Capítulo 5: No te Rindas

2322 Words
Estoy en mi finca Arken y me encuentro más serena. Tener que desenterrar el pasado trae años de cólera y se sienten pesados. Me sirvo un vaso de Don Q con Coca Cola y me detengo delante de la ventana. Mi mirada recorriendo mi tierra, el legado que mi padre me encargó y no pienso permitir que nadie manche su esfuerzo. —Las vueltas que da la vida, si Anselmo me viera sentada en su despacho, moría de nuevo —se jacta por su hazaña—. Debe estar convulsionando en su tumba —comenta Rebeca. Al girarme aprieto fuerte el vaso, ella está cínica, sentada, cómodamente y sus piernas encima de la madera de caoba del escritorio. Con pasos largos estoy frente suyo y me recuesto del escritorio. —Si mi papá estuviera vivo, no estarías dentro de la finca y lo sabes mejor que nadie. Meneo mi trago, mi control está flaqueando y doy un sorbo. —A todas estas que hacemos en tu despacho, muéstrame mi cuarto y dame dinero —extiende su mano con la palma arriba y me sonrió con ironía. —Espera que esté la familia completa y ahí discutiré tu nueva forma de vida. —¿Familia? —me señala y baja sus asquerosos tenis al suelo. —Sí, tengo familia —la miré por encima del vaso y doy un largo sorbo—. Aunque no lo creas. —Tu padre no tenía parientes cercanos, solo un primo de los newyores —ha dicho segura de nuestra vida. —¿Recuerdas a tío Arnaldo y su hija? —Está pensativa. —¿La mocosa que siempre estaba contigo? —dijo despectivamente y le di una mirada altiva—. Por todos los santos que odiosas eran. Es que quiero aplastar su cráneo con la punta de mis tacones. En eso soy interrumpida de mis increíbles ideas, por una discusión normal entre Camillia y Solimar. —Eres una chiquilla jugando a ser experta —la voz de Sol se oye con claridad. —Eres tan insoportable Solimar —en eso abre la puerta Camillia y se queda pasmada al ver que hay una invitada. Rebeca se levanta, noto el instante que Camillia la reconoce y me dan escalofríos al ver su emoción. —Por eso se toca la puerta Camillia, son modales. —Camina hacia mí Sol y observa a Rebeca con desconfianza. —Rebeca, no puedo creerlo —nos mira a ambas—. Gracias mamá, sabía que la ayudarías. Me quedo estupefacta, piensa que estoy haciendo un acto de beneficencia. Se acerca a Rebeca, coloca sus manos en sus hombros y la muy lista sonríe de oreja a oreja. —Me puedes explicar qué rayos ocurre. —Solimar se cruza de brazos y taconea el suelo. Al menos el radar de Sol funciona de mil maravillas y me incorporo. —No es lo que supones Camillia, puedes apartar tus manos de esta mujer. —Subo mi voz con rabia. —Sabía que no podías estar mal de la cabeza, se le ve a simple vista que es un parásito. —Señala Solimar a Rebeca. La cara de dolor y enojo de Camillia me deja sin palabras. —No puedo creerlo de ti Kendra, en cambio, de Solimar, sí —niega con la cabeza Camillia—. Dime que no es cierto, tía. —Madura Camillia, no puedes andar por el mundo ciega, confías en todos y la vida es cruel —habla fuerte Sol y estoy de acuerdo. A Camillia se le humedecen los ojos, su mirada está puesta de nuevo en mí reprochándome. No puedo socorrerla en este momento, estoy dolida, me llama Kendra y me juzga en frente de la persona que más daño ha causado en mi interior. Necesito acabar esto y respiro profundamente. —¿Por qué está Rebeca con nosotras? —pregunta Camillia. —Está señora… —me niego a llamarla madre y rebusco en mi nido por mente. ¿Cuál sería la mejor palabra para describirla? No encuentro—. Es la… —Soy interrumpida. —Soy su madre, listo, lo he soltado. —Tengo la completa atención de todas. —Gracias Rebeca por ser tan amable —me tomo de sopetón el trago—. La persona que me engendró ha vuelto después de veinticinco años para chantajearme y difamarme, todo por dinero. —Tía, no sabía que era tu madre —Camillia se aparta de Rebeca y camino hacia la barra tensa. —No te apures Camillia, ahora brindaremos por su regreso. —Mi voz está llena de sarcasmo. Agarro tres vasos, sirvo Don Q solo y relleno el mío. En eso se acerca Sol, toma el vaso y lo bajó de cantazo. Sin hablar relleno su vaso de nuevo y volvemos juntas hacia donde están mudas las dos amigas. —Toma Camillia, a celebrar. —Le ofrezco el vaso. —No quiero tía. —Niega preocupada. —Vamos a brindar Camillia —mi voz sale fuerte y agarró el vaso. —Te juro que no sabía que era tu madre, sabes que jamás te haría daño a propósito —Camillia no para de farfullar. —Niña, no seas miedosa —habla Rebeca. —¿Cómo te atreves a utilizarme? —Le reclama Camillia a Rebeca y ella solo se ríe. —Esta mujer no solo quiere exponer mi vida libertina, amenazó con lastimar a Camillia —conté con ironía sus planes—. ¡Brindemos! —Alzo mi vaso y nadie me sigue. Las ignoro, tomo mi trago y baja caliente. Siento que quema mi garganta junto con esta rabia estancada y necesito acabar esta mierda. —Puntos claros —le otorgué la mirada a todas y sonreí con la boca cerrada—. Ahora quiero informarles que esta dama trabajará en la limpieza, específicamente en la excreta. —Espero que estés bromeando Kendra, porque hablaré con la esposa… —Adelante —la insté con la mano—, habla con el gobernador, con la prensa, no me importa —eché mi cabello para el lado—. Es tu palabra contra la mía, serás una señora resentida que aparece tras la fortuna de una empresaria —narré posibles escenarios—. Lastimas a mi familia, aunque sea un roce… —pasé mi dedo por el brazo con sus ojos ardidos en odio, pendientes de mis movimientos— y te enterarás de lo que soy capaz. Me enfrenta, cierro mi puño y ganas no me faltan de conectar con su jeta. —No serías capaz de tenerme de criada —afirma. —Tendrás un cuarto en el primer piso, trabajo de lunes a sábado y seguirás las órdenes de nosotras tres —con mi dedo índice, lo giro y camino hacia mi bolso. —Eso es lo menos que mereces un techo —comenta Sol y da un sorbo de su trago. Saco un billete de cien dólares y reúno fuerzas. «Kendra, das el golpe con esto, terminas y vas por el aire que tanto necesitas», animé a mi lado desesperado. —Estos cien dólares son para que compres ropa decente —los moví al frente de su rostro caripelado—. Hoy te doy libre para que busques tus porquerías. ¿Lo aceptas o no? Agarra de mala manera el billete. —Por este momento me tienes en tus manos, me tienes acorralada —admitió. —Camillia, lleva a tu amiga con Remedio y le dan un cuarto de servicio —ordené. —Necesitamos hablar mamá —levanto mi mano y se calla Camillia. —No vengas con mamá, ahora, arranca lejos Camillia —mi voz es amortiguada y estoy hirviendo por dentro—. Te he consentido mucho, pero en esta ocasión me siento al límite. ¿Soy tía, Kendra o mamá? —baja su rostro y quiero abrazarla, pero a la vez zarandear. Se marcha del cuarto, el aire me falta y siento mucho calor. —Lárgate, ¿qué esperas? —Reclama Sol a Rebeca. —Apenas estamos comenzando esta batalla, hija. —Estaré ansiosa por combatir, Rebeca. Sale como tromba, Solimar cierra la puerta y se acerca. Me conoce, sabe que estoy por explotar y sostengo el bolso fuerte. —¿Crees que nos conviene tenerla en la finca? —Solimar tiene temor y lo puedo entender. —La tendré vigilada, mañana me moveré y la tendremos atrapada. No podía darle todo por su simple lengua viperina. No sabe nada, solo vio por encima y está desesperada por dinero. Piensa, ¿por qué aparece después de veinticinco años? —Tienes razón, respecto a Camillia es muy frágil y ahora mismo está susceptible. —Increíble, no puedo manejar más nada —resoplé frustrada—. No estoy en mis cabales, asegúrate que no salga de la casa. Me marcho del despacho, voy directo hacia las escaleras y al llegar a mi cuarto lanzo mi bolso en la cama. Camino de lado a lado, sostengo mi cuello y paso la mano por mi cabello. No puedo estar encerrada más, las paredes me aplastan y salgo corriendo del cuarto. Al bajar los escalones tropiezo con Remedio y Rebeca. —¿Señorita, necesita algo? —Muevo la cabeza negando y golpeo el hombro de Rebeca al pasar a las millas. —Está loca, primero… —habla Rebeca y su voz se pierde porque salgo por la puerta de atrás. El aire me recibe, me calma un poco y camino más suave. Voy por el camino de concreto, paso dos peones y se inclinan ante mí. Los saludo con la cabeza, sigo caminando por mis tierras al llegar a la gravilla me quito los tacones. Los cuelgo en la cerca de madera, me estremezco al sentir la tierra en mis pies. Siempre he odiado estar descalza, pero en estos momentos, no me detendré. El sol calienta mi piel, al menos los árboles dan brisa y al llegar a las caballerizas me encuentro con un empleado. Se quita el sombrero y se inclina. —¿Srta. Kendra se encuentra bien? —Su preocupación está reflejada y me enojo. —¿No puedo estar a solas en mis tierras? —pregunté furiosa—. ¿Tengo que estar mal? —reboto su pregunta con dos y de preocupado cambia ha asustado. —Disculpe, señorita. —Se disculpa nervioso. —Se puede marchar, quiero estar a solas. Al fin, en soledad, me permito escuchar a los caballos relinchar y me tranquiliza. Los caballos en venta están en el otro lado, en esta parte se encuentran los nuestros. He tenido abandonado a Trueno, al entrar paso a la yegua de Camillia, se llama Preciosa. Me encamino a la penúltima y me recibe mi caballo n***o. Empiezo a acariciarlo, él pegó su rostro a mi mejilla y me siento en paz. Un ruido me asusta y me pongo alerta enseguida. Al seguir a la última cabina para averiguar veo al sobrino de Demetrio. Está cepillando a Rubión, el caballo de Sol, y se sorprende al verme. —Perdona el ruido, me tropecé con el cubo —su voz gruesa reverbera por toda la caballeriza. —¿Estás husmeando? —No puedo evitar sospechar. —¿Tú crees que siempre ando de espía? —es una buena interrogante—. Relájate, mujer, estoy cepillando a Rubión para que vaya presentable, nunca se sabe cuando llegue su cita. —Siempre estás apareciendo de la nada y es sospechoso. Además, eres un insolente. —Se acerca hacia mí y levanto mi mentón. Sin mis tacones me siento extraña, él es alto y me pasa por una cabeza. —Me parece al revés, la que llega como imán es otra —dijo con sarcasmo. El insolente recorrió de arriba abajo mi silueta y quiero sentir esas manos grandes en mi piel. —Solo necesitaba aire y usted está ocupando mi espacio. —No pude contenerme y coloco mi mano en su pecho. Su mirada aterriza en mi mano, sin pudor acaricio su duro pecho y al no apartarse coloco mi otra mano. —Estás acalorada —afirma y sin titubear subo mis manos a su cuello. Él está quieto, normal y nada delata que esté afectado. Me niego a perder esta partida de seducción y me pongo de puntillas. Su ojo izquierdo tiene un tic, es leve, pero lo he notado y lo beso. Está inmune a mis labios, succiono su labio superior lento y está respirando más rápido y sé que no es un robot. Estoy rompiendo su barrera, beso su labio inferior y me agarra fuerte de las caderas acercándome hacia su entrepierna dura. —No eres inmune, Insolente —me calla poseyendo mi boca. Su beso es rudo, lleno de posesión y mi lengua sigue el ritmo. Entre jadeos, me agarro fuerte de su camisa y me hala el cabello separándome de su boca. —Soy Fausto Dionisio, no insolente. —Me suelta, agarra el cubo y se marcha. Me acaricio la boca sintiendo el beso en mis labios hinchados. Ese semental es peligroso, es indomable al igual que yo. Interesante este acontecimiento y sonreí coqueta. Al estar sola y recordar mi mierda me permito llorar. Me siento en la paja, agarro un puñal y lloro en silencio por mi herida. En estos momentos no puedes rendirte, tu papá estaría atacando y no puedes defraudarlo Kendra. Estás pensando en besos, coqueteos y no es el momento. «Levántate, arriba, no pierdas el control», me animé. Tomo valor, me pongo en pie y salgo de la caballeriza corriendo hacia el árbol de mango. Mi alma me pide una visita a mi padre y mis pies me llevan con fuerza. Me alejo cada vez más de todos, me aparto pasando veloz y el aire azotando mi rostro húmedo. Mis pies duelen al llegar, me arrodillo y con mis manos en la tierra siento que no estoy sola. Su energía me acompaña y me abraza.
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