Capítulo 9: Perdiendo el Control (Parte 1)

3049 Words
Camillia Estoy observando sus facciones, al dormir es la única oportunidad de verlo sin el ceño fruncido o molesto por culpa mía. Estoy desnuda y la sábana cubriendo cada parte de mi cuerpo. El sexo con él es demasiado intenso y llega a aterrar cuando se excede. Pero nunca había hecho, ni llegado tan lejos en la cama. Sé que es porque lo amo con la misma intensidad que él me posee. La intimidad con él es intensa, extrema y fuerte. No puedo explicar cómo pasó, solo sé que sin él no puedo vivir. Mi hombre tiene su cabello militar de color castaño con toques de canas, su nariz torcida y su tez caramelo me hacen querer acariciarlo. Automáticamente, mi mano va hacia su rostro, pero me contengo y cierro mi puño. Él se molestaría, odia que interrumpan su sueño y suspiro. Quiero hablar con mi tía, nunca he tenido secretos con ella y me hace querer vomitar el simple hecho que he convertido mis mentiras en una gran pila de heno. Ella piensa que salgo con mis amigas cuando estoy con él. Kendra no quería que saliera después de la llamada de amenaza. Mentí porque mi cuerpo ansiaba verlo y sentir su posesión. Aquí estoy embobada viendo subir y bajar su respiración. Nunca imaginé separarme hasta de mis amigas, incluso de Otto y todo para evitar que él se enoje. Conocerlo fue para mí un despertar, siempre siendo la sombra de mi madre y sintiendo su odio hacia mí. Él me cuenta que estaba pendiente de mí desde que me vio llevando comida a Rebeca. Esa señora es la madre de mi tía, pero no quiero abordar ese tema. Aún me duele que me haya usado cuando la ayudé, nunca le haría daño a mi tía y espero pronto poder contarle todo. Él no quiere que hable, tiene miedo que mi tía nos aleje porque él es mayor. No quiero ni pensar que las dos personas que más amo se enfrenten y me pongan a escoger. Es horrible nada más imaginarlo. Me saca de mis atormentados pensamientos el sonido del celular de él. Me giro hacia la mesita de noche, no quiero que lo levanten y alargo mi brazo para apagarlo, pero me sostiene fuerte la pierna. Al sentir su contacto me tenso, me quedo congelada y volteo a verlo. —¿Qué ibas a hacer? —su voz es cortante y sus ojos miel evaluando mi próximo movimiento. —Solamente quería silenciarlo, estabas tan en paz… —Me corta las palabras y aumenta la presión en mi pierna consiguiendo un gemido por mi parte. —¡Te he ordenado que nunca toques mi celular, nunca! —subió drásticamente su voz y la mirada estaba llena de rabia. «Eres una idiota, sabes que él se enoja y siempre te ha dicho que nunca se tocan sus pertenencias», me regaño internamente. Siempre lo están llamando, él me cuenta que es por su trabajo y no puede apagarlo. Es empresario, le mencioné que podía asociarse con mi tía y se echó a reír en mi cara. —Perdón —logré articular y suelta mi pierna. Pasa por encima de mí y agarra su celular ruidoso. La persona que llama es insistente y no se detiene. Se queda mirando la pantalla y vislumbré sus ojos miel desbordando ira, más de la que ya tenía por mi culpa. No debí moverme, no quería hacerlo enojar. Se quita de mala manera la sábana. Veo como camina desnudo, se dobla delante de su ropa y se empieza a vestir. No quiero que se vaya, mis nervios aumentan y me acomodo quedando de rodillas en la cama. —No intentes impedir que me vaya, necesito arreglar unos asuntos. —Se ha puesto a teclear en su celular. —No quiero quedarme sola —farfullé nerviosa. —No seas niña, si todo va bien regresaré. —Se coloca la camisa y mi celular suena. Me tenso, pero ignoro la llamada y él caminó hacia la coqueta donde dejé mi bolso. —No tiene importancia, respondo luego —mi voz me delata y pido a Dios que no sea mi amigo. Empieza a rebuscar en mi bolso, mi corazón golpeando duro y me desenrosco la sábana. Él ha encontrado el celular, consigo estar fuera de la cama y siento el frío en mi cuerpo. El aire acondicionado está alto porque él no soporta el calor y me abrazo a mí misma. Las losas frías consiguiendo que de pequeños saltitos de un pie a otro. —¿Qué demonios hace llamando Otto? —replicó encolerizado. —No sé —susurro y me siento pequeña con su mirada fría puesta en mí. —Te ordené que su amistad acabara, esto se termina ahora —su reclamo es válido y él contesta la llamada. En realidad, traté de cortar mi amistad con Otto, pero él no me la puso fácil. Desde que estamos saliendo me he apartado de mis amigas y de Otto. Todo para que estemos felices y no perderlo. —Escucha niño, no vuelvas a llamar a mi hembra —se queda callado y su mandíbula tensa. Me acerco temblando hacia él, alzo mi mano para acariciar su rostro y él niega con la cabeza. —No me importan tus palabras… Quiero que sepas que la otra advertencia será más directa… No es una amenaza… Dalo por hecho, Ottito —cuelga la llamada y me tiende el celular. Lo sostuve con manos temblorosas. El silencio en la habitación me abruma y mi corazón explotará. Sus manos grandes me atraen hacia su cuerpo y no es suave su toque. Él aprieta mi cintura demasiado, estoy segura de que debo tener cardenales. Mi mirada está puesta en él, nunca me he sentido tan confundida y aliviada. Lo primero porque por más temor que me causan mis actos siento alivio que aún esté tocando mi cuerpo. Es un alivio que sus manos torpes sigan en mi delgado cuerpo. Sospecho que sus marcas están más allá de lo que él se imagina. Siento mi corazón subiendo desbocado sabiendo el costo y decide ir a todo galope. Su mano recorre mi mejilla, él espera que llore o suplique perdón. Eso es lo que debo hacer, pero no consigo sacar ninguna plegaria. Espero por su movimiento, su dedo pulgar e índice inmovilizan mi quijada y presiona duro consiguiendo que se me escape un gemido. —Te quedaste muda —afirma y acerca sus labios a mi frente. Mis ojos cerré y rozó mi piel con sus labios —. No volveré a repetir, Camillia, aléjate de ese niñato —deseo que se calme y no haga enojo por alguien que no me gusta—. No sabes el peligro a que lo estás exponiendo, no será bonito. Me empuja de momento y caigo en el suelo sorprendida. El celular se me escapó de la mano y me golpeé la cadera con el impacto. Mis lágrimas cayendo por mis mejillas, él agarra sus zapatos y no quiero que se vaya. —¡No me dejes así, Yamil, no te vayas! —silencio, maldito silencio por su parte—. Vine para quedarme contigo y sabes lo difícil que fue salir de casa —insisto bañada en lágrimas. Mi tía se negaba a mi salida, solamente me dejó porque tengo dos guardaespaldas y piensa que era noche de amigas. —Sabes que tu tía exagera, nadie los atacará —bufó y me dio la espalda—. Si se me pasa el coraje vuelvo más tarde. —Está en la puerta y sin mirarme gira el pomo. —¡Te amo, Yamil! —Su respuesta fue tirar la puerta y me quedé en el suelo acurrucada. Sintiendo que todo a mi alrededor me tragaba, el frío arropó mi desnudo cuerpo y congeló mi adolorido corazón. ... Kendra No me asusta para nada que lo primero que vea al abrir mis ojos sean unas botas, son conocidas y me estiro en la cama bostezando a la vez. Enseguida me encuentro con la mirada intimidante y llena de sabiduría. Mi tío Ramón está sentado en una butaca al frente de la cama y sus largas piernas cruzadas puestas en el colchón. No me extraña que esté un poco más ojeroso, los años han pasado en él y su pelo cubierto de canas. Está jugando con un porro entre sus dedos y su seriedad me calma. —Creía que jamás volvería a ver esas botas —dije con la voz ronca de despertar e indico con la barbilla sus botas. —Les tengo mucho cariño, por lo siguiente, el cuidado es el mejor —las apunta orgulloso—. Fue un regalo de alguien que aprecio y amo. Mis ojos se humedecen, esa persona que aprecia fui yo antes de que se fuera. La partida de mi padre fue muy dolorosa, pero él siempre me sostuvo y saber que está aquí para mí, es valioso. —Es bueno tenerte de vuelta —me sinceré. —Mis botas clamaban por volver a estas tierras, una vez más —baja sus piernas y se levanta —. Te espero en el árbol de mango. Se acerca a la cama, se agacha y deposita un beso en mi frente. —Enseguida te alcanzo —me siento en la cama —. Trueno está bajo ese árbol. Su mirada me confirma que está al tanto, acaricia mi cabello y se me escapan lágrimas. —Están juntos, qué mejor partida que esa. Se marcha dándome espacio, él sabe que soy dura para llorar y odio que me vean. Me limpio el rostro y decido tomar el toro por los cuernos. ... Estoy montada en Nube, terminé con la yegua blanca. Al final tenía razón el Insolente, esa yegua pega conmigo. Apenas son las ocho de la mañana, hoy le avisé a mi secretaria ratoncita que llegaría más tarde. La puse al día con los deberes, al menos los lunes son más suaves. El aire me golpea el rostro, me siento distinta sin Trueno y voy trotando más rápido. Diviso la espalda de mi tío debajo del árbol de mango. Voy segura, al compás con la yegua y doy dos leves golpes con el pie para que corra más. Vamos acople, con cada paso, mi cuerpo, a la par de la yegua. Sentir la brisa en mi rostro me da energía, es como conectarse al cargador de batería y me permito sonreír. Me percato que estamos llegando al árbol de mango, me impulso hacia abajo para frenarlo, en cambio, Nube aprieta más y respiro profundo. «Vamos, que esta yegua y tú son tal para cual», hablé para mí misma. —” Joa” Nube, “Joa” —grito, pero Nube está reacia. Agarré una rienda y la puse firme, inclinando la cabeza de Nube hacia mi pierna. Consigo que relinche y se detiene abruptamente. La acaricié en su melena blanca dándole cariño. —Tranquila Nube, tú y yo nos vamos a acoplar —susurré a mi nueva compañera. Escucho a mi tío instando al caballo, me giro por encima del hombro y me doy cuenta de lo lejos que estamos del árbol. Mi tío viene cabalgando de prisa. Al llegar preocupado se lanza rápido y viene hacia mí. —¿Kendra, estás bien? —Mi tío, con su mirada intimidante me evalúa. —Estoy bien, solo me excedí —le resté importancia—. Debí ir suave con Nube —mi mano sube baja por su melena—. A pasos de bebé iremos, Nube, pero seremos un equipo. Mi tío niega con la cabeza y su semblante cambia de preocupado a asesino. —Es increíble, solo a ti… —me señala — se te ocurre montar a la indomable. Demetrio me informó que aún estaba salvaje y vienes tan campante. He conseguido calmar a Nube, intento bajarme, pero enseguida soy sostenida de la cintura y bajada como niña por mi tío. —Oye, estoy… —hago una pausa y deletreé las palabras — b - i - e - n. Mi tío se aparta lo suficiente para darme espacio y no pienso soltar las riendas de Nube. Vaya a ser que le dé con hacerme quedar mal. No importa si la yegua es indomable, puedo entender por qué Fausto la escogió. Somos semejantes y pronto seremos una. —Mírate de pie, sin lágrimas, ni gritos y normal —mi tío me tasa desde la cabeza hasta los pies—. Todavía me pregunto si no tienes un par de pelota en el sur. —Mira serio, mi entrepierna y se me escapa una carcajada. Nunca creí posible que me alegraría oír eso que tanto detestaba de tío Ramón. —Es un secreto —cubrí mi boca con una mano y bajé la voz—, no lo vuelvas a mencionar en voz alta, nunca se sabe quién merodea alrededor. Me tira una guiñada, empiezo a caminar y él me sigue. —Lo mejor que has hecho es caminar hasta el árbol porque regresas conmigo y enviaré a Demetrio por esa fiera. Su voz es autoritaria, pero no soy una niña y se lo demostraré. —Negativo, volveré montada en Nube —negué vehemente—. No intentes impedirlo porque te cortaré tus pelotas y se las pondré a Nube de collar. Mi tío sonríe de lado, esa sonrisa que es más bien amenazante. —Nunca te intimidas —caminamos llevando los caballos por la rienda—, ni con este viejo peligroso —se golpeó el pecho todo macho alfa—. Niña irrespetuosa. —Conozco tus mañas, no me hacen ni cosquillas —lo molesté. —¿En qué demonios estabas pensando cuándo dejaste entrar al parásito de tu madre? —cuestiona y se ha puesto serio. Estamos más cerca del árbol de mango y medito su pregunta. Sus palabras están cargadas de reproche y mi cuerpo se tensa. —Siempre he sabido que tienes a tus perros pendientes de mí, me extraña que no hubieras aparecido ese día. —Kendra, le prometí a tu padre que te cuidaría y eso haré, aun así esté en el más allá. —Ella volvió a pedir dinero, no tuve opción. —Apresuro mi paso en vano, mi tío me agarra del brazo. Me giro quedando cara a cara con mi tío. Mi mirada buscando escapar de su escrutinio se fija en el caballo que le dieron. Es de color marrón y tiene una mancha blanca en su ojo derecho oscuro. —Buscaremos una, ella viene con esa excusa, pero sus motivos siempre son otros, siempre —hace énfasis—. Ella no sabe amar, no te… —corté sus palabras. —Ella no es nadie para mí, si está aquí es a mi manera y no espero nada de esa mujer —aclaré—. No quieras ver a la niña de cinco años que lloraba por su mamá, no estás viendo esa persona más, nunca más. En este momento estoy llena de ira, quiero aplastar a quién amenaza a mi familia y si es Rebeca la culpable, me encargaré que lo pague. —Bien —con eso da por sentado el tema —. Quiero cada detalle de tu boca, toda palabra que han cruzado y lo que te atormenta. Estamos sentados debajo del árbol, le conté cada detalle y palabra con Rebeca. Incluso le conté sin pelos en la lengua que me amenazó con contar mis sucios secretos y exponer que soy una zorra al mundo. Todo eso para mí es irrelevante, hasta que llegamos al tema de la amenaza a mi familia. Mi mayor miedo es que lastimen a Sol y Camillia. —De alguna manera Rebeca tiene que estar involucrada, es lógico. Aparece por ayuda y te amenazan —su rostro fiero está meditando. —Sí, tío, ¿pero qué rayos quieren? —me siento entre una encrucijada—. Solamente busqué información de Rebeca y nada más. —Ellos deben pensar que la estás protegiendo —su mente estaba en modo detective—. Claro, no puede ser… —sus ojos sabios buscaron los míos—. Ella se esconde… —Me tienes enreda, termina una oración —refuté aturdida. —Kendra, ellos deben estar buscando algo, Rebeca se esconde aquí y amenazan —su voz aumentó—. También puede ser que les debe dinero o vio algo —maldijo por lo bajo—. Son tantas posibilidades, iré a hacer unas llamadas —se acarició el mentón—. Ve a trabajar, guardaespaldas siempre y actúa normal. —Espera —se levanta y se voltea a verme—, tengo un nombre. Estoy sentada aún en el pasto, no encontré la manera de hablar de Fausto, pero tengo que dar el nombre. Confío en él, así que obviaré su deuda y líos. —¿Qué escondes? —A este viejo no se le pasa una. —Nada tío, te conté cada maldita palabra. —Me levanto enojada, odio que me juzgue. —Te estás enojando cuando sabes que tengo razón. Estuvimos… —mira su reloj y prosigue— cuarenta cinco minutos hablando y ahora me dices que hay un nombre. Así como si nada sueltas ese dato y quieres que lo compre. Me acerco hacia Nube, tomando distancia a propósito y suelto la rienda del tronco. —Roco, el nombre es Roco. —Me trepo en la silla y acaricio a Nube en su melena. —No puedes esconder información, dejé mi negocio y vine hacia ti —no cede mi tío. —Pues márchate a cuidar de tu putero, tal vez, le consigas empleo a Rebeca y solucionas todo de un tiro. Sé que estoy siendo injusta, pero es lo que puedo darle por el momento y ser zorra es mi pasatiempo. Su burdel nunca me ha molestado e incluso su mujer era su empleada. Nunca discrimino, total en esta familia no se menosprecia a nadie. —Para mí no fue un sacrificio tomar ese vuelo y dejar todo a un lado, lo sabes. Sin embargo, necesito que entiendas que esto no es un juego y puede salir gente lastimada, más allá del dolor. —Por el momento averigua sobre Roco. —Me marcho con Nube.
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