Capítulo trece: El descubrimiento

1340 Words
En sus épocas más oscuras, fue Madeline la que estuvo ahí para apoyar a Nora y sacarla de la horrible depresión en la que se sumió cuando creyó que su bebé nació muerta. Madeline se esforzó y logro encontrar a la hermana mayor de Nora, Julia, de la cual fue separada cuando eran niñas en un orfanato. Reencontrarse con Julia fue un soplo de aire fresco para Nora, y con ayuda de su hermana perdida desde hace tanto logro recuperarse un poco del profundo dolor, pero fue algo que siempre la atormentó… hasta que por fin descubrió la verdad. Todo comenzó cuando su cuñado Charles comenzó a trabajar en el área farmacéutica, y se hizo amigo de su jefe… un jefe que Nora nunca habría sospechado que era el hombre que la destruyó. Nora estaba tranquila en su nueva vida. Todavía se sentía devastada por perder a su niña, pero estaba saliendo adelante gracias a la ayuda de su hermana y su cuñado, y su sobrinito Russell lograba traer un poco de alegría a su desdichada vida. Todavía no conseguía trabajo, pero ya estaba buscando algo de medio tiempo mientras se concentraba en su objetivo de terminar la preparatoria, ya que Julia le insistió en que eso mejoraría sus oportunidades laborales. Hoy se sentía especialmente bien, Charles le pidió hacer una cena para su jefe que se había vuelto su amigo y que vendría de visita y eso la hizo sentirse útil, una buena excusa para mantener su mente ocupada y ayudar a su familia. Cuando terminó la cena, fue a buscar a Julia para que la ayudara a poner la mesa. Escuchó su voz en la oficina de Charles y se dirigió allí, viendo la puerta entreabierta. —No puedes dejar que entre aquí —escuchó hablar a su hermana con firmeza, justo antes de que pudiera llamarla—. Le hizo mucho daño a Nora. —¿Pero por qué no me dijiste desde el principio lo que pasó con ella? —No sé todos los detalles, y es un tema muy delicado, pero de haber sabido que el Aiden del cual me hablabas era Aiden Santoro te habría advertido desde el principio… Creí que era solo una coincidencia. Al escuchar ese nombre, Nora palideció de inmediato. —Bueno, yo… S-supongo que debo inventar una excusa para que no se quede a cenar. —Por favor, Charles. Nora no tiene porqué soportar a ese hombre, no quiero que empeore… apenas ha estado mejorando. No necesita otro puñal a su corazón. Cuando Nora escuchó pasos acercándose a la puerta, se retiró rápida y silenciosamente, llevándose las manos al pecho, con lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras apretaba con fuerza los labios. Un amigo que era jefe de una farmacéutica en California… debería haberlo imaginado. Se encerró al baño a llorar, maldiciendo su suerte, maldiciéndolo a él y sobre todo maldiciéndose a ella misma, porque una parte de ella se estaba muriendo de ganas de verlo otra vez. Luego de un tiempo, escuchó el timbre y su corazón se saltó varios latidos. No lo pensó dos veces y se lavó la cara rápidamente, eliminando los rastros de lágrimas para correr a su habitación que estaba en el segundo piso y asomar la cabeza por la ventana, viendo a Aiden esperando en su puerta. El aliento se le atoró en la garganta y sus ojos brillaron por el anhelo, su corazón le latió como loco y una parte de ella quería correr a abrazarlo, besarlo y rogarle que le dijera que todo fue mentira, que él la amaba y nunca le dijo mentiras, que podrían reconstruir su vida juntos… Cuando Aiden volteó la cabeza en su dirección, sin embargo, rápidamente se escondió tras la cortina, cerrando los ojos con fuerza y maldiciendo en susurros. Ya no era la misma de antes. No debía ser tan ingenua. Él nunca fue el hombre que ella creyó. Luego de un minuto, volvió a asomar la cabeza, escuchando a Charles abrirle la puerta. —Hola, Aiden… Emm… Como lo siento, estaba a punto de llamarte. —¿De qué hablas? —Escuchar su voz le aceleró el corazón, haciendo que otra vez se odiara a sí misma. —Surgió un problema… Mi esposa no se siente nada bien, está muy mal y no podremos atenderte. Lo siento, pero no puedes quedarte. Yo, eh… te preparé una caja con los cuentos que te dije, puedes quedártelos todos y escoger tú cuáles podrían gustarle a tu hija. —Al escuchar eso, Nora se congeló, palideciendo por completo—. Lamento haberte hecho venir para nada. —Está bien… —Aiden se oyó confundido, pero no le dio tanta importancia—. Gracias por los cuentos, cualquier cosa infantil seguro que será del agrado de mi hija. Es una lastima lo de la cena, quería probar comida casera otra vez, pero supongo que será en alguna otra ocasión. Adiós. —Se despidió sin más, totalmente ignorante a los nervios de Charles y al corazón roto de Nora, que no dejó de mirarlo sino hasta que su auto se alejó lo suficiente para que lo perdiera de vista. Se derrumbó en el suelo de su habitación, preguntándose porqué su vida era tan miserable. Ella perdió a su bebé, se quedó sola y destrozada, y él… él siguió adelante, formó una familia probablemente con su esposa, se olvidó de ella y seguramente obtuvo todo lo que se propuso. Debía tener la vida perfecta y ella ahí seguía, llorándose la vida por él y por algo que nunca fue y nunca sería. ¿Qué sentido tenía vivir así? ¿Por qué su vida era una constante lluvia de desgracias? ¿Por qué no podía tener siquiera una pequeña muestra de lo que era la felicidad? La tristeza, la más profunda angustia y una asfixiante sensación de vacío y amargura la invadieron, haciéndola llorar de rabia y odio. En ese instante, ella quiso morir. Pero… No… No podía seguir así. No podía estar así y preocupar a su hermana que tanto se había esforzado por verla bien. No quería arruinarlo todo con su sufrimiento y provocarle más tristeza a su hermana. Todo era culpa de Aiden. ¡Él le arruinó la vida! ¡Él lo arruinó todo! Desearía no haberlo conocido nunca. No, desearía matarlo con sus propias manos. ¡Él era el que debía morir! La ira reemplazo el llanto y las ganas de morir, así que se concentró en esos pensamientos de rabia hacia él. Debía hacer algo. Tenía que hacerlo pagar de alguna forma por todo el dolor que le causó. ¡Las cosas no se podían quedar así! Él debía sufrir tanto como ella. ¡Ella debía hacerlo sufrir! No lo pensó dos veces y buscó en su celular por él, intentando averiguar en dónde vivía o dónde trabajaba. Necesitaba por lo menos gritarle lo mucho que lo odiaba. Al buscar su información en internet, varias fotos de él salieron. También, fotos de gente relacionada con él salieron. Así, Nora pudo ver una foto de la esposa de Aiden. Gwen Wright, una mujer muy hermosa con varias r************* . En una de sus tantas redes, tenía una foto de perfil abrazada a su hija, la hija de Aiden. Nora miró con dolor y envidia esa imagen, pero entonces sus ojos examinaron con más cuidado a la niña en esa foto y su boca cayó, sus ojos se abrieron y sus pupilas se dilataron. Todo dejó de existir, menos la imagen de esa niña. Una madre siempre es capaz de reconocer a sus hijos, incluso en medio de una multitud. Y Nora reconoció al instante a esa pequeña niña… porque la vio en los brazos de una enfermera antes de que se la llevarán lejos para siempre… Tenía sus ojos, tenía su nariz, tenía el cabello levemente ondulado como ella… por lo demás, se parecía a su padre, pero Nora fue capaz de reconocerla. Era su bebé, era Flora. Y estaba en los brazos de la esposa de Aiden.
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