Capítulo XXVIII

2712 Words
Camille Una sensación de mareo me sobrecoge. La cabeza me da vueltas con los pensamientos que empiezan a abarrotar mi cabeza. No puedo objetar algo con claridad y tampoco termino de entender la razón por la cual mi cuerpo se estremece cada vez que él me mira de reojo, haciendo que mi piel palpite y se multiplique ese gran escozor que me pone nerviosa, excitada, y a la vez en alerta porque sé lo que significa caer de nuevo ante él. Recorremos por la autopista y unos minutos después, el auto se detiene frente al aparcamiento de una cafetería que me resulta dolorosamente familiar, porque ya hemos estado aquí y sólo contemplar la sensación de nuevo me quema. No puedo eludir esa la ola de sentimentalismo que me avasalle al recordar el motivo por qué es especial. Mis ojos rápidamente se empañan de lágrimas amargas, el nudo que se forma en mi garganta es tan inmenso que dudo que pueda contener las ganas de romper a llorar. No puedo lidiar con todo lo que se agita dentro de mi corazón. —¿Por qué me trajiste aquí? —apenas consigo hablar. No reconozco mi propia voz. Me muerdo el labio, abrumada por la sensación de fuego que se aglomera en mi pecho. No me gusta lo que estoy volviendo a sentir. Él me mira fijamente, sus ojos verdes dóciles y vulnerables, la fragilidad relampagueando en ellos, una lágrima se desliza por mi mejilla y él la atrapa con su pulgar, dejándome una caricia que me hace estremecer en lo más profundo de mi ser. —Aquí vengo cada vez que me acuerdo de ti —dice con voz ronca; esa mirada oscura clavada en mi me mantiene apresada en un infierno mutuo—, si estoy aquí siento que te tengo cerca —mi corazón se siente pesado cuando me doy cuenta de que no hay ningún indicio de mentira en sus palabras—. Tres años han sido demasiado tiempo, pero no lo suficiente para borrar la marca que dejaste en mí, Camille. Ahogo un sollozo, que se queda estancado en lo más profundo de mi garganta porque me niego a soltarlo. Me muerdo el interior de las mejillas, aparto la mirada, hecha un lío por dentro, principalmente porque no sé cómo sentirme al respecto. No entiendo que debo decirle o que debo hacer para obtener un ápice de tranquilidad que él no me brinda. —Por favor, basta —casi ruego. Me niego a dejarme envolver en sus palabras vacías. Palabras que desde hace tiempo dejaron de tener credibilidad alguna para mí. —No puedo, necesito que escuches todo lo que tengo que decirte. Me arden los ojos con las lágrimas que pugnan por salir. —No quiero escucharte más —se me quiebra la voz—, ya fue suficiente, ¿no lo crees? —No todo está dicho entre nosotros. Hay mucho más... Sacudo la cabeza en señal de negación. Me rehúso a aceptar que quizá pueda tener razón o incluso a escucharle. No me permitiré ser débil otra vez. Ni siquiera por él. El hombre que una vez amé. —¿Qué es lo que realmente buscas? —pregunto sin alterarme, quizá incluso sonando agotada. Solo quiero una respuesta que me haga entender por qué hace esto. Exhala como si le doliera físicamente hacerlo. —A ti, Camille. Sólo a ti. Mi mundo entero vuelve a tambalearse. —¿A mí? —repito, pardeando desentendida. Él me dedica una sonrisa triste que casi me descompone por completo. —Me niego a estar en un mundo en el que no estés a mi lado. Contengo mis lágrimas. —¿Por qué me haces esto, Alexander? —finalmente me permito quebrantarme—, ¿por qué quieres lastimarme otra vez? ¿No te ha bastado con todo lo que ya me has hecho en el pasado? —pregunto, temblando por los sollozos que se me acumulan en el fondo de la garganta. Niega rápidamente, la impotencia saliendo a relucir en sus rasgos masculinos. —Lo último que quiero hacer es volver a lastimarte, eso no pasará —murmura en voz baja—, no podría. —¿Entonces? ¿Qué es lo que quieres conseguir? —Me creerías si te dijera que solo busco recuperar lo que teníamos —tira de mi mano, la acuna bajo la suya, que es muy grande y cubre por completo la mía; por alguna razón no siento la necesidad de apartarme—, que desde hace tiempo descubrí que sin ti estoy muerto en vida, que no hay nada más que oscuridad desde que te fuiste. Desmoronada y a punto de romper en llanto, vuelvo la mirada hacia él. Sus ojos brillantes puestos sobre mí me encuentran en el camino; el miedo y la contención reposando en el aire a nuestro alrededor. Trago con fuerza y hago mi mejor intento para no flaquear, al tiempo que concentro mis ojos acuosos en los suyos, mi cuerpo consigue estremecerse y aunque todo instinto de supervivencia que yace dentro de mí, me pide que salga corriendo para no sentir tanto, hago lo contrario, y permanezco a su lado, aferrando mi mano a la suya porque aunque me niegue a admitirlo, solo cuando estoy con cerca de él siento que puedo respirar con tranquilidad. —No te creería en absoluto —me sincero—, desde hace mucho tiempo que tus palabras dejaron de tener alguna credibilidad para mí —refuerza el ajuste en mi mano. El aire de la atmósfera se vuelve pesado con el resoplo que abandona sus dulces labios; es arrebatador y me cala los huesos, aumentando la sensación de pánico que me hace sentir desorbitada. Estoy perdida y esta vez no puedo encontrarme porque mi lugar no está donde yo creía. Me quedo mirándolo, intentando descifrar cada uno de los secretos que oculta su mirada, porque su falta de honestidad me hace sentir expuesta y débil. Y no quiero esperar nada de él. No quiero volver a tener expectativas porque él nunca ha estado a la altura de ninguna de ellas. No obstante, el corazón me quita las riendas de la situación, y permanezco callada, esperando a que responda algo y me haga entender porque hace todo esto después de lo que ha pasado con nosotros, pero en cambio, con la seguridad manejando sus movimientos, solo se acerca a mi labios. Los observa con determinada delicadeza, que me resulta demasiado difícil pensar con claridad o tan siquiera respirar, mi corazón comienza a latir de manera desbocada, el ritmo cardíaco se me acelera sobrepasando su normalidad. Anticipo sus acciones, las leo en cada gesto que grita mi nombre y, justo cuando pienso que me va a volver a besar una vez más, que volverá a crear una tortuosa tentación dentro de mi cuerpo, sus cálidos labios rozan mi mejilla advirtiendo una suave caricia que remueve mis entrañas. Me limito a suspirar decepcionada, sin saber realmente porque me siento así. —No sé cómo voy a lograrlo, pero te juro que conseguiré que me perdones —la determinación detrás de sus palabras me desestabiliza; noto su cálido aliento rozándome las mejillas—, porque estoy dispuesto a pasar el resto de mi vida redimiendo cada una de mis acciones y reparando todo el daño que alguna vez te hice. No voy a rendirme contigo. Nunca volveré a dejarte ir. —Deja un último beso cerca de la comisura de mi boca, sellando un destino que creí se había equivocado al juntar nuestros caminos nuevamente. Mi respiración se agita a causa de ese pequeño gesto, el vello de mi piel comienza a erizarse y creo que me voy a desmayar en cualquier instante, porque no es normal sentir tanto con tan poco. Sin embargo, me repito que debo mantenerme firme y no mostrar la debilidad, que aunque me cuesta demasiado aceptarlo, todavía sigo sintiendo hacia él. —Es que no lo entiendes —argumento todavía en negación—, tus palabras no cambian absolutamente nada entre nosotros, Alexander —replico dolida—. No volveré a creer en tus promesas vacías, ya no confío en ti. Él me da un asentimiento de cabeza como respuesta aunque para su mala suerte le conozco demasiado bien para saber que quiere decir mucho más. Exhalo, rendida con la situación. De la nada, comienza a hacer círculos con su dedo en el dorso de mi mano. Y sé que lo hace para calmarse y ordenar sus pensamientos sobre lo que hemos hablado hasta ahora. Pero eso no quita que la intimidad que encierra su gesto me dispare las pulsaciones y realmente comienzo a temer por mi estado mental. No debería sentir nada cuando me toca de esa manera, pero mi cuerpo se sumerge en una nube con un solo roce suyo y me olvido de todos mis principios, dejándome llevar por la misma sensación efímera que me condenó en el pasado. —Sé que soy el responsable de todo lo malo que ha pasado entre nosotros —empieza de nuevo, su expresión exhausta e incluso rendida—, pero necesito que dejes que las acciones hablen por sí solas —pide, un deje expectante en su voz—. Déjame demostrarte que valgo la pena, que nosotros sí valemos la pena... y, que si me lo permites, puedo estar a la altura de todas tus expectativas. Me tiemblan los labios. Niego al instante, un nudo formándose en mi garganta mientras amortiguo un lloriqueo. —Sabes que es muy tarde. —No es tarde para nosotros —acaricia mi mejilla y su toque me quema en lo más profundo del alma—, nunca lo será, preciosa. Continúo sacudiendo la cabeza, y aparto su mano e intento tomar distancia. Me trago el mal sabor que me dejan sus palabras, trato buscar cualquier ápice de mentira que me haga retroceder de lo que estoy a punto de hacer, porque la parte racional que reside dentro de mí me dice que me aleje de él o lo voy a lamentar tarde o temprano, mientras que la parte irracional e ilógica me grita que ya no huya porque nunca voy a poder encontrar un lugar en donde pueda sentirme segura, que no sea con él, la persona que me dañó y la que ilógicamente, me hace sentir reparada. Completa. —¿Y qué gano yo haciendo esto? ¿Por qué tengo que ponerme en esta situación nuevamente cuando sé de sobra cómo termina nuestra historia? —recrimino, frustrada. Su rostro decae con notoriedad, sus gestos delatan la decepción impresa en sus orbes y quiero saber porque diablos le importa tanto que acceda a esto. No puede ser eso. Nos miramos largamente, después de unos segundos su mano deja la mía y quiero quejarme por el hecho de que me prive de su acogedor tacto que me hace sentir reconfortada. Pero no lo hago. Permanezco callada, hundida en mis pensamientos. Y justo cuando creo que no dirá nada más, con ambas manos, gruesas y ásperas, acuna mi rostro y la cálida sonrisa que curva sus labios vuelve a acelerar mi corazón, calentándolo con esa sensación que solo él ha conseguido provocar a través de los años. Nuestras miradas se eclipsan y siento que vuelvo a caer en un abismo que me mantiene sumergida en la oscuridad que acarrea. —Alexander... —mi voz se asemeja a una súplica. Necesito que se detenga. —Nuestra historia merece un final mejor, preciosa —me besa los labios de manera rápida pero no por eso menos especial; suelto un suspiro abrumada—, nosotros nos merecemos un final. Juntos. > esa palabra retumba en mi cabeza y la magia entre nosotros se rompe. La realidad de la situación se acentúa por completo en mi cabeza, comienzo a recordar cada una de las razones por las cuales he construido una barrera alrededor de mi corazón para no dejarlo entrar, todo lo que pasa cuando dejo que él se apodere de mis pensamientos, medito las cosas por última vez y cuando el rostro de Aarón regresa a mi mente de golpe, una oleada de frustración y culpabilidad me invade sin que pueda hacer nada para evitarlo. —Camille... —susurra despacio, sé que necesita una respuesta de mi parte. Y en el fondo sé que le diga lo que le diga, no le va a gustar. —Nosotros tuvimos el final que merecía nuestra historia, no me interesa cambiar nada y no quiero regresar al mismo ciclo vicioso en cual sentía que me ahogaba —lucho para que no se me rompa la voz y me deshago del ajuste de sus manos—, no tengo nada mas que ofrecerte, te lo di todo y ahora he vuelto a rehacer mi vida, tú ya no eres partícipe en ella, Alexander. Necesitas entenderlo, seguir con tu vida y dejarme en el pasado porque ahí es donde pertenecemos. La expresión de su rostro se endurece y un músculo de su mandíbula se tensa, no deja de observarme con impotencia y a la vez desolado, cómo si estuviera sufriendo físicamente. Mi piel arde y se regocija con el mismo dolor, pero no se lo digo, permanezco callada como una tumba, porque ambos ya tomamos rumbos diferentes y unirlos sería un error catastrófico que nadie está listo para enfrentar. Estoy cansada de intentar luchar con la corriente que siempre busca hundirme. —Las relaciones que se construyen a base de mentiras no funcionan —suelta de repente y no sé porque siento que es una indirecta que va dirigida hacia mí. Siento una punzada en el corazón, ignoro el amargo sabor que se instale en mi paladar. Trago grueso, queriendo deshacerme de todo lo que implica su presencia en mi vida y me muerdo el labio inconscientemente. —Por eso no funcionamos —me atrevo a agregar después de un largo momento. Suelta una risa sarcástica y vacía, el sonido es frío, cargado de desdén, congela mi cuerpo y me recuerda al viejo Alexander, ese que tanto busco enterrar y sacar de mis pensamientos. Ese hombre que atormenta cada una de mis noches y aunque luche conmigo misma, vuelvo a recordarlo porque mi mente no me permite dejarlo ir. Lo miro decepcionada y trato de mantener la compostura, pero me resulta imposible cuando me lanza esa mirada salvaje y llena de recelo. —Sabes que no me refería a nosotros —se indigna—. Lo sabes muy bien pero necesitas creer que tu vida sin mí es perfecta porque sólo así podrás seguir adelante, aunque por la noche, cuando la luz se desvanece, y cierras los ojos, soy el único que aparece en tus pensamientos. Eso acapara mi atención, mi cuerpo se estremece entero, el oxígeno comienza a fallarme y me vuelvo hacia él, indignada por provocarme tanto y atreverse a criticar una relación que no conoce, una que no tiene idea de cómo funciona. —No entiendo a qué diablos te refieres, pero déjame decirte una cosa; mi relación funciona perfectamente y si algún día llegase a tener algún problema, tú serías la última persona a la cual le pediría un consejo u opinión. Zanjo el tema y lo doy por cerrado, él me observa por lo que se siente una eternidad, puedo vislumbrar la contención y la impotencia impresa en sus gestos. Suelta un largo suspiro que interpreto de manera negativa y cuando estoy segura de que volverá a encender el motor del auto para regresar por donde vinimos, hace todo lo contrario, se baja del auto, lo rodea y antes de que pueda procesar todo siquiera, está frente mío, abriendo mi puerta. Todo sucede demasiado rápido, en un abrir y cerrar de ojos que me deja desconcertada, parpadeo hecha un lío por dentro, lo miro fijamente, intentando entender cuál es su juego, saber cuál es el siguiente movimiento para que no me tome desprevenida, pero como siempre, no hay nada que me deje indagar. Me regala una mirada inescrutable. Sus rasgos perfectos e ilegibles. —Venimos aquí para tomar un café y eso haremos, ¿entendido? —La manera autoritaria en que lo dice me deja muy claro que no es una pregunta. Le dirijo una mirada de fastidio. >
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