Capítulo XV

4108 Words
Alexander "Hasta nunca" Jamás pensé que esa palabra me quebrara tanto por dentro. No hasta que ella lo dijo. La había escuchado antes, claro que lo había hecho. Lo hice hace quince años cuando mi madre decidió que su vida era mejor sin nosotros, y no recuerdo haber sentido este dolor agonizante, que se extiende por cada una de mis extremidades, dejándome congelado en el tiempo y desmoronando mi corazón pieza por pieza. "Hasta nunca" fueron las palabras exactas de mi madre dirigidas a Stefan. Y en parte a mí, porque ella se fue y jamás miro atrás. La ironía de la vida, las dos mujeres que más he amado en la vida me han dejado usando la misma palabra. ¿La única diferencia? Es que Camille consiguió desgarrar mi alma, ella me quebró, me destruyó... Mi madre sintió la terrible necesidad de escapar de su vida, dejarlo todo atrás, irse y no volver jamás. Nunca entendí sus razones, no pude aceptarlo y, hasta el momento, sigo sin comprenderlas, porque no puedo entender porqué una madre abandonaría a su único hijo y al hombre que ella decía amar. Ella lo tenía todo con nosotros, mi padre la adoraba y hubiese puesto el mundo a sus pies si ella así se lo hubiese pedido. Todavía recuerdo perfectamente cuando compró un parque de atracciones sólo porque a ella no le gustaba estar entre la multitud, mi madre era una persona extremadamente reservada y muy tímida, sólo se sentía segura al lado de Stefan. Él hizo este gesto por ella, para que lo disfrutara. El resto de su matrimonio se basó en estos gestos por parte de él y aun así, el amor no era suficiente. No éramos lo que ella quería, lo que necesitaba para ser feliz. Pero había un pequeño detalle que ella no reflexionó ni tomó en cuenta antes de irse. Que ella sí era lo nosotros necesitábamos. Por otro lado, estaba yo, quien a mis dieciséis años la veneraba con todo mi ser, mi madre era una mujer elegante, el ser mas hermoso que había visto, era amorosa y poseía unos encantadores ojos verdes, quienes me miraban con amor. Trataba de ser el mejor hijo, quería que ella se sintiese orgullosa de mí, era importante para mí saber que la hacía feliz. Yo era feliz. Tenía los mejores padres pero por lo visto eso no fue suficiente. No tuve una infancia traumática como muchos suponen, no hubo días grises en mi vida, ni oscuridad, ni demonios, mis padres me lo dieron todo, pero ella decidió que su vida no era lo que quería y simplemente se fue. Me arrebató el amor y la felicidad de las manos y se los llevó con ella. Me dejó vacío por dentro. Me dejó en la oscuridad. Me abandonó y mi vida se tornó en tormento lleno de demonios que no me permiten ser libre. Muy en el fondo sé que la odio, o tal vez solo odio el hecho de que me hubiese hecho amarla por ser una madre ejemplar, la mejor, ya que hasta eso me arrebató; la posibilidad de decir que era una escoria de mujer. Porque no lo fue. Ella fue todo menos eso. Aunque me parta el alma admitirlo. El amor de mi padre no fue suficiente para hacer que ella se quedara. Y yo tampoco fui suficiente para que ella volviera. Suelto un suspiro lleno de frustración y decido alejar los dolorosos recuerdos de esa mujer que ahora ya no significa absolutamente nada para mí. Trato de contener los impulsos de decirle a Camille todo lo que tengo guardado desde hace tres años. Todo lo que quiero que sepa, el tormento en que he vivido desde que ella se fue. La cantidad de sentimientos que tengo fluyendo por mi cuerpo y que todos le pertenecen a ella. La observo por una fracción de segundos tratando de procesar que aún sigue postrada ante mí, que es ella, la misma mujer de hace tres años que ha merodeado por mi cabeza sin ningún descanso. Sólo que ahora luce diferente. Casi irreconocible. Su aspecto ha cambiado por completo, pese a que aún sigue poseyendo esa aura de inocencia que me tiene a sus pies y que me impide soltarla. Luce una abundante melena castaña, le llega más abajo de la cintura y su cuerpo se entalla perfectamente al vestido rojo, resaltando su figura tonificada que me hace salivar. El tiempo vivido a su lado me permite asegurar que su cintura se ha reducido unos cuantos centímetros y que sus piernas lucen más esbeltas de lo que recordaba, Joder, sigue siendo tan irreal, tan espectacular y tan fascinante para el ojo humano. Todo en ella es cautivador, pero nada más hechizante que el contraste del color vivo de sus ojos verdes con su tersa y pálida piel de porcelana. Estoy loco por ella. Irremediablemente enamorado de esta mujer. Todo en ella es perfecto tanto que me hace tragar grueso. Me congelo y por primera vez en la vida no se que hacer con las emociones que me embargan. Son demasiadas que no me dan para retenerla conmigo y hacer que nunca se vaya. La veo salir del cuarto de servicio sin dudarlo ni un segundo y aunque mis pensamientos están lejos de este lugar, mis ojos están pegados en ella. Como lo han estado desde el día en que la conocí. En la única mujer que logró escarbar hasta el fondo de mi corazón y quedarse ahí como un tatuaje grabado a fuego. Ella es todo lo que algún día soñé y quise. Había perdido la fe en encontrar el amor, ese sentimiento que jamás existió en mí después del abandono de mi madre, incluso cuando ella llegó a mi vida me negaba a aceptar que Camille había logrado enamorarme. Cuando sentía que no podía más, cuando me estaba hundiendo en mi tormento, cuando la oscuridad estaba a punto de derrotarme, ella llegó, sonriéndome con esos hermosos y hechizadores ojos esmeralda que me mostraron esa luz brillante que iluminó mi vida. Siempre creí que el amor era una fantasía estúpida a la que los humanos nos aferramos porque necesitamos sentir que nuestra existencia tiene un propósito. Pensé que nunca experimentaría ese sentimiento y cuando empecé a sentirlo no lo sabía porque nunca lo había tenido en mi vida. En el pasado la herí por no entender mis propios sentimientos, le hice demasiado daño porque el miedo a lo desconocido me cegó. En ese entonces no comprendía que las emociones que me avasallaron el cuerpo, y que aún lo siguen haciendo, eran producto del amor que le comenzaba a profesar. La amo como nunca creí que se pudiera amar a alguien, este es el tipo de amor por el que sientes que darías todo por esa persona. Ese amor que toca cada parte de tu cuerpo, derriba las barreras alrededor de tú corazón y te hace estremecer sólo con tenerla cerca. Ese amor que sabes perfectamente puede llevarte a la muerte pero de igual manera anhelas sentirlo con la misma intensidad porque es lo único que te hace sentir vivo. No estaba muerto, pero tampoco vivía, no hasta que ella llegó a mi vida. Camille me hizo sentir vivo. Aún lo hace. Ella revivió cada parte de mi, iluminó mi vida y no pienso volver a dejarla escapar. Ella es la calidez que se ansía en los días helados de invierno. Ella es como el aire fresco que se necesita para poder respirar y sentir que todo va bien. Ella es esa tormenta, intensa, vehemente, arrolladora; que tiene el poder de arrasar con todo a su paso si solo te comparte una sonrisa suya. Porque ver esa sonrisa radiante cuando la comisura de sus labios se curvan es un jodido privilegio. Y por eso entiendo el maldito y agonizante dolor que experimenta mi corazón. Es demasiado que me hace querer morir ya que mi mente no hace nada más que repetir esa imagen familiar de ella junto a él, abrazando a esa pequeña niña. Mi cuerpo no reacciona, me he olvidado de cómo volver a respirar. Mi boca está tan seca que me cuesta pasar saliva. No puedo controlar mi respiración, el aire de mis pulmones ha sido absorbido por sus palabras. No me quiere ver. No le interesa saber de mí. Y me estoy muriendo por dentro al saber que ella ya pertenece a alguien más, que ella ya no es mía. Lo ama a él y el hecho de que ella me lo haya dicho a la cara, sin mostrarme alguna falla en su voz y viéndome directamente a los ojos me está deshaciendo el alma. Todas las emociones se acumulan dentro de mi ser, nublándome la razón y dejándome con el aire atascado en el tórax. Estoy hecho añicos, quiero gritar de desesperación porque no se que mas hacer para regresar tres años atrás y no dejarla ir como lo hice. Quiero regresar el tiempo y congelar el momento en el que ella era mía, el momento en el que ella me miraba como si yo fuera lo más importante de su vida porque ahora no lo hace. Ya no soy su centro de atención, ya no soy eso que ella miraba con tanto amor, ya no soy nada en su vida y es mi maldita culpa. Ya no me mira de esa forma tan especial y deseo extinguirme. Quiero morir porque no lo puedo soportar, simplemente no tolero vivir una existencia en la cual ella ha apagado el brillo que compartía conmigo. Niego, moviendo la cabeza y suelto un sin fin de maldiciones sin saber como remediar mis errores del pasado. Me ahogo en mis propios pensamientos y en las culpas que me corroen el alma. Comienzo a sentir que las paredes del lugar se me caen encima por la cual no dudo ni un segundo en salir del maldito cuarto de servicio que me asfixia y retiene todas las emociones dentro de mi corazón. La sensación es como un maldito cuchillo afilado, el cual se entierra en mi pecho y le dan vuelta tras vuelta porque herirme no es suficiente. Ahogo un sollozo desgarrador y empiezo a caminar fuera de la exposición. Volviendo a irme del lugar al que jamás debí venir porque mi presencia nunca fue requerida. Abandono el edificio a pasos apresurados, sintiendo una parte de mi corazón quedarse con ella. Me subo al auto donde me espera Alicia con una cara de confusión plasmada en su rostro. Hace el intento de hablar pero alzo mi mano, señal de que ahora no tengo cabeza para su sermón. Me observa con una expresión de irritación en el rostro, esperando a que me sincere con ella como lo he hecho los tres últimos años, pero en esta ocasión la ignoro y enciendo el motor del auto, dejando que la furia guíe mi camino a casa. Mi corazón golpetea dentro de mi pecho con vehemencia, los latidos me retumban en los tímpanos y es inevitable no subir la velocidad cuando su cálida voz invade mi cabeza haciendo que el aire se quede atascado en mis pulmones nuevamente. "Aquí no hay nada para ti. No entiendo a qué has venido pero quiero que te vayas lejos de mi vida y que no regreses. No te quiero volver a ver nunca más, Alexander". Empuño la mano y golpeo el volante con una fuerza brutal, ganándome un chillido de espanto por parte de Alicia. El nudo en mi garganta se hace más grande y me veo odiando la sofocante sensación que vuelve a abrazar mi pecho cuando se me nubla la vista al momento en que siento mis mejillas humedecidas y no hace falta tocarlas para saber que estoy llorando. Mierda, estoy llorando. La rabia regresa acompañada del remordimiento y las ganas de destruirlo todo. Hago el terrible intento de detener las lágrimas porque odio sentirme vulnerable pero no puedo. Estás sólo se resbalan por mis mejillas y no cesan. Aprieto el volante sin importarme el dolor palpitante en mis nudillos y tomo una larga respiración tras otra, antes de tomar la primera salida de la autopista y aparcar frente a una tienda, asegurándome de que está habitada por más gente. Alicia me observa preocupada pero no dice nada y se lo agradezco. Quito el seguro del carro mientras intento encontrar un balance en mi voz, ya que sospecho que si hablo, sollozaré y me será imposible parar. —Sal, por favor. Me aseguraré que alguien venga a por ti cuanto antes y te lleve a casa con bien —espeto sin verla, conteniendo el desastre que amortiguo por dentro. Ella duda ante lo que he dicho. Su mano se levanta cuando hacen el amago de tocarme, pero la detengo antes de que lo haga, —ahora no, Alicia, quiero estar solo. Vete —puntualizo. Suspira derrotada y me mira por unos cuantos segundos, debatiéndose en si debe dejarme en este estado. Juzgando por el brillo de preocupación en su mirada, sé que no quiere dejarme así, pero también sabe que de una forma u otra me iré sin ella. Así que termina cediendo. —Está bien, te haré caso, pero promete que no harás una jodida tontería —escucho la súplica detrás de su voz; está nerviosa—, promételo y sólo así me bajaré del auto, Alexander —pone una condición y me maldigo internamente. Me molesta demasiado que haga esto cada vez que estoy en este estado, pero no sé lo hago saber, ya qué hay una parte de mí que no desea lastimarla. Sin verla a los ojos, lo prometo en voz baja, —no haré ninguna tontería, Alicia. Ahora baja del auto. No se convence con la respuesta que le doy. Pero tampoco habrá otra. —Alicia... —escucha el martirio en mi voz y entonces resopla rendida, comprendiendo mi situación. Sabe que debe irse. —Llámame cuando estés mejor, hazlo —susurra, decepcionada—, sabes que estaré intranquila si no lo haces. —Lo haré —miento. Hace un gesto de derrota y eso es gracias a que puede percibir la nota de mentira en mi voz, aún así, se baja del auto sin decir nada más y en cuanto cierra la puerta no pienso dos veces antes de marcharme lejos del lugar y conducir a la deriva. No tengo un destino en concreto. Estoy perdido en la oscuridad de la noche. Pero siendo sinceros mi vida siempre ha sido así. Siempre he estado perdido. Pero nunca había sentido la necesidad de encontrarme. No hasta ahora. ******* Enredo la venda blanca alrededor de mis manos, protegiendo mis nudillos aunque no me interesa mucho hacerme daño, el daño físico es lo menos importante en mi caso. Me aseguro de que el vendaje esté lo suficientemente ajustado y suelto un resoplido cargado de frustración cuando la nostalgia me golpea. Me levanto del sillón, dejo mis cosas y camino hasta el cuarto de gimnasio que se encuentra en la planta baja de la mansión. Abro la puerta corrediza del lugar y mi cabeza comienza a palpitar desenfrenadamente reviviendo eso que me niego a reconocer, presiento que va a explotar en cualquier momento, no soporto todos los recuerdos que me golpean a medida que avanzo hacia el saco de boxeo que está sujeto de una cadena de metal. Prometí dejar esta mierda ya que solo alimenta mis ganas de destruir medio mundo y hacerlo cenizas. Pero no hay otra forma en la que pueda saciar mi rabia, además que el alcohol solo me envenena el alma y hace que haga estupideces de las que después me arrepiento. Ajusto el saco a un medida adecuada a mi altura, cerciorándome que se mantendrá en su lugar. Amarro las hebras de mi cabello, que han crecido, en una pequeña coleta y retrocedo unos cuantos pasos para tener un mejor ángulo de ataque. Flexiono un poco mis piernas y pongo un pie adelante y el otro atrás, sosteniéndome con el soporte del suelo. La culpa, la decepción, el dolor, la rabia e innumerables emociones que me inundan a diario salen a relucir al momento en que diviso mi objetivo y no dudo un segundo en soltar el primer puñetazo que envía lejos el saco de boxeo. Gruño enojado y golpeo nuevamente, queriendo deshacerme de todo lo que mi mente es incapaz de borrar. Las lágrimas vuelven y maldigo en voz alta volviendo a dar otro golpe con los puños apretados. Mi pecho sube y baja a un ritmo errático, mis muslos están tensos y no puedo pensar con claridad ya que los recuerdos agridulces que enterré vuelven a salir a la superficie haciendo que me hierva la sangre y que mi corazón se detenga. Mis puños se estrellan sin parar, su voz cargada de odio y resentimiento es un cruel susurro en mi oído. Nunca se detiene. "Si algún día, tal vez en un futuro, se te ocurre amar a alguien y abrir realmente tu corazón al amor, no lo hagas, estás podrido por dentro y sólo acabarás llenándolos de tu oscuridad" Otro golpe al saco, certero y letal. Mi corazón golpetea contra mi pecho, los latidos erráticos inundando mis oídos. "Destruirás a cualquiera que intentes amar como lo has hecho conmigo". Tres golpes más, esta vez con más ensaña en querer hundirme en mi suplicio y matar esa sensación de vacío que me atora el aire en la garganta. "Estás condenado a destruir todo lo que tocas, tú no sabes lo que es el amor, no sabes darlo ni recibirlo y por eso todo el mundo termina por abandonarte. Porque abandonarte es la única manera de salvarse a uno mismo". Mi corazón se aprieta y pierdo el único ápice de racionalidad cuando la furia comienza a fluir por mis brazos, todos los recuerdos y todas las palabras disparadas hace tres años son verdad. "Quería ayudarte a sanar, en serio quería hacerlo porque te amaba, pero me rompiste en el proceso". Grito enfurecido con la vida y herido por el maldito remordimiento que me ataca sin piedad. Mis puños no se detienen, golpeo el saco con tanta ira que por un momento temo no poder parar y convertirme en el demonio que ella repudia. Los vendajes no soportan y se deshacen. No me inmuto cuando ni piel hace contacto con el cuero del saco. He perdido el control. Mi vista se torna roja y soy incapaz de distinguir si es por la sangre o la furia que poseo. Mis manos se entumecen, mi cuerpo se exhausta y caigo en cuenta que todo está perdido. Estoy perdido sin ella... —¡Alexander, basta! —la voz de mi nana invade mis oídos. Aun así, no puedo parar, mis puños solo golpean y golpean, impactándose con el saco de boxeo. Una parte de mí queriendo alejar ese tormento en el que vivo. —¡Alexander, detente, por favor! —insiste—. ¡Te estas haciendo daño! —grita desesperada pero sus palabras no penetran mi cabeza. Respiro profundamente, tratando de concentrarme en lo que hago, pese a que siento la intensa mirada de mi nana sobre mí. Sigo con lo mio, ignorandola porque solo quiero olvidarme de la imagen familiar que tengo atravesada a fuego. Estoy a punto de dar otro puñetazo pero los brazos de mi nana me rodean por la espalda haciendo que mi cuerpo se tense por la sorpresa, y que parte de mi furia cese. —No hagas esto, mi niño —susurra acariciando mi espalda como solía hacerlo cuando era pequeño y esa acción basta para romper mi coraza en pedazos. —Estoy agotado, no puedo más —empiezo a sollozar—. Sólo quiero que se detenga —ella sabe a qué me refiero. La escucho resoplar angustiada. —Lo sé, mi niño, creeme que lo sé. Pero causarte daño físico no calmara el dolor ni la tormenta en la que vive tu corazón. —musita entristecida mientras deshace el abrazo y me hace voltear para que le haga frente. Lo hago y posa su mano en mi mejilla, haciéndome sentir tranquilo con su tacto, —Déjame ver tus manos, te hiciste daño —susurra en tono suave pero la conozco a la perfección y sé que está enojada por mi actitud. Lo dudo por un instante pero despues de unos segundos termino accediendo, y le muestro ambas manos que se encuentran magulladas y en pésimo estado, el vendaje apenas se sostiene bajo de mis muñecas y ha cambiado de color, tanto que ahora se encuentra rojo y la sangre gotea por doquier. Sus ojos se abren de par en par, —¡Alexander, por dios! ¿Qué te has hecho? —grita horrorizada, y una vena resalta en su frente—. Vamos a curarte esto antes de que se te infecte —tira de mi brazo pero no me muevo. —No es necesario, estoy bien —protesto, ganándome una mirada recriminatoria de su parte. Suelto un bufido como un niño pequeño. Me mira incrédula y frunce el ceño. —Sabes que no lo estas —me encara agravando el tono de voz—. Necesitas que alguien cuide de ti y yo estoy aquí. Yo no te dejaré. —sus ojos brillan con intensidad y puedo ver que está a punto de llorar. Mi garganta comienza a arder mientras mis manos tiemblan y sé que no es por el dolor infligido en mis nudillos. Tomo las manos de mi nana entre las mías y la miro fijamente. —Gracias —soy completamente sincero con ella. Lo dudo, pero termino haciéndole caso a mis impulsos así que me acerco y deposito un beso en su sien—. Simplemente gracias. Ella sonríe con ternura aunque puedo percibir la sorpresa en su rostro, —¿Por qué? —indaga con un deje de curiosidad. Dejo salir un suspiro y despego la mirada de la suya. —Gracias por no dejarme a mi suerte, por no abandonarme —las palabras me pesan—, por quedarte cuando ella no lo hizo... —vuelvo a revivir la herida que aun sigue sangrando dentro de mi corazón y sé perfectamente que mi nana entiende a quien me refiero. Me observa sin poder creerse lo que he dicho, jamás me he sincerado de esta forma, jamás he querido hablar de este tema. En especial con ella. Aunque tampoco era necesario. Pero ahora siento que debo hacerlo. Nunca le he agradecido todo su cariño y su esfuerzo. Todo lo que ella hizo por mí y que a pesar de mis comportamientos, siempre estuvo para mí. No se fue. No me abandonó. Mis palabras son suficientes para desencadenar sus lágrimas y sollozos, niego con una sonrisa melancólica curvando mis labios y la tomo de la mano con delicadeza para después empezar a caminar lejos del saco de boxeo, saliendo del cuarto de gimnasio, pese a que el vacío dentro de mi pecho sigue creciendo. Recorremos juntos el espacioso jardín que es alumbrado por la tenue luz de la noche, ambos nos refugiamos en el silencio y no decimos nada. Mi nana me entiende de una manera inexplicable y sé que ella sabe lo que siento por dentro. Sé que sabe que su silencio le da cabida a los recuerdos asfixiantes que comienzan a invadirme sin permiso alguno. Aprieto la mandíbula con rabia tratando de contener mis ganas de gritar de dolor y rencor porque son momentos como estos en los que siento que me desmorono por dentro, ya no tengo fuerzas para seguir adelante, me hundo en la oscuridad, que me veo ansiando un abrazo de ella y de nadie más. Un cálido abrazo que me reconforte, un abrazo en el que ella desprenda su olor hogareño que solía tranquilizarme, un abrazo en el cual me diga que todo estará bien porque ella está conmigo y nunca se irá. Que nunca me dejara como lo hizo en el pasado. Me trago mis sollozos cuando la rabia hace acto de presencia y hace que la sangre me hierva con furia porque ella no se merece absolutamente nada de mí, una sonrisa vacía toca las comisuras de mis labios y me toca fingir que todo vuelve a la normalidad, aunque sólo esté tratando de enmascarar el profundo dolor que me provoca el hecho de extrañar un abrazo de ella. De la primera mujer que me abandonó. De la mujer que no le importó su único hijo. De la mujer que me quitó todo y me dejó en la oscuridad. Mi madre. La mujer que sigo amando y extrañando contra toda mi voluntad.
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