Capítulo 6: Mi Escape Seguro (Parte 2)

2485 Words
Siento calor, además de unas ganas irrefrenables de curarlo con mis propias manos y besar esas heridas. Probar esos labios rosados y lastimados. Ansío perderme en su insolencia. Sé que él percibe lo mismo, se acerca y nuestros rostros están juntos. —Insolente, ¿sabes que pasaste el límite de privacidad de una persona? —le hice una pregunta con trampa y él asiente. Él sostiene mi nuca, es una manera posesiva totalmente salvaje y sus ojos recorren mis labios. Me besa, por segunda vez toma el control y eso me pone furiosa y excitada. Nada con él sale como lo deseo, así que vamos a girar los papeles. Lo empujo fuerte consiguiendo un gemido por su parte y me siento a horcajadas en su regazo. Su dolor se apagó con deseo y con una pasión llena de frenesí total. Agarro su pelo fuerte y con mi otra mano sostengo su m*****o duro. Se siente muy bien, cuánto daría por tenerlo dentro y me pierdo con sus manos toscas acariciando mis senos. Somos gemidos, lenguas enredadas y ganas de explotar juntas. Me aparto, él iba al ataque por mi boca y lo sostengo fuerte de su pelo. Nos quedamos mirándonos agitados. «Muy bien Kendra, lo tendrás, pero a su tiempo», aplaudí por el control. —Te daré un aventón a tu tronca, Insolente —susurré coqueta y segura—. Veo que estás en perfectas condiciones. —Suelto su pelo, me bajo de su regazo y bajo la ventanilla del chofer. —Por favor, Fausto, indicarle dónde está tu tronca. Está tenso, se toma de cantazo el trago y lo suelta en la barra. Al girarse hacia mí, vislumbré su mirada lasciva y sonríe pícaro. —No hace falta, Potra —sus palabras son amortiguadas—. Estoy en buenas condiciones, gracias —abre la puerta. Fausto se baja y se voltea. Nuestras miradas están unidas, se muerde el labio y se acomoda su entrepierna. —Te veo en la finca, Potra. —Me guiña el ojo todo insolente y se marcha lento por el estacionamiento. Me sonrío como nunca y excitada por él. No puedo irme sin estar segura de que llegó a su tronca. —Señorita, ¿nos vamos? —Tan pronto veas una camioneta “Ford” pasar, nos iremos. Asiente el chofer, nos quedamos en silencio y al pasar la camioneta me siento aliviada. No entiendo este sentimiento, lo más seguro es porque lo atacaron y no quiero verlo morir. Debe ser eso Kendra, esto es una aventura y cuando la vivas se pasará el capricho. —Vamos a casa. —Nos marchamos, mi mente envuelta en ese beso. No puedo creer que esté de camino a casa sola y con la mente en las nubes. Debe ser la emoción de la noche, casi pude morir por medio de una bala o por un insolente. ... Apenas llevo una hora en casa, no concilio el sueño y caminé toda la casa como alma en pena. En este preciso momento estoy sentada en la biblioteca y con un vaso de Don Q con Coca Cola. En toda la noche no consumí alcohol, sin embargo, heme aquí rodeada de libros, oscuridad e insomnio. El ruido de la puerta me indica que viene un intruso, el cuarto está alumbrado por una tenue luz de la lámpara y me giro para ver quién me interrumpe. —Hasta que por fin te encuentro —la insoportable voz de Rebeca me acompaña. Camina hacia mí, su bata es negra de tirantes y sin invitación se acomoda en la butaca al lado mío. Enseguida me tenso, saca un cigarrillo y lo enciende. —No estoy para tus mierdas. —Muevo el vaso y observo su rostro. —Tranquila, no podía dormir tampoco y salí a dar un paseo por la finca y veo tu luz del cuarto encendida y subí sin pensarlo. Está serena, sentada como si fuéramos íntimas de toda la vida y expulsa el humo. Al quedarme callada continúa con su historia. —Tu cuarto estaba vacío y decidí buscarte por la casa y te encuentro con los libros de compañía. —Tampoco quiero tu compañía y menos después de todos estos años ausente —doy un trago para bajar el mal sabor de su aparición—. La conciencia te está carcomiendo, pero no me importa que te chupe —bufé—. Ve a otro lado, lejos de mí. —Siento la rabia subir y viene con fuerza. —Aunque no lo creas, somos iguales en muchas cosas. —No lo creo, jamás Rebeca —me volteo en la butaca y derramo un poco del trago—. Nunca. —Somos fuertes, orgullosas e independientes —no le importa que la he echado—. Escucha esto porque no lo volveré a mencionar —soltó el humo arriba—. Cuando quedé embarazada fue un gran tropiezo, como todos los obstáculos que se interponen en mi vida, los salto. Eso pretendía hacer, pero tu padre no me lo permitió y me llené de rencor —silencio y respira hondo—. No recuerdo nada bonito del embarazo. Al nacer no te podía ni mirar y mientras más tu padre te daba amor, más odio albergaba. Tu padre tampoco ayudó con mujeres tras mujeres cada noche y exigí dinero o te apartaba de él. Nuestras miradas se encuentran, su rostro duro y mi corazón bombardea a las millas. Es increíble sus palabras, sin una pizca de remordimiento y eso, infiernos que duele. —No quiero saber más nada —mi voz sale ronca y fuerte—. En fin, la conclusión es que no somos nada parecidas, a excepción de la sangre por desgracia. —Escucha, aún queda —levantó la mano deteniéndome—. Aguanta tu odio, niña —da una calada y expulsó el humo—. Me fui con el dinero, llena de mucha mierda y nunca imaginé que me enamoraría. Oh, sí, Kendra, sentí el amor y no se compara con nada. Cuando sientas que una persona arrasa en tu interior como tormenta y sacude tu alma, no lo sueltes. —Es increíble, ¿de quién te has enamorado? —con voz burlona le pregunto—. Espera, no respondas. Es obvio, con el narcotraficante que está encerrado y te ha dejado en miseria. Al fin logro que sus ojos fríos muestren un sentimiento, me mira con dolor y nunca pensé verla así. —Sé que has investigado, que sabes o pretendes saber mis pasos. Por ese motivo te confirmaré tus sospechas, sí, estoy enamorada de Nono. No me arrepiento de haber caído en lo más bajo, porque ese fue el precio para el amor. Nunca esperé que entiendas mis pasos y menos los explicaré. Quiero darte este consejo, aunque no sea bien recibido. Ama por encima de ese odio y vive. No desperdicies más el tiempo, vive. —Se levanta, apaga el cigarrillo en el cenicero del escritorio y me vuelve a mirar. Estoy atontada, sin palabras y me siento con ganas de gritar. —Todavía no entiendo, ¿en qué nos parecemos? —dije en un hilo. —Sencillo, el odio nos bloquea y no vivimos con plenitud. Se marcha dejándome sola y lanzo el vaso de cristal hacia el suelo. El ruido llenando este silencio. La rabia latente, los pedazos de vidrios recordando mi descontrol y esquivo el desastre sin mirar atrás. … Este cuarto me sofoca junto con mis pensamientos. Apenas son las 1:50 de la madrugada y no puedo apaciguarme. Agarro mi celular, marco a Leonardo Contreras. Mi vecino más próximo, hemos tenido nuestras noches y espero que no esté ocupado. —¡Hola guapa! —saluda Leonardo, escucho música y una mujer a su lado—. Espera amor, es una llamada urgente de mi hija. Todo un experto en mentiras, soy su hija y busco ropa en mi armario. —Veo que estás comprometido, lástima tenía planes para compartir con mi papá. Agarro una falda campana de color n***o, camisa de manga larga de color blanca y me quito el camisón. Vuelvo, coloco el celular en mi oreja y me subo la falda. —Espera, hija —escucho cuando se despide de la mujer por una emergencia familiar—. Ahora soy todo tuyo, Kendra, ¿dónde te veo? —En tu finca, no quiero conducir lejos, ¿se puede? Me pongo unas botas de tacón negras, me veo en el espejo con el escote pronunciado y sonrío. —Mi hermano está en la finca, llamaré para qué habrá la cabaña y tengamos más privacidad. Llego enseguida, no estoy lejos, así que ponte cómoda y no te preocupes por el portón. —Nos vemos, papi. —Sonrío traviesa y me termino de vestir. Leonardo es un hombre maduro, tiene cuarenta y tantos años. Tiene un negocio de ganadería, es viudo y con dos hijos varones. Es un hombre serio y sabe ser buen amante. Estoy en el portón de su finca, al abrirse veo en la camioneta al encargado. Es un señor entrado en edad, asiento con la cabeza en agradecimiento y continúo el camino. Estoy delante de la casa rústica, su fachada es pura de hombre y acogedora. Al bajarme siento frío, mis pezones se asoman y me acaricio mis brazos. Se acerca Leroi el hermano y viene con su seguridad hacia mí. Es un típico mujeriego, pero de los que no discrimina. Créanme, se lleva todo a su cama. Por eso siempre lo he tenido muy, pero muy lejos de mí. —Mi querida Kendra, estás súper sexy y con frío —habla Leroi con su zalamería y muestra sus dientes. Tiene una camisa de botones, por cierto, mal abotonada, mostrando su piel pálida en el pecho. Su cabello revuelto y ojos oscuros como la noche. Me besa las dos mejillas, sus ojos se demoran en mis senos más de la cuenta y golpeo su molleja. —No cambias, Leroi, mantén la mirada alta y no tendré que golpearte. —Alzó sus manos en señal de rendición y sonrió. —¿Cuándo me darás la oportunidad de calentarte? —Tal vez, cuando Cristóbal Colón baje el dedo. —De esperanzas vivo, Kendra —me lanza una guiñada y niego con la cabeza sonriendo. Me volteo por encima del hombro al escuchar los neumáticos de un carro y veo la ‘Corbeta’ roja de Leonardo. Enseguida sale del carro con su elegancia y porte. Es un maduro, pero no tiene que envidiar nada a un joven de quince. Él con esos ojos chocolate, cara cuadrada y labios rellenos te deja sin aire. Sin contar su cuerpo fibroso, sus brazos anchos y mi mirada recorre cada movimiento suyo de camino hacia mí. —Ves que no me tardaría nada —me atrae hacia su pecho duro—. ¡Hola Kendra! Me devora la boca, haciéndome olvidar todo y recordándome porque vine a la finca. Con una mano agarro fuerte su camisa y la otra la sumerjo por su cabello canoso. Nuestras lenguas acariciándose entre sí y entrando en calor mi cuerpo. —¡Waoo! —silba Leroi y entre gemidos me suelta Leonardo—. Les propongo hacer sandwich y calentarnos juntos. —Hermano, vete ya. —Su mano en mi cintura y enfrenta a Leroi. —La pasaremos divinamente y estás agotado hermano —une sus manos Leroi y las soba—. A tu edad necesitarás ayuda. —Lárgate, ahora, Leroi —comenta serio y me suelta. Antes de que vaya a golpear a su hermano como otras veces, camino hacia Leroi y estoy frente a su estúpida sonrisa. —Ves hermano, ella quiere —golpea el hombro de Leonardo. —Oye, niño, acaba de irte con tus pelotas —sin darle tiempo, aprieto fuerte sus bolas y él se retuerce—. Si no las colgaré en mi retrovisor. Lo suelto y da un salto hacia atrás. Escucho la risa de Leonardo y me quedo seria mirando a Leroi. —¡Ouch! Eso fue muy doloroso —se inclinó por el dolor y cubrió sus pelotas—. Kendra, eres malévola. Se marcha corriendo, no puedo evitar sonreír y me giro hacia Leonardo. —Chica mala, muy mala —me sostiene la cintura—. Has venido sin sostén, me pregunto si tendré acceso libre al sur. Su mano va descendiendo por mi pierna y estoy disfrutando la caricia. —Mmm… Descúbrelo por ti —su mano viaja por mi muslo y sus dedos expertos encontrando el camino. —¡Bingo, las puertas están abiertas para mí! Su dedo masajea mi protuberancia, suelto un gemido y su boca me posee. Leonardo mantiene su dedo jugando en mi clítoris mojado, sumerge un dedo y luego el otro. Él sabe ser seductor con su boca y sus labios descienden por mi cuello. Levanta mi pierna y la coloca en su cintura. Estoy abierta para él, su mano haciendo maravillas con mi sexo. Su boca encima de mi seno, succiona por encima de la camisa y agarro fuerte su pelo. Mis gemidos estuvieron presentes, tiré la cabeza para atrás y me dejo llevar por las sensaciones. Estoy llegando, me tenso en su brazo y halo más duro su pelo. —¡Vamos chica mala, derrama tu néctar! —susurra en mi oído y su voz morbosa me lleva al clímax. Mi cuerpo tiembla, sus dedos masajeaba en círculo mi clítoris y su nariz la entierra entre mis senos. —Dulces estrellas —hablo agitada mientras saca sus dedos y los lleva a su boca chupando mis jugos. —Deliciosa, siempre apetitosa —me levanta y enrosco mis piernas en su cintura. —Vamos, que estoy lista para ver la luna. ¿Tú aguantas el empuje? Me gusta molestarlo, así saco su lado salvaje y competitivo. Me besa brusco, respondo a su rudeza y espeto mis uñas en su espalda. Camina conmigo, sin romper el beso y sus pasos son largos. Me siento volando en sus brazos, su m*****o duro como roca y me remuevo para cucarlo. Al llegar a la cabaña, abre con dificultad la puerta y la patea. Muerde mi labio inferior, mientras se sienta conmigo en el sofá y respira profundo. Sus ojos chocolate mostrando que apenas empieza lo bueno y que me prepare para gritar. —¿Lista Kendra? —saca los botones despacio de mi camisa y aún sus ojos en mí—. Sabes bien que no soy de contestar, soy más bien de los que muestra las cosas y te mostraré mi empuje. —Más que dispuesta para ese empuje. —Me relamo y sin más que hablar me chupa mi seno. —Vamos a amanecernos —ronroneó Leonardo devorando mis pechos. Sin más nada que pensar, me pierdo en el morbo y olvido. El sexo siempre ha sido mi escape, me adormece y me gusta jugar.
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