Capítulo 7: Hasta el Final

4706 Words
Me despierta un golpe seco en la puerta y me niego a abrir mis ojos. Vuelven, golpean, me cubro la cabeza con una almohada y trato de bloquear en vano el próximo golpe. Acabo de llegar de la finca de Leonardo, estoy exhausta y quiero dormir todo el día. Es sábado y no tengo trabajo importante. La persona insiste y sigue tocando la puerta. Lanzo la almohada furiosa. Un mechón cae en mi cara, resoplo y miro el techo. —¡Niña Kendra, es urgente! —La voz nerviosa de Paquita me hace saltar de la cama alerta. Mi vieja, nunca molesta, debe ser algo grave y enseguida pienso en Sol y Camillia. Al bajar mi mirada, veo mi cuerpo desnudo a excepción de unas bragas rojas. Voy corriendo a la percha, sostengo el batín y me cubro a las millas. Enseguida abro la puerta y Paquita se queda con el puño en el aire. La vieja está con cara asustada y pálida. —¿Le ha pasado algo a Solimar o Camillia? —Logro formar las palabras que me atormentan. Paquita niega con la cabeza, suelto el aire contenido y me sostengo del marco de la puerta. Un peso menos si mis chicas están a salvo. Lo que venga se puede manejar. No me perdonaría que por estar revolcándome les hubiera pasado algo. Aunque no lo hubiera podido evitar, me sentiría fatal. —Bue… no… quiero decir hasta ahora no hay malas noticias de ellas —dudó la vieja—. No están en la casa —habla nerviosa y sus manos juegan con un trapo—. Sabes que las noticias malas son las primeras en llegar, así que… Sostengo sus manos inquietas y la interrumpo. —¿Qué sucede? —Se queda callada y traga duro. —Es Trueno —susurra y mis ojos se humedecen. Mi corazón se cae al suelo y quiero retractarme de mis palabras. Es muy duro perder a Trueno, es la conexión con mi padre. —Está… —me saca de duda Paquita porque no puedo ordenar la pregunta. —Está vivo aún mi niña, pero Demetrio me pidió que la buscara… No quiero perder más tiempo, suelto las manos de Paquita y me voy corriendo. Dejando a mi vieja con la palabra en la boca, en otra ocasión me hubiera reprochado por ser descortés, pero es Trueno. Siento las lágrimas rodar por mis mejillas, bajo de dos en dos los escalones. De un tiempo acá mi vida ha sido correr de un lado a otro. Al salir por la puerta de atrás me ciega el sol mañanero. No me detengo, acelero más sin importar las piedras en los pies descalzos. Nada importa ahora, ese dolor no se compara con el recuerdo de perder. El hoyo de mi corazón que nunca sana. Estoy agitada, las lágrimas salen a borbotones y tropiezo con un peón. Él me sostiene de los brazos, detiene mi eminente caída y el batín se abre mostrando mi pecho. —Lo… sien… to, Srta. Kendra —tartamudea el peón y me cubro enseguida. Me até el nudo en mi cintura, lo amarré dos veces fuerte, asiento con la cabeza y me marcho cuando el peón suelta mis brazos. Al llegar a las caballerizas estoy agitada, escucho relinchar a Trueno y mucho ruido adentro. Respiro profundo y al entrar me recibe Demetrio con un semblante triste. Los otros caballos no estaban, debieron moverlos para que no estén nerviosos con este ruido. No me gusta nada, esto no va bien. —Señorita, Trueno está agresivo, debe tener mucho cuidado —las advertencias de Demetrio no me detienen. Al llegar al cobertizo de Trueno lo veo revolcándose en el suelo y moviendo sus patas. —Se supone que estuviera más calmado, Fausto —comenta Otto, uno de los empleados más jóvenes en la finca y amigo de Camillia. Veo la mirada seria de Fausto, es increíble como en esta situación quiero tocar su ceja izquierda herida y acariciar cada moretón en su cuerpo. En ese momento su mirada me encuentra, me regala su tic en su ojo izquierdo y vuelve su atención hacia el empleado. —Es grave, su cólico lo está devorando —dijo Fausto con voz dura, es una sentencia y lo observo como se agacha frente a mi Trueno. Trueno está arisco y le tira a morder. Fausto no da marcha atrás y acaricia su cabello. Sin pensarlo me agacho junto a Fausto. —Trueno, tranquilo, no me dejes —verlo en estas condiciones me llena de impotencia—. Te tengo abandonado, lo sé, pero aquí estoy contigo. Trueno por un leve momento se queda tranquilo, sus ojos oscuros me miran y me reconoce. Acaricio su melena sin brillo, aunque tiene sus ojos hundidos y está agitado, es mi hermoso Trueno. La quietud no duró nada, se remueve y relincha, su desesperación me descoloca. Siento que me sujetan por los brazos, fuerte y me apartan de Trueno. Mis lágrimas están presentes, no importa si pierdo mi dureza, solo quiero que se apacigüe su dolor. El ruido va en aumento, sus patas inquietas y quiero acercarme, pero no me lo permiten. Al alzar la mirada soy impactada por unos ojos azules, cielo y con firmeza niega con la cabeza. —¡Hagan algo, ayúdenlo, por favor! —silencio por parte de ellos y eso saca mi fiera interna—. ¡Demetrio, no te quedes parado ahí, haz algo! —ordené a gritos y la angustia me sobrepasa—. ¡El veterinario, llámelo! —Lo he llamado, viene en camino —comenta Demetrio tenso. Las manos de Fausto me sueltan, me acaricio los brazos y ver a Trueno tan mal me hace perder la cabeza. —¡No te quedes ahí parado, haz algo en lo que llega el veterinario! —le exigí a Fausto y me ignora. —¿Son idiotas todos? —cuestiono y Fausto vuelve me toca, esta vez agarra mi mano. ¿Qué onda con él? Necesita tocarme en todo momento y bajo la mirada a su tacto. —Basta Potra, se ha hecho todo lo necesario y con gritar e insultar no ganas nada —sus ojos son invasivos, tienen el poder de traspasar mi lado duro—. No le hace bien a Trueno, así que cálmate y esperemos. —¡Suéltame! —me suelta enseguida y alza las manos delante de mí—. ¡Lárguense todos, quiero estar sola! Nadie se mueve, me giro por completo y Demetrio me enfrenta con su mirada de ojos marrones. —Váyanse, me quedaré con ella —agrega Fausto seguro. —He dicho sola —rebatí girando por encima de mi hombro y él alza una ceja. —En eso le llevaré la contraria señorita, el caballo está sumergido en el dolor y no es seguro. Usted mejor que nadie sabe que cuando uno está desesperado y lleno de dolor, no razona. Nuestra primera arma es atacar al sentirse expuesto e inseguro. —Las palabras de Demetrio las entiendo a la perfección. Siempre he usado ese método en mi vida, incluso ahora mismo lo utilizo. Simplemente, asiento con la cabeza, me giro hacia Trueno y respiro profundo. Se marcharon dejándonos solos, por un momento Trueno se queda quieto y veo que Fausto se arrastra al otro extremo, quedamos uno frente al otro. —Trueno, calma, todo acabará pronto —susurró Fausto y sus palabras me atormentan. —¿Se recuperará? —Mi corazón duele por la respuesta y albergo una mínima esperanza. —No soy Dios para saberlo —su insolencia la detesto, pero a la vez me agrada—. Necesitamos esperar que examine el veterinario, pero el cuadro no es muy favorable. —Obvio, se me olvida que habla él que casi muere anoche —hablé arisca y sin poder callarme—. Vaya a saber qué líos anda metido y me expone al peligro. Estamos de frente, me arrastro más hacia él y veo su expresión dura. Él sabe de animales, se ve en sus cuidados y no se me escapa que estaba al margen Demetrio. El encargado no se apartaría y dejaría a alguien sin experiencia en esta situación. Su tic es lo único que se mueve en él y Trueno vuelve a revolcarse consiguiendo que desvíe su mirada. Rápido vuelve su mirada azul a recorrerme, se demora en mi pecho, va subiendo la mirada y su mano aterriza en mi mentón. Nuestras miradas unidas, su yema áspera me acaricia y baja lentamente hacia mi cuello. Mi respiración se agita compitiendo con Trueno y me hace círculos en el cuello. —Veo que el miedo no te paraliza, Potra, al contrario, te pone y lo has dejado visible. —Da dos leves golpes en mi cuello. En eso recuerdo mi chupetón por Leonardo, se había ganado un buen golpe de mi parte por ello. No soy de las que ama los chupetones en el cuerpo, menos visibles, pero él me castigó por burlarme de su aguante. Me rodeé el cuello con mi mano y el aire se ha cargado. Al salir de prisa por el susto de perder a Trueno, olvidé mi regalo por Leonardo. —No sabía que te gustaban esas niñerías, Potra —soltó bruscamente. Fausto se levanta, me pasa por el lado y se aleja. —¿Para dónde vas? —Me iré a esperar al veterinario afuera, no te acerques mucho a Trueno y no pasará nada grave. Eres valiente, el miedo te excita. Me levanto furiosa, este insolente, ¿qué se cree? —¿A ti que te da con quién me revuelque? —apreté los puños a mis costados. Camino hacia él, alzo mi cabeza para así poder mirarlo cara a cara. Mis ojos compiten con su mirada fría, Fausto está destilando fuego y me abraza con su llama. —Eso no pensabas cuando estabas a horcajadas en mi regazo y mis toscas manos acariciaban tus apetitosos senos —las enseñó en mi cara—. No sabía que solo eras una para huevos… —corté sus palabras con una bofetada. Mi mano arde, pero aguanto y él se relame los labios. Su mirada fuego me incendia y nos interrumpe Demetrio. —Venga doctor, adelante —señala hacia dónde está Trueno y siento la mirada de Fausto encima—. ¿Sucede algo? —pregunta con autoridad Demetrio. Fausto aún no cambia su mirada y se ve peligroso con su mandíbula tensa. Sin embargo, me tiene sin cuidado si está cabreado. —Primero Trueno, luego lo demás —hablé con actitud y me giro sintiendo su mirada en mi cráneo. Me dirijo hacia el veterinario, estoy ansiosa porque evalúe a Trueno y me percato que vino con un asistente. Intento olvidar la discusión con Fausto, prestar atención a Trueno y el veterinario, pero me es imposible. Cuándo estoy cerca de ese insolente me pierdo, la Kendra confiada y segura se desvanece. ... Estoy sentada a unos pasos de Trueno, con mi dolor latente y mis lágrimas frescas. No hay remedio, luego del médico examinarlo y escuchar sus consejos no tengo salida. No hay nada que hacer, Trueno tiene el intestino retorcido. La tripa retorcida casi siempre requiere una intervención quirúrgica, donde un veterinario eliminará la parte comprometida del intestino y volverá unirse al intestino sano. Por desgracia, los caballos no son buenos candidatos para esta operación, ya que requiere sedación. El intestino torcido puede curarse espontáneamente, pero esto es raro. En fin, en pocas palabras es tarde, para calmar su dolor, hemos decidido eutanasia, ponerlo a dormir. No estoy muy contenta con la decisión, pero verlo sufrir a cada segundo que pasa me confirma que es lo correcto. En eso siento unos pasos, mi mirada perdida y espero por el veterinario. —Potra —su odiosa voz atormentándome en este momento—. No hay problema, no tienes que hablar y menos mirarme, ok. Sigue hablando, cierro los ojos y agarro fuerte el heno. —Merezco ser atacado por heno, lo sé, me lo gané, adelante. Sus botas son lo primero que veo al colocarse frente de mí. En otro momento me hubiera reído de su intento de humor. —No quiero presionarte, pero necesitas saber qué Trueno sufre y debes tomar una decisión. Alzo mi mirada hacia su rostro, su enojo ha sido reducido y esos ojos azules están sosegados. Me levanto, me tambaleo y me sostiene. Me siento frágil, lo empujo avergonzada y él se aparta. —Tranquila Potra, no te tocaré —susurra y me siento como un animal asustado. —Estoy lista, no estoy contenta con el método, pero es por su bien. —A la larga es lo mejor, no necesitas estar presente. —Por ningún motivo me iré —aclaré con demasiada agresividad—. Estaré con Trueno hasta el final. No soy frágil, he pasado por mucho. —Eres todo un ciclón, nunca podrías ser frágil. —Oh, pensaba que era la para huevos —finjo que no me importan sus palabras. —Eso no puedo retirarlo hasta que demuestres lo contrario, Potra. —Iba a tocar mi rostro y me aparté bruscamente. —El tiempo dirá si mereces este ciclón, si tus manos pueden soportar estos vientos y créeme que cuando me acerco tomo más fuerza —decreté. Trueno relincha con tanta intensidad, recordándonos que quiere libertad. Fausto me sonríe con la promesa de que apenas empieza su preparación para el ciclón. Se gira con pasos decididos y se marcha. Entra Camillia y Solimar topándose con Fausto. Las caras de mis chicas son de sorpresa. —¿Fausto, qué te sucedió? —Sol abre su boca impactada por su modelo. —Disculpa, tengo que buscar al veterinario. —Tras disculparse, Fausto continúa hacia la salida. —Lo llamas por su nombre y todo —dijo irónica Camil y la miró por encima—. Qué rapidita, Solimar. —Niña, cállate, es el sobrino de Demetrio —Sol le hizo muecas—. Trabaja en la finca y además es modelo. —Informa a Camil mientras se acercan hacia mí. —Con esa cara no lo dudo, a pesar de sus moretones es deslumbrante su belleza a lo rudo —comenta Camillia. —En eso estoy de acuerdo contigo, niña —Sol acepta algo dicho por su hija, eso es extremo. —Qué extraño, Otto no me puso al día —añadió con voz dudosa Camillia. —Si te pasarás más en la finca, tal vez te ponía al día, pero como ahora te pasas con hombres maduros, demasiado para tu falta de madurez —le reprocha Sol y Camillia la empuja con el codo. Las dos enfocan su mirada en mí y mis ojos se humedecen. No puedo negar que verlas en su acostumbrada discusión, me alegra. —Kendra… —dijo en un hilo Camillia mientras recorría su mirada hacia Trueno. —Antes de que digas que no quieres a nadie a tu lado, que eres fuerte y puedes con todo nos tendrás que aguantar —levantó la mano con firmeza Sol—. Paquita nos llamó, nos tienes a nosotras y sabemos tu calibre —mi amiga y hermana recalca—. Estás reforzada, pero nosotras vinimos en son de paz. —Solimar empuja con el codo a Camillia. —Nada nos apartará de ti, menos cuando sabemos lo mucho que significa Trueno en tu vida —aboga Camillia. —Saben lo que voy a decir a continuación… —guardé silencio y esperan por mi desplante— más tarde me estaré golpeando, pero las necesito a mi lado —admití con la voz temblorosa—. No quiero perderlas —me ahogo sollozando, ellas se lanzan hacia mí y nos abrazamos. Todo pasó rápido después de la llegada de las chicas, estuvimos juntas con Trueno hasta su último respiro. Fue sumamente difícil verlo partir, pero estará en paz. Fue muy valioso el tiempo que estuvo en mi vida y agradezco que me diera tanto, cuando más lo necesité. «Papá, gracias por prestarme a Trueno. Ahora te lo devuelvo», me despedí. Faltan cinco minutos para las una de la tarde y mis tripas suenan. Estamos las tres, frente a las escaleras, pienso darme un rico baño. —¡No puedo creer lo que mis ojos ven, un chupón, omggg! —arrastra la última palabra Camillia y señala la prueba indeseable. —Me di cuenta, pero no era el momento para mofarse por respeto a Trueno —Solimar alza sus hombros—. Increíble ver a la controladora Kendra, la que odia las marcas visibles con semejante chupón —se burla. —Siempre me aconsejas: Camillia, las marcas donde no sean visibles, nadie se debe enterar de tus placeres —Camil intenta imitar mi voz y le sale muy mal para mi gusto. —Dejen de molestar, fue un simple desliz —intento no reírme por sus expresiones, pero se me escapa una media sonrisa—. Me ducharé, ¿almorzamos juntas? Drásticamente cambio de tema. —Por mí está bien —asiente Solimar y miramos a Camillia. —No me miren así, aquí la que tiene deslices es otra —me apunta con su celular—. Las veré en la mesa. Suena el celular de Camillia y se marcha hacia la cocina. Subo un escalón, Solimar me mira curiosa y le saco la lengua. —Kendra, te ves muy distinta —entrecerró los ojos oscuros—. Aclaro triste por Trueno, pero me refiero antes de lo sucedido. —Estabas muy ocupada, debe ser eso y por eso me encuentras rara —usé su trabajo como excusa—. Dame tiempo, volveré a ser la zorra Kendra —lanzo una guiñada y subo de dos en dos los escalones. —¡Huye, cobarde, huye! —gritó Sol y la ignoro. Estoy en mi baño desnuda, mirándome en el espejo y mi mano acaricia el chupón. Enseguida mi mente recuerda a Fausto Dionisio y sus ojos ardiendo al verlo. Rayos, tan solo por dos besos y unas metidas de manos, se cree dueño de mi cuerpo. Si nos acostamos, no quiero imaginar su posesividad. Se me escapa una sonrisa. «Despierta Kendra», me riño. En qué diablos piensas, eso no te conviene y lo sabes. Solo quieres placer, nada de manitas sudadas y amor. Soy una experta en esto, juega como la zorra que eres y luego desecharlo. Tengo que probar ese semental envuelto en chocolate, sí o sí. Mi celular sonó, se escucha a lo lejos y salgo del cuarto de baño. Empiezo a buscarlo por la cama, por el suelo y lo veo al frente de la mesita de noche. Lo sostengo, la llamada es número privado y mi dedo tantea la tecla. Sin darme cuenta he presionado, y curiosa saludo. —¡Buenas tardes! —se pone mi piel de gallina y me abrazo a mí misma al oír la voz distorsionada en la línea. —Querida Kendra, lamento tu pérdida —silencio en la línea y apreté el celular—. Un animal se llega a querer como la familia —puede ser hombre o mujer con ese aparato. —¿Quién habla? —interrogué alarmada. —Eso no importa, ten en cuenta que puedes perder gente preciada otra vez. Te estás entrometiendo en asuntos que se escapan de tus manos. —La persona me amenaza y cuelga. Me acaban de amenazar, a mi familia y sabían de Trueno. La persona se encuentra en la finca. Lanzo el celular contra la pared, estoy envuelta en miedo y rabia. Oh, sí, Fausto está en lo cierto, el miedo no me afecta y por mi familia doy la vida. Me baño a las millas, cambiaré de número y observaré a mi querida Rebeca. Se me cae el champú al pensar en Fausto, puede ser él, lo golpean y estaba curiosamente con Trueno. No puedo confiar en nadie en estos momentos, a veces las personas que menos suponemos son las que atacan. Termino de lavar mi cabello, salgo envuelta en la toalla y voy hacia el teléfono de la casa. Marco a Peter, suena dos veces y la voz de mi amigo me responde. —¿Desde cuándo usas tu teléfono? —Desde que estrellé el mío con la pared y ni siquiera me importa si vive —murmuré envuelta en ira—. Consigue un celular nuevo y número. Además, urgente guardaespaldas para todos, incluyéndote a ti. —¿Qué demonios ocurre Kendra? —he preocupado a mi amigo. —No hablaré nada más, en persona lo discutiremos. Eso significa… —me corta Pet. —Salgo de esta reunión y consigo todo —amo su disposición y amistad—. Lo más rápido posible llego a tu casa. No tienes que explicar nada. —Perfecto, gracias —desconecté la llamada y respiré profundo. Primero asegurar a mi familia y luego descubrir al enemigo. Me alegro de tener a Peter en mi vida. Enseguida voy al armario y empiezo a rebuscar entre mi ropa. ... Luego de almorzar con Sol y Camillia decidimos poner flores a Trueno. No mencioné la amenaza aún, quería darle tiempo a Peter para que llegara. Al menos no saldrán esta noche, Sol fue a descansar y Camillia está con su amigo Otto. Me aseguraron que hoy no saldrían y me parece perfecto. Luego que Trueno partió, dejé todos los papeles con Demetrio y el veterinario. Lo enterraron cerca de papá, debajo del árbol de mango y por poco me lo prohibían, pero al final lo conseguí. Estoy recostada en el árbol, me coloqué mi sombrero, botas y pantalón para despedir a mi compañero. La vista del terreno es nublada por Fausto con un caballo blanco y llama mi atención. Es increíble lo macho alfa que se ve montando. —¡Quieta, Nube! —la yegua se alza en dos patas y él jala las riendas—. Potra —se quita el sombrero y me saluda. Me levanto del suelo, me acerco llena de tantas dudas y desconfianza. —Dejémonos de mierdas —alcé el mentón, arisca—. ¿Quiero saber en este instante quién eres?, y ¿Con qué gente te metiste? —tomó aire y prosigo con el interrogatorio—. Por último, ¿qué quieren de mí? —lo ataqué con una ronda de preguntas. Él se baja de la yegua, la lleva hacia el árbol y la ata. Me giro para no darle la espalda, él se acerca con el sombrero puesto y me enfrenta con su mirada de hielo. —He venido a traerte a esta yegua para que la adoptes y me atacas a preguntas —se oye ofendido. Ahora viene con detalles, pero este hombre si lo dejo matrimonio e hijos es su próximo movimiento. —No estoy para juegos, insolente. ¿Quién eres? —alzo mi mentón y espero que hable. —Tienes tanta curiosidad sobre este servidor —su forma de hablar es cargada de ironía y con su mano se apuntó su cuerpo pecaminoso—. ¿Esa es la forma del ciclón conquistar? —no perdí mi entereza, no me ablandará con su juego—. Interesante —asintió lleno de sarcasmo y arrancó una paja del pasto y la muerde. Hasta hacer algo tan de hombre se ve tentador. Recuerdo la llamada y ver su sonrisa burlona me ayuda a ser dura. Me acerco, le arranco la paja de su boca y la suelto en el pasto dando pisotones. —No estoy para tus bromitas cuando me amenazan —mi voz es dura e indomable—. No importa si es a mí, pero con mi familia, no. Su expresión se ensombrece, me agarra de los brazos y mi corazón se acelera. Es que me golpeará, lo he descubierto y se quiere deshacer de mí. No le seré de bandeja, lucharé, no importa que esté lejos de la casa, apartada y sola con él. Lo empujo fuerte, pero no se mueve su torre de músculos y lo piso fuerte logrando que me suelte. —¡Maldición, Potra, no te lastimaré! —movió el pie por el dolor y se ve tenso—. Vi el miedo en tus ojos, piensas que soy capaz de… —Fausto silenció y se ve angustiado— de lastimar a la gente. Se ve herido, no, él es modelo, bien podría ser un buen actor. —¿Qué quieres que piense? —me defiendo—. Desde que vi cuando te golpearon todo ha sucedido y sabían de Trueno —alzo mi voz frustrada. —Trueno no fue asesinado, fue por cólicos y se le torció su intestino —me recuerda Fausto. —Respóndeme, ¡¿cómo sabían que murió?! —grito dolida y él niega con la cabeza. —Esta finca es enorme, tienes mucha gente que entra y sale, no entiendo qué carajo sucede —he desatado la llama en sus ojos—. No soy un tirano, no soy un asesino y no soy un soplón —habla enojado y sus manos en puños. —No sé qué pensar, esto es… —niego vehemente. —Todo apunta a mí, lo entiendo —no me permite terminar y réplica—. Aposté con las personas incorrectas y ahora tengo que asumir mi culpa —se toca su pecho—. Lo que no cargaré, por ningún motivo es tu amenaza y dudo que sea la misma gente. —¿Cómo sabes que no? —bufé confundida y seguí discutiendo—. ¿Cuántos debes? —enterarme de su error, me desconcierta y aterra—. Eres imbécil, apostar sin dinero. —Lo apunto con mi dedo índice en su pecho. Él agarra mi mano y con la otra me acerca hacia su pecho. Esa cercanía me descontrola, es peor aún por su toque en mi cintura y la intromisión de sus ojos es una catarsis sobre mi cuerpo. Su maldito tic burlándose de mí, su ojo izquierdo está para mostrarme que no es perfecto. Su imperfección me atrae y me tienta a tocarlo. —Potra, solo diré que no son ellos, pero me aseguraré —su voz reverbera por mi cuerpo y esa mirada me enloquece—. No te preocupes, confía en mí —sus ojos son una súplica silenciosa—. Dime qué palabras usaron en su amenaza. Estamos tan cerca, mis ojos mirando sus labios y en eso escucho a Peter. —Kendra —su voz dudosa y me giro por encima de mi hombro. Encuentro a Peter moviendo el peso de un pie a otro y moviendo sus cejas. Le doy la cara a Fausto, es increíble como su mirada sigue en mí y me olvido del mundo. —Es el momento que me sueltes, Fausto —hablé por lo bajo disimulando el efecto que causa en mi control. —Vaya, sabes mi nombre —da una media sonrisa y acerca sus labios a mi oreja—. No soy tu enemigo Potra, confía en mí —susurra haciendo estragos con su voz tan follable en mi interior y suelta mi mano, pero sus dedos tamborileando en mi cintura son una burla. Nuestras miradas chocan y son explosivas. Estaré demente por creer en su palabra, no tengo idea. Solo sé que esos ojos azules no mienten tan descaradamente. Su mano se aparta lentamente, con sus dedos rozando mi cintura y deseo sus caricias en todo mi cuerpo. Fausto corta nuestra mirada, se voltea hacia la yegua y la acaricia antes de soltarla. —Santas manos de los peones —me sobresalté al sentir la voz de Peter en mi oreja y me giré hacia él. Por estar pendiente a Fausto y sus caricias no me percaté de lo cerca que estaba Peter. —¿Está listo todo? —pregunto mientras sigo con la mirada en Fausto montando a Nube. —Te esperan en el despacho, pero quiero cada detalle, incluyendo este momento —señala a Fausto que va lejos por el terreno y asiento. No creo poder explicar este momento. Tampoco hay palabras que definan mi remolino de confusión. Definitivamente, no entiendo qué sucede y temo descubrir lo que pasa con ese Insolente.
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