CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO
Kyra estaba sobre la loma cubierta de hierba, con el suelo congelado debajo de sus botas y la nieve cayendo a su alrededor, y trataba de ignorar el frío cortante mientras levantaba su arco y apuntaba a su objetivo. Cerró un poco los ojos, alejándose del resto del mundo —un soplido de viento, el sonido de un cuervo a lo lejos— y se obligaba a sí misma a ver solo el delgado abedul, lejano, pálido, que sobresalía en medio del paisaje de los pinos púrpura. A menos de cuarenta metros, este era el tipo de disparo que sus hermanos no podrían lograr, que ni siquiera los hombres de su padre lograrían; y eso le daba más determinación, siendo ella la más joven del grupo y la única mujer entre ellos.
Kyra nunca había encajado. Claro, una parte de ella quería hacerlo, quería hacer lo que se esperaba de ella y pasar tiempo con las otras mujeres, tal y como le correspondía, atendiendo tareas domésticas; pero en el fondo, ella no era así. Ella era hija de su padre, tenía un espíritu de guerrero igual que él, y ella no se encerraría dentro de las paredes de piedra de su fortaleza, ni sucumbiría a una vida al lado de una chimenea. Tenía mejor puntería que estos hombres —de hecho, hasta podía superar a los mejores arqueros de su padre— y haría todo lo posible por demostrarles a ellos, y en especial a su padre, que merecía que la tomaran en serio. Sabía que su padre la amaba, pero él se negaba a verla por lo que era.
Kyra realizaba sus mejores entrenamientos lejos de la fortaleza, a las afueras en las llanuras de Volis, sola —lo que le ya le iba bien, ya que siendo la única mujer en una fortaleza de guerreros, tuvo que aprender a estar sola. Se había acostumbrado a venir aquí cada día, a su lugar favorito, a la cima de la meseta que miraba a las imponentes paredes de piedra de la fortaleza, donde podía encontrar árboles delgados con los que era difícil acertar. El golpe de sus flechas se había convertido en un sonido común que hacía eco en el pueblo; ningún árbol se había salvado de sus flechas, tenían cicatrices en los troncos, algunos ya estaban inclinados.
Kyra sabía que la mayoría de los arqueros de su padre apuntaban a los ratones que abundaban en las llanuras; cuando ella empezaba, también lo había intentado, y descubrió que podía matarlos muy fácilmente. Pero esto le repugnaba. No tenía miedo, pero también era sensible, y matar a un ser viviente sin ningún propósito le desagradaba. Había hecho una promesa de que no volvería a apuntar a un ser viviente de nuevo, a menos que fuera peligroso o la estuviera atacando, como los Murcielobos que salían de noche y volaban demasiado cerca de la fortaleza de su padre. No tenía problema en eliminarlos, especialmente después de que su hermano menor, Aidan, sufriera una mordedura de Murcielobo que lo dejó enfermo por media luna. Además, eran las criaturas más rápidas en los alrededores, y sabía que si le podía dar a uno, especialmente de noche, entonces podría darle a lo que fuera. Una vez pasó toda una noche de luna llena disparando desde la torre de su padre y, cuando salió corriendo al amanecer, se emocionó al ver cantidades de Murcielobos en el suelo con sus flechas aún clavadas y la gente del pueblo congregándose alrededor impresionados.
Kyra se obligó a enfocar. Se imaginó a sí misma disparando, levantando el arco, acercándoselo a la barbilla y soltando sin dudar. Sabía que el disparo verdadero ocurría incluso antes de disparar. Había observado a muchos arqueros a su edad, con sus catorce años, tirar la cuerda y dudar y en ese momento sabía que sus disparos fallarían. Respiró profundamente, levantó el arco y, en un movimiento decisivo, estiró y soltó. Ni siquiera tuvo que mirar para saber que había impactado en el árbol.
Un momento después oyó el golpe, pero ella ya había dado la vuelta, en busca de su siguiente objetivo, uno que estuviera más lejos.
Kyra oyó un quejido a sus pies y miró hacia abajo a Leo, su lobo, que caminaba junto a ella como siempre, y estaba frotándose contra su pierna. Todo un lobo adulto que casi le llegaba a la cintura, Leo era tan protector con Kyra como Kyra con él, los dos eran una imagen inseparable en la fortaleza de su padre. Kyra no podía ir a ninguna parte sin que Leo fuera corriendo tras ella para alcanzarla. Y siempre se mantenía a su lado a menos que una ardilla o conejo se cruzara en su camino, en cuyo caso podía desaparecer por horas.
—No me olvidé de ti, chico —dijo Kyra mientras buscaba en su bolsillo y le daba a Leo un hueso que había quedado del banquete del día. Leo lo tomó, moviéndose felizmente a su lado.
Mientras Kyra caminaba con su aliento volviéndose niebla delante de ella, se colocó el arco en los hombros y se sopló en las manos, frías y desnudas. Cruzó la amplia y plana meseta y miró alrededor. Desde este punto con tan buenas vistas podía observar todo el paisaje, las colinas ondulantes de Volis, generalmente verdes pero ahora cubiertas de nieve, la provincia de la fortaleza de su padre, ubicada en la esquina noreste del reino de Escalon. Desde este punto Kyra tenía una vista completa de todo lo que sucedía en la fortaleza de su padre, las idas y venidas de la gente del pueblo y los guerreros, otra razón por la que le gustaba estar ahí. Le gustaba estudiar los antiguos contornos de roca de la fortaleza de su padre, las formas de sus almenas y torres que se extendían de forma impresionante por las colinas y que parecían ser infinitas. Volis era la estructura más alta en el panorama, con algunos de sus edificios levantándose cuatro pisos y enmarcado por capas impresionantes de almenas. Se completaba con una torre circular en su lado más alejado, una capilla para la gente, pero para ella, un lugar al cual subir para estar sola y ver el panorama. El complejo de piedra estaba rodeado por una fosa, atravesada por un amplio camino principal y un puente de piedra arqueado; esto, a su vez, estaba rodeado por capas de impresionantes terraplenes, lomas, zanjas, muros —un lugar que se ajustaba a uno de los guerreros más importantes del Rey: su padre.
A pesar de que Volis, la última fortaleza antes de las Llamas, estaba a varios días de cabalgata de Andros, la capital de Escalon, aún era hogar de muchos de los antiguos guerreros afamados del Rey. También se había convertido en un faro, un lugar que era el hogar de cientos de aldeanos y granjeros que vivían dentro o cerca de la protección de las murallas.
Kyra miraba a los montones de pequeñas cabañas de barro situadas en las colinas en las afueras de la fortaleza, el humo saliendo de las chimeneas, los granjeros apurados preparándose para el invierno y para el festival de esa noche. Kyra sabía que el hecho de que los aldeanos se sintieran suficientemente seguros viviendo en las afueras de la muralla principal era un símbolo de gran respeto al poder de su padre, y algo que no se podía ver en ninguna otra parte de Escalon. Después de todo, solo se necesitaba el sonido de un cuerno para que los hombres de su padre aparecieran en un instante.
Kyra bajó la vista hacia el puente levadizo, siempre lleno de multitudes de personas —agricultores, zapateros, carniceros, herreros, además de, por supuesto, guerreros— todos moviéndose deprisa desde la fortaleza al campo y de vuelta. Dentro de las paredes de la fortaleza no solo era un lugar para vivir y entrenar, sino que también había un sinfín de patios de piedra que se habían convertido en un lugar de reunión para los comerciantes. Cada día acomodaban sus puestos, las personas vendían sus productos, hacían trueques, mostraban su captura o caza del día, o alguna pieza exótica de tela o especia o dulce conseguido al otro lado del mar. Los patios de la fortaleza siempre estaban llenos de olores exóticos, ya fuera de algún extraño té, o un guiso de cocina; ella podía perderse durante horas ahí. Y justo detrás de las paredes, a lo lejos, su corazón se aceleraba al observar el terreno circular de entrenamiento de los hombres de su padre, la Puerta del luchador, y la pared baja de piedra que lo rodeaba. Observaba con emoción cómo los hombres se acomodaban en filas con sus caballos tratando de cortar sus objetivos, mientras los escudos colgaban de los árboles. Se moría por entrenar con ellos.
Kyra escuchó una voz de repente, tan familiar como la suya, procedente de la casa del guarda e, inmediatamente, se giró en alerta. Había una conmoción en la multitud, y observó como a través del bullicio, separándose de la multitud y saliendo al camino principal, aparecía su hermano menor, Aidan, guiado por sus dos hermanos mayores, Brandon y Braxton. Kyra se puso en guardia. Supo por el sonido de alarma en la voz de su hermano menor que sus hermanos mayores no tenían buenas intenciones.
Kyra entrecerró los ojos mientras observaba a sus hermanos mayores y sintió que una rabia que conocía bien crecía en su interior y, de forma inconsciente, apretó su arco. Entonces apareció Aidan, marchando entre los dos, que le sacaban dos palmos, y lo agarraban del brazo y lo arrastraban a la fuerza fuera de la fortaleza y hacia el campo. Aidan, un niño pequeño, delgado y sensible, de apenas diez años, se veía aún más vulnerable entre sus dos hermanos, unos brutos grandullones de diecisiete y dieciocho. Todos tenían características y una apariencia similar, con mandíbulas fuertes y orgullosas barbillas, unos ojos marrones oscuros y el cabello castaño ondulado —aunque Brandon y Braxton llevaban el pelo corto, mientras Aidan todavía lo tenía rebelde y le caía por encima de los ojos. Todos ellos se parecían mucho pero ninguno se parecía a ella, con su cabello semirrubio y ojos gris claro. Vestida con sus medias tejidas, túnica de lana y capa, Kyra era alta y delgada, muy pálida según la opinión de otros, con una frente amplia y la nariz pequeña, bendecida con notables características que habían hecho a más de un hombre mirarla dos veces. Especialmente ahora que iba a cumplir los quince, notaba que las miradas aumentaban.
Esto la incomodaba. No le gustaba llamar la atención, y ella no se veía bonita. No le interesaba la apariencia, solo el entrenar, el valor y el honor. Preferiría haberse parecido más a su padre como sus hermanos, el hombre al que admiraba y amaba más que a nada en el mundo, en vez de tener sus rasgos delicados. Siempre se miraba al espejo buscando algo de él en sus ojos, aunque por mucho que se esforzara, no podía encontrarlo.
—¡Dije que me soltarais! —gritaba Aidan con una voz que llegaba hasta ahí.
Al escuchar la voz de preocupación de su hermano menor, un niño al que Kyra amaba más que a cualquier otro en el mundo, se levantó en un solo movimiento como un león cuidando a su cría. Leo también se tensó y se le erizó el pelo del lomo. Ya que su madre se había ido hacía tiempo, Kyra se sentía obligada a cuidar a Aidan, a suplir a la madre que nunca tuvo.
Brandon y Braxton lo arrastraban por el camino alejándolo de la fortaleza por el descuidado camino que iba hacia el bosque, y vio como ellos trataban de que sostuviera una lanza, una muy grande para él. Aidan se había convertido en un objetivo fácil de sus burlas; Brandon y Braxton eran unos abusones. Eran fuertes y hasta algo valientes, pero tenían más bravuconería que habilidades reales y siempre parecían meterse en problemas de los que no podían escapar. Era enloquecedor.
Kyra se dio cuenta de lo que pasaba: Brandon y Braxton arrastraban a Aidan con ellos a una de sus cacerías. Pudo ver los sacos de vino en sus manos y supo que habían estado bebiendo; eso la enfureció. No era suficiente el que fueran a matar a un animal indefenso, sino que también arrastraban a su hermano menor junto con ellos a pesar de sus protestas.
El instinto de Kyra se encendió, se puso en acción y corrió cuesta abajo para enfrentarse con ellos, con Leo corriendo a su lado.
—Ya eres lo suficientemente grande —le dijo Brandon a Aidan.
—Es hora de que te vuelvas un hombre —dijo Braxton.
Bajando por las colinas de hierba que conocía a la perfección, Kyra no tardó mucho en alcanzarlos. Salió hacia el camino y los detuvo cortándoles el paso, respirando con dificultad, con Leo a su lado y dejó a sus hermanos boquiabiertos.
Pudo ver el alivio en el rostro de Aidan.
—¿Estás perdida? —se burló Braxton.
—Estás en nuestro camino —dijo Brandon—. Vuelve a tus flechas y tus palos.
Los dos se rieron burlonamente, pero ella frunció el ceño, sin inmutarse, mientras Leo gruñía a su lado.
—Aleja a esa bestia de nosotros —dijo Braxton tratando de sonar valiente pero con el miedo asomándose en su voz mientras apretaba más su lanza.
—¿Y a dónde creéis que os lleváis a Aidan? —preguntó con seriedad, observándolos sin parpadear.
Se quedaron parados y fruncieron los rostros.
—Lo llevamos a donde nosotros queramos —dijo Brandon.
—Va a una cacería para aprender a ser un hombre —dijo Braxton, enfatizando la última palabra como dirigiéndola a ella.
Pero ella no cedería.
—Es muy joven —replicó firmemente.
Brandon frunció el ceño.
—¿Quién lo dice? —preguntó.
—Lo digo yo.
—¿Y tú eres su madre? —preguntó Braxton.
Kyra se enrojeció llena de rabia, deseando que su madre estuviera aquí más que nunca.
—Tanto como tú eres su padre —respondió.
Todos se quedaron ahí en un tenso silencio y Kyra miró a Aidan, que le devolvía la mirada con ojos asustados.
—Aidan —dijo ella—, ¿es esto algo que quieres hacer?
Aidan miró al suelo, avergonzado. Él se mantuvo ahí, en silencio, evitando su mirada, y Kyra supo que tenía miedo de hablar, de provocar la desaprobación de sus hermanos mayores.
—Pues ahí lo tienes —dijo Brandon—. No tiene objeción.
Kyra no se movió, llena de frustración, deseando que Aidan hablara pero sin poder obligarlo.
—No es muy sabio por vuestra parte llevarlo a cazar —dijo ella—. Viene una tormenta. Pronto oscurecerá. El bosque está lleno de peligros. Si queréis enseñarlo a cazar, llevadlo cuando sea mayor, otro día.
Ellos fruncieron el ceño, molestos.
—¿Y tú qué sabes de cazar? —preguntó Braxton—. ¿Qué has cazado además de esos árboles tuyos?
—¿Alguno de ellos te ha mordido últimamente? —añadió Brandon.
Ambos rieron y Kyra ardía de rabia, pensando en qué hacer. Si Aidan no hablaba, no había mucho que pudiera hacer.
—Te preocupas demasiado, hermana —dijo Brandon al fin—. Nada le pasará a Aidan bajo nuestro cuidado. Queremos endurecerlo un poco, no matarlo. ¿De verdad crees que tú eres la única que se preocupa por él?
—Además, nuestro Padre está observando —dijo Braxton—. ¿Quieres decepcionarlo?
Kyra inmediatamente miró por encima de sus hombros y arriba, en la torre, pudo divisar a su padre en la ventana arqueada, observando. Sintió una gran decepción al ver que él observaba sin hacer nada por parar esto.
Trataron de pasar por su lado rozándola, pero Kyra se mantuvo ahí, bloqueando el camino insistentemente. Pareció como que iban a empujarla, pero Leo se puso entre ellos gruñendo y se lo pensaron dos veces.
—Aidan, no es muy tarde —le dijo—. No tienes que hacerlo. ¿Quieres regresar a la fortaleza conmigo?
Lo miró y pudo ver lágrimas en sus ojos, pero también pudo ver su tormento. Pasó un gran silencio, sin nada que lo rompiera aparte del aullido del viento y la avivada nieve.
Finalmente, se decidió.
—Quiero cazar —murmuró a medias.
Sus hermanos la pasaron rozándola, golpeándola con los hombros, arrastrando a Aidan, y mientras iban a toda prisa por el camino, Kyra se giró a mirar mientras sentía un malestar en el estómago.
Se dio la vuelta hacia la fortaleza y miró hacia la torre, pero su padre ya se había ido.
Kyra observó mientras sus tres hermanos se perdían de vista entre la creciente tormenta hacia el Bosque de las espinas, y sintió un hueco en el estómago. Pensó en coger a Aidan y traerlo de vuelta, pero no quería avergonzarlo.
Sabía que tenía que olvidarse de ello, pero no podía. Algo dentro de ella no se lo permitía. Sintió peligro, especialmente en la víspera de la Luna de invierno. No confiaba en sus hermanos mayores; sabía que no harían daño a Aidan, pero eran descuidados y muy rudos. Y lo peor de todo, confiaban demasiado en sus habilidades. Era una mala combinación.
Kyra no pudo soportarlo más. Si su padre no iba a actuar, entonces ella lo haría. Ahora era lo suficientemente mayor, no tenía que responder ante nadie salvo ella misma.
Kyra empezó a correr bajando por el camino solitario con Leo a su lado, dirigiéndose justo hacia el Bosque de las espinas.