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REINA: AMOR Y VENGANZA

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Allieth Wilderston es la mujer más hermosa que todo el amplio reino de Stairgold haya visto jamás, unos ojos verdes perfectos y unos labios tan preciosos como deseables iguales al más perfecto durazno. Sin embargo esto no fue suficiente para ganarse el amor del futuro rey y príncipe heredero al trono Carl Mountbatten, deseado por todas, envidiado por cada uno de los hombres solteros y también de los hombres comprometidos de la corte, bondadoso hasta donde se deja ver y quiere mostrar, pero también profundamente enamorado de una linda campesina pelirroja que soñaba con llevar al altar pero su camino se cruzaron los deberes reales y con ellos Allieth que estaba destinada a ser su esposa por derecho, por deber y por posición social.

Ella tenía que ser la mujer que lo acompañara por el resto de sus días, su pareja destinada, sin embargo la desprecio tanto como fue posible, se burló de ella y la humilló hasta verla derramando lagrimas por que la hermosa Allieth no podía gritar, no podía pelear ni decirle cuánto lo despreciaba, porque el silencio era todo lo que ella conocía, muda de nacimiento, decidió regresar a casa buscando un poco de consuelo y olvidar por una pequeña temporada al monstruo que era Carl y sus deberes reales. Y fueron esas vacaciones necesarias las que dieron un regreso a la corte que generó cambios y poco a poco la gente empezó a admirar a su reina esa que ahora había dejado de ser la sumisa y dulce que meses atrás el rey Carl humillo.

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ESCAPAR.
Allieth en medio de sus manos llevaba una extrañeza para la época del año en la que estaban, un par de lluvias y un frío reparador anunció el otoño a la corte imperial, sin embargo eso no fue un obstáculo para que Allieth logrará traer desde su ciudad natal aquel árbol que simbolizaba el amor eterno y que solamente se conseguía durante los primeros días del verano. Así que ella llena de orgullo y satisfacción lo estaba acunando tal como acunaba su crecida panza de 8 meses. Cada vez le costaba más moverse por el reino, cada vez era más difícil mantener el ritmo de sus labores reales y cumplir con sus designios sagrados de apoyar, cuidar, guiar y ser el pilar del rey, pero es que el tamaño de su barriga supera por mucho las expectativas de los cortesanos que anhelaban ver el heredero al trono. Faltando pocos escalones para llegar al despacho privado de su rey, extrañamente escuchó la voz de una mujer que no era ella, por designios divinos y reglas con cientos de años dictaba que en aquel precioso lugar no podía entrar ninguna mujer que no fuese la reina, pues eso sería como una traición al reino. El corazón de Allieth se aceleró rápidamente y sus manos comenzaron a sudar con un frío extraño y doloroso. Pero ella con ese corazón tan paciente y bondadoso, prefirió dar el beneficio de la duda y esperar que todo tuviera una explicación racional. —Cada noche que pasamos juntos —Victoria, era una mujer que tenía un pasado con el rey—, fuimos envueltos por el placer, el deseo y el amor. —No es justo que digas esas palabras —el rey parecía confundido. —¿Entonces qué debo decir? ¿Qué nuestro amor se acabó? ¿Qué por un matrimonio obligado ya no sientes nada por mi? ¡Te casaste porque era tu deber real, no porque la ames! ¡No la amas y lo sabes! Deja de mentirte, deja de mentirme y deja de mentirle a tu pueblo —las últimas palabras casi parecieron un susurro, pero fueron perfectamente audibles para Allieth. El silencio de Carl, dio paso a los ojos cristalinos de Allieth, que esperaba que contradijera a Victoria. —Soy el rey de StairGold y… —Y como tu súbdita más leal te pido que me dejes estar a tu lado y amarte y yo te prometo que nadie se enterará de que nuestro amor es tan eterno como nuestro reino mismo, que ni las guerras ni el hambre, ni la desgracia podrá contra nosotros. —Victoria, ¿cómo es posible que sigas guardando tales esperanzas en ti? —Carl parecía más bien estar en una contradicción—. Te he despreciado de todas las maneras posibles porque sabes que jamás iré en contra de mi reino, así que no… —Tengo suficiente amor para los dos, aunque se que no lo necesitamos porque me sigues amando. El rostro de Carl iba de los ojos de Victoria a la ventana, analizaba cada palabra y seguía sin encontrarle sentido, mientras que pasos más allá de su propia anatomía estaba Allieth con el corazón partido en mil pedazos y de rodillas con un dolor incapacitante en su abdomen por lo que estaba escuchando, no podía creer que él no fuera capaz de negar aquello. —Tres noches —dijo la pelirroja—. Solo dame tres noches para demostrarte que podemos estar en libertad tu y yo para siempre, sin tener que escondernos. —¿Qué dices? ¿De qué hablas victoria? —Allieth no tiene que ser la reina por siempre, ella puede… Allieth puede desaparecer y tenemos suficiente amor para criar a ese niño entre los dos. Allieth había dejado de escuchar y sus pies comenzaron a bajar escalón por escalón, más rápido de lo que ella misma creyó posible —Victoria, lo que dices es un sinsentido —Carl estaba escuchando atento. La reina no saludo a ninguno de los plebeyos y los maldijo a todos en medio de sus lágrimas y gemidos, odiaba a esa corte que tanto la había despreciado cuando llegó por primera vez, deseaba poder gritarles a todos que no se merecían a una reina tan buena como ella, deseaba poder gritarles que no les deseaba menos que una maldición divina que les hiciera ver los despreciables e insignificantes que eran. —Su majestad —la llamó una de sus damas—, su majestad, ¿se encuentra bien? Sus ojos… La mirada que le dio Allieth la aterro por unos instantes, pero la dama entendió que la reina no quería ver a nadie. —”Sola” —hizo las señas con sus manos, casi de manera violenta. Aunque Allieth no estaba completamente muda, sus palabras muchas veces eran sus manos o sus expresivos y hermosos ojos, otras veces eran sus acciones, pero sobre todo había aprendido que la firmeza de sus actos era lo que hablaba por ella. Busco entre sus cosas aquel diario que llenaba todos los días con palabras, se sentó sobre el hermoso y perfecto escritorio tallado a mano que le habían regalado sus padres en la adolescencia y empezó a escribir, las palabras cargadas de ira, dolor y frustración salían de allí con naturalidad, pero también con marcada violencia cada vez que mojaba su pluma en el tintero. “Te podría odiar mil vidas, pero lastimosamente mi obstinado corazón te amaría en dos mil” Esa fue la dolorosa frase que le dio cierre a aquel último capítulo de aquel diario, sintió que no valía la pena escribir mucho más de aquello que tenía entre su corazón o mente, que lo mejor sería actuar. Actuar implicaba escapar. Sabía que su cabeza tenía un blanco y que Victoria le había pedido 3 días a Carl, tres días que él le había concedido, tres días en los que pretendían sacarla del camino y quitarle al bebé de sus brazos, algo que ella no iba a permitir. Tocó la campanilla de oro, especialmente diseñada para que el sonido alertara a sus damas de compañia y les hiciera saber que las necesitaba, eran 3 jovencitas de lo más leales y dulces que habían visto jamás la corte de StairGold, pero es que parecía que en la ciudad de Allieth todas las damiselas eran así, tiernas, angelicales, hermosas, seductoras aún sin pretender serlo y bondadosas, así eran todas las mujeres que nacían en SunMeadow. Las doncellas llegaron junto a la reina y se inclinaron como era la costumbre, Allieth tomó una bocanada de aire y con todo su esfuerzo se dirigió a ellas. Movió sus manos con firmeza y las miro con los ojos afilados de siempre. —¿Las maletas de su majestad? —las doncellas absortas por la magnitud de la orden, la miraron un poco incrédulas. —“Preparen el carruaje” —continuó la reina dictando órdenes a través de las señas que todas allí habían aprendido, las tres doncellas abrían sus ojos más y más—. “Sin que nadie se entere, escaparemos esta misma noche” —esas últimas señas estuvieron acompañadas de una mirada profunda y que les hizo temblar de miedo. Sí, habían entendido bien, los ojos de su majestad la reina, de su reina, les habían mostrado la firmeza de sus palabras, debían preparar las maletas de su majestad y el carruaje real en perfecto silencio y secreto de los ojos de la corte. —Mi reina, el término de su embarazo está cerca y si emprende este viaje… Pero Allieth que era tan firme con sus órdenes, dio un golpecillo fuerte al suelo con su costoso tacón y les hizo saber que no estaba titubeando. —¿A casa? —preguntó la más joven de todas las doncellas y la afirmación de Allieth las hizo moverse como pequeños soldados adiestrados para cumplir las órdenes de su reina. —El carruaje está listo su majestad —Allieth fue a la tina de su baño, estaba preparado y el agua tenía la temperatura ideal para ella y su bebé. Su último baño en el castillo. Allieth se sobresaltó dentro de la tina cuando sintió unas manos pesadas y grandes sobre las suyas, podía reconocer esa piel con los ojos cerrados. —Mi reina —el saludo fue simple como siempre—, a veces creo que tengo envidia de nuestro hijo —lo escucho reír con ese particular carraspeo seductor de su garganta. Sin embargo trago grueso y recordó cada palabra de la conversación que tuvo con Victoria esa misma tarde y se sintió más firme que nunca en su decisión, tenía que huir, escapar del reino y de la corte si quería seguir viva y si quería ver crecer a su hijo. —Quiero que vayamos a SunMeadow en dos días, partiremos allí y me enseñaras las bellezas de las que tanto me has hablado. Allieth supo entonces que tenía los días contados, ese viaje sería su fin y simplemente afirmó con su cabeza y sonrió levemente, no quería levantar sospechas y sintió más dolor cuando entendió que Carl pensaba darle fin a ella y a su hijo en el lugar que ella más amaba sobre la tierra. SunMeadow. Corrió por las escaleras cuando la cena en la corte terminó esa noche, como siempre fue ruidosa, llena de risas y excentricidades, música y postres de tantos pisos como algunos de los más elegantes miembros pedían a la cocina, inclusive sin su consentimiento lograban su cometido, pues ella prefería un postre sencillo y repartir harina entre sus súbditos, pero no era fácil de lograr. Se escabulló entre los pasillos y pasadizos, sus zapatos estaban tan silenciosos como ella y sus manos acariciaban su inquieta barriga, su pequeño daba fuertes patadas, casi parecía que el pequeño estaba protestando. —Su majestad —Albert el soldado real, encargado de la seguridad de la reina y fiel a ella—, se lo pido, 2 caballos no serán suficientes para tirar del carruaje y el peso del equipaje, necesitamos al menos 4 —Allieth vio la firmeza y preocupación en los ojos del hombre. —”Levantaremos sospechas” —sus dedos se movieron rápidamente para que su fiel guardia entendiera que estaban huyendo, tomó la mano de la reina y la apretó con firmeza afirmado con su cabeza. —Serán 4 entonces, tengo que mantenerla a salvo. Confíe en mí. Allieth sonrió con agradecimiento y se subio a su perfecto y elaborado carruaje, sintió el tiron de las cuerdas que arreaban a sus negros y perfectos corseles y el movimiento se hizo allí dentro, cada centimetro y cada metro que se fue alejando del castillo de StairGold fue como una puñalada en su corazón, sus ojos estaban clavados al frente, en esa perla que colgaba de allí y que Carl le había regalado cuando le dioo aquel lujoso y pretensioso carruaje, algo que nunca nadie en la corte había visto. “Por qué eres tan perfecta como esta perla” Le dijo Carl cuando le dio el regalo. El agua afuera comenzó a caer, no eran pequeñas gotas, eran más bien gruesas y grandes cantidades de agua que mojan el suelo hasta volverlo barro y hacer más y más difícil el paso por la carretera. Podía sentir perfectamente la dificultad de los caballos para tirar del carruaje, escucho un par de gritos y luego todo se volvió un caos a su alrededor. Su perfecto y lujoso carruaje estaba cayendo por un pequeño barranco y aunque algunos hombres y otros carruajes que pasaban por allí intentaron evitar a toda cosa que cayera, fue imposible. Allieth cerró los ojos y pido a los cielos que le ayudarán a mantener con vida a su hijo, antes de que un golpe en la cabeza la hiciera desmayar.

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