Capítulo 8: Confiando

4012 Words
Fausto Estoy recostado en mi tronca, esperando en plena oscuridad. El ruido de la avenida se escucha a lo lejos. Me encuentro detrás de un local abandonado y de pronto escucho pasos acercándose, rápido estoy alerta y veo a un vagabundo arrastrando un carro de compras. El rostro del anciano está sopesando si soy un festín para él o una amenaza. Enseguida busco en la zona de carga de la tronca (está al descubierto) y saco mi bate. No quiero ser su festín, ayer tuve bastante con los golpes, pero hoy no. Empiezo a rebotar el bate en mi palma y el anciano baja la cabeza. El hombre empieza a silbar mientras se aleja. No debería estar en este sitio retirado después de la paliza que me envió de cortesía Argenis, pero necesito información. Aún siento dolor en mi costado, es una maldición de dolor. La Potra estaba asustada, sus ojos azules grisáceos como tormenta los veo cada vez que cierro mis ojos. Por mi culpa, la he visto dos veces con esos ojos hermosos preocupados y quiero ver la altiva mirada de nuevo. No creo que por ayudarme la están amenazando, pero saldré de dudas en este instante. Aparece como un rayo el todoterreno blanco y consigue que el vagabundo se aparte de su camino. Definitivamente, estoy arriesgando mi puta vida, porque Freddy viene directo hacia mí a toda velocidad. Es la única manera de saber, él es mi único contacto seguro entre comillas. El todoterreno se desparrama chillando goma a dos pies de mi posición y sostengo fuerte el bate. Dentro del todoterreno no se puede ver nada, tiene el vidrio polarizado y eso me pone más nervioso. Freddy se baja con su *flow, la puerta del acompañante se abre y se baja un joven con cara de pocos amigos. —No tengo mucho tiempo, ve al grano. —Su mirada de halcón recorre el estacionamiento vacío. —¡Freddy, espera! —habla fuerte el acompañante y rodea el todoterreno mirando a todos lados. —Tranquilo Popeye, es inofensivo —comenta Freddy y el tipo asintió serio. Antes de darme cuenta, Freddy está merodeando alrededor de mi tronca y se detiene en la ventanilla del lado del pasajero. Me giro para darle la cara, sabiendo que si les da la gana a ellos no salgo de aquí vivo. Las ventanillas están ambas bajadas y se recuesta con sus antebrazos en ella. Necesito acabar esto y marcharme, lo imito y me recuesto en la ventanilla del lado del conductor. Siento los ojos de Popeye encima de mí, el bate aún en mi mano y consigo el valor para hablar. —Necesito saber si Argenis y su gente van a actuar en contra mía —me percato que el vagabundo está lejos de nosotros. Freddy apunta el bate con la barbilla y lo suelto en el asiento. Si quiero que confíe en mí debo hacer lo mismo y de todas formas un bate contra una pistola la diferencia es grande. —Estaba preocupado de que me lastimaras con tu letal arma —su mano derecha la esconde detrás de la puerta, bloqueando su movimiento y me tenso. Él está estudiando mi reacción. «Tranquilo Fausto Dionisio, saldrás de esta», me aliento. Negar que estoy asustado es imposible, las ganas de huir son grandes y me intento calmar. —Sabía que no tenías amor propio, pero no llegaba a ver la amplitud. —Se jacta Freddy y me tiende la mano escondida. Simplemente, su mano, sin pistola y está esperando que lo salude. Por un leve segundo pensé que estaría muerto de un tiro y conecté mi mano con la suya. Al estrecharla su apretón es fuerte y se lo devuelvo. Luego siento un papel en su mano, él alza una ceja y comprendo. Sostengo el papel entre mis dedos y nos soltamos. —Créeme que deseo salir vivo de este estacionamiento —admito y Freddy ladeó la cabeza moviendo de paso sus trenzas—. Espero que nadie me mate en veinticuatro horas. —Nos miramos y sonríe mostrando sus dientes blancos. Al ser de piel oscura en esta oscuridad, sus dientes son un farol. —Te diré esto porque me caes bien, sal de esta mierda y consigue el dinero de donde sea —en su tono puedo reconocer la urgencia—. No importa si te empeñas o vendes tu alma a satanás, sal. Se aleja de la ventanilla, rodea el frente de la tronca y camina hacia su todoterreno. Si no ha hablado más, es que todo lo que puede darme es este papel entre mis dedos. Solamente tengo que seguir el plan y muestro desesperación en mi rostro al girarme. —¡Freddy, por favor! —se detiene al frente de la puerta de su todoterreno y Popeye no despega sus ojos de mí, mientras camina de espalda hacia el lado del pasajero—. ¿Corre peligro mi familia o gente cercana a mí? Freddy se gira por encima de su hombro y sus ojos oscuros muestran un poco de sentimientos. Él luce su vestimenta de pantalones caídos mostrando su bóxer de rayas y sus trenzas largas, haciendo una distinción en su estilo. —No sé, solo aléjate al saldar. —Se suben al todoterreno y me quedo esperando. Se marchan, no pierdo tiempo y me largo enseguida. El papel lo mantengo en mi puño cerrado, tengo la clave, ni siquiera me atrevo a ojearlo y continúo manejando. Voy dando vueltas tras de otra, por si me siguen. No quiero llevar peligro a mi casa, aunque ellos deben saber mi dirección. Lo sé, estoy divagando en estos momentos y al fin me dirijo hacia mi casa. Estoy mirando por el retrovisor a cada instante, tengo que concentrarme en el camino. Pensar en el día que me jodí la vida, me enoja y golpeo el volante. Ese día mi madre le había preparado la comida a mi patético padre y él la estrelló en la pared. Su justificación fue que la comida estaba mala, sin sabor y pierdo los cascos al ver cómo la trató. Lo iba a golpear, pero mi madre se interpuso y me fui a emborrachar. Al querer apartarme de mi mierda vida, terminé en el Hipódromo Camarero en Canóvanas y cometí la estupidez de apostar. Nada más y nada menos cinco mil dólares con el señor oscuro Argenis y maleante. ... Al entrar a la barriada, está silencioso y no hay nadie siguiéndome. Vivo en la parcela de mi tío, tiene dos casas, arriba vive Demetrio y abajo mis padres. Mi tío me dio un espacio detrás de madera, es un estudio y con eso soy conforme. Al entrar al patio, observo una luz en la casa de mis padres y al echarle ojo a la pantalla del celular faltan cinco minutos para la una de la madrugada. Sin mirar guardo el papel y el celular en mi bolsillo del vaquero y subo las ventanillas del carro. No hago más que poner mis pies en el suelo y escucho la puerta metálica abrirse. Bueno, el papel tendrá que esperar. Alzo la vista hacia el balcón, conectando con la mirada de ojos apagados de mi madre. Cada vez que me detengo a mirarla veo su agotamiento y sufrimiento. Tiene una bata de botones, su pelo castaño canoso en una goma alta y sus ojeras consumiéndola. —Hijo —camina hacia la pequeña escalera de dos escalones y se sienta—. ¿Me acompañas? —Sin esperar contestación palmea a su lado. Levanté mi mano derecha, indicando que espere un momento y me giro hacia mi tronca. Empiezo a buscar por el suelo y consigo la botella de Don Q a mitad. Mi tronca nunca la cierro, siempre está sin seguro y me giro con la botella en alto. Mi madre me dio una media sonrisa y asintió. De una patada cierro la puerta y con pasos grandes la alcanzo y me siento a su lado. —La noche está para nosotros —giro la tapa de la botella y de sopetón doy un trago. Dejando que el licor caliente mi cuerpo y me tranquilice para poder estar con mi madre. —No tengo sueño, no puedo dormir —me quita la botella y sin pensar da un trago. Su rostro neutral, sin arrugarse, dando la bienvenida al licor. Me pongo alerta al escuchar un ladrido y me levanto preparado para defender a mi madre. —Relájate Dionis, es un gato huyendo —señala hacia la carretera y pasa corriendo el gato, luego el perro detrás ladrando. Me siento y le quito la botella de sus manos. «¡Mierda, cálmate, Fausto Dionisio!», me riño. Al voltear el rostro hacia mi madre está sonriendo genuinamente y vale la pena el susto por verla así. —Te burlas, bien —afirmé fingiendo ofensa y le doy la botella. Mi mamá la agarra con su sonrisa, esa que extrañaba. —Es un alivio saber que aún puedo reír por nimiedades. —Da otro sorbo y me quedo mirando su rostro. Me duele que mi padre la traté peor que basura, ellos eran felices, luego peleas y mi padre se dedicó a tomar. Día tras día tomaba, hasta abandonar la finca y arruinar nuestro hogar. Luego de enterarme de que vendió la finca, pasó el accidente y mi padre quedó en una silla de ruedas. Si no fuera por mi tío estaríamos en peores condiciones. Me acoplé a la nueva situación, incluso a olvidar la vida del campo, pero jamás voy a entender su trato despectivo con mi madre. Nunca han querido hablar de ello, pero sé qué tiene que ver entre ellos tres, mi tío Demetrio carga una culpa en su espalda. —¿Por qué aguantas? —Tengo culpa, no siempre él fue de esa manera… —la interrumpo. —No quiero hablar de culpas, esta noche, no —susurré agotado. Ella se queda indecisa y la puedo vislumbrar pensando si insistir. Sostengo la botella y dejo que el licor se lleve la culpa. —Bien, mejor hablemos de tu ceja izquierda, además ese labio partido sensual. Tu rostro sigue siendo bello, pero de un tiempo acá son tu fiel acompañante. —Agarra la botella y estamos en un pase de sorbos. —No quiero hablar de eso tampoco —me señalo con el dedo índice mi rostro. Ella alza sus hombros, lo sé, soy imposible de platicar. No quiero esta mierda preocupándola, ya tiene suficiente con el viejo. —Puedes confiar en mí, no me espantaré —mi madre quiere fortalecer nuestra relación y lo aprecio—. Lo que te atormenta, no importa lo grave que sea, estaré para ti. Me entrega la botella, la sostengo y meneo el licor. —Sé que puedes soportar esta carga, pero es momento de relajarse —este tema no lo tocaré con ella—. Nos hace falta. —Le tiro una guiñada y sonrió por segunda vez. —Me hacía falta —asintió entusiasmada—. ¡Oh, sí! —mueve sus hombros—. Necesitaba tener los hombros ligeros. Ahora sí, podré ir a dormir —me dio dos palmadas en la pierna—. Luego lo repetimos. —Me quita la botella y da un largo sorbo. Mi madre se levanta, se tambalea un poco y la sostengo de inmediato. Ella me entrega la botella, la agarro por su cintura y me aparta. —Tranquila, te llevaré al cuarto —susurré preocupado que se caiga. —Estoy de maravilla, me iré sola. —De ninguna manera, vamos a la cama. —Le indico con la barbilla la puerta y alza sus manos en rendición. Al caminar iba más derecha y la solté en el pasillo. La casa solo tiene dos cuartos, un baño, sala y cocina pequeña. Pasamos el baño a la izquierda y su cuarto queda en el lado derecho. Al entrar se queda mirando fijo la puerta del frente, su semblante cambió radical y al mirarme veo sus ojos húmedos. —Listo, descansa —puso su mano en mi mejilla—. Gracias por este breve momento, pero muy valioso. —El placer fue mío —sostuve la mano puesta en mi mejilla y deposité un beso en el dorso—. Descansa —besé su frente y cierro los ojos. El contacto con mi madre me recarga y respiro su aroma cálido, huele a hogar. Me alejo, ella me da una media sonrisa y cierra la puerta. Sostengo fuerte la botella, me giro hacia la puerta del frente y sin saber qué demonios hago volteo el pomo. La luz de la luna es tenue y vislumbré el rostro que heredé, soy una copia de él. No se me hace extraño encontrar una botella de ron a su costado. Es irónico presenciar mi espejo, bajo la mirada hacia la botella y me contengo de lanzarla. Me tengo que ir, cierro la puerta suave y apago la luz de la sala. Me aseguro de que la puerta tenga seguro y respiro profundo al salir. Camino hacia mi estudio, olvidando a mi padre y el recuerdo de lo que puede ser mi futuro. La grama está creciendo, al estar en mi puerta saco la llave y al cerrar me recuesto de la puerta. Es el momento de ver ese papel, camino en la oscuridad, pasando mi único mueble y al estar en mi cuarto enciendo la lámpara de la mesita de noche. Me tomo de sopetón el resto de la botella y me envuelvo en el calor que recorre mi garganta. Suelto la botella en el suelo, rápido rebusco en mi bolsillo y desdoblo el papel. La única palabra escrita es: Roco. Eso confirma que no es Argenis, el dueño de este nombre es la prueba. Cuando le envié un mensaje de texto a Freddy para reunirnos, le conté sobre Kendra. Le pedí que averiguara quién estaba amenazando y sabía que no se negaría. Tengo que hablar con la Potra. Antes de que Freddy se metiera en ese mundo, fuimos buenos amigos y por eso me arriesgué. Busco en mi bolsillo el encendedor, quemo el papel y me quedo viendo como el fuego lo consume. ... Kendra Como la vida cambia en un abrir y cerrar de ojos. Todo lo que crees seguro se desmorona delante de ti y sin poder detener la avalancha. Terminar el día de ayer fue un dolor de cabeza y explicar por encima el asunto a mi familia, fue peor. Sus caras estaban llenas de interrogación. Después asignarle a cada uno dos guardaespaldas y la pregunta del millón: ¿quién nos observaba? Les mencioné que sospechaba de Rebeca y su ex-pareja el narcotraficante. En ningún momento mencioné a Fausto y la paliza que le dieron. No tengo la contestación del porqué no hablé del posible culpable de la amenaza. Quiero pensar que él no es capaz de llegar tan lejos y confiar que todo esto acabará. Odio saber que estoy flaqueando por él. «Kendra, es tu familia en juego y si algo les ocurre por no mencionar lo sucedido». Hablarme a mí misma no cambiará nada, espero no equivocarme. No pude evitar que Camillia se fuera al Penthouse, prometió estar con sus amigos y sin salidas. No considera que sea para tanto la amenaza, ella ni siquiera se asustó y continuó metida en su celular. En cambio, Solimar se puso alerta, me reclamó por permitir que Rebeca llegará tan lejos y no se quejó por tener guardaespaldas. Eso sí, dejó en claro que no se intimidaría, seguiría su vida y se fue para una cena en celebración a lo bien que les fue en el desfile. Nadie pensaría que la gran Kendra, la zorra, estaría un domingo en su cama y en camisón sexy. Pero lo mejor de todo, sin poder dejar de escuchar la maldita amenaza. Me dirán paranoica, sin embargo, tengo un presentimiento de que esto no es una broma. Estamos siendo observadas, están esperando el momento indicado para atacar y sé que no valdrá la pena el dinero si quieren lastimar. Me levanto de la cama, con pasos lentos me dirigí hacia el baño, me enjuago la boca y la cara. Observo mi reflejo por un leve segundo. Esto es real Kendra, cierro mis ojos, fuerte y escucho que tocan en la puerta. Saco una toalla, seco mi rostro y salgo del baño. Vuelven a tocar más duro, pero no quiero saber nada de la finca. Estoy sola en la casa y arrojo la toalla en la cama. En la mesita el reloj pequeño marca las 11:30 am. Me agacho para abrir la gaveta de la mesita de noche y verifico la pistola. Desde que terminé el sábado de aclarar todo, tengo la pistola de mi padre en la gaveta. No soy muy buena con armas, intentaré cambiar ese problema desde hoy. Abren la puerta sin mi autorización, cierro lentamente la gaveta y me giro para ver quién me interrumpe. Increíble el atrevimiento, tal vez ya no quiere fingir y decidió matarme por saber su deuda. —No me mires de esa forma, Potra —alza sus manos Fausto y se aproximó hacia mí. Mi instinto me grita que espere, calma Kendra y espera su movimiento. —¿Cómo te estoy mirando? —demandé altiva. Me siento en la cama con toda naturalidad y cruzo la pierna encima de la otra consiguiendo que el camisón de color blanco se suba. —La mirada es acusadora y llena de desconfianza. —Fausto camina hacia la cama y sin invitación se sienta a mi lado. —Basta de juegos, ¿qué quieres? Su pierna rozando la mía, evito su mirada y miro la gaveta. Me da seguridad saber que está el arma a mi lado, un movimiento y me lanzo por ella. —Quiero ayudar, necesito ver de nuevo esa mirada altiva y segura. Conecto mis ojos con los azules cielo de él, este hombre es un insolente. Me insulta decente y quiere decir: oye, tus ojos asustadizos ya no me calculan. No puedo contenerme, me levanto furiosa y saco la pistola. Ahora verás la mirada altiva y la zorra que llevo dentro. Lo apunto, veo su sorpresa, pero se queda sentado. —¿Esta mirada es la que deseas ver, Insolente? —sostengo firme la pistola—. Sabes que podré tener miedo, pero no dejaré de luchar —hablé amortiguado, ejerciendo presión en el arma. El Insolente parece tranquilo, pero su mandíbula está tensa y su tic izquierdo se burla de mí. —No soy el enemigo —se levanta y se inclina para que la pistola apunte directo a su frente—. Tu madre me autorizó a entrar, no respondiste y entré. Lo sé, no debí pasar por mi cuenta. ¿Mi madre? Por favor, esa Rebeca me oirá. Me pongo en postura, piernas separadas y quito el seguro del arma. —Escucha esa mujerzuela, no es mi madre —rebatí alterada y subí el tono—. Rebeca no tiene el derecho a nada. —¡Mierda! Ahora sí que das miedo —es tremendo, Fausto no se ve asustado—. Estás expulsando fuego por la nariz, Potra. —Una vez más, ¿qué quieres de mí? —exigo, necesito una explicación. —Acabemos con esto, de ti puedo querer muchas cosas —alcé ambas cejas, nunca he podido levantar una sola—. Sí, Potra, muchas cosas, pero ninguna es un roto en mi cabeza. ¿Se tomará en serio algo este Insolente? Cómo todo un ninja con su mano golpea mi brazo y la pistola sale volando al otro lado de la cama. Mi boca abrí de sorpresa, me sostiene por la cintura fuerte y lo golpeo en su pecho. —¡Suéltame, déjame! ¡No me toques, Insolente! Estoy histérica, toda una fiera y su agarre es firme sin darme espacio. —Te avisé que este teatro de matona y capataz asustado se acabaría —se jactó. Me detengo de golpearlo, mi respiración agitada y él descarado acerca su rostro a mi cuello. —Insolente —respiro agitada—. ¿Ahora me besarás el cuello? —reclamo y con su nariz rozó mi cuello hasta llegar al lóbulo. —Roco —ronronea en mi oído. Es increíble, suspira por un hombre en mi cuello. Lo agarro fuerte de su camisa gris y lo empujo hacia atrás para ver su rostro. —Eres insolente, tan macho alfa y piensas en otro en mi cara —lo reprendí. —¡Por Dios, mujer, cállate! —me besa y mis labios lo adoran. No entiendo lo que sucede, si es homosexual o no, si es mi enemigo o no, pero nuestros labios deciden ser aliados. Sus labios me abandonan muy rápido y me odio por ceder ante él. —¿Ese beso responde tus dudas? —El insolente se relame el labio inferior y ni se inmuta por su corte en el labio. —De ninguna manera, puedes ser bisexual. —No, la respuesta es no —negó serio—. A lo que iba, ¿el nombre de Roco te suena? Es bueno saber que no es homosexual o bisexual, pero eso qué rayos me importa. Su mano agarra un mechón de mi cabello y lo observa. No entiendo nada, es todo confuso y niego con la cabeza. —¿Potra, estás bien? —él disfruta mi estado—. No te había visto tan callada. No quería llegar a esta conclusión, él me llama Potra al igual que lo hacía mi papá. Pensaba que al oírlo desde otra persona me enojaría o dolería, no vayas por ese camino. No quiero seguir con esta línea de pensamientos. —No sé quién es Roco, ¿me puedes soltar? —solté de mal humor por estas emociones. —Por supuesto para que vayas corriendo al arma. —Genial, sé que estás disfrutando cada roce. —Me suelta y se va directo hacia la pistola. —Listo, seguro puesto. —Se queda con ella en la mano y me acomodo el camisón. —¿Quién es Roco? Tu aliado lo más seguro y te envió a seducirme. —Me paso la mano por el cabello y camino de un lado a otro. —La persona que le debo el dinero no es la que te amenazó, tengo un contacto y me informó que Roco es la persona detrás de esa llamada. —Pruébalo. —Me quedo frente a él y sus ojos me recorren de arriba abajo. —Lo único que tengo es mi palabra —alza sus hombros y me entrega el arma. No sé qué me pasa, nunca confío en nadie y él me está haciendo creerle. Insisto que voy por mal camino, porque no estoy siendo sincera con la gente cercana, pero sí con un extraño. —Veré que averiguo, gracias —susurré confundida. Sostengo la pistola, le doy la espalda y la guardo en la gaveta. Siento sus pasos al salir y la puerta cerrarse. Me tapo el rostro, mi mente es una laguna y tengo que despejarla. Voy hacia mi agenda en mi escritorio, consigo el número y agarro el teléfono inalámbrico. Espero que respondan, hace mucho que no escuchaba esa voz. —Necesito tu ayuda —silencio en la línea y sostengo duro el teléfono. Mi padre me dejó claro que cuando estuviera más allá de mí, llamaría a tío Ramón, su primo. Su único pariente y siempre lo vi como un tío. Él no me contacta desde la muerte de papá, el día que cremamos a papá me abrazó y me acompañó hasta el final. Él no se podía quedar, su vida está en New York y no es un santo. —Esta noche tomo el vuelo, lo que te atormenta lo enfrentaremos juntos —colgó la llamada y sé que he despertado a una bestia. Desde que llegó Rebeca todo cambió, ella volvió con un pasado peligroso y se equivoca si cree que no haré nada.
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