—¿Qué sucede?
—Un carruaje ha caído por este pequeño barranco, no es muy profundo pero se rompió gran parte.
—¿Y qué hacen aquí parados? —los increpó la mujer que por la oscuridad de la noche y la torrencial lluvia no se le podía ver bien el rostro.
—Bueno, pues… es que…
La mujer sin pensarlo mucho bajó para ayudar. Encontró por su paso a un hombre que estaba intentando levantar a uno de los caballos.
—¡¿Estás robando este caballo?! —preguntó indignada y levantando mucho la voz.
—¡No! —el hombre soltó las cuerdas, sintió que mentirle a una monja era pecado y más aún que de no decir la verdad la vida de la reina se pondría en peligro—. Soy el guardia real y personal de su majestad la reina Allieth Wilderston, esposa de su majestad el rey…
—Carl I Mountbatten —continuó la monja—. ¿Ella está aquí? —su voz sonaba aterrada.
—Hemos caído por el barranco, estoy intentando levantar el caballo para encontrarla y poder sacarla de aquí.
La mujer se retiró rápidamente el hábito de la cabeza, envolvió los puños hasta sus codos y enredó su falda entre sus piernas como si fuera un pantalón.
Sin embargo estaban varios metros lejos de Allieth, y el dolor por el golpe en la cabeza la hizo aullar cuando volvió en sí, su cabeza se sentía demasiado pesada, su elegante, fino y pesado vestido estaba todo mojado y embarrado, Allieth había logrado arrastrarse bajo unas piedras que la cubrían de la torrencial lluvia, tenía un dolor aún más palpitante en su abdomen bajo y su mano estaba sangrando.
No supo qué sucedió, solo que su carruaje ya no estaba en marcha y que su intento de escapar de una muerte segura fue más bien un camino directo a esta, con aquel incidente le estaba dejado el camino libre a Carl y a Victoria, ya no tendrían que preocuparse por ella.
—¡Por aquí! —escucho un hombre gritar y sintió temor pues creyó que era parte de la guardía real, por el tiempo que había transcurrido desde su partida, sabía que ya Carl la estaría buscando hasta debajo de las piedras.
—¡Mi reina! —esa voz hizo que sus fibras más profundas se movieran de alegría, por la paz que sintió, por la felicidad.
Sin embargo le fue difícil moverse, le fue difícil intentar avanzar lo que había logrado, el dolor la estaba venciendo y la angustia también, no se podía mentir, ella sintió el líquido espeso y caliente bajar por entre sus piernas.
El instinto de salvación la llevó al punto de que después de tantos años pudo dar un grito desgarrador y estruendoso, profundo y gutural.
—¡AHHHHHHH! —Fue tan liberador y al mismo tiempo refrescante que bajó la guardia por pocos minutos.
—¡ALLIETH! ¡ALLIETH! ¡ALLIETH, AMOR MÍO! —se dio cuenta que había escuchado bien, que esa voz era real.
Sin embargo los fuertes dolores bajo su abdomen, en su cabeza y su mano que no paraba de sangrar eran otro panorama.
Los pasos se hicieron más y más cercanos.
La reina siguió intentando que sus gemidos se alzaran por sobre la lluvia que continuaba cayendo con fuerza y entonces la llama de la antorcha iluminó la escena y los ojos de la mujer que la sostenía se abrieron por la impresión. Sin duda una reina no debería verse así, quiso buscar una explicación racional en su cabeza, pero lo primero era poner a salvo a la reina.
—Su majestad —susurró antes de clavar la antorcha cerca de ellas para poder ver y ayudar a la reina—, ¿qué sucedió?
Allieth tomó la mano de la mujer y la llevó a su abdomen abultado, masajeó y luego besó la mano de la monja.
—”Te extrañe” —casi no puede mover sus manos para decirle aquello pues entre el dolor, la desesperación y la emoción de lo que sus ojos veían no estaba suficientemente concentrada para poder hablar.
—Allieth, vamos a salir de aquí y hablaremos con claridad.
—”No tenemos tiempo” —hizo las señas con dificultad y entonces gimió con dolor y volvió sus manos a su viente.
La mujer entendió que no había tiempo para irse y ponerla a salvo, tendría que ayudarla a parir allí mismo.
—Le diré a tu guardia que regrese a la corte, que vaya por ayuda, yo me encargare del parto, no es mi primera vez en el convento yo…
—”¡NO!“—El gemido de terror de la reina la alertó de que algo no iba bien.
—Allieth, dime que…
—”El bebé” —las lágrimas de Alliet ya estaban descontroladas, lo que indicaba que el dolor se había incrementado.
—Hermana —susurró la mujer.
Justo entonces Leonora odió que su hermana hubiese perdido la capacidad de hablar luego de aquel terrible episodio de su niñez. En ese justo momento Leonora deseaba que su hermana, gemela idéntica a ella, pudiera contarle todo lo que estaba pasando.
—No importa lo que pase, vamos a salir de esto.
El dolor desgarrador de los gemidos de Allieth, el esfuerzo de Leonora por conseguir que su hermana pujara a pesar de la debilidad, que el guardia real consiguiera tanta ropa limpia como pudiera de los baúles de su majestad, los que quedaban en pie y que esos hombres le trajeran al menos un litro de agua potable estaba acabando con su paciencia. .
—¡Vamos Allieth! ¡Vamos princesa! No me hagas esto ahora, solo falta un poco, te juro que después vamos a… —Leonora miró a su hermana a los ojos y entendió todo, el rey, el maldito rey la había arrinconado hasta allí—. ¡PUJA! —Le gritó con fuerza, pero amor, animandola y apoyandola, como siempre había hecho cuando era una niña—. No hemos terminado, no pares —Leonora tenía miedo de perder el terreno ganado, sus ojos habían visto cómo la vida de los pequeños se perdía cuando la madre caía desmayada o simplemente la presión no las dejaba continuar pujando.
Allieth miró la firmeza en los ojos de su hermana gemela y entendió que debía esforzarse igual que ella lo estaba haciendo. Pujo dos veces más y justo como caída del cielo llegó el agua potable con la que pudieron limpiar al pequeño niño.
—Es un niño, hermanita, es un pequeño varoncito —Leonora tenía el niño envuelto entre los finos abrigos de la reina.
Las lagrimas gruesas del os ojos de Allieth eran ahora de felicidad, era un niño hermoso, pequeñito y de pelo n***o, como su padre.
”Mi bebé” —pensó mientras acariciaba sus deditos y lo acunaba con todo el amor que podía sentir por esa pequeña criatura que dejó de llorar cuando ella la tuvo entre sus brazos.
—Es hermoso como tu, hermanita —Leonora se limpiaba las manos cuando se dio cuenta que su hermana no paraba de sangrar y sintió un pánico terrible—. ¡El caballo! ¿Está listo? —le pregunto al guardía real.
—Si, podemos partir en cualquier…
—¡AHHHHH! —el grito de Allieth los aterró a todos, Leonora alcanzó a tomar al bebé entre sus manos antes de que la debilidad de la reina lo hiciera caer al piso—. “Me duele” —Allieth logró mover sus manos para hacerle saber a su hermana lo que estaba pasando.
Leonora revisó bien, hizo un tacto luego de lavarse las manos lo mejor que pudo y se dio cuenta que aquello no había terminado.
Eran dos herederos.
Su corazón se partió en mil pedazos y comenzó a rezar a los cielos y al todo poderoso que había puesto a su hermana como reina para que le diera tiempo suficiente para tener al segundo bebé y llegar con vida al médico más cercano.
Pero tenía que ser realista, había perdido mucha sangre.
—Allieth, hermanita, debes pujar una vez más —los ojos de Allieth le demostraron confusión—. Sí, son dos, como tu y como yo.
Allieth sabía que no podía, estiró su mano y tomó la de su hermana apretó con fuerza y dejó caer una lágrima silenciosa por su mejilla. Ambas sabían que salir de allí sería más bien un milagro.
Pujo con todas sus fuerzas, con firmeza y luego de tres impresionantes esfuerzos, un segundo llanto, agudo y fuerte se escuchó. Parecía que la lluvia sería testigo de cada segundo de esa noche, pues a medida que avanzaba el tiempo el agua parecía caer con más fuerza.
—Es… una hermosa niña, Allieth —Leonora miraba a su pequeña sobrina y cuando estuvo a punto de ponerla en los brazos de su hermana, ésta pareció perder la conciencia—. ¡Allieth! ¡Allieth! ¡Despierta, hermanita!
“Lo siento” —Movió sus manos sin fuerza, intentó tocar el rostro de su hermana pero las fuerzas fueron insuficientes.
—Dime, dime quien fue, dime quien te hizo esto. Dame el nombre del ser despreciable que te puso aquí —Leonora no podía parar de llorar mientras veía como la luz del ser más bueno sobre la tierra se apagaba—. Dime quien te causo este dolor.
Allieth estiró una de sus manos para acariciar a la bebé, Leonora se la acercó lo suficiente para que ella pudiera darle un tierno beso sobre su pequeña cabeza y verla, Allieth quería grabarse el rostro de sus pequeños antes de partir.
Pero sus ojos no estaban preparados para el impresionante parecido de su pequeña princesa con su padre.
—Allieth, dime…
Pero la reina había dejado de escuchar a su hermana y a pesar del dolor causado, una felicidad cálida se instaló en su pecho al ver que su pequeña se parecía a su padre.
—Carl.