Capítulo 9: Perdiendo el Control (Parte 2)

2931 Words
El aire aclarando mi mente. Necesito mantener a Fausto fuera del alcance de mi tío. Si le cuento todo sobre él, lo irá a cazar, aunque esté involucrado o no y todo por ponerme en peligro tan siquiera. En vez de llevar a Nube a las caballerizas de venta, la llevo a las nuestras y al llegar veo que Fausto sale con un cubo en la mano. Nube se detiene sin ningún problema, me bajo y agradezco que Fausto no me ayude. Se ha quedado observando cada paso que doy hacia él. Estoy a un pie suyo. Su tic me saluda, es curioso como siempre me fijo en ese pequeño detalle y me aliso la camisa. Nunca me he sentido con ganas de estar presentable con los peones después de cabalgar, pero aquí me encuentro preocupándome por mi imagen. Sin pensarlo me peino unos mechones que se salieron de la trenza y siento la mirada azul cielo que me quema. Santo, tan solo con su mirada. No quiero ni imaginar con su tacto encima de nuevo. Mi mente perversa recuerda esas manos. Brillante, mis senos erectos y veo que se asoma una sonrisa en la cara del Insolente. «No tenemos tiempo para esto, Kendra», me sermoneé. Consigo amarrar a Nube del palo de la entrada y agarro por la mano a Fausto. Se deja guiar hacia las caballerizas y voy hacia la vacía de Trueno, en donde será el nuevo hogar de Nube. —Estás ansiosa, Potra —suelto su mano y antes de hablar doy una mirada alrededor—. Estamos solos, Potra, podemos tener un rapidito y terminar lo que hemos dejado encendido. No me da tiempo a responder, está atacando mi boca y sé que no hay tiempo para sexo, pero aun así correspondo el beso. Sus manos palpando, juegan con mis pezones y se me escapa un gemido. Consigo apartarme, él chupa mi mandíbula y recorre mi cuello dejando besos regados. Vuelve, me devora la boca, lo agarro del cabello logrando alejarlo y él se lanza a mis labios, pero me alejo de su alcance. Sus ojos llenos de lujuria y ese tic mostrando que no es irreal. Mi respiración agitada, estoy húmeda y con ganas de desatarme. —Necesitamos hablar —trago duro. —Potra, podemos hablar en el proceso, te puedo mostrar que sí se puede —su mano suelta el botón de mi jeans. «En este momento hubiera preferido una falda, sin tantas complicaciones», pensé. —Para la próxima te pones esa falda, ¡oh, sí! —su voz es un ronroneo. «Maldición, hablé en voz alta», me reñí. «Solo una vez Kendra, así se va el capricho», me doy un ultimátum. Su mano diestra dentro de mi braga y con sus dedos astutos juega con mi clítoris. Toca el botón, este Insolente consiguió abrir la puerta. Suelto su cabello dándole acceso libre y él me besa con pasión. Luego me lanza hacia el heno, sonrío pícara y me quito una bota. Fausto se tira al suelo y enseguida me ayuda con la otra bota. Me empiezo a bajar los jeans y él termina de liberarme del todo. Apenas estoy con la camisa, mi braga negra mojada y separo mis piernas. Sin vergüenza, decidida, aparto la braga a un lado y con el dedo índice lo doblo hacia mí. Sin perder tiempo se zambulle, su lengua apoderándose de mi sexo y el ruido de los caballos de fondo. —Vamos a ver si eres tan bueno. —Su respuesta se basa en sumergir un dedo y con movimientos circulares consigue sacarme gemidos de placer. Iba a sostener su cabello, pero me contengo, muerdo mi labio inferior y mis ojos viendo como de erótico se ve su cabeza enterrada en mi sexo. Quisiera hacer un cuadro de este momento. «Kendra, detén esta cursilería», sirve recordar que solo será una vez. Nada más, se acaba todo, nada de perder el control con Fausto. Su lengua insolente trabaja rápido, lento, rápido, lento y sumerge otro dedo en mi interior. Ya no puedo controlar este orgasmo, me tenso y saca los dedos, pero su lengua no cede. Luego aprieta mi clítoris, su lengua se incrementa y me libero. Él me succiona y mi mente insiste que se ve bien allá abajo. Se retira, mi respiración agitada y veo cómo se libera su m*****o. No está nada mal el semental, su mano sube baja por su longitud y me relamo por instinto. —¿Estás famélica? —Su mano se detiene en la cabeza y con el dedo pulgar limpia una gota de líquido pre seminal. Mis ojos perdidos en su m*****o y levanto la vista, verlo seguro me descoloca. Tengo que alinear las cosas y saco a pasear a la zorra que hay en mí. —No te hagas ilusiones, no fuiste el peor, pero he tenido mejores atenciones. —Me miro mis uñas con toda mi altanería presente. —Sé que no eres virgen y que no soy el primero en comerte el coño —su voz estrujada cargada de ira me hacen conectar mi mirada con los suyos —. No tenía intención alguna de superar a nadie —he despertado a su lado insolente. Cada palabra fue escupida con veneno. Fausto saca un preservativo y lo coloca en su pene duro. Me gusta ver su lado agresivo, de un tirón se quita la camisa y la lanza al lado. —Olvidemos esto, no vaya a ser que te corras de rabia —murmuré siendo una zorra con mayúscula. Estoy cruzando sus límites, lo sé y no me importa. Se queda callado con su mandíbula tensa y se acomoda en mi apertura. Me estremezco, el cuerpo traidor me pone al descubierto. Él juega con mis jugos con movimientos circulares en mi clítoris. Sin poder evitarlo se me escapa un gemido, no pide permiso, simplemente él me empotra duro. Sus ojos azules oscureciendo, cada estocada la recibo y le rujo de vuelta. El Insolente no sabe lo bien que se me da la rudeza. Sus ojos fríos puestos en mí penetrando mi alma y quiero apartar la vista, pero no cederé. Él levanta mis piernas y las pone encima de sus hombros. Sus movimientos son cada vez más fuertes, llenos de rabia y sé que cada estocada es respondiendo a mi ataque. Excelente, puedo manejar este Fausto, el insolente, pero no el dolido. Siento que perder el control me costará mucho y es la primera vez que no lo tengo. Entra, sale, entra, sale y siento cómo se construye el orgasmo. Sus venas marcadas en sus brazos, la fuerza en bruto me pone más y entierro mis uñas en su espalda. Fausto está soltando todo, su control a la altura y me niego aceptarlo. Se corre en silencio, su mandíbula tensa y muerde su labio inferior. Su tic me atrae, quisiera acariciar su rostro, quitar esa tensión y terminar por liberar ese labio. Enseguida se aparta como si mi piel le diera asco, me quedo abierta y veo como se quita el preservativo. Vuelvo en sí, me coloco mi braga en su sitio y me siento. No estaré aquí viendo ser despachada, de ninguna manera. Agarro mi jeans, me levanto del heno y me lo coloco callada. El olor a sexo inunda mis fosas nasales y recojo mis botas dispersas. Fausto guardó el preservativo en su bolsillo, se colocó la camisa y veo su m*****o erecto por fuera de su calzoncillo. Me puse las botas mirando de reojo y él cierra el zíper. —A lo que vinimos, tengo que… —soy interrumpida por su arranque. —Soy todo oídos, su majestad —hace una reverencia —. Luego de cogerte duro podemos ir al asunto. —No puedes enojarte por no tener los cojones de disfrutar sin sentimientos. Vive el sexo, disfrútalo y no te compliques tanto. —Eres increíble, ¿sabes que a esto apenas se le puede llamar sexo? —indicó el heno y esa pregunta me jode—. Tener intimidad implica a dos personas y aquí solo había una persona —su dedo índice puso en alto y mi mente perversa se va a lo bien que lo utilizó—. ¿Crees que no me di cuenta del bloque entre nosotros? —estoy hartándome de su cuestionamiento—. Pues para que lo sepas es enorme y te di lo que deseabas. Duro, seco y todo frío —su arrebato me descoloca—. Nunca me había sentido así con alguien. Fue un borrón, si no fuera por la humedad pensaría que estaba con un robot. Me siento ofendida, cada palabra me dio justo en mi ego y de paso a mi corazón duro. Para él esto fue nada. Fui fría y me contuve, pero soltarme en la cara sin máscara, al calzón quitado me tiene descolocada. Me acerco a su insolente cara, cierro los puños en mi costado y dejo que fluya la rabia. —Imbécil, quieres que te dé un sobresaliente y te diga que es mi primera vez en las caballerizas. —Con mis brazos extendidos abarco este pequeño espacio. Aunque es mi primera vez en una caballeriza, ni en mis sueños le confesaría y él me confronta. —No necesito una nota, menos ser el primero, tus gemidos y tus fluidos hablan por sí solos. No me engañas Kendra. —Su rostro lo acerca hacia el mío y estamos respirando el mismo aire. Al quedarme callada, él retrocede y se marcha. —Mi tío Ramón está en la finca. Se detiene fuera del cubículo y se voltea para encararme. —Lo sé, mi tío me lo presentó —comentó arrogante—. ¿Qué tiene que ver conmigo? —Viene a ayudar con la amenaza, no le conté de ti… —su cara es de hastiado—, quiero decir de los golpes y tu deuda —no encuentro la manera de explicarme—. Lo puse al tanto del nombre que me diste —levantó una ceja burlándose en mi cara por no poder realizarlo—. En fin, nada sobre ti y quería que supieras. —No entiendo, ¿por qué callar? —su mano fue hacia sus bolsillos y desvié la mirada—. Usted no confía en mí —lo encaré para disimular lo mal que me ha dejado este revolcón—. Habla, cuenta todo —hundió los hombros—. No tengo nada que ocultar y nada que perder. —Insolente, mi tío no es alguien que puedas pasar por alto —resoplé cansada de su actitud—. Si cuento todo te hará pasar un infierno, así seas culpable o no —necesito que entienda el terreno que pisa con mi tío—. Estoy confiando en ti, si este maldito revolcón no te ha dicho nada, entonces eres un completo ciego, además de teatrero. Paso por su lado, me acerco a la cabina de Rubión y acaricio su melena. Camillia lo tiene abandonado, antes lo montaba más seguido, pero ya ni cinco minutos pasa en la caballeriza. Siento que Fausto está detrás de mí, me giro por encima de mi hombro y lo miro con mis aires de altanería. —Antes de que prosigas con tus tareas, acomoda a Nube en la caballeriza de Trueno, ponla cómoda y quiero que el veterinario la examine de nuevo. Quiero ver que esté bien, quiero ser cuidadosa con ella y darle amor. —Todos los caballos están examinados en esta finca… —me cuestiona y me saca de quicio. —No te estoy preguntando, es una orden. Me aparto de Rubión, voy con grandes pasos hacia fuera y sus pasos siguiéndome. Suelto a Nube, le entrego la rienda y él enarca una ceja. —Nada es común en usted hoy. —Su sonrisa irónica me enerva. —¿A qué te refieres? —Me arrojas migajas, confías en mí, me encubres y ahora se queda con la yegua que le escogí. —Silba y se marcha con Nube. No puedo evitarlo, voy furiosa detrás de él y veo como acomoda a Nube. Cuando iba a abrir la boca para decirle hasta del mal que iba a morir escucho que me llaman a todo pulmón. —¡Kendra, Kendra, Kendra! Sin pensarlo salgo corriendo fuera de las caballerizas y me alcanza Otto. Está asfixiado, se agacha con las manos en las rodillas y trata de calmarse para así poder hablar. En eso Fausto nos mira a ambos, alzo mis hombros contestando su pregunta no formulada y él coloca su mano en la espalda del joven. —Otto, nunca te había visto tan pálido —comento y el joven se levantó, lo veo sopesando sus próximas palabras. —Camillia, te ne… cesita —mi corazón se detiene y espero lo peor, pero este niño no dice ni pío. No puedo con el suspenso, sostengo su camisa gris y con mi mirada frenética lo encaro. —Habla ahora —mi voz es demandante y Fausto me sostiene por la cintura logrando apartarme de Otto. —Kendra, no lo atormentes —el Insolente se mete de metiche—. Dejemos que Otto se explique. —Camillia me va a dejar de hablar por siempre, pero si con eso, logro que tenga ayuda lo haré. —El joven habla sin decirme qué demonios ocurre con mi princesa. —Sé más conciso, no tenemos todo el día. —Casi aplaudo a Fausto por apresurarlo y bajo mi mirada a sus manos en mi cintura. Hace poco estábamos que nos queríamos linchar y míranos ahora, dejando que sostenga mi cuerpo. —Ella no me quiere hablar porque su novio se lo prohíbe. —Camillia no tiene novio —aseguro y Otto se estremece. —Si tiene, es un hombre mayor —se detiene y mis ojos se han abierto de par en par—. Por eso no te ha contado. Siento que Otto me ha dado una bofetada verbal y me quedo sorprendida. —Ella no contestaba las llamadas, íbamos a ir a la playa y me decidí a buscarla al Penthouse. El guardaespaldas me dejó entrar a verla porque nos conocíamos de aquí en la finca y cuando entré al cuarto… Otto se queda en silencio, mi corazón late con fuerza y con mi mirada le ruego que continúe. —Estaba en el suelo desnuda, temblando y pérdida en su mente. No me hablaba, unas lágrimas le corrían por sus mejillas y sé que tú la harás reaccionar. Ve ayúdala, no la puedo ver así. —Otto se pasa las manos por su cabello y se lo despeina. No hablo, solamente me aparto de Fausto y con pasos largos camino hacia la casa. Escucho a la distancia a Fausto dando órdenes o llamándome, pero no tiene caso y continúo caminando. Estoy a pasos de llegar a la entrada de la parte de atrás y me detienen por el antebrazo. Me siento acorralada, me volteo lista para atacar y Fausto sostiene mi mano en el aire. Estoy perdiendo los estribos, necesito irme y este Insolente no me lo permite. —¡Suéltame, me atrasas, suéltame! —me retuerzo y él me sostiene más fuerte. —Iré contigo, no irás sola. —No estoy jugando —repliqué angustiada—. Se trata de mi Camillia, no es un juego. —No irás sola, iré a informar a los guardaespaldas. —Me suelta y sin darme tiempo para negarme sale hacia el otro lado. Me importa un bledo si quiere jugar a papá o guardaespaldas. Voy corriendo hacia la casa y subo de dos en dos los escalones. Me tropiezo en el pasillo con Rebeca, no puede ser y maldigo por lo bajo. La esquivo, pero me bloquea el paso. —¡Lárgate, tengo prisa! —apreté el tabique de la nariz y respiré profundo. —No sabía que hasta en las caballerizas te gustaba coger Kendra —alarga la mano y saca una paja de heno de mi cabello. Quiero matar a Fausto, tanto tiempo juntos y no pudo mencionar mi cabello. —No te preocupes que tendrás la oportunidad, si te lo propones y te das una arregladita puede que tengas suerte. —Le doy unas palmadas en su hombro y me dirigí hacia mi cuarto. Al llegar voy hacia mi espejo, tengo la trenza casi deshecha y pajas entre el cabello. Increíble, las saco a las millas, listo si queda alguna que la saque Fausto y guarde de recuerdo. Agarro mi bolso, el celular y me encamino hacia el pasillo. Mi mente gira como una rueda, no puedo creer que tenga novio y me lo hubiera ocultado. Al salir busco en el bolso las llaves del carro y con cada escalón que dejo atrás me acerco a Fausto y los guardaespaldas. —Vamos, no iré despacio y si me pierden nos vemos en el Penthouse. —Les comunico a los guardaespaldas. Quito el seguro del carro, Fausto abre la puerta para mí y nos miramos. —¿Puedo conducir, Potra? —ahí está el apodo y niego con la cabeza. Me acomodo en el asiento, él rodea el carro y sube en el asiento del pasajero. —Para todo tienes que tener la voz cantante —afirma y sonríe. —Es la única forma que conozco, cinturón. —No espero contestación y acelero el carro. Escucho el clic y mi mente está sumergida en qué haré con Camillia. ¿Cómo la encontraré? ¿Podré lograr que me escuche? Al salir de la finca el silencio nos acompaña.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD