Nora subió las escaleras hacia el segundo con una mano en el pecho, indecisa respecto a qué hacer sobre el plan que se le había ocurrido.
Le encantaba la idea de hundir al asqueroso de Aiden y su esposa, de que todos supieran las basuras que eran, pero si eso significaba convertirse en la amante de ese hombre otra vez… no estaba segura de que pudiera hacerlo.
Se dirigió al cuarto de Flora con intención de darle un besito de buenas noches, pero apenas abrir la puerta se encontró con la sorpresa de que Aiden estaba ahí, él estaba sentado frente a la camita-cuna de Flora, mirándola atentamente, pareciendo… triste…
Estaba tan atento mirando a la pequeña que ni siquiera notó a Nora, por lo que ella cerró la puerta lentamente y se fue caminando a su propia habitación, apretando los puños con fuerza y rabia.
¿Cómo tenía él el descaro de fingir ser un buen padre, después de todas las desgracias que le causó?
Se encerró en su habitación y, después de una ducha corta, se metió a su cama, pero no fue capaz de dormirse, porque no podía dejar de pensar en Aiden.
Al principio, cuando se conocieron, él fue la mayor bendición de su vida… pero ahora se había convertido en una maldición…
Con los ojos desbordando de lágrimas que Nora pensó que hace tiempo se le habían agotado, ella finalmente se durmió, recordando el pasado.
Y allí, en sus sueños, recuerdos de cómo conoció a Aiden y todo lo que siguió después comenzaron a inundarla…
…
Desde que conoció a Aiden Santoro, Nora siempre pensó que él era el hombre perfecto para ella. Fue prácticamente amor a primera vista… o amor a las pocas horas de conocerse, porque él fue el único en esa ciudad atestada que se molestó en salir de su lujoso auto para ayudarla cuando la vio caminando ensangrentada con una puñalada en el estómago.
No le importó manchar su auto con su sangre, y se quedó a su lado después de que los médicos salvaran su vida, pagando por todo.
Cuando se sintió mejor, ella le contó que vivía en las calles porque al salir del orfanato al cumplir dieciocho no pudo conseguir trabajo.
—¿Nunca pudiste trabajar? —preguntó él con preocupación.
—Bueno, una vez, trabajé como niñera, pero… tuve problemas, así que volví a las calles.
Una familia le dio acogida para que cuidara de unos niños, pero a las pocas semanas se dio cuenta de porqué la aceptaron tan fácilmente, porque resulta que el padre trato de abusar de ella, así que ella lo golpeó con una sartén y quiso advertirle a la madre, pero no le creyó y simplemente la echaron.
Después de eso, constantemente buscaba sitios abandonados donde dormir, y esa vez había tenido el infortunio de que unos pandilleros ya habían reclamado la casa abandonada que escogió. Intentaron abusar de ella y se defendió, pero no pudo escapar ilesa.
Tenía muy mala suerte, siempre se encontraba con hombres horribles, pero supo que Aiden no era así desde el primer momento, al ver la bondad en sus ojos… o eso pensó.
Tuvo que quedarse en el hospital unas semanas, y durante todos esos días Aiden la visitó.
Nora nunca antes había sentido que le importaba a otro ser humano desde que su hermana fue adoptada y llevada lejos cuando eran pequeñas.
Él era… extraño, excéntrico, muy inteligente y varios años mayor que ella, no tantos, pero incluso siendo tan joven ya era el CEO de una importante empresa que fabricaba farmacéuticos.
Hablaba mucho de la medicina, la salud y la buena alimentación. Nora no lo entendía del todo, pero él siempre lograba fascinarla.
—¿Qué nunca fuiste a la escuela? ¿Cómo es que no sabes de primeros auxilios?
—No fui a la escuela… —Bajó la cabeza con tristeza, mirando a la bandeja con comida de hospital—. En el orfanato a los niños problemáticos nos hacían trabajar, limpiábamos el edificio, lavábamos ropa, movíamos mercadería…
Él pareció horrorizado e indignado en igual medida.
—Tengo mucho que enseñarte, rubiecita…
—No soy rubia, mi pelo es castaño claro. —Lo miró mal.
—Jamás me dijiste tu nombre.
—Oh. —Rio nerviosamente—. Soy Nora. O así me decía mi hermana antes de que nos separaran.
—Nora, ¿eh?... Es un bonito nombre.
Ella le sonrió, con el rostro levemente enrojecido.
Aiden pasó toda la hora de su visita charlando con ella, e hizo lo mismo al día siguiente… y al siguiente… todas las semanas que estuvo en el hospital, él la acompañó.
Cuando a Nora le dieron de alta, no estaba muy segura de qué iba a hacer.
Aiden había ido a “recogerla” a pesar de que ella no tenía ningún lugar a donde ir.
—Tengo que intentar buscar trabajo —le dijo, después de cambiarse a un vestido que él le había comprado para que no tuviera que usar sus harapos de siempre—. Es temprano, quizás logré que me den un adelanto si trabajo duro, y quizás encuentre un hotel en el que…
—Sí, sí, lo que digas. —La interrumpió, abriéndole la puerta de su auto—. Sube, vivirás conmigo.
—¡¿QUÉ?!
—Tengo que conseguirte más ropa, tienes que tomarte las cosas con calma hasta que tu herida sane bien, debes aprender a leer y escribir, y, sobre todo, debes tener las malditas necesidades básicas de un ser humano, por todos los cielos. —Suspiró con irritación—. No quiero escuchar más peros, solo sube. Vivirás conmigo hasta nuevo aviso.
—No dije ningún “pero”.
—Eso que acabas de decir ¿es o no es un “pero”?
—Cállate. —Rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír mientras subía al auto.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que todo estaría bien.
Los primeros días en casa de Aiden fueron tan… relajantes… nunca antes se había sentido tan tranquila, tan… mimada.
Tenía todo lo que necesitaba sin esfuerzo. Toda la comida que quisiera, toda el agua que necesitara, caliente para ducharse y fría para beber. Tenía una cama suave y sábanas cálidas. ¡Tenía calefacción! Y ni hablar del televisor enorme, una computadora con acceso a internet y su propio cuarto espacioso, privado y perfecto.
Era como un sueño.
La primera semana Aiden se aseguró de que tuviera todo lo que necesitaba. Vieron películas, le enseñó a usar internet y a jugar videojuegos, siguió contándole maravillas sobre la medicina y su empleo soñado. Él estaba muy emocionado con su trabajo, se notaba que era su verdadera pasión y dedicaba su vida a ello.
La segunda semana él empezó a ayudarla a leer y escribir, hasta contrató una profesora por internet, y siempre la apoyaba en todo.
Estuvieron así por varias semanas.
Como Aiden tenía pasión por limpiar y cocinar en su casa él mismo, Nora solo se dedicaba a estudiar, y Aiden la ayudaba antes de irse a trabajar y al regresar también.
A pesar del estudio diligente, no dejó de lado el enseñarle a relajarse y divertirse. Aunque él parecía disfrutarlo tanto como ella… como si desde hace mucho tiempo no se permitiera tomarse descansos para hacer cosas que no tuvieran que ver con el trabajo.
Estuvieron cuatro meses así hasta que Nora aprendió a leer y escribir con normalidad, y entonces insistió en buscar un empleo.
—No planeo abusar de tu generosidad toda mi vida —le dijo, con firmeza—. Apenas tenga un salario estable, buscaré un departamento y buscaré una forma de pagarte por todo.
—No digas eso, no tienes que pagarme. —Suspiró—. Y por mí puedes seguir viviendo aquí… o puedes alquilar, si tanto te disgusta la idea —agregó al ver su rostro molesto por su idea.
—¿Alquilarte? ¿Alquilar una habitación, quieres decir?
—Alquilar la casa, no vivo aquí. —Eso la sorprendió.
—¿No vives en Chicago?
—No, vivo en Nueva York. Estoy aquí por negocios, suelo venir muy seguido. —Volvió a suspirar, con una mirada indiferente—. Debo volver en dos meses.
—Oh…
—Te dejaré la renta barata, ya que también estarías cuidando la casa. Una vez intentaron robarla —él siguió hablando como si nada, aunque ella tenía la mente en otro lado, pensando en lo mucho que lo extrañaría cuando se fuera.
En ese momento, ella ya estaba enamorándose de él, sin darse cuenta de que él debía volver a Nueva York porque allí tenía a su esposa esperando por él…