Capítulo 11: Tienes que Controlarte

3685 Words
Kendra El simple hecho de escuchar ese nombre me tiene mareada, sumándole que no comí nada en el día de hoy. Enseguida Fausto se estaciona en la orilla, estamos por la carretera estrecha de camino a la finca. Hay mucha vegetación y pasan pocos carros. Tengo el celular de Camillia apretado en mi pecho, tratando de protegerlo como si fuera mi sobrina y quisiera evitar que la lastimen. Cierro los ojos tratando de calmar esta ansiedad y siento que me quedo sin aire. Escucho la puerta abrirse y mi corazón está desbocado. La cercanía de Fausto encima de mi cuerpo me invade, su pelo acaricia mi rostro y respiro su aroma a coco. Suena el clic del cinturón, abro los ojos cuando siento que me quiere quitar el celular y me encuentro con sus hermosos ojos preocupados. Sin poder evitarlo se deslizan lágrimas en mis mejillas y agacho la mirada. Me doy cuenta de mis manos temblando, el Insolente intenta por segunda vez quitarme el celular y lo suelto. El temblor en mi mano me desconcierta, Fausto lo coloca en el posavasos del medio y me saca del carro. Al recibir el aire en mi rostro de a poco vuelvo a respirar. Me zafo de los brazos de Fausto y corro hasta la orilla. «Cálmate Kendra, tienes que enfrentar esta situación. No estás sola», ruego que mi cuerpo tome el control. Camino de lado a lado, mis lágrimas son mi compañía y paso mi mano por el rostro. No me preguntes cuánto tiempo estuve de lado a lado calmando este ataque de ansiedad. Solo sé que cuando me sentí capaz de enfrentar a todos estaba retirada del carro y vislumbré a los guardaespaldas hablando con Fausto recostado en el capó del Mercedes Benz. Camino hacia ellos, es tiempo de volver a la finca y enfrentar el toro por los cuernos. Me recibe uno de los guardaespaldas, es rubio y alto. El gorila viene con el celular en mano. —Es su tío Ramón, la ha estado tratando de localizar y… —no lo dejé terminar. —He dejado el celular en el bolso, no lo tengo encima —agarro el celular de su mano. —Tío, ¿qué sucede? —contesté sin saludos y presentaciones. —Niña malcriada, me tenías preocupado —su voz se encuentra alterada—. Te necesito en la finca —demanda y eso pone a mi corazón en alerta—. Me preocupé al solo ver llegar a Camillia, para colmo sedada por órdenes tuyas y no aparecías. Cuando menciona a Camil me remueve el puto corazón y respiro profundo. —Tenemos que hablar —carraspeo y me giro para que no me vean débil. Esto me está rebasando y no puedo ser débil. «Tienes que controlarte Kendra, no puedes perderte en mierda de nuevo», hablé fuerte a mi zorra interna. Con una crisis fue suficiente por este día. —La cosa está fea, niña. —Mi tío corta con esas palabras y estoy de acuerdo. Le devuelvo el celular al rubio alto y mantengo las ganas de gritar para después. Se acerca mi otro guardaespaldas calvo y robusto. —Disculpe Kendra, no es por apresurar —su fuerte mirada de ojos grises encima de mí—. Es necesario movernos, no es seguro estar por más tiempo en este sitio. Es cierto, este sitio es solitario, en lo que hemos estado han pasado a lo mucho tres carros. —Nos vamos, estoy lista para enfrentar el caos. Los guardaespaldas asienten, dan la espalda y se marchan hacia el Hummer n***o. —Estoy lista para manejar. —Fausto me observa de arriba abajo. Tal vez evalúe si estoy en condiciones para conducir y le irá mal si se atreve a contradecirme. —Las llaves están pegadas, Potra. —Su escrutinio me tiene algo incómoda y paso de largo. Me detengo antes de abrir la puerta del carro, me giro por completo y lo encuentro en el mismo sitio recostado. —Insolente —se incorpora y se voltea hacia mí—, no soportaba más que manejes como tortuga. —No pude evitar la media sonrisa al ver su sorpresa y con mi boca cerrada se me escapó. —Esto es increíble —me señala abriendo sus ojos cielo grandes—. ¿Sabes sonreír? Muerdo mi labio evitando reír, este Insolente saca lo peor de mí y lo imposible. Sentía que le debía este momento por estar conmigo en mi crisis o ataque, como mierda sea lo que estoy viviendo. No conseguirá más de mí, me volteo y hago de oídos sordos. —Mueve tu trasero si no quieres llegar a la finca trotando, Insolente. —Me subo a mi carro y lo veo caminando hacia el lado del pasajero sonriendo como lechuga fresca. Sigo sus movimientos, se abrocha el cinturón y sin dejar de mirarlo me coloco el mío. Me lanza una guiñada el descarado Es increíble que con esa cara llena de moretones sea apetitoso. En silencio agarro mis gafas del posavasos, al ponérmelas enseguida arranco el carro. El corto tramo hacia la finca fuimos en silencio y mi mente pensando en cómo manejaré a Camillia. Ella está enamorada del hombre que nos quiere dañar, está vulnerable y él tiene todas las de ganar. Siento un dolor en mi pecho de tan solo imaginar el caos que se avecina. Al llegar a la finca soy recibida por Solimar. Nada más bajarme sé que está enojada y preocupada. Agarro mi bolso antes de que lo olvide de nuevo. —Necesito respuestas, Ramón no habla, es una tumba hasta que llegue la zorra de Kendra —exige Solimar en tono alto y taconea el suelo. Su mirada se desvía hacia Fausto y lo mira intimidante. Dios, Sol está endemoniada. —Sol de mi vida —no pude evitar llamarla con su apodo que odia y sus ojos vuelven hacia mí toda rabiosa—. Tranquila, hablaremos todo en el despacho. —¿Qué hace Fausto contigo? —lo apunta— ¿Por qué Camillia llegó sedada? ¿Por qué ordenaste dormirla? No puedo creer que de todas las personas tú le hicieras eso. —Habla fuerte y sus palabras entran como balas a mi cabeza. Siento que me tocan la espalda baja, automáticamente busco quien me ha tocado y me encuentro con el Insolente. Me aprieto el tabique de la nariz, es algo natural en mí y respiro profundo para no sacar esta impotencia con él. —Todo tiene una respuesta Solimar —mis palabras son amortiguadas y me alejo de ellos. Voy subiendo las escaleras, los siento detrás y con cada paso intento no salir gritando. Nada más pisar dentro de la casa me recibe Rebeca, tiene un plumero y me agarro el cuello. Quisiera tener mis manos en el cuello de ella y apretar hasta que sus ojos se apaguen. —Con esa mirada no lograrás nada, Kendra —se acerca hacia mí y me enfrenta Rebeca. No pierdo el tiempo tratando de calmarme, la alcanzo y nos enfrentamos. —Nada lograrás con sedar a esa niña, está enamorada. —Levanta su quijada y apreté su brazo. —¿Qué diablos sabes Rebeca? Te advertí, no meterte con mi familia —alcé la mano para quitar esa superioridad y soy detenida en el aire. —Detente Potra, cuando pase el enojo te lamentarás. —La voz desesperada de Fausto hace que busque sus ojos y niego con la cabeza. Este hombre está pisando arenas movedizas, jamás me arrepentiré de poner en su sitio a esta infeliz. —Escúchame —me zafo de su agarre—, esta mujer no es nada para mí. No vuelvas a inmiscuirte en mis asuntos. Su mandíbula cuadrada se tensa, da dos pasos atrás y con sus manos me anima a seguir. Al verlo burlarse se me olvida Rebeca y quiero golpear a ese insufrible rostro. Aunque solo quedan en mi mente las ganas de golpearla porque nos tomó de sorpresa Solimar. Empuja a Rebeca hasta la pared y coloca sus manos a los lados del cuerpo de ella, reteniéndola. —Mira parásito si tienes que ver con lo que sucede con mi hi… —duda un instante y vuelve a la carga, con su dedo índice lo pasea por el rostro de Rebeca— Camillia, te demostraré que te has metido con la persona equivocada. —Soy todo lo que quieran, sin embargo, no planeé que esa chiquilla se enamorara de Roco —sin temor le da cara a Sol—. Jamás desearía que esa pobre niña tuviera ese cruel destino. Cuando ella menciona ese nombre quiero golpearla hasta que hable y nos suelte sus intenciones. No me equivoqué todo esto es por su culpa de una manera u otra. —¡No te bastó hacerme daño de niña, tenías que acabar con mi puta vida! —grito haciendo que Sol se aparte de Rebeca. —Mujeres, ahora mismo al despacho —la voz firme y ruda de mi tío me hace girarme. La postura de mi tío es amenazante con sus brazos cruzados en su pecho. Bien, su estado está a la par que el mío. —Quita esa cara de matón, iba hacia el despacho hasta que esta basura se cruzó en mi camino. —Sacudo mi mano y le resto importancia. —Muévanse de una vez y piensen donde limpian sus trapitos sucios. —Nos da la espalda, todos estamos callados y camina hacia Fausto. —Me informaron que estabas con ella, te puedes ir, por hoy no necesitamos de ti —los dos están calibrándose. —Él se quedará en la reunión —alzo mi voz y consigo que mi tío se gire bruscamente—. Fausto necesita contar lo sucedido y Rebeca deja de escurrirte como rata —la indiqué llena de rabia—. Nos sacarás de dudas ahora. —Me voy con pasos decididos hacia mi despacho y escucho que discuten detrás. Al entrar suelto mi bolso en el escritorio, espero que todos entren y respiro profundo. El despacho se siente pequeño con tanta tensión en el aire, mi tío se sentó en mi trono y para evitar más broncas me mordí la lengua. Nos pidió que nos sentáramos, maldita sea que no quería y heme aquí sentada con ganas de saltar a la yugular de Rebeca. Fausto está tenso al lado de mi silla, Sol al lado sentada y taconeando frenética. La culpable está en la ventana con su mirada perdida, retirada y abrazando el plumero. Mi tío escuchó lo sucedido de nuestras bocas, asentía y miraba como halcón. —No puede ser más estúpida Camillia, enamorarse del maduro, siempre confiando a ciegas. —Farfulla Soli y la encaro. —Debo recordarte que a tus dieciséis años te enamoraste de un peón a lo ciego. —Me burlo y mis palabras la hieren. —No le di la espalda a mi familia, ni mentí y lo escondí. —¿Terminaron? —pregunta mi tío desafiante. —No —respondimos al unísono. Me levanto de la silla desesperada y mi tío me mira exasperado. —Te puedes marchar —despide a Fausto mi tío. El Insolente busca mi permiso, se jode, lo quiero lejos de mí. Es un atrevido, metido y lo miro indiferente. Pobre, está a rabiar, sus ojos son dos orbes envueltos en fuego y se gira bruscamente. «Bueno, ¿qué creía él?», pensé igual de enojada o más que Fausto. El Insolente salió cerrando la puerta con demasiada fuerza. No le doy importancia y vuelvo al asunto de la traidora de Rebeca. —¿Qué quieres de mí? —Al escuchar mi pregunta, consigo que se gire buscando mis ojos. Camino hacia ella, quiero la verdad, sé que está en mis tierras porque huye de Roco. Veo su miedo, ese que oculta perfectamente y en este momento está fallando en su arduo trabajo. —Solo quiero seguridad, nada más, esa niña jamás la dañaría… Sin poder entender qué sucedía, vislumbré de reojo como un proyectil pasa y conecta con la frente de Rebeca. Seguido escucho el grito de lamento de ella, brinco inconsciente y al ver el suelo es el taco de Sol. —¡Me golpeaste, idiota! —se queja Rebeca y se toca el área que golpeó el taco. Estoy tratando de parecer seria, es imposible, se me escapa la risa y empiezo a toser. Le ha dejado la frente con sangre, Soli es un peligro en tacones. —Eso es para que te calles, dejaste de ser inocente al usar a Camillia y entrar a esta casa con mentiras y chantajes. —Se quita el otro taco y me aparto por si acaso. —¡Tranquila Solimar, suelta ese zapato! —la reprende Ramón. —Quiero que se largue de esta casa y es ahora. —Exige Soli y estoy de acuerdo. —Dalo por hecho. —Acepto y veo el miedo de Rebeca. Mi tío golpea el escritorio. —¡Par de cacatúas, nadie se irá! —con la mano simula el pico, abre y cierra. —¡Esto es increíble! —gritó Soli y se levantó de la silla. Estoy sin palabras, me siento inducida y solo observo. —Rebeca se queda, estará vigilada y cuidado con hacernos una —la señala—. Sé que huyes y por tu bien, espero que sepas elegir el bando. Su amenaza me puso la piel de gallina, Solimar camina hacia el taco que lanzó y en silencio lo agarra. Todos esperamos una fiera, nos equivocamos, se aleja del despacho callada y echa chispas. —Gracias, por permitirme quedarme —agradeció Rebeca sin vergüenza y la corta Ramón. —Lárgate, con esa cara no me engañas. —Mi tío con su mano la despacha. Quedamos solos, quiero exigir, pedir explicaciones y, sin embargo, no tengo fuerzas. La vista se me nubla, me siento inestable y logro llegar a la silla. —Niña malcriada, ¡¿qué te pasa?! —Ramón voló hacia mí y me agarró el rostro. Me encuentro flotando y cierro los ojos. —Estás pálida, ¿comiste algo? —niego—. No es para menos, estás en un sube y baja de emociones —bufó mi tío—. Tienes que comer, niña. Suelta mi rostro, me sostengo de la silla y coloca un algodón con alcohol en mi nariz. Lo cual agradezco, me ayuda mucho. —Espera, que pronto vendrá Remedio con un sándwich. Mis tripas entienden, abro mis ojos y me quedo observando su rostro. Esa seriedad me recuerda a mi padre y sostengo el algodón de su mano. —Me siento mucho mejor, al menos no te veo como zombi. —Suerte con eso. —Su semblante se suaviza. Después de comer, mejor dicho, atragantarme el gigante sándwich de bistec, ensalada y café, estoy de vuelta. Mi tío está con una nalga y pierna en la esquina del escritorio, vigilando que no deje ni una migaja. Me limpio con la servilleta, sin hablar me quita la bandeja y la coloca en la barra. —¿Cuál es el plan? —Hago la pregunta que me rondaba en la cabeza mientras estaba esperando el sándwich. Mi tío se acerca, empieza a aplaudir y alzo mis dos cejas hacia él. —Bienvenida Kendra, es bueno saber que estás de vuelta. —Se burla de mí y le saco el dedo medio. Luego de pensar, supuse que mi tío tenía planeado algo. Jamás él permitiría que Rebeca se quede sin algo entre manos. —Conozco esa mirada, Ramón. —Eres increíble, niña malcriada —su dedo me apunta. —Recuerda que fui la sombra de ustedes, conozco sus manías, virtudes y demonios. Siempre estuve detrás de ellos, era la consentida de mi papá y tíos, tengo que incluir al seco de Arnaldo. Fui su sombra, muchas veces hasta olvidaban que estaba a su lado y hablaban de sus cochinadas, conocía cada gesto de ellos. —Por ese motivo no te doy tus azotes —crucé los brazos en pecho y lo miré altiva—. Te mereces unos cuantos por tus actitudes y cuando te pones en negativa. Se recuesta en el escritorio, es bueno tenerlo en casa. Hace tiempo que no me regañaban. —Viejo quisquilloso —me gusta correrle la máquina—, es obvio que jamás estarías del lado de Rebeca y permitir su estancia en la finca me lleva a tus malévolos planes. —Ella esconde algo que busca el tal Roco, debemos tenerla cerca —se toca la barbilla—. Tenemos que observar hasta que esté acorralada y suelte lo que le atormenta. Me levanto de la silla, camino hacia la ventana y me deleito en mis tierras. —¿Qué haremos con Camillia y ese Roco? —Sin darle vueltas pregunto en voz alta mi mayor preocupación. —Esto no te gustará, no queda de otra Kendra —aprieto mis puños—. Si ella quiere irse con él, nada la detendrá —me duele rendirme con mi princesa—. Tal vez, nos convenga. Me giro bruscamente y encaro sus palabras. —No puedo permitir que se la lleve, él no tiene buenas intenciones —estoy desesperada y sin soluciones—. Si las tuviera no estaría escondido y no la golpearía —expuse mis temores. No esperaba la reacción de mi tío, lanzó la silla y la pateó. Luego se acerca con pasos grandes hacia mí, su rostro muestra sus ganas de matar y agarra mi rostro. Me quedo tranquila, confío en él. Su rabia nunca iría contra mí, primero destroza este cuarto. —¿La golpea? ¿Ese malnacido la tocó? —interroga con su voz tensa. —No lo puedo asegurar, Camillia estaba mal, pero… —tragué duro por el recuerdo fresco— al alzar su camisa vi un moretón en su cadera y se alejó de mí —pasé la mano por mi trenza caótica. Mi tío acaricia mi rostro y se ve angustiado. Me acerca a su pecho y me abraza fuerte. Me aferro a su camisa, su abrazo es mi ancla y siento que todo puede volver a su lugar con su presencia. Nada malo pasará si me protege, aunque sea una breve ilusión. Ese abrazo me transportó a mis tiempos de niña y a mi mundo feliz con mi papá. —Luego veremos cómo salvarla. —Está enamorada, no me lo perdonará. El haber sedado… —Me aleja, sostiene mi rostro de nuevo y busca lágrimas. Las cuales me niego a derramar y negué con la cabeza. —Dale tiempo —dijo mi viejo quisquilloso. —Iré a verla, necesito hablar con ella. —No es el momento, ve a descansar —besó mi frente y me empapé de este instante—. Mañana trataremos de llegar a ella. —Tienes razón, no me escuchará —admití frustrada—. Aunque no quiero descansar. Haré unas llamadas, no fui a trabajar y mi secretaría ratón me esperaba. —Me suelta el rostro y camino hacia el bolso. —Sales con unas cosas, niña. —Levanta la silla, que por cierto le rompió una pata y lo fulmino con la mirada. —Animal —me burlo de ese bruto y consigo mi celular. —No hay respeto en esta casa. —Lo veo colocar la silla en una esquina. Tengo varias llamadas perdidas, son de Pet, la ratoncita, Soli y mi tío. Me pongo al día con el trabajo, me excuso y le doy instrucciones. Luego Pet me envía por fax unos papeles, los cuales leí y firmé. Al menos el trabajo estaba en orden, gracias a mi equipo. Se nos fue una hora en el despacho y mi tío trató de arreglar la silla en vano. Le encargó a Remedio que comprara otra. —Listo, ahora quiero que me enseñes a usar pistola y defensa personal —hablé decidida. Estoy sentada en mi silla con los codos en el escritorio y mi tío está al frente sentado con un pie encima de su rodilla. —De acuerdo, tengo al indicado —Ramón no duda y tiene su mano puesta en un puño debajo de su mandíbula. —Creía que te opondrías, Anselmo y tú eran sobreprotectores con eso, —imito su voz— sus palabras eran: a mi niña no la tocan, es una princesa, nada de eso. —Esos tiempos han pasado, necesito que estés preparada. Sé lo que Anselmo me haría, pero también sé que prefiere, esta decisión a tenerte lastimada. —Empecemos ahora, vamos. —Espera mañana, estás muy acelerada —niego con la cabeza—. De acuerdo, lo intenté —fingió que luchó en negarme—. Vamos a hablar con Emmett. —¿Es de tu confianza? —Me levanto, rodeo el escritorio y quedo al frente de mi tío. —Trabajan para mi hace años, son de confianza. Además, son tus dos guardaespaldas, Tobías y Emmett. —¿En serio? —Me quedo con la boca abierta. Esos dos bombones de guardaespaldas que están comestibles ambos. ¿Cuál será Emmett? —A nadie más pondría a cuidar a mi niña, son los mejores —se incorporó de la silla y me dio un golpe en la mandíbula para que la cierre. Mi tío es un viejo mañoso y me tiró una guiñada—. Los guardaespaldas son por mi cuenta, siempre estoy pendiente de ti y Peter tenía órdenes de si pasaba algo se contactaría con esos hombres. —Me quedé sorprendida, creía que los había contratado Pet. —Lo alcanzo porque se fue hacia la puerta. —Los tuyos son escogidos por mí, pero todos son de confiar —me dio una dura mirada—. Conozco tu mente, niña, ten cuidado. —No haré nada que ellos no deseen, tenlo por seguro, tío. —No puedo evitar mi lado zorra. Me abre la puerta reprendiendo con sus ojos y camino coqueta hacia fuera. En medio de la mierda, siempre cae bien un postre, o dos, hay que alimentarse en la desgracia.
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