mi alrededor. Mi cuerpo se siente atrapado en el vestido que se entalla a mis curvas. Me estoy asfixiando y todo es por su culpa. ¿Qué diablos hace aquí? ¿Por qué vino a mi galería? ¿Qué es lo que quiere de mí? Sin querer seguir pensando en él, me alejo del sitio hasta llegar a un cuarto de servicio, mientras intento convencerme a mí misma que solo necesito unos minutos para volver en sí. Me adentro en el cuarto y comienzo a inhalar más fuerte de lo normal, queriendo llenar mis pulmones de aire, ya que siento que no puedo retener el oxígeno. Me estoy hundiendo y no lo soporto. Tomo un sin fin de bocanadas de aire, intentando calmar la intensidad de mis emociones. Me repito a mí misma que estaré bien, que nada malo pasará, y que volverlo a ver no significa nada. Pasan unos minutos en los que por fin logro aplacar mi descontrolada respiración, todo parece estar mejorando hasta que siento como cada vello de mi piel se eriza al mismo tiempo y no necesito voltear para saber que él está a mis espaldas. Que él está aquí. Conmigo. Las emociones me golpean con vehemencia, tan desenfrenadas cómo mis latidos y tan alocadas como los pensamientos en mi cabeza. Y a pesar del desorden que me embarga no soy capaz de enfrentarlo porque no tengo deseo absoluto de volver a ver a la persona que rompió mi corazón. Nada ha cambiado y el rencor sigue latente. Todo sigue tan fresco que duele asimilarlo. —Camille... —La manera en que dice mi nombre, con esa voz ronca que enciende mi corazón y logra acelerarlo, hace que pierda mi inestable equilibrio. Me obligo a mi misma a respirar lentamente, no ayuda, sólo consigo empeorar la situación. Pasan varios segundos en los cuales nos abstenemos de pronunciar palabra, mi única solución es refugiarme en el silencio. Tratando de hacerme la idea que no es real y que quizá solo es un producto de mi imaginación. No es real. No está aquí. Solo es una mala pasada de mi mente. Quiero mentirme a mi misma pero escucharlo respirar en repetidas ocasiones hace que caiga en cuenta que todo es real, que él es real. Alexander está aquí. A mi lado. —Camille, di algo. Por favor —me pide en un susurro, pero mi mente se niega rotundamente a procesar que es él, que es su voz, su aura, su presencia. Vuelvo a callar. El nudo en mi garganta no me permite ni respirar. Todo esto es demasiado para mí y no puedo lidiar con ello cuando los latidos de mi corazón me ensordecen los oídos. Escucho su respiración agitarse un poco más de lo normal, logrando llenar la habitación con ese sonido entrecortado que me pone a temblar las piernas nuevamente. —Ódiame, insultame, grítame, desquítate conmigo, pero no me ignores —pierdo el aliento otra vez, todavía sin poder comprender qué hace aquí—. Haz lo que quieras, menos esto. No pretendas que no estoy aquí porque sabes que no es así. Mi voz se queda atrapada dentro de mi boca, no puedo pronunciar algo, pese a que quiero hacer todo lo que él dice. Quiero gritarle, quiero insultarle, quiero reclamarle por volver a mi vida como si nada, quiero odiarlo por todo lo que su llegada representa en mi vida pero el tiempo se congela entre nosotros como tantas veces lo hizo en el pasado y no encuentro la fuerza suficiente para enfrentarlo. Y tal vez, es lo mejor. Ignorarlo. Ignorar que está aquí hasta que desaparezca y me olvide que volví a ver sus ojos. Esos ojos. —¡Camille! —la irritación que lo embarga hace que suspire agotada porque ni uno de mis intentos por tranquilizarme están funcionando. Pero aún así, no respondo, no encuentro las palabras para decirle todo lo que está atorado dentro de mi garganta. El tiempo se eclipsa, nos quedamos en la incomodidad del silencio que nos abraza y no nos deja ni movernos. Sigo con la mirada oculta, de espaldas, por el miedo o quizá la rabia que no me permite verlo a la cara. —Por favor —implora—. Camille... Me armo de valor para impulsar mis cuerdas vocales a formular una oración, y aunque quiero decirle todo lo que he estado guardando durante tres años, lo que sale de mi boca es lo opuesto al remolino de emociones que me avasallan. —¿Qué es lo que haces aquí...? No recuerdo haberte invitado —expreso en un hilo de voz, aún sin voltear. Sintiendo cómo todos los recuerdos me inundan en un abismo de oscuridad. Lo escucho resoplar ante mi pregunta, como si esperara otra cosa o otra reacción de mi parte y eso solo alimenta mis malditos nervios, que me están comiendo viva. —Vine por ti —después de unos minutos, su voz invade mis oídos y maldigo al darme cuenta que sigue siendo como un susurro al alma, tan refrescante y doloroso al mismo tiempo—. Estoy aquí por ti —reafirma, como si no lo hubiera escuchado la primera vez. Lo hice. Pero todo cambió. Lo puedo sentir y sé que él también lo hace. Todo se siente diferente entre nosotros. Hay una gran distancia que nos separa y esta es irrompible. Me muerdo el labio inferior, mis ojos están enfocados en una parte específica del cuarto, observando cada uno de los objetos de limpieza, menos a él. —No debiste haber venido —increpo con desdén, después de unos segundos. Logrando controlar mis emociones e ignorando el caos creado por su inesperada declaración. La tensión es palpable en el lugar. Da unos pasos más, acercándose a la vez que puedo sentir su entrecortada respiración en mi nuca y eso corrompe cada parte de mí que no alberga ningún gramo de racionalidad, pero no debería. Ya no debería sentir nada por él. —Lo sé, créeme —me da la razón para luego acortar nuestra distancia. Y me veo odiando sentirlo así de cerca—. Ha pasado mucho tiempo, Camille. Demasiado y siento que muero —suelta un suspiro cargado de melancolía que alborota cada partícula de mi ser, compartiéndome un poco de su tormento. Dejo escapar una risa sarcástica, incrédula, porque no quiero seguir escuchando su voz que es un constante recordatorio de que es real y está aquí. —Ha pasado el tiempo suficiente para no querer verte en lo que me resta de vida, Alexander —lo vuelvo a nombrar después de tanto, dejando salir un suspiro de mi boca. Espero unos segundos a que responda y al ver que no dice nada, yo lo hago—. No entiendo qué haces aquí y para ser sinceros tampoco me interesa saberlo. Solo vete y regresemos a nuestras vidas, hagamos de cuenta que nada de esto pasó. Olvidemos que esta noche tan siquiera existió. Yo haré lo mismo —pido seriamente, casi exigiendo que haga lo que digo pero lo conozco a la perfección para saber que no me hará caso. —No haré eso —espeta con firmeza, lo esperaba. Tenía la certeza. Me remuevo incómoda pero aún así no me atrevo a voltear. —¿No? —indago, desconcertada al no entender qué diablos sigue haciendo aquí y porque no se ha ido todavía. —No, esta vez no me iré de ti ni te dejaré ir —no da cabida a cuestionamientos, mi corazón exige un descanso cuando empieza a latir con vehemencia—. No quiero olvidarme de esta noche, no quiero olvidarme de que estoy aquí, no quiero olvidarme de ti —la seguridad que impone al momento de hablar me sorprende, pero al mismo tiempo me confunde, estoy hecha un lío al no entender qué está sucediendo. Mierda. Necesito salir de aquí. —Eres un maldito egoísta —le suelto en una rabieta sin detenerme a pensar dos veces las cosas que estoy diciendo—. Estás mal, no has cambiado en absoluto —lo acuso llena de emociones que me sobrepasan, queriendo encontrar un atisbo de confianza dentro de mí porque todo esto me está haciendo daño. Un resoplido es mi única respuesta. Junto mis manos y comienzo a jugar con ellas, me pellizco los dedos y hago todo para controlar el nerviosismo que me invade. —Lo sé —se atreve a hablar—, y no tienes una jodida idea como siento decepcionarte de nuevo —admite tan fácilmente, creyendo que una simple disculpa de su parte remediara todo el dolor que me causó en el pasado. Las emociones se intensifican a tal punto que ya no soy capaz de medir las consecuencias y es la rabia la que me llena el cuerpo, y me hace querer golpearlo con todas mis fuerzas, dado que no dudo en girarme para enfrentarlo cara a cara. Error. Grave error. Evidentemente, no mido la magnitud de mis acciones, porque nuestros rostros quedan a escasos centímetros, tanto que nuestras respiraciones vuelven a mezclarse y nuestros ojos se conectan como alguna vez lo hicieron. Su rostro ha cambiado notoriamente, tiene una fina y abundante barba, su cabello n***o azabache está alborotado y más largo de lo habitual que podría jurar que puedo tomarlo en mis manos, pasar mis dedos y hacer una coleta si eso quisiese. Esos ojos verdes me acribillan, poseyendo ese tinte de oscuridad que convierte mis piernas en gelatina, y tengo que tragar grueso cuando aprieta la mandíbula y me mira con ese matiz de vulnerabilidad. Dios, sigue siendo tan jodidamente hermoso y lo odio por eso. —Lo sé —me repite sin dejar de verme fijamente a los ojos y por un solo momento siento que no respiro. Su semblante cambia a uno más expresivo, como si quisiese compartirme o decirme algo que no puedo comprender—. Soy un maldito egoísta, pero estoy aquí, estoy aquí por ti —paso saliva cuando salgo del trance en el que me encuentro. Niego, alejándome de él con brusquedad, furiosa por la sarta de mentiras que salen de su boca. —Aquí no hay nada para ti —admito en voz baja, viéndolo fijamente—. No entiendo a qué has venido pero quiero que te vayas lejos de mi vida y que no regreses. No te quiero volver a ver nunca más, Alexander —soy clara en lo que quiero, no flaqueo al momento de hablarle. Sin embargo, para mí sorpresa, mi última oración surte un efecto en él y por primera vez me es fácil ver la vulnerabilidad en sus orbes verdes. Esta dejándose ver expuesto ante mí como tantas veces quise en el pasado y ahora no tiene el mismo valor. En este momento no deseo que muestre algo que nunca quiso compartir conmigo en el pasado. No espero a que reaccione y diga algo porque sinceramente no hay nada que pueda hacer o decir para que cambie de opinión. Nuestra historia se acabó hace mucho tiempo. Ni siquiera entiendo la razón de su presencia en mi galería. Él no debería estar aquí, las cosas no tendrían que ser así. No sé cuál es su propósito esta vez, no entiendo qué quiere de mí ni mucho menos el motivo para decirme esas palabras que me están calando. Maldición, no puedo evitar sentir que ha vuelto a arruinar lo único bueno en mi vida, no puedo evitar sentir como él resentimiento me llena por dentro y me deja con las palabras atascadas en mi garganta. Decidida, abro la puerta y eso parece sacarlo de su trance y ponerlo en alerta, que en un rápido reflejo tira de mi brazo con fuerza y me vuelve a meter al cuarto. Dejándome demasiado cerca de él, permitiéndole a mis fosas nasales volver a respirar ese maldito aroma a menta que recuerdo a la perfección, aunque me odie por ello. —Dame unos minutos —implora, con un ligero temblor en la voz, logrando desestabilizar mi interior. Mi rostro se llena de confusión, los últimos recuerdos que tengo de él son para nada agradables; él diciéndome que nunca me amó—. Sólo serán unos minutos —insiste. Hace lo que nunca hizo. Lo que tanto repudiaba. Me súplica con los ojos a que acceda, pero no quiero escucharlo. No quiero abrir un capítulo de mi vida que ya está cerrado desde hace años. —No me interesa nada de lo que tengas que decir. Unos minutos no cambiarán nada —hago lo que nunca pude hacer antes por falta de valor y también amor propio—. Escucharte no cambiaría absolutamente nada —me zafo de su agarre, regalándole una mirada cargada de desdén. Cierro mis ojos y tomo un respiro antes de volver a caminar hacia la salida dispuesta a marcharme y cerrar ese capítulo tan doloroso de mi vida, que no tengo el mínimo interés en revivir. Tomo el pomo de la puerta con mi mano pero su voz me detiene haciendo que la rabia incremente en un solo instante. —¿Por qué diablos estás con él? —arremete enojado y el reclamo en su pregunta me saca fuera de sí. Regresándome al maldito cuarto del que intento desesperadamente salir—. ¿Por qué justamente él, Camille? —su insistencia entierra espinas en mi corazón. Las lágrimas se acumulan en mis ojos. Pero me repito mentalmente que no puedo llorar, mucho menos enfrente de él. —¡¿Quién diablos te crees que eres para exigirme explicaciones, eh?! —exploto contra él, desquito mi furia, deseando que jamás hubiera tenido que volver a verlo. Deseando que esta noche sólo sea un mal sueño. Pero no lo es, él está aquí y eso sigue afectándome más de lo que quiero admitirme a mí misma. —Necesito que respondas —se frustra—, no me iré sin ninguna respuesta de tú parte. Lo miro dolida y niego, sintiendo mi sangre hervir por la furia y decepción. —¡No tengo porque hacerlo! ¿Quién diablos crees que eres para venir a exigirme explicaciones después de todo lo que me has hecho? Mi falta de respuesta lo hace empuñar las manos porque no es lo que quiere escuchar, retrocedo, queriendo poner un mar de distancia entre nosotros. Sigue siendo el mismo demonio de siempre y nada ha cambiado. —¿Siempre ha sido él, no? —se burla con ironía y lo observo atónita por atreverse a hacerme esto. —¡Eres increíble! —niego, asqueada de su actitud de mierda. Una que solo me confirma que alejarme de él ha sido lo mejor que he hecho en mi vida—. ¿Cómo te atreves a pedirme explicaciones después de lo que tú me hiciste a mí? Exploto. Dejo que mis emociones tomen el control otra vez. Lo escucho maldecir en voz baja y sus músculos se tensan, tanto que puedo verlos a través de su costoso traje. —Esto fue un error, esto fue un maldito error. No debí haber venido —susurra para sí mismo y afortunadamente lo escucho. Pero mi cuerpo me traiciona, siento mis ojos humedecidos, acuosos y mi garganta comienza a arder cuando un sabor salado se instala en mi paladar. —No debiste haber regresado cuando sabes que no eres bienvenido —hablo sintiéndome herida, demasiado expuesta—. Aquí sales sobrando así que vete y no vuelvas, Alexander —me canso de todo y hago lo que debí haber hecho desde un principio. Correrlo. Mantenerlo lejos de mi vida porque sólo así podré sobrevivir. Asiente, intentando mantener esa fachada de hombre impenetrable que tantas veces utilizó para infringir dolor pero ya no funciona. No conmigo. Esta vez no le daré el poder de destruirme. —Me iré pero antes quiero que me respondas algo, tengo derecho a saberlo —exige en un tono severo, mis manos hormiguean con las ganas de golpearlo que me sacuden por seguir siendo un maldito egoísta. —¡Tú no vas a venir a ponerme condiciones! —me defiendo, mi cuerpo temblando de rabia—. ¡No tienes derecho de nada! ¡Maldita sea, tú no te mereces absolutamente nada de mi parte! —grito, exaltada. No se inmuta ante mi pérdida de cordura, sólo se acerca, inclinándose hacia a mis labios y los mira fijamente. Mis ojos están clavados en él y me es casi imposible obviar la manera en que relame los suyos, atisbando un deseo dentro de mí que me aterra porque sé dónde puedo acabar. —¿Lo amas? —me pregunta, claro y firme. Haciéndome saber que necesita esa respuesta tanto como necesita respirar. Me quedo inmóvil, sintiendo que el mundo vuelve a desmoronarse otra vez. Dudo en responder porque no sé si tengo respuesta, sin embargo, lo que sale de mi boca me hace replantear mis previas decisiones. —Con cada parte de mi cuerpo —las palabras salen disparadas mientras le sostengo la mirada para que se convenza de lo que digo. Las expresiones de su rostro decaen con notoriedad y entonces sus hermosos ojos se cristalizan pero aún así, me sostiene la mirada y me sigue demostrando que es el mismo demonio de siempre y que no piensa cambiar, no suelta ninguna lágrima. Confirmando lo que me dijo hace tres años. Me alejo de él, no lo suficiente para aplacar el golpeteo en mi pecho, tomo el pomo de la puerta nuevamente, me giro una última vez, no obstante, no me preparo para encontrarlo de esta forma, con la mirada perdida en la nada. Mis pulsaciones hacen corto circuito, hago lo que no debería y lo observo con detenimiento. Puedo sentir la intensidad con la que lo detallo y me lo hace saber cuando sus ojos vuelven a centrarse en mí, el fuego y la oscuridad de su mirada me queman el alma y siento que vuelvo al pasado una vez más. —¿Sabes algo? —exhala—. Nunca se te ha dado bien mentir —pone en duda mis palabras. Me muerdo el interior de las mejillas, intentando aniquilar los latidos erráticos de mi corazón. —Por eso mismo sabes que ahora no estoy mintiendo —contraataco, deseando dar justo en el blanco—, lo sabes tanto como yo. Contemplo su mirada ensombrecerse cuando tensa la mandíbula y aprieta los puños, intentando controlar los impulsos que lo convierten en lo que es y siempre será ante mis ojos. —Se necesitan más de tres años para poder olvidarme y tú no lo has hecho, Camille. No me has olvidado en absoluto —asegura, queriendo escuchar una positiva que no le otorgaré—, no me has arrancado de tú corazón. Me encojo de hombros. —Te equivocas, Alexander. Vuelves a subestimarme de nuevo —esbozo una sonrisa vacía—. He arrancado el puñal que clavaste en mi corazón, he reparado todo lo que tú rompiste y estás loco si crees que volveré a dejarte entrar en mi vida cuando se perfectamente cómo termino en esta historia. Consigo herirlo. Mis palabras logran destruir esa armadura de hierro que insiste en mostrar y no me preparo para la punzada de dolor que mi pecho emite. —Camille... —quiere decir algo, pero no lo permito. —No vuelvas a acercarte a mí en lo que te resta de vida porque no seré tan amable, Alexander —amenazo, mi voz no falla al momento de hablar—. Hasta nunca —me despido, utilizando la misma indiferencia y crueldad que él usó para romperme el corazón. No dice nada, permanece en silencio y lo tomo como una señal para marcharme así que salgo de ese cuarto sin más, deseando nunca haberlo visto, deseando que mi cuerpo no se sienta de esta manera, deseando que los sentimientos se queden encerrados. Deseando que no me duela tanto el corazón. Camino a lo largo del lugar, sonriéndole de manera forzada a las personas para que no se den cuenta del desorden que tengo por dentro. Prácticamente obligo a mis pies a llegar hasta donde se encuentra mi fotografía favorita de la exposición. Al llegar a mi destino, la observo con detenimiento y eso logra darme paz y regresarme un poco la estabilidad que perdí por él. El paisaje plasmado en ese cuadro me hace sonreír con melancolía, haciendo que mi mente viaje al momento exacto en que tomé esa fotografía, deseando muy dentro de mí poder regresar a ese lugar y quedarme ahí para toda la vida. Me quedo postrada, delante de esta fotografía. Respirando más rápido de lo normal, queriendo olvidar que lo ví y que su encuentro revolvió absolutamente todo. Siento una mano apoyarse sobre mi hombro y el toque me devuelve la calma. —¿Él está aquí, verdad? —La voz de Daniel me hace sollozar en voz baja. Asiento, girándome para verlo directamente a los ojos. Se percata de mi estado, no dice nada, sólo escucha. —Sí —respondo al fin—. Él está aquí, ha regresado. Puedo ver la pena y la compasión en sus ojos, como si quisiera hacer algo para aliviar mi tormento, pero no puede. —Sólo tienes que pedirlo y nos vamos —intenta ayudarme a su manera, pero eso sólo consigue enojarme. Siento que me sigue viendo como una mujer frágil que no puede enfrentar las cosas. No pienso volver a ser la misma adolescente que sale corriendo cada vez que las cosas se complican, él está aquí y me afecta, lo acepto. Pero no por eso me iré de mi galería y dejare tirado todo lo que me he esforzado en construir. —¡No voy a salir huyendo, Daniel! —protesto enfurecida—, no soy yo la que tiene que esconderse, esta es mi galería, este es mi esfuerzo y no lo voy a tirar a la basura solo porque él decidió honrarnos con su maldita presencia —me desahogo con él, usando un poco de ironía, a lo cual me regala una sonrisa llena de orgullo mientras me rodea con sus enormes brazos que me cobijan. —Esa es mi pequeñuela —musita, dejando un casto beso en mi frente para después tomarme de la mano y guiarme hacia donde se encuentran los demás, charlando y bebiendo algo para disfrutar el ambiente. Decido enfocarme en lo único que vale la pena y paso toda la noche con las personas que verdaderamente importan en mi vida, compartiendo mi felicidad con ellos al darme cuenta que la galería fue un éxito, a excepción de Alexander. Converso y comparto un sin fin de risas con las bromas que se crean en el lugar, dándoles mi completa atención. El lugar queda vacío después de dos horas, Aarón se lleva a Ellie junto a Daniel y Sam es la última en quedarse. —¿Quieres hablar de lo qué pasó? —pregunta y sé perfectamente a lo que se refiere. Suelto un resoplido cansada de la situación y de todos los pensamientos que no me abandonan ni por un segundo, agotando todas mis energías. —No —admito, dándole una sonrisa de boca cerrada—. Él ya no es importante en mi vida, me da igual lo que haga —miento. Porque aunque luché contra todo pronóstico para deshacerme de las cadenas que me atan a ese maldito demonio, aún me veo perseguida por esa oscuridad que me acecha en las noches. Ese maldito abismo que me hunde y me hace querer huir y regresar a Francia, lugar de donde comienzo a sospechar nunca debí haber salido. Ahora todo ha cambiado. Él ha cambiado todo. Lo odio por aparecer en mi vida, lo odio por atreverse a venir y derrumbar todo lo que he luchado por construir, lo odio por decirme todas esas malditas palabras que no abandonan mi cabeza, lo odio por el torrente de emociones que provoca en mi interior. Y principalmente, lo odio por no poder odiarlo como debería hacerlo. Porque aunque suene absurdo, no lo odio, ni siquiera un poco, nada. Absolutamente nada.
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