CAPÍTULO OCHO Alec se encontraba en la herrería de su padre con el gran yunque de hierro enfrente, muy gastado por años de uso, levantó su martillo y golpeó en el acero caliente brillante de una espada que acababa de sacar del fuego. Sudaba con frustración tratando de sacar su furia con el martillo. Habiendo llegado a los dieciséis años, era más bajo que la mayoría de los otros chicos pero también más fuerte, tenía los hombros anchos, se le empezaban a desarrollar los músculos y tenía una gran cabellera ondulada negra que le caía por encima de los ojos. Alec no era de los que se rendían fácilmente. Su vida había sido dura, como este hierro, y al encontrarse junto al fuego retirando el cabello de los ojos con el dorso de la mano, cavilaba pensando en la noticia que acababa de recibir. Nunc