Capítulo XXIX

3252 Words
Camille —No voy a cambiar de parecer —repite Alexander una vez que se percata de mi resistencia. Me abstengo de darle una réplica mientras le pongo los ojos en blanco cuando me doy cuenta que no puedo llevarle la contraria, porque lo conozco lo suficiente para saber que siempre insiste. Un bufido brota de mis labios y solo deseo poder golpearlo, más cuando abre mi puerta, me desabrocha el cinturón de seguridad y ni siquiera se inmuta ante ni una de mis protestas. Sólo se limita a ignorar mis quejas. Caminamos en completo silencio y entramos al mismo lugar de hace tres años, el delicioso aroma de la cafeína mezclado con pan recién hecho me invade profundamente. Suspiro emocionada con la oleada de sentimentalismo y melancolía que me corroe por volver. Reparo todo a mi alrededor de manera disimulada, haciendo una mueca de fastidio, intentando esconder mi curiosidad por recorrer cada rincón y conmemorar hasta el último detalle. —Busca una mesa disponible, pediré nuestra orden —no es una sugerencia así que no me molesto en llevarle la contraria porque sé que no voy a ganar. Suelto un resoplido de resignación y hago lo que me pide sin expresar una queja, elijo una mesa en el fondo del restaurante ya que es una de las únicas disponibles, el lugar está lleno de personas conversando entretenidamente y por alguna razón, el ambiente es tranquilo y no me siento incómoda, pese a que Alexander es mi acompañante. Avanzo hacia la mesa y tomo asiento, me deshago de mi abrigo y lo pongo a un lado junto a mi bolsa. Comienzo a jugar con mis manos, acto que fácilmente delata mis nervios, mi cabeza empieza a recopilar los acontecimientos del día y el aire se me atasca en la garganta cuando el recuerdo de sus labios devorando los míos me llega con un suspiro abrasador, siento el fervor de su tacto, mi pecho se calienta con una sensación que le atribuyo a las hormonas, porque es más fácil vivir con el hecho de que sólo le deseo a él, pero no hay sentimientos de por medio. Al cabo de unos minutos lo veo venir hacia mí, caminando como si el mundo le perteneciera, destila esa arrogancia y todo su porte grita dominio. Aunque quiera, no puedo dejar de mirarlo, mis ojos están pegados a él y a ese traje caro que se ajusta a su cuerpo, resaltando sus pectorales y los brazos musculosos que me hacen morderme el labio por instinto. Paso saliva cuando siento las mejillas encendidas y el calor se acumula en mi entrepierna. Él se sienta frente a mí y puedo sentir su mirada expectante sobre mí, espera a que inicie una conversación y no sé de qué mierda hablar cuando todo lo que teníamos que decirnos ya lo hicimos hace tres años. No entiendo qué gana con esto, me resulta difícil leerlo y aunque tenga el nerviosismo carcomiéndome por dentro, tomo las agallas suficientes para levantar la mirada y la uno con la suya. Perdiéndome en el abismo de oscuridad que carga en esos hermosos ojos. —Acepta trabajar conmigo —suelta de repente, no hay ningún indicio de emoción en sus expresiones—. Esta vez sin trampas, sin juegos de por medio, solo acepta y te doy mi palabra que nada malo les sucederá a tu padre y a Aarón. Sus palabras se escuchan sinceras, aunque no pasa desapercibido el tono amargo con el que hace mención de mi novio. No puedo fiarme de él, lo tengo muy presente. —Eso se llama chantaje —me pellizco el puente de la nariz con la otra mano, superada por la situación. Él esboza una sonrisa tirante ante mi comentario y mi corazón da un vuelco inestable. —Yo prefiero llamarlo un intercambio —increpa con voz lúgubre, sus ojos brillantes—, tú me das algo y yo te doy algo a cambio. Así funciona, preciosa. Niego, poniendo los ojos en blanco antes de volver a centrar mi atención. Él me mira fijamente y me percato de que se afloja el nudo de la corbata, sin despegar sus ojos de los míos. —Sólo buscas manipularme. Un brillo sombrío aparece en sus ojos y casi palidezco. —Lo que busco de ti va mucho más allá de la manipulación y créeme, si te lo dijera en este momento, saldrías corriendo a esconderte al otro lado del mundo para que no te encuentre. Mi piel se eriza con la nota de profundidad y amenaza que adquiere su voz y por mí propio bienestar, opto por cambiar el tema, me siento completamente expuesta ante él. —No me asustas. —No es mi intención asustarte, Camille —afirma con altivez. Trago en seco. —Entonces, ¿qué pretendes conseguir diciéndome todas esas palabras? —sigo presionando con la intención de que se sincere conmigo. En cambio, me dedica una sonrisa sombría. —¿Acaso estás lista para afrontar la verdad? —inquiere con suficiencia—, si es así, pregúntame lo que ambos sabemos que deseas preguntar desde que volvimos a vernos —me reta, sus ojos refulgiendo con esa emoción oscura que me desestabiliza. —¿Y para qué quieres que trabaje contigo cuando sabes que no estamos en buenos términos? Puedo darte tu dinero de vuelta sin ningún problema y nos olvidamos de que esta conversación siquiera existió —desvío el tema, temerosa de la razón detrás del cosquilleo que me embarga. Se limita a soltar un suspiro de resignación al tiempo que apoya los codos sobre la mesa, adquiriendo una posición varonil. Y aunque no se lo diga exactamente, puede comprender que no estoy preparada para enfrentarme a la verdad que comienza a ser muy evidente. —Te creía más valiente, preciosa —dice con diversión, pero soy capaz de reconocer el matiz de decepción en su voz ronca. —Alexander... —advierto, queriendo silenciar mis pensamientos. Resoplando, decide apiadarse de mí y no insistir. —Quiero que trabajes conmigo para elaborar una campaña publicitaria, solo serán tres meses. No te pediré más durante ese tiempo —puedo asegurar que me mira con un atisbo de súplica, pero no dejo de sentir que sus palabras tienen un doble significado del cuál estoy ajena—, después de que cumplas con eso te dejaré ir y, te juro que si así tú lo deseas, me encargaré de salir de tu vida para siempre. No volverás a saber de mí. Será como si nunca hubiera existido. La solo idea de no volver a verlo jamás me hace estremecer de una manera que me desconcierta, mi corazón se estruja y de repente siento los ojos acuosos. No entiendo porque me duele imaginarme algo que ya viví, y quizá por eso, me cuesta hacerlo. Me muerdo el labio, indecisa. Nos observamos por mucho tiempo y aunque suene ilógico, me veo contemplando la idea de aceptar su propuesta que si bien lo conozco, tiene el poder de destruirme. Él sabe muy bien cómo hacerlo y si tira del hilo indicado, acabará conmigo y volverá a dejarme en la oscuridad. Dudo que esta vez logre salir. —¿Solo serán tres meses? —averiguo con un matiz de inseguridad palpable en mi voz, puedo ver el brillo de emoción en sus orbes verdes cuando comprende mis intenciones. Asiente, complacido. Y lo odio, odio sentir tantas emociones invadiendo mi cuerpo. —Solo tres meses, Camille —sentencia decidido—. Eso necesito de ti. —¿No atentaras nada en contra de ellos? —estrecho la mirada en su dirección—, ¿te mantendrás al margen y cuando el plazo de tiempo se cumpla te alejarás de mí para siempre? Puedo ver la indecisión y un atisbo de miedo en su mirada. No entiendo que sucede con él, traga con dificultad y, cuando vuelve a unir nuestras miradas una vez más, noto los latidos de mi corazón yendo más rápido de lo normal. —Cumpliré con mi palabra —quiero protestar pero en el momento en que su enorme mano cubre la mía, permanezco en silencio; lo siento tensarse contra mí—, puedes estar segura de ello. Me alejaré de ti si es lo que tú deseas. Repaso el panorama en mi cabeza una vez más, quiero asegurarme de que estoy haciendo las cosas bien, la respuesta está en la punta de mi lengua y sé que será un rotundo "no" porque sé perfectamente que si lo dejo entrar una vez más, nunca saldrá de mi vida. Aparto su mano de la mía mientras me preparo para enfrentar su mirada y dejarle muy en claro las cosas, pero eso no sucede porque nuestro pedido llega a la mesa y siento que me dan una guantada en el estómago, que me deja sin poder respirar ya que un cosquilleo de emoción me sube por la espina dorsal y siento que todo a mi alrededor se desvanece. El camarero pone un pedazo de tarta de chocolate y una taza café enfrente de mí. En cambio con Alexander, solo le entregan una taza de café n***o. Observo el pedazo de cielo embobada, la boca de me hace agua de solo mirarlo y no puedo hacer más que maldecir a Alexander por tomarse atrevimientos que nadie le pidió, pero que por alguna razón sigue haciendo. —Una cucharada y media de café, dos cucharadas de azúcar y esencia de avellana —alza la taza y me insta a hacer lo mismo cuando me recita mi pedido—. Provecho, preciosa. Paso saliva, abrumada. Luego tomo un sorbo del café, deleitándome con el sabor amargo y dulce de la bebida, que sabe exactamente como me gusta y ese detalle no pasa desapercibido para mi corazón que se encuentra galopando como si su vida dependiera de ello. Dejo la taza en la mesa y me concentro en el pedazo de tarta, la miro fijamente y no me atrevo a tocarla, ya que siento que de alguna manera volverá a abrir una herida que me costará mucho volver a cerrar. Alexander se da cuenta de mi vacilación y me mira confundido. No entiende porque no pruebo un bocado. Carraspea la garganta y se aclara la voz con dificultad. —¿Ya no te gusta? —pregunta en un susurro, con una nota de inseguridad que nunca antes vislumbré por parte suya. Niego rápidamente. —Si me gusta, solo que... —No he vuelto a probar una tarta de chocolate desde hace años. —No tienes porque comerla si no quieres, la pedí porque pensé que seguías amando el chocolate y.... —Si acepto —no lo dejo terminar porque la palabra que me condena se resbala de mis labios y en ese momento quiero golpearme por ser tan estúpidamente impulsiva. Él hace en gesto con los labios que me expresa su confusión. No termina de procesar lo que acabo de decir. —¿Aceptas que? —arquea una ceja, sorprendido y a la vez emocionado. Tomo un respiro hondo, optando por silenciar la voz de mi razonamiento y entonces dejo que las emociones me vuelvan a manejar una vez más. —Acepto el trato que acabas de proponer para no hundirlos, solo serán tres meses —accedo sin saber a ciencia cierta en lo que me estoy metiendo—. No me hagas arrepentirme —casi ruego. Su rostro se llena de entusiasmo y sonríe, mostrándome esa dentadura perfecta que me hace estremecer con el cosquilleo que me atraviesa. —Está vez todo será diferente —su voz es una promesa, solo que no sé si es para bien o para mal. Ambos permanecemos con la mirada fija en el otro, el tiempo se eclipsa a nuestro alrededor y nos compartimos todo aquello que nos tormenta, sus ojos están puestos sobre los míos y el iris verdoso que posee me hiela los huesos y me reseca los labios, ya que una vez más vuelvo a anhelar su roce. Mi piel se cobija bajo el calor de su mirada y mi pecho se sacude con vehemencia, porque vuelvo a sentir que mi mundo se reduce a momentos como estos. Sin querer hacerlo, aparto la mirada y me concentro en la tarta, tomo la cuchara que yace sobre la mesa y agarro un pedazo para llevarlo a mi boca, un gemido de satisfacción abandona mi garganta y cierro los ojos, degustando de aquel sabor amargo y a la vez empalagoso que me da mil años de vida y que no entiendo muy bien porque abandoné. Sentir en mi piel la intensa mirada de Alexander hace que me detenga, abro los ojos y lo veo con un signo de interrogación. —¿Qué? —pregunto a la defensiva. Él sonríe con calidez. —Nada, preciosa —levanta las manos en señal de rendición. —Alexander... —recrimino. —¿De verdad quieres saberlo? Pongo los ojos en blanco. —Déjate de rodeos, dime que sucede. —Tienes restos de chocolate en los labios —murmura con diversión. La valentía que sentía se esfuma. Me sonrojo al instante y agacho la mirada, avergonzada. Tomo una servilleta de manera rápida, la desdoblo y justo cuando estoy a punto de limpiarme, Alexander me la arrebata de las manos sin ser brusco. Lo miro exasperada y el sonríe, restándole importancia. Mi cuerpo sufre una descarga eléctrica que no se de dónde viene pero puedo sospechar quién es el causante. —Permíteme ayudarte con eso, preciosa —se levanta de su asiento y se pone de cuclillas, inclinándose en mi dirección. Pese a que este en esa posición, su altura me sigue sacando unos cuantos centímetros. Acuna mi rostro con una mano y con la otra comienza a limpiar la comisura de mis labios, lo hace con suavidad y suma delicadeza, no despega la mirada de mi boca y me olvido de cómo reaccionar. No puedo objetar nada porque mi mente está en blanco. Él sigue con lo suyo, limpiando las esquinas de mis labios mientras me sujeta con fuerza y me mira como si fuera lo más preciado que ha visto en mucho tiempo. Las pulsaciones se me disparan cuando lo escucho soltar una maldición que me calienta hasta la última fibra del cuerpo. No pienso con claridad y aunque mi subconsciente me reprende un sinfín de veces, postro la vista en sus labios entreabiertos y suelto un bufido. Lo veo pasar saliva, entorna los ojos en mi dirección, sus pupilas están dilatadas y apenas puedo atesorar el verde que tanto me deleita, después de lo que parece una eternidad nuestras miradas se encuentran y mi corazón grita a todo pulmón que haga lo que mi cerebro no quiere ni pensar. —Camille... —suspira como si le doliera hacerlo—, dime que me detenga. Exígeme que lo haga —pide atormentado. Mi respiración se agita con el torbellino de emociones conocidas que me golpean. —¿Por qué? —pregunto con el pulso acelerado. Sus labios se curvan en una sonrisa, pero esa sonrisa no llega a sus ojos cuando su mirada adquiere un brillo sombrío y vuelvo a ver a ese demonio del que tanto huyo pero que irónicamente busco. —Voy a besarte hasta que nuestros labios se desgasten y el único sonido que podamos escuchar sea el de nuestras respiraciones entrecortadas. Dudo que pueda parar porque quiero llenarme de ti y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo —un gruñido áspero y bronco sale de su garganta, la oscuridad resonando en su voz—. Ya no vas a poder escapar de mí. Nunca. Una oleada de calor se concentra en mi entrepierna y aprieto los muslos con fuerza, acción que él nota, ya que me mira con los ojos salvajes y llenos de esa oscuridad que me somete. Pierdo la función cerebral, esa misma que me hace actuar con cordura y, sin saber en el juego en que vuelvo a meterme, sin repasar todo lo que puede salir mal, ahueco su rostro con ambas manos, él hace lo mismo conmigo, nos miramos por unos segundos más, la tensión podría cortarnos pero no nos importa. No entiendo qué diablos sucede conmigo y, quizás, por eso mismo las palabras abandonan mi boca, sellando un destino y reescribiendo una historia que creí terminada. —Bésame, Alexander. Y eso es suficiente para tenerlo prendido de mis labios como si fuera un hombre hambriento y vicioso de mí. Su delicioso aroma penetra en mis fosas nasales con una fuerza devastadora, mientras que su sabor a menta se mezcla con el sabor a chocolate de la tarta creando el mismísimo paraíso en mi boca. La satisfacción me hincha el pecho, gimo en medio del beso y él no pierde la oportunidad de succionar todos mis jadeos con el empellón salvaje que le da a mi boca. Me besa con extrema desesperación y sin contención alguna, posee cada rincón de mi alma con sus labios que exigen todo de mí. Sus manos siguen acunando mi rostro y sin saber que impulso me impulsa, le rodeo el cuello con una mano, profundizando aquel roce que me excita de sobremanera. Estoy absorta en el momento, quiero reaccionar, detener la locura que yo misma inicié pero no puedo, el feroz roce de nuestros labios me quema por completo porque lo siento en todas partes, lo tengo en mis huesos y sólo por esta vez quiero perderme en él, derretirme por completo en su boca y deleitarme con esa exquisitez que transmite cuando muerde mi labio con sensualidad y dejo de respirar, mientras mi ritmo cardíaco se acelera y una sensación burbujeante se instala en mi bajo vientre, la cual me hace replantear cada aspecto de mi vida nuevamente. Al cabo de unos cuantos minutos, nos separamos por falta de oxígeno y no hace falta decir ninguna palabra para saber que una vez más he cometido un puto error, que dudo que pueda enmendar porque la mirada lasciva que me lanza me hace contener la respiración y sé que esta vez no podré salir de esa oscuridad a la que me he condenado sola. Todo mi mundo se pone de cabeza una vez más y mi subconsciente no deja de gritarme "te lo dije" y aunque no quiero escucharla, sé que tiene razón. Aturdida por la conmoción de lo ocurrido, lo hago a un lado y me levanto de la mesa, desorientada. Le dedico una mirada de soslayo y hago lo que mejor sé hacer cuando se trata de él; huir. Salgo del restaurante a toda prisa, siento que me asfixio, no puedo ni respirar. Cuando por fin llego a la salida y la brisa del aire me golpea, me permito descargar mi llanto porque sé perfectamente que mis lágrimas podrán disimularse por las gotas de lluvia que comienzan a mojarme y a quitarme esa sensación de agobio que me tiene con una mano en el pecho y mis pensamientos hecho un lío. Mi corazón se encuentra en una incesable tormenta que lleva escrito el nombre de un demonio de ojos verdes, que ha vuelto a mi vida y esta vez tengo la sensación de que nunca mas se irá. Y si yo lo hago, sé que me perseguirá hasta el fin del mundo. Ya no puedo seguir huyendo. Pero eso no significa que no vaya a intentarlo porque me niego a dejar que entre en mi vida y me destruya como ya lo hizo en el pasado.
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