EL REGRESO.

1369 Words
—6 meses su majestad —el comandante del ejército de búsqueda estaba entregando su más reciente reporte—, y todo lo que tenemos son restos del carruaje, nada más. —Restos —dijo como si sólo él pudieses escuchar. Carl no era el mismo hombre desde aquella noche en que la reina emprendió su escape sin ninguna justificación, nada se supo desde entonces y el tiempo que le había dado el consejo para encontrarla y no juzgarla estaba a pocas horas de terminar. Un consejo de hombres mayores, retrógrados y obsoletos, un consejo que tanto él como Allieth aborrecían, pero un consejo que debía escuchar y atender. Los viejos hombres, ya llenos de pesadas canas y arrugas marcadas le habían dado la libertad de elegir entre dos opciones, ceder el reino a su sucesor en línea o encontrar a otra reina. —Si usted desea, yo puedo seguir busca… —No, le di suficiente tiempo, ella se fue porque así lo quiso y no puedo… No puedo guardar luto o lealtad a una mujer que me dejó sin importarle que también se llevó a mi hijo. Carl había pasado del dolor a la ira, pero siempre en la privacidad de sus lujosos aposentos, nunca en público, nunca frente a su pueblo, pues para ellos, él siempre sería grandioso y fuerte. —Entonces, de ser así, el consejo requiere una respuesta. —Diles que aceptó. Aceptaré a su candidata, a la mujer que consideren sucesora en la línea al trono y digna para ser mi esposa, la desposaré y la tomaré y les daré el heredero que tanto piden. Carl había ordenado que nada de lo que pertenecía a Allieth se tocara, no quería que nada ni nadie entrara a sus aposentos, ni siquiera sus doncellas podían tocar aquello y menos cuando luego de una semana de ser torturadas por intentar sacarles la verdad, ellas no pudieron más que decir lo mismo, “no sabemos”. Antes de bajar al salón real, donde se haría el anuncio del nuevo compromiso del rey y de la inminente disolución de su matrimonio con Allieth, paseo por los aposentos privados que fueron de ella, no hurgo en ninguna parte, simplemente se quedó allí observando con detalle cada cosa que había, se acercó un poco a la cama y se dio cuenta que su temor de la noche anterior se había hecho realidad, el olor de Allieth ya no estaba allí. Soltó una sonora carcajada, pero triste. —Sabes, cuando era un niño yo… Conocí a alguien —empezó a hablar, como si hubiese alguien más allí—. Estaba estudiando esgrima cerca de tu ciudad, sin embargo no podía salir de allí porque era más bien un claustro —Carl tomó asiento en el pequeño sillón que Allieth amaba usar recostarse hasta quedarse dormida—, pero yo lograba escaparme cada tarde porque me gustaba ver a la niña de ojos violetas, era la única niña entre hombres, pero tenía una técnica perfecta, era firme en sus movimientos, no tenía miedo de nosotros y nos enfrentaba de una forma tan temeraria que yo siendo un niño creí que ella era perfecta para mí —Carl soltó una risa infantil y paso sus manos por su rostro—. Los meses pasaron viéndola ir y venir, solo podía estar allí para las clases, pero yo escapaba para jugar en el lago junto a ella, yo escapaba para verla una y otra vez, tanto como podía, sabía que no me quedaba mucho tiempo así que decidí hacerle una promesa, le pedí que me esperara y que no se casará, que no se comprometiera con nadie porque yo volvería por ella. Sin embargo el destino es una ruleta rusa que juega a su manera, tan pronto como tuve la edad para casarme empecé mi búsqueda, por todo el reino buscaron a la doncella de ojos violetas que tendría 19 años y que estaría soltera, disponible para contraer nupcias, sin embargo luego de un año de buscarla tuve que aceptar mi destino junto a ti Allieth —Carl se puso de pie y suspiró—, para que fueras tu la que me abandonará a mi suerte y me obligaras a hacer esto. Acaricio un poco las cortinas que tanto le gustaban a ella y con la campana que ella solía usar para llamadas, hizo que las doncellas atendieran allí. —Su majestad —se inclinaron las 3 doncellas que estaban sorprendidas por verlo allí. —Quiero que conserven este lugar, nadie entra y nadie sale de aquí. —Pero su majestad, si la nueva reina… —Es una orden. Carl regresó a sus aposentos, cambió su ropa común por su traje de gala y coronación, no sabía que le deparaba una vez llegara allí, pero tendría que afrontarlo por más que no fuese de su agrado. Había prometido cumplir con su deber real y eso iba a hacer. El salón tenía un piso de mármol blanco, con vetas de oro, paredes llenas de espejos y cuadros de los más importantes monarcas en toda la línea de sucesión, las bebidas estaban a la orden de los invitados y cada uno de ellos lucía sus mejores ropas, para ninguno era un secreto que Allieth había sido una noble y buena reina, más bien tonta y bondadosa, algo que no se podía comparar con sus constantes malas costumbres de manipular, derrochar y lograr sus objetivos sin mediar consecuencias. Así que una nueva reina, una reina originaria de la corte, sería algo más adecuado para sus bajos escrúpulos y ambiciosos intereses. —¿Crees que acepte tan fácil? —preguntó la condesa de Bovary al duque Boulanger, el más adinerado de la corte. —Su majestad es capaz de vender a su propia madre con tal de no fallarle a la corona y tengo que admirar eso, pero también es su punto débil, así que es demasiado predecible. Los murmullos llenaban el salón, las risas y algunas burlas a la desaparecida reina estaban corriendo como agua desbordada por el lugar. Carl los podía escuchar todos y no estaba dispuesto a ceder ante ninguna provocación, algunos decían que Allieeth se había ido porque el bebé no era más que un bastard0, otros decían que robo al reino y huyó con un botín entre sus manos, algunos la acusaron de bruja y de hacer un pacto con el diabl0 que había venido a cobrar su deuda y se la llevó con él. Cada teoría era más ridícula que la anterior y Carl las estaba soportando todas aunque en realidad quería callarles la boca y sacarlos de su corte a todos. Se habían hecho muchas apuestas sobre quién sería la afortunada cortesana que desposaría al rey Carl por segunda vez, marquesas, duquesas, condesas, algunas que inclusive no estaban en el reino sino en países vecinos, princesas y por atrevimientos se alcanzó a sugerir que fuese una heredera hija de un poderoso comerciante, pero nadie era mejor para ocupar ese lugar que Victoria Marquesa de Mulberry Gardens. Sonrisas falsas y aplausos apagados fue lo que llenó el salón que estaba tan engalanado. Carl tomó la mano de Victoria y la ayudó a ascender los 5 escalones que la separaban de él, una sonrisa simple y cordial, protocolaria más bien. —Al fin estaremos juntos. —Al fin lo lograste Victoria —Carl estaba mirando al frente fijamente. La ceremonia continuó con cada uno de sus elementos, Carl le entregó el fuego a Victoria, esta le lleno las manos de agua bendecida por el sumo sacerdote y antes de continuar con el enlace de la pesada cadena de oro el consejero hizo una pregunta general, pero obligatoria dadas las circunstancias. —¿Estás lista para regresar? —preguntó el elegante y atractivo hombre vestido con un impecable traje militar. Allieth afirmó y con una mirada firme confirmó su decisión. —Si alguien se opone a esta unión, debe hablar ahora, pero si por el contrario… —¡LA LEGÍTIMA REINA DE STAIRGOLD SE OPONE A QUE SU CORONA SEA USURPADA! El hombre que había interrumpido la ceremonia le dio paso a una Allieth que tenía la mirada altiva y fija en Carl.
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